viernes, 31 de enero de 2020

(Día 1019) El clérigo Juan de Sosa seguía haciendo campaña a favor de Gonzalo Pizarro. También Hernando de Alvarado traicionó al virrey.


     (609)  El virrey estaba ya harto de contemplaciones: "Sabiendo que cada día cogían más fuerza las noticias sobre Pizarro, le dijo al capitán Diego de Urbina que, ya sin disimular, había que dejar las chamarras y capas, y tomar las picas al hombro. Diego de Urbina le dijo que tenía razón, y el virrey lo nombró maese de campo". Vuelve Cieza a lamentarse por aquel horror: "¡Oh, miserable tierra! Grandes fueron tus pecados, pues tantos males te cercan! En el Cuzco hacen armas, y en la Ciudad de los Reyes deshacen la campana para hacerlas. En todos los sitios solo se ocupan de buscar cotas, aderezar corazas y otros instrumentos, para que presto venga la tormenta final".
     Luego nos habla de un traidor al que ya conocemos: "El padre Sosa, que, como dijimos salió de Lima con el obispo Loaysa, anduvo hasta que llegó al puente de Abancay, donde estaba Francisco de Almendras guardando la artillería. Luego partió hasta que llegó donde estaba Gonzalo Pizarro, quien le agradeció los avisos que le había dado con sus cartas". Al clérigo no le bastó lo que ya había hecho, sino que se puso a animar a la gente, diciendo a todos que el virrey solo contaba con unos trescientos hombres, y que eran pocos los que le querían. A los que le escuchaban no les gustaron estos ánimos, porque ya temían seguir a Pizarro: "No poco daño hizo lo que dijo el clérigo, porque muchos de los que estaban con Pizarro, como hacía días que se les había pasado su locura y su furor, les pesaba haberle nombrado su procurador, y les asustaba tener que enfrentarse al Rey".
     El virrey se esforzaba en reclutar gente,  no solo en Lima, sino en  otras localidades. Con ese fin, envió a Trujillo a un capitán que le va a traicionar, a pesar de ser hermano de alguien que fue ejemplo de lealtad y sensatez. Cieza se lamenta: "Mandó el virrey que fuese a la ciudad de Trujillo el capitán Hernando de Alvarado, el cual se había ofrecido a traer gente y armas porque él dejó allí algunas compradas. Si su plática fuera con intención leal, bien pudiera haber sido tenido en mucho, por su persona y por la del capitán Alonso de Alvarado, su hermano, mas, habiendo oído decir al virrey que, en tiempo oportuno, había de ejecutar las ordenanzas, Hernando de Alvarado no veía ya la hora para alejarse de él, y, tomado el permiso del virrey para partir, se fue con algunos más, pero pronto se le olvidó el compromiso de traer gente y armas".
     El virrey también quiso reclutar hombres en Arequipa, para lo que envió allá con el encargo al tesorero Manuel Esquivel, a quien habilitó como capitán, pero lo recibieron mal, porque, según los vecinos, no se llevaban bien con el tesorero, aunque le respondieron al virrey que, con brevedad, irían a Lima para servirle.
     Pero lo que hicieron, para resolver sus atormentadas dudas, fue enviar a varios representantes para pedirle consejo a alguien que ya vimos en posición ambigua y calculadora: "Partieron de Arequipa el alcalde Francisco Noguerol de Ulloa (tiempo atrás vimos que se vio sometido a un largo proceso por bigamia), Hernando de Torres, Juan de Arvés y otros hacia la ciudad de León, en la provincia de Huánuco, donde estaba como corregidor Pedro de Puelles".
   
     (Imagen) Nos acaba de decir Cieza que HERNANDO DE ALVARADO fingió ser leal al virrey Blasco Núñez Vela, y ahora veremos en qué acabó la historia. No es fácil detectar sus andanzas porque hay otros con el mismo nombre que también estuvieron en Perú. Incluso se le confunde con un capitán que batalló por Chile, lo que no tiene sentido porque 'el nuestro' murió antes. El que no falla es Cieza al decirnos que era hermano del gran capitán Alonso de Alvarado, Así se confirma en la imagen del documento (inapelable) de su embarque para las Indias (año 1537). Vemos que su padre era Garci López de Alvarado, el mismo que el de Alonso, y su madre María de Mena (su segunda mujer). El registro dice que Hernando era vecino de Burgos. Por su parte, Alonso era natural de Secadura (Cantabria), lo que quizá se debiera a que eran hijos de distintas madres (por doble matrimonio), siendo la suya la primera, María de Miranda. Hay algo chocante entre los dos hermanos: en la batalla de las Salinas, Alonso actuó como pizarrista, y Hernando como almagrista; y, además, ahora le vemos a Hernando haciendo algo que Alonso jamás se habría permitido: traicionar al representante del Rey. No obstante, poco después de la batalla de las Salinas, los dos hermanos, enviados por Francisco Pizarro, habían andado conquistando juntos por la zona de Charcas, donde Hernando estuvo a punto de sufrir un motín de sus soldados. En la guerra de Chupas, Hernando también respetó la legalidad luchando junto a Vaca de Castro contra Diego de Almagro el Mozo. Pero lo que va a ocurrir ahora es que, en lugar de reclutar gente para reforzar al virrey, como parecía, se pasará con todos los reunidos al bando de Gonzalo Pizarro, quien lo nombró Teniente de Gobernador de la ciudad de Trujillo. En esa apuesta, HERNANDO DE ALVARADO perderá la vida, porque, tras ser derrotado por el virrey en la batalla de Chinchichara (año 1545), tuvo que salir huyendo a través de las montañas, en solitario y sin recursos, muriendo después medio perdido y de forma miserable.



jueves, 30 de enero de 2020

(Día 1018) Algunos capitanes se negaron a salir del Cuzco con Gonzalo Pizarro. Ni siquiera al obispo Jerónimo de Loaysa le dejó pasar Francisco de Almendras. Pizarro tampoco quiso que fuera a verle en el Cuzco.


    (608) Llegó el  momento, para Gonzalo Pizarro, de salir del Cuzco, con un pequeño pique entre dos capitanes: "Después de tener todas las cosas aparejadas, mandó recado a Juan Vélez de Guevara y Pedro Cermeño para que saliesen de Jaquijaguana. Alonso de Toro (de reconocido pésimo carácter) y Don Pedro de Portocarrero tuvieron algunas palabras y porfías. Partieron, finalmente, del Cuzco todos los capitanes, pero Gabriel de Rojas, Garcilaso de la Vega y Jerónimo de Costilla se habían excusado con Gonzalo Pizarro de ir, y el licenciado Carvajal salió del Cuzco contra su voluntad".
     Nos faltaba saber qué había sido del obispo Jerónimo de Loaysa, y ahora nos lo cuenta Cieza: "Pensaba llegar al Cuzco antes de que Gonzalo Pizarro saliera, y, según caminaba, se encontró en un pueblo de indios con Pedro López, Francisco de Ampuero, Simón de Alzate y los que iban con ellos, y también halló a fray Tomás de San Martín, provincial de los dominicos, y al clérigo Diego Martín, y le aconsejaron que se volviese a la Ciudad de los Reyes, porque las cosas en el Cuzco iban mal guiadas, y, además, Francisco de Almendras tenía ordenado por Gonzalo Pizarro que guardara un puente sin dejar pasar por él. Pero el obispo determinó seguir el camino, y anduvo hasta que llegó donde Francisco Almendras, el cual no le recibió con aquella crianza y comedimiento que merecía su dignidad. Aunque el obispo lo sintiese, pasó por ello. Al otro día le dijo a Almendras que deseaba verse con Gonzalo Pizarro para aconsejarle lo que más conviniese, y Almendras le respondió que de  ninguna manera pasaría por allí. Viendo el obispo la voluntad de Almendras, le dijo que caía en excomunión por hacerle tanta fuerza. A lo cual, el tirano, con gran soberbia y poco temor de Dios Nuestro Señor, le respondió: 'No es tiempo de excomuniones; no hay más Dios ni Rey que Gonzalo Pizarro'. El obispo le tornó a decir que le dejara pasar a él solo, sin los que le acompañaban,  y Francisco de Almendras, que estaba enfurecido, le respondió que le tomaría la mula, para que si quería, fuese a pie".
     Como no hubo otra manera de conseguirlo, el obispo le envió una carta a Gonzalo Pizarro explicándole por qué quería verle, y diciéndole que era necesaria la paz y que deshiciera su ejército, pero le contestó ambiguamente: "Le respondió que no se  molestara en pasar adelante, porque él iba a salir pronto de donde estaba para ir a la Ciudad de los Reyes, y que en el camino se podrían ver. También le habló de que  algunos caballeros y frailes le habían dicho que de ninguna manera le dejase entrar en el Cuzco, y, como aquel negocio no era solo suyo, sino de todos, se conformó con su voluntad. Le envió, además, otra carta a Francisco de Almendras para que, con disimulo, procurase saber qué corazón tenía el obispo para con él".
     Así que, después de haber recorrido tan enorme distancia, Gonzalo no tuvo ni la más mínima cortesía con el obispo. Se cruzaron todavía algunas cartas, pero en todas Pizarro le mandaba que volviese a Lima.

     (Imagen) JERÓNIMO DE COSTILLA. Este Jerónimo que ahora deja desairado a Gonzalo Pizarro negándose a acompañarle, demostró con ello un fuerte carácter, constantemente confirmado en su hoja de servicios. Nacido en Zamora en 1518, formó parte, cuando solo tenía 18 años, en la terrorífica campaña chilena de Diego de Almagro. Al volver, participó en el cerco del Cuzco, donde fue apresado Hernando Pizarro, siendo Costilla uno de los pocos que aconsejaron (quizá equivocadamente) que no fuera ejecutado. Es posible que eso pesara para que Gonzalo Pizarro no le forzase a seguirle. Hay una evidencia de que anteriormente Costilla luchó contra los almagristas en la batalla de Chupas. Así lo prueba un documento del año 1550: "Real Cédula al virrey de Perú en recomendación de Jerónimo de Costilla, vecino de Zamora, que ha servido al capitán Diego Centeno y a otros capitanes durante la estancia en Perú del licenciado Vaca de Castro". Parece ser que cometió después el error de batallar contra el virrey Núñez Vela, pero, sin duda, rectificó y se puso al servicio de Pedro de la Casca en la batalla que acabó con la vida de Gonzalo Pizarro, ya que después le confiaron misiones muy importantes, especialmente la de poner orden en Chile tras la trágica muerte de Pedro de Valdivia. Hay un documento oficial (año 1565) que informa de lo ocurrido: " Relación de lo que le sucedió a Pedro de Villagra, gobernador de Chile, desde que entró hasta que Jerónimo de Costilla, como nuevo gobernador, lo prendió y condujo a Lima". Esa actuación y otras sucesivas facilitaron que el año 1578 lo nombraran Caballero de la Orden de Santiago (como muestra la imagen). De su matrimonio con Isabel Gallinato Matienzo, derivó una descendencia de importantes personajes de las Indias, entre otros, Pedro Mercado de Peñalosa, gobernador de Tucumán. JERÓNIMO DE COSTILLA disfrutó poco de su flamante Hábito de Santiago, porque murió unos tres años después.



miércoles, 29 de enero de 2020

(Día 1017 Francisco de Ampuero evitó que los emisarios del virrey fueran ejecutados por Francisco de Almendras. Felipe Gutiérrez se unió a las tropas de Gonzalo Pizarro. Jerónimo de la Serna y Alonso de Cáceres huyeron para unirse al virrey.


     (607) Va a resultar que fue un gran acierto que los mensajeros fueran acompañados por Francisco de Ampuero: "Como tenía tanta amistad con los Pizarro , le dijo a Almendras que les diese a todos licencia para volver, y, al fin, se la dio. Muy alegres y alabando a Dios porque les había librado de sus manos, partieron. Al poco tiempo se encontraron con el clérigo Diego Martín y con el padre provincial fray Tomás de San Martín, el cual les dijo las malas intenciones que Pizarro tenía, que se preparaba para ir contra el virrey (el fraile había fracasado en el Cuzco con Gonzalo en su intento de que dejara su rebeldía), y que había oído que fue ahorcado un Juan Ribas, natural de Zaragoza, que iba llevando de unos a otros su mensaje (el del provincial)". Hay que aclarar que Cieza solo había hablado de dos grupos de mensajeros, el del obispo Loaysa y el del secretario Pedro López. Así que, en realidad, hubo un tercero, este de fray Tomás, y todos con la misma misión de llegar al Cuzco y hacerle entrar en razón a Gonzalo Pizarro.
      Dispuesto ya a todo Gonzalo, tuvo que ver cómo pagaba a quienes se habían unido a su tropa: "Como ya su ánimo estaba dañado (sin escrúpulos), dijo que los dineros que había en la caja del Rey fuesen sacados para pagar a la gente de guerra. Pareciéndoles cosa fea a los vecinos de la ciudad, dijeron que ellos querían obligar  sus personas y bienes al pago de ello. Y, al fin, la suma la pagaron los vecinos, porque, aunque deseaban que se revocaran las Leyes Nuevas, pocos eran los que tenían deseo en aquel tiempo de desobedecer al Rey, ni de ir con mano armada contra su mandato, a pesar de que todos estaban a punto de guerra, pero alegaban que los letrados y hombres sabios decían que lo podían hacer sin que les acusasen de traición".
     Entonces llegó al Cuzco Felipe Gutiérrez, quien, como ya nos contó Cieza, había abandonado la campaña de Tucumán tras haber soportado un motín. Tal y como hemos visto en la imagen anterior, se unió a las tropas de Pizarro, y, cuando quiso abandonarle, lo ejecutaron. Pero unos venían y otros escapaban, olfateando vientos favorables. Huyó del Cuzco a Arequipa Jerónimo de la Serna (al que ya dediqué una imagen) para unirse al virrey, y allí encontró a un capitán que le da pie a Cieza para hacer una alusión personal, al tiempo que expresa la admiración que le tenía: "Habló con el capitán Alonso de Cáceres (también le dediqué una imagen), hombre valeroso, que en la gobernación de Cartagena de Indias fue capitán general, y tuvo otros honores y cargos, de lo cual yo soy testigo, pues milité bajo su bandera en el descubrimiento de Urrute, y pasamos muchos trabajos, hambres y miserias. Después de venidos nosotros con el licenciado Juan de Vadillo, según atrás conté, pasó el capitán Cáceres a estas provincias".
     Sigue contando Cieza: "Llegado Serna a Arequipa, al saber el capitán Alonso de Cáceres la dañada intención de Gonzalo Pizarro, acordaron tomar dos naves que había en el puerto de aquella ciudad, e irse a Lima para juntarse con el virrey. Llegados a la ciudad de los Reyes, fueron bien recibidos por el virrey. En el tiempo que esto pasó, se huyó del Cuzco un mancebo llamado Martín de Vadillo, el cual fue ahorcado por Alonso de Toro". El cronista Herrera confunde el nombre llamando Juan a Martín, pero era, precisamente, el hijo del mencionado Juan Vadillo, bajo cuyo mando llegó Cieza a las proximidades de Quito.

     (Imagen) Hemos visto que Francisco de Almendras era un tipo duro, y estuvo muy tentado de matar a Pedro López, el mensajero del virrey. De Francisco y de su sobrino Martín de Almendras Ulloa, ya hablé anteriormente. Digamos algo de su hermano DIEGO DE ALMENDRAS ULLOA. Los dos estuvieron muy unidos, y se mantuvieron fieles a los Pizarro largo tiempo. Lucharon contra Diego de Almagro. También les fue fácil ser fieles a la Corona en la batalla de Chupas, bajo el mando de Vaca de Castro, ya que se trataba de hacerlo contra lo almagristas. Luego ya se saltaron esa lealtad al Rey: por seguir a Gonzalo Pizarro, se enfrentaron al virrey Blasco Núñez Vela. Pero, como les ocurrió a muchos pizarristas que habían seguido la misma trayectoria, cuando llegó el hábil Pedro de la Gasca, experto en seducir con indultos, y viendo que tenían ya la última batalla perdida, abandonaron a Gonzalo Pizarro. Esa fue la historia de muchos pizarristas, y, normalmente, se mantuvieron de manera definitiva fieles a la legalidad.  Pedro de la Gasca les premió con una espléndida encomienda de indios a los dos hermanos, que luego mantuvieron su estrecha relación, pero reforzada por esa encomienda que compartían. Diego de Almendras se casó con Inés de Aguiar, hija de su tío Francisco de Almendras, el 'rey del mestizaje' (doce hijos), pues solo tuvo descendencia, y no legitimada, con indias. Francisco, como ya vimos, fue ejecutado el año 1545 por el también duro capitán Diego Centeno, a pesar de que le suplicó que no lo matara, porque tenía muchos hijos que atender. Por su parte, DIEGO DE ALMENDRAS Y ULLOA, manteniendo la línea de fidelidad al Rey, luchó también contra el último rebelde, Francisco Hernández de Girón.  Antes de que empezara la segunda batalla, la de Chuquinga, quiso apresar a un esclavo negro huido, pero se revolvió y le hirió tan gravemente con su propia espada, que murió poco después. Era el año 1554.


martes, 28 de enero de 2020

(Día 1016) Francisco de Almendras, por orden de Gonzalo Pizarro, salió a interceptar a los emisarios del virrey, y estuvo a punto de matar a dos de ellos.


     (606) A pesar de las distancias, las noticias llegaban rápidamente: "Sabiendo Gonzalo Pizarro que Pedro de Puelles, Corregidor de Huánuco, estaba en la Ciudad de los Reyes, siendo recibido por el virrey con toda honra, y confirmado en el cargo que tenía desde el tiempo de Vaca de Castro, le envió cartas, rogándole que se juntase con él trayendo a todos los hombres que pudiese". En un princicio, Puelles se mostró algo reticente, pero una nueva carta lo convenció, "y hablaba mal de las cosas del virrey". Ya vimos que el aliarse con Pizarro le va a costar caro, porque, tras haber ahorcado en Quito a una mujer que daba vivas al Rey, Pedro de Puelles fue acribillado a puñaladas.
     También estaba al corriente Gonzalo Pizarro de la próxima llegada al Cuzco del obispo Loaysa y de los otros mensajeros del virrey. Le dio orden a Francisco de Almendras de que partiera con varios hombres, interceptara por el camino a los que venían y les quitara los documentos: "Habiendo pasado un puente pequeño, les salió al paso el capitán Francisco de Almendras, y preguntó con muy gran soberbia quién traía las provisiones. Le dijeron que Pedro López, y él le llamó, con voluntad de matarle, y lo metió por unas quebradas ásperas. Le preguntó que por qué se había atrevido a venir por un camino tan dificultoso. Le respondió que no había podido excusarse de traer los despachos porque se lo había mandado el virrey. Almendras, teniendo en cuenta que en el tiempo pasado Pedro López le había hecho alguna buena obra, determinó, por entonces, no matarlo. Tras quitarle los papeles del seno, llamó luego a Fancisco de Ampuero, y le dijo que mucho le maravillaba que viniera con aquellas cosas, pues sabía que no le acarreaban ningún bien a Gonzalo Pizarro, y que, si no fuera por el amor que el mismo Pizarro le tenía, le mataría". Como era de esperar, el encargo que les había hecho el virrey era un asunto envenenado, pero aél no debió de importarle mucho.
     Lo que también va a quedar claro es que Almendras era un mal bicho: "Pensando Francisco de  Almendras que no convenía dejar con vida a Pedro López, para que no diese testimonio de lo pasado, y, por otra parte, pareciéndole gran crueldad mandarlo matar él mismo, acordó decirle que fuesen él y Simón de Alzate solos, y que se quedase Ampuero, de manera que, viéndolos solos los indios, los mataran. Pedro López, que bien entendió la intención de Almendras, le dijo que tenia el caballo tan fatigado, que no se atrevía a ir en él, y que le dejase reposar dos o tres días. Francisco de Ampuero, valientemente, dijo que no irían Pedro López y Alzate sin él, y que solamente se quedaría forzado, porque luego sería mal contado".
     Es muy probable que los pormenores de esta situacion se los contara personalmente Pedro López a su primo, el cronista Cieza, quien nunca menciona ese parentesco. La respuesta que dio Ampuero le molestó mucho a Francisco de Almendras, pero, de momento, no decidió nada, sino que todos se fueron a dormir porque ya era tarde: "Y, al fin, aquella noche, Pedro López, temiendo que le matasen, la pasó sin dormir sueño alguno".

      (Imagen) Nos hemos dejado atrás al clérigo BALTASAR DE LOAYSA Y PRADO, quien se prestó a cumplir una misión sumamente arriesgada. Algunos que se habían entusiasmado con el liderazgo de Gonzalo Pizarro, se arrepintieron, y, para evitar represalias del virrey, le escribieron desde el Cuzco una carta pidiéndole perdón. Se prestó Loaysa a llevarla a Lima después de que le dijeran a Gonzalo Pizarro que haría allá un buen papel como espía. Esta vez le salió bien la aventura, y la repitió más tarde, huyendo de las tropas de Gonzalo Pizarro. Lo atraparon, pero no le encontraron la carta que llevaba para conseguir el perdón de algunos que querían pasarse al bando del virrey. Dieron por hecho que se la había tragado, y el temible Francisco de Carvajal lo metió en una cueva, lo desnudó y lo puso en el potro para que hablara, pero aguantó dos horas de tormento sin revelar nada. Ya iba a matarlo, cuando Gonzalo Pizarro le ordenó que lo dejara libre y fuera desterrado. Su heroicidad salvó a muchos de los implicados en la conjura, pero fueron ejecutados tres de ellos (de quienes ya hemos hablado), por ser muy sospechosos: Gaspar Rodríguez de Camporredondo (hermano del capitán Peransúrez), Juan Arias Maldonado y Felipe Gutiérrez, todos de gran prestigio. Baltasar de Loaysa y Prado pertenecía a una notable familia madrileña (como era el caso de Gutiérrez), y llegó a las Indias el año 1535. A pesar de ser clérigo de parroquia, y de afirmar que su principal deseo era adoctrinar a los indios, su conciencia le llevó a implicarse en lo que creyó justo, el servicio al Rey. Eso hizo que participara activamente contra los desleales, como Gonzalo Pizarro, y de ahí que, cosa rara en un clérigo, presentara en 1554 un expediente de méritos y servicios a la Corona (la imagen muestra un folio de los 261 que contiene). El heroico BALTASAR DE LOAYSA sobrevivió a todo aquel horror. El año 1571 andaba por España y preparaba su viaje de vuelta al Perú.





lunes, 27 de enero de 2020

(Día 1015) El virrey reclutó quinientos hombres. Vasco de Guevara le convenció de que él no había entregado la artillería a los pizarristas. Cieza se irrita por la traición del clérigo Juan de Sosa.


     (605) Démosle al bueno de Cieza el gusto de mostrarnos su sensatez y, al mismo tiempo, sus conocimientos históricos: "Recuerda Dionisio Halicarnasio que los que tienen mayor experiencia, cuando han de hacer alguna cosa, antes de que la comiencen, miran el fin. Los tiranos de la ciudad de Jerusalén, Simón y Juan, según el historiador Josepho en De bello judaico, se hicieron más daño ellos mismos que el que los romanos pudieran hacerles. Los de Milán, por tomar como capitán a Guelpone, conde de Angleria, de capitán, se tornó tirano, y la ciudad de Milán fue destruida hasta los cimientos por Federico (Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano). No hay más libertad que la de vivir bajo el gobierno del Rey. Y, si no, pregúntenle a la ciudad de Arequipa cómo le fue en la batalla de Huarina, y a Quito en la de Iñaquito, y si les fuera mejor no haber conocido a Gonzalo Pizarro (que traía colores relucientes por fuera, y, por dentro, sucios y llenos de hollín), y que todos hubieran obedecido solamente al Rey como único señor".
     El virrey siguió con su idea de prepararse para la guerra. Hizo nombramientos de oficiales. Capitanes de caballería fueron el sevillano Don Alonso de Montemayor y Diego Álvarez de Cueto, cuñado del virrey; capitán de arcabuceros, el vizcaíno Diego de Urbina; maestre de campo, el asturiano Gonzalo Díaz de Pineda; capitantes de infantería, Pablo de Meneses, de Talavera de la Reina, y Martín de Robles, de Melgar de Fernamental, y, capitán de la guardia, Juan Velázquez Vela Núñez, hermano del virrey. Al parecer, varios vecinos de Lima, entre ellos Don Antonio de Ribera y Alonso  Palomino. le tenían al corriente a Gonzalo Pizarro de todo lo que ocurría en la ciudad. Rápidamente, el virrey consiguió que se alistaran en sus tropas más de quinientos hombres.
     Tras salir de Huamanga, como ya vimos, Vasco de Guevara, para no verse comprometido con los pizarristas que habían llegado a la ciudad, se presentó en Lima: "Entró para purgarse de lo que decían de él acusándole de haber entregado la artillería a los hombres de Gonzalo Pizarro. El virrey le miró con airado semblante, pero, oída su excusa, se le mostró sin dificultad favorable".
     Cieza, de repente, se vuelve irritado contra un clérigo al que acabo de 'retratar' en una imagen: "Francisco de Cárdenas, que estaba en Guáitara, le mandaba aviso a Gonzalo Pizarro de todo lo que sabía. El clérigo Juan de Sosa, que había ido con el obispo Loaysa, llegó a Huamanga. Según dicen, le envió cartas a Gonzalo Pizarro, en las cuales le decía que tuviese ánimo en seguir lo comenzado y que el virrey estaba mal visto, y otras osas no conformes con su profesión. Si yo tuviese que contar las bellaquerías que frailes y clérigos hicieron, sería nunca acabar, y las orejas cristianas, al oírlas, recibirían pena. También escribió el Sosa que no consintiesen que el obispo entrara en el Cuzco, porque los iba a engañar, y que él les avisaría con toda prisa de las cosas que les convenía saber". No es la primera vez que el cronista 'atiza' a los clérigos, pero tampoco se callaba cuando había que alabarlos. Lo que veremos después es que las sospechas de que el obispo estuviera de parte de Pizarro eran falsas, y asimismo, que el clérigo Juan de Sosa era un redomado traidor.

     (Imagen) Vamos con el cuarto y último oidor de la primera Audiencia de Lima: JUAN LISÓN DE TEJADA. Natural de Logroño, tenía el título de Doctor en Leyes, siendo solo licenciados los otros tres, aunque Cepeda era el presidente.  Como los otros oidores, hizo el viaje con su mujer, Catalina de Vergara, a diferencia de Vaca de Castro y del virrey Núñez Vela, muy conscientes de que iban a un infierno. Llegado a Lima, Tejada se hospedó en la casa del mercader Cristóbal de Burgos (al que ya dediqué una imagen). Ilusoriamente, se confabuló con el oidor Álvarez (otro que tal) para nombrar al oidor Cepeda Gobernador y Capitán General de Perú. No tardando mucho, tuvieron que rebajar su soberbia y cederle el puesto a Gonzalo Pizarro, a quien todos los oidores (salvo Pedro Ortiz de Zárate) apoyaron firmemente en su rebelión. Rematando la faena, Tejada se vio metido en otra locura. Gonzalo Pizarro, a base de premios y amenazas, le obligó a ir a España para que él, un letrado muy prestigioso y con influencias en la Corte, consiguiera que el Rey aprobara su rebelión contra el virrey. Tejada tuvo que aceptar, pero lleno de angustia, porque intuía que en España iba ser severamente castigado por Carlos V. Hay quien dice que tampoco Gonzalo esperaba un buen resultado, pero que su verdadera intención era acabar con el poder de la Audiencia de Lima, y hasta algún testigo declaró que también deseaba su alejamiento porque estaba enamorado de su mujer. Quizá con esos temores, Tejada, ya en viaje, le escribió a su mujer diciendo: "No he hecho otra cosa en esta vida de la que tanto me arrepienta como de no haberos traído. Nunca pensé acordarme tanto, ni que os quiero el doble". Pero a JUAN LISÓN DE TEJADA le pasó lo que menos esperaba: murió durante el trayecto, en 1545, navegando por aguas caribeñas. Y acertó con sus temores. La imagen muestra un trozo de las tremendas acusaciones que le hizo después el fiscal Villalobos al difunto por haberse aliado con "el traidor, rebelde y tirano Gonzalo Pizarro".



sábado, 25 de enero de 2020

(Día 1014) El virrey vacilaba constantemente. Suspendió la Leyes Nuevas, pero luego cambió de idea, y decidió con entusiasmo prepararse para luchar contra Gonzalo Pizarro.


     (604) A pesar de la promesa que le había hecho el virrey al obispo Loaysa de mantener la paz, no solo la incumplió, sino que se lo escribió, lo que aumentaría la intranquilidad que ya llevaba por tener que presentarse ante Gonzalo Pizarro: "El obispo recibió cartas del virrey en las que le comunicaba que podría juntar ochocientos hombres de guerra, con los cuales pensaba salir de Lima para encontrarse con Gonzalo Pizarro si todavía se atrevía a venir, a lo cual le respondió que no debía juntar gente, sino aguardar a Gonzalo Pizarro en su casa, acompañado de los oidores. Esta carta se la dio a Fancisco de Cárdenas, y se dice que este no quiso enviársela al virrey".
     El virrey estaba inmerso en un laberinto de dudas. No cumplir la leyes iba contra la suprema voluntad del Rey, y, obligar a hacerlo, "les daría motivo para justificar su traición". Le pareció ver que, en cualquier caso, era necesario prepararse militarmente para un posible enfrentamiento utilizando el dinero de la caja pública. Para explicárselo, llamó a los oidores, el licenciado Diego López de Cepeda, el doctor Juan Lisón deTejada y el licenciado Alonso Álvarez (el cuarto oidor, el licenciado Pedro Ortiz de Zárate, no había llegado aún a Lima). Ya reunidos, el virrey les mostró su parecer, y no les gustó: "Suspensos estaban los oidores oyendo al virrey, mostrando gran pesar, aunque ni tenían los tres un solo pensamiento, ni deseaban que se hiciera lo que sus oficios requerían. Según dicen, su pesar se debía a que, de haber batalla, la (autoridad de la) Audiencia quedaría deshecha si Pizarro venciese, y, si fuese vencido, el honor se atribuiría al virrey".
      El licenciado Cepeda fue el primero que tomó la palabra, y, argumentando sobre los peligros de precipitar un enfrentamiento, fue partidario  de prolongar la agonía de la espera, descartando incluso la idea del gasto en una preparación defensiva: "Dijo que, puesto que el obispo Loaysa había ido a tratar la paz, se debía aguardar a ver la respuesta y lo que contestaban sobre las provisiones que llevó Pedro López, de manera que el virrey debía ordenar que se revocasen las ordenanzas. Los otros oidores estuvieron de acuerdo".
     Al virrey  no le gustó nada lo que aconsejaban: "Les dijo que, antes de haberse fundado la Audiencia, no había tenido necesidad de aconsejarse con ellos. Luego determinó sacar los dineros que estaban en la nave, para con ellos hacer gente, con la cual poder resistir a Pizarro contra la traición que comenzaba".
     Pero el virrey dio un giro inesperado: "Se  nostró valeroso, teniendo en poco a Pizarrro y a su gente, y animaba a todos los que estaban en la Ciudad de los Reyes. Luego mandó revocar las leyes hasta que su Majestad otra cosa mandase. Algunos dicen que no lo hacía con voluntad firme, sino para que los bullicios tuviesen fin. Lo cierto es que se pregonó la revocación y por todo el reino se divulgó. Si solo querían verlas suspendidas, bien las vieron. Y no fueron dignos de tal beneficio, pues luego, por sus locos movimientos, muchos perdieron las vidas por el que ellos eligieron como defensor. Pues, ciertamente, tanto derramamiento de sangre ha costado, y tantas haciendas se han perdido, que no es poco dolor pensar en ello. Los pensamientos de los hombres que buscan solo el principio, sin mirar el final, acaban en lo que estos acabaron".

      (Imagen) He dedicado una imagen a cada uno de los oidores de Lima Cepeda y Pedro Ortiz de Zátare, quien fue el único, de los cuatro que hubo, digno de alabanza por su honradez. Dejaré para la próxima imagen a Juan Lisón de Tejada, y veremos ahora el retorcido carácter del licenciado ALONSO ÁLVAREZ.  Los cuatro van a tomar la insensata decisión de destituir al virrey y apresarlo. Ortiz de Zárate, como vimos, dejó constancia de que lo hizo para salvar su vida. El virrey pudo escapar de su prisión, y enseguida sabremos por qué. Nacido en Valladolid y prestigioso letrado, el paso de Álvarez por Perú resultó muy conflictivo, especialmente por exceso de altanería y de doblez. Llegado a Lima, le pareció insultante que el alcalde, Juan Alonso Palomimo, no se descubriera al pasar con su caballo por delante de él, y reaccionó de forma prepotente rompiéndole la vara de alcalde. Maltrataba a los indios. Mandó dar doscientos azotes a un soldado que había dicho dos verdades: descendía de conversos y tenía una amante. Su iniciativa fue decisiva para que todos los oidores acordaran destituir al virrey  y apresarlo. Pero su oportunismo hizo que luego tratara de ganarse al virrey, y, liberándolo, consiguió su perdón. Lo que no sabía era que su vida iba quedar marcada con el mismo sello que la del virrey. Luchó a su lado, y, en la decisiva batalla de Iñaquito, el virrey murió y ALONSO ÁLVAREZ recibió tres hachazos en la cabeza, de los que, milagrosamente, se recuperó. Pero, ¡ay de los vencidos!: eran muchos los rencores que había sembrado, y muy pronto, estando en casa de su colega, el oidor Cepeda, murió envenenado. Su hijo, Nicolás Álvarez, reclamó 30 años después (en 1576) los salarios que la Audiencia le debía a su padre hasta el día de su fallecimiento. En el escrito de petición (el de la imagen) menciona que murió en la batalla de Quito (Iñaquito), pero elude los verdaderos detalles de su muerte.








viernes, 24 de enero de 2020

(Día 1013) Hubo muchos en el Cuzco que se arrepintieron de haber obedecido a Gonzalo Pizarro, y planearon pedirle perdón al virrey. En Huamanga, los vecinos aceptaron a disgusto lo que les exigía el virrey, cuyos emisarios siguieron de camino hacia el Cuzco.


     (603) Después del primer entusiasmo con el liderazgo de Gonzalo Pizarro, numerosos vecinos del Cuzco se enfriaron: " Les pesaba que se hiciese cargo de aquella empresa y fuese con mano armada contra el virrey, y decían: '¿Quién fue el que nos engañó para que nos opusiéramos contra el Rey? ¿Qué alegación podemos hacer con arcabuces? Detrás de esto, vemos a Pizarro inclinado a querer mandar'. Otros querían acudir cuerdamente al Rey antes de que la cosa pasara adelante. De manera que, con un clérigo llamado Baltasar de Loaysa, acordaron Diego Centeno, Gaspar Rodríguez de Camporredondo,  el maese de campo Alonso de Toro, Diego de Maldonado el Rico, Pedro de los Ríos y algunos otros escribir al virrey para que les perdonase lo que habían inventado, sin darles ninguna pena por ello. Para que Loaysa pudiese ir sin que le impidiesen hacerlo, le dijeron a Gonzalo Pizarro que sería bueno que el clérigo fuese a la Ciudad de los Reyes como espía y supiese lo que allí pasaba, volviendo a avisar con toda presteza. Gonzalo Pizarro estuvo de acuerdo y le dio licencia al padre Loaysa para hacerlo". Todo esto confirma las tormentosas dudas que obligaban a dar bandazos, por puro miedo, a muchos de los protagonistas principales. Algunos de los que ahora quieren ser perdonados por el virrey, como Rodríguez  de Camporredondo y Alonso de Toro, habían sido entusiastas promotores de la rebelión de Gonzalo Pizarro. El más cabal fue Diego Centeno, manteniéndose después siempre fiel a la Corona y convertido en enemigo mortal de Alonso de Toro, quien, dando otro volantazo, terminará siendo uno de los principales capitanes de Gonzalo Pizarro.
     Los dos grupitos de mensajeros que había enviado el virrey al Cuzco se encontraron por el camino, pero el de Pedro López  prefirió adelantarse yendo más deprisa. De uno de los que le acompañaban, Francisco de Ampuero, comenta Cieza que era muy querido por Gonzalo Pizarro porque había sido criado de su hermano Francisco. (Este detalle basta para confirmar que la separación entre Pizarro e Inés Huaylas Yupanqui, así como el matrimonio de esta con Ampuero, fueron bien aceptados por los Pizarro). En su viaje hacia el Cuzco, pararon en Huamanga: "Allí, al conocer los vecinos a lo que venían, y sabiendo la pujanza que tenía Gonzalo Pizarro, les pesó, y les gustaría no verlos en la ciudad. Se reunió el Cabildo, tuvieron sus pláticas, y acordaron hacer lo que su Majestad les mandaba, y reconocer a Blasco Núñez Vela como virrey. Habiéndoles notificado Pedro López la provisión por la que el virrey mandaba que acudiesen con sus armas y caballos a la Ciudad de los Reyes, les pidieron que señalasen vecinos que les acompañasen para llevar las reales provisiones al Cuzco. Estaban tan temerosos, que no se atrevieron a nombrarlos, y le rogaron al secretario Pedro López que señalase los que él quisiese. Se nombró a Juan de Berrio, Antonio de Aurelio y a otros, con los cuales partieron de la ciudad de Huamanga".

     (Imagen) JUAN DE BERRIO VILLAVICENCIO nació en la zona de Las Alpujarras (Granada). Sería probablemente muy joven cuando, al parecer, llegó el año 1529 a las Indias con el gobernador García de Lerma. Luego aparece en 1536 junto a Pizarro en Lima, cosa indudable porque lo demuestra el documento de la imagen. Los indios rebeldes de Manco Inca se habían rebelado, y Pizarro le confió una misión a Berrio. El autor del escrito, Pedro Vázquez, era juez en Nombre de Dios (Panamá), y le comunica al Rey lo siguiente (resumo): "A esta ciudad (Nombre de Dios) ha venido un caballero llamado Juan de Berrio, desde la Ciudad de los Reyes, enviado por el Gobernador Pizarro para poder hacer gente de guerra y llevársela, pues los indios habían cercado el Cuzco". Otras muestras de que Pizarro lo estimaba son que figura como testigo en su testamento, y que le encargó la fundación de la villa de Huamanga (actualmente, Ayacucho), lo que llevó a cabo inicialmente en 1536. El establecimiento definitivo (con el nombre de San Juan de la Frontera de Huamanga) fue obra del mismo Pizarro en 1539, pero, en el documento de aprobación, el Rey no  olvidó cuál fue el nombre que le había puesto Berrio:  "Y la villa que se empezó a fundar se llamaba Villaviciosa de Huamanga". No está clara su trayectoria en las guerras civiles, aunque es posible que se librara de parte de ellas, ya que anduvo de expedición por Chile. Pero sí le vemos en una situación muy comprometida. Residente habitual en Huamanga, había aceptado, como la mayoría de los vecinos, a Diego de Almagro el Mozo como Gobernador, y ahora tiene que ir con Pedro López al Cuzco para presentar ante un resentido Gonzalo Pizarro las duras órdenes del virrey Núñez Vela. En cuanto a su origen familiar, es casi seguro (por su apellido) que estaba en el País Vasco. Además, los dos de su primera mujer también lo eran: Orozco y Hormaza. Está documentado que JUAN DE BERRIO aún vivía el año 1576.



jueves, 23 de enero de 2020

(Día 1012) El virrey le encargó a Pedro López la peligrosa misión de ir al Cuzco para comunicarle a Gonzalo Pizarro que tenía que obedecer las leyes dictadas por el Rey. Llegaron los oidores a Lima y se fundó la Audiencia.


     (602) El virrey Blasco Núñez Vela, sabiendo que las negociaciones del obispo Loaysa con Gonzalo Pizarro no tendrían muchas probabilidades de éxito, estaba sumamente nervioso: "Después de haber escuchado el parecer de Francisco Velázquez Vela Núñez, su hermano, de Diego Álvarez de Cueto, su cuñado, y de otros caballeros principales, determinó hacer un llamamiento general, despachando provisiones para todas las ciudades y villas, por la cuales mandaba que acudiesen a la Ciudad de los Reyes todos los vecinos, para servir a Su Majestad con sus armas y caballos, sin atreverse ninguno a favorecer a Gonzalo Pizarro, so pena de traidores y de perder todos sus bienes".
     También le encargó una misión sumamente peligrosa al secretario Pedro López. Como de costumbre, Cieza no indica que era pariente suyo, aunque suele alabar sus néritos: "Le mandó que fuese al Cuzco con las provisiones reales, a requerir a Gonzalo Pizarro que, él y todos los que estaban en aquella ciudad, las obedeciesen pecho en tierra, como vasallos leales. Pedro López, no obstante el peligro grande que le suponía, respondió que lo haría, a condición de que no declarase la guerra hasta que él volviese, para que no le matasen. El virrey se lo prometió, mas, si Pedro no tenía las orejas sordas, antes de que saliese del ámbito de la ciudad, pudo oír el son de los tambores y los pífanos. Para que pudiese ir más seguro, mandó el virrey que fuese con él Francisco de Ampuero, criado que había sido de Don Francisco Pizarro. Iría también con ellos, llevando los despachos y provisiones, el notario público Simón de Alzate".
     No se sabe qué asuntos retenían a los oidores sin acabar de llegar a Lima para la urgente fundación de la Audiencia que había de administrar la justicia de todo el territorio peruano. Pero, por fin, van a aparecer. Cieza apunta detalles de la poca simpatía que le tenían al virrey, que más tarde se convertirá en un desastroso enfrentamiento: "Los oidores partieron con sus mujeres en unas naves desde Panamá. Llegados al puerto de Tumbes, fueron caminando hacia la Ciudad de los Reyes, y eran grandes las quejas que les daban sobre el virrey, diciendo que, por sus mandamientos, habían muerto más de cuarenta españoles de hambre por los caminos, pues los indios no querían proveerles de cosa alguna. Respondían los oidores que el virrey era un temerario, y que, llegados a Lima, se fundaría la Audiencia, y se pondrían de acuerdo para que no hiciese tan grandes desatinos como había hecho. Cuando llegaron a la Ciudad de los Reyes, la hallaron puesta en armas, porque el virrey empezaba ya a pregonar la guerra contra Gonzalo Pizarro".
     Los oidores fueron bien recibidos en la ciudad, y el virrey, cuando fueron a visitarle, les puso al corriente de todos los  preparativos que estaba llevando a cabo Gonzalo Pizarro. Acto  seguido se formalizó lo más importante: "Fue metido el sello real debajo de un palio, llevando los regidores sus varas, y se fundó la Audiencia".

     (Imagen) Cieza nos dice que, con Pedro López, el secretario de virrey, salieron para el Cuzco (con el fin de 'suavizar' a Gonzalo Pizarro) varios acompañantes, y que uno era FRANCISCO DE AMPUERO. Poco amigo de chismes, añade solamente que había sido criado de Francisco Pizarro. Ya vimos anteriormente que Doña Angelina, la princesa inca amante de Pizarro se casó con Juan de Betanzos, experto en el idioma quechua. Pues bien: algo muy parecido había ocurrido antes. Francisco de Ampuero se casó el año 1538 con Doña Inés Huaylas Yupanqui, la primera amante de Pizarro. Así como el segundo matrimonio se debió a la muerte de Pizarro, en este caso la pareja se separó voluntariamente. No se sabe si fue una ruptura pacífica, pero hay dos cosas que lo hacen suponer. Pizarro concedió a la pareja una magnífica encomienda, y, por otro lado, Doña Inés convenció a su padre para que, con sus indios, rompiera el cerco al que tenía sometido Manco Inca a Pizarro con los suyos. Aunque Doña Inés era, a un tiempo, encantadora y temperamental, el matrimonio se mantuvo hasta que la muerte los separó. FRANCISCO DE AMPUERO había nacido en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) hacia el año 1515. Llegó a Perú en 1534 junto a Hernando Pizarro, y pasó por el trago de ver, ya casado, cómo mataban a Francisco Pizarro. En las guerras civiles tuvo algún cambio de lealtades, pero no recibió ningún castigo. Es más: en 1551, el Rey le confió al matrimonio el encargo de llevar a España, para su seguridad, a dos hijos de Pizarro (aún menores de edad), Francisca (hija de Inés) y Francisco (hijo de Angelina). La imagen nos muestra que esto dio origen en 1553 a un pleito, en el que Francisco de Ampuero rechazaba una reclamación de Hernando Pizarro (entonces preso en el castillo de La Mota) sobre los bienes de Francisca y Francisco que habían llevado en el viaje, alegando que ya le había entregado el importe del dinero que faltaba. FRANCISCO DE AMPUERO murió en Lima el año 1578.



miércoles, 22 de enero de 2020

(Día 1011) El virrey apresó a Vaca de Castro. Cometió el error de hacer lo mismo con Lorenzo de Aldana, pero lo soltó pronto. El obispo Loaysa, con permiso del virrey, partió hacia el Cuzco para negociar con Gonzalo Pizarro.


     (601) El  virrey estaba perdiendo los nervios por las noticias que llegaban  de Gonzalo Pizarro y por el malestar de los  vecinos de Lima: "Ante el gran tumulto que había, salió a la plaza diciendo que, a cualquiera que dijere que Gonzalo Pizarro se quería alzar, le fuesen dados cien azotes públicamente. En aquellos días, Vaca de Castro siempre iba a visitar al virrey, quien, como ya estaba tan a malas con sus cosas, mandó prenderle. Estuvo preso ocho días, mostrando sentimiento muy grave por haberle así apresado, y tratado tan ásperamente, por lo que le pesó no haber ido a dar cuenta al Rey de las cosas por él hechas en Perú. El obispo Don Jerónimo de Loaysa, pesándole que el virrey hubiese apresado a Vaca de Castro, le suplicó con toda humildad que lo soltase, y él lo hizo por su ruego, pero mandó pregonar que, cualquiera que se considerara agraviado por Vaca de Castro, le pusiese demandas, para que, si se viere que obró sin justicia, fuera castigado. Y, a los pocos días, se volvió a prender a Vaca de Castro, y lo llevaron a un navío".
     Pero el carácter desconfiado del virrey le llevó a otra precipitación: "Lorenzo de Aldana había venido a la provincia de Jauja a ver al virrey, quien, como supo que había sacado copia de una carta que él había escrito, se enojó grandemente. Por esto y porque la autoridad de Aldana era mucha y siempre se había mostrado amigo de los Pizarro, le mandó prender, enviándolo a otra nave. Mas, después de ocho días, mandó que le soltaran, dando excusas de haber ordenado mandarlo al navío. En este tiempo decidió el virrey que hubiese una armada en el mar, nombrando general de ella a Diego Álvarez de Cueto, su cuñado, y, como capitán, a Jerónimo Zurbano".
     Toda la ciudad de Lima era consciente de la gravedad de la situación, y dio un paso al frente, con la mejor voluntad, alguien de gran prestigio en el lugar: "El obispo Don Jerónimo e Loaysa, deseando que no se levantase alguna guerra, quiso ir personalmente a tratar de ello con Gonzalo Pizarro, para que se saliese de su loca y necia pretensión. El virrey mostró mucho contento al saberlo, y, para que tratara con Pizarro algún honesto concierto, le dio al obspo palabra de que pasaría por lo que él ordenase e hiciese". Comenta Cieza que se lo dijo de palabra, pero sin darle un escrito de poderes, y que luego hablará de algunas cosas muy delicadas que ocurrieron, "que yo las supe de personas que estaban con Pizarro, de los que fueron con el obispo, y aun él mismo me afirmó que pasaron como yo las cuento". Hace referencia también a una retorcida interpretación de las intenciones de Loaysa: "Algunos dijeron que iba principalmente por el bien de Pizarro y por su propio provecho, mas no quiero detenerme en dichos vulgares, pues sabemos que nunca dan en el blanco de la verdad, aunque parezcan no alejarse mucho de ella".
     Partió, pues el reverendo con varios acompañantes: Fray Isidro de San Vicente, Juan de Sandoval, Luis de Céspedes y Pedro Ordóñez de Peñalosa, más los clérigos Alonso Márquez y Juan de Sosa.

     (Imagen) Hay que dar por hecho que la vida de los frailes era más ejemplar que la de los sacerdotes de parroquia. Entre otras cosas, porque estos no tenían voto de pobreza. Un caso típico es el de Bartolomé de las Casas. Fue el primer presbítero ordenado en las Indias, probablemente interesado en la evangelización, pero, sobre todo, en la mina de oro que explotaba. Tuvo una profunda crisis de conciencia, ingresó en la orden de los dominicos, y se convirtió en el mayor defensor de los indios, con vida tan entregada, que su proceso de canonización está en marcha. Nos cuenta Cieza que el obispo Loaysa se dirige al Cuzco para hacer entrar en razón a Gonzalo Pizarro. Le acompañaban dos sacerdotes seculares: ALONSO MÁRQUEZ y JUAN DE SOSA. Buscando en el archivo PARES, los veo en acción. De Márquez aparece que reclamó judicialmente el año 1551 la devolución de 6.000 pesos (unos 24 kilos) de oro que le habían robado. JUAN DE SOSA también tuvo pleitos por cuestiones económicas, pero encuentro un episodio suyo muy significativo. Había algo en lo que los clérigos tenían una gran ventaja. Habitualmente, por ser personas consagradas, las autoridades les respetaban la vida, por muy grave que fueran sus delitos. El documento de la imagen nos hace saber varias cosas: Aunque Juan de Sosa aparentó colaborar con el obispo Loaysa, resultó ser un aliado de Gonzalo Pizarro en su rebeldía, pero, así como a cualquier otro le habría costado la cabeza, Pedro de la Gasca lo entregó a las autoridades eclesiásticas para que le juzgaran y le castigaran; le juzgó el entonces obispo del Cuzco, Fray Juan Solano, el año 1548, tras la ejecución de Gonzalo Pizarro; y el presbítero JUAN DE SOSA fue condenado a dos años de privación de celebrar misa, destierro perpetuo del Perú y penitencia pública durante el tiempo que duraba una misa. Salvo lo del destierro, todo lo demás fueron paños calientes.



martes, 21 de enero de 2020

(Día 1010) El virrey era sumamente desconfiado. Y luego faltó a su palabra de suspender la Leyes Nuevas, provocando la desesperación entre la gente de Lima.


     (600) La situación se iba deteriorando: "Empezaba a haber mudanzas en la Ciudad de los Reyes. El demonio andaba suelto, poniendo malos pensamientos en muchos que los tenían buenos. El virrey se daba con la mano en la frente diciendo: '¿Es posible que el gran Carlos, nuestro señor, sea temido en toda Europa y que el Turco, señor de lo más de Oriente, no ose mostrársele enemigo, mientras que aquí un bastardo (Gonzalo lo era) intente forzar su voluntad real para que no se cumpla su mandamiento?'. Estaba este leal varón acongojado porque no veía manera de que la voluntad del Rey se cumpliese. Tenía gran odio a Vaca de Castro porque Gaspar Rodríguez, Hernando Bachicao y otros habían salido para ir a la ciudad del Cuzco, y creía que había sido por consejo suyo. Incluso pensó en que, cuando llegaran los oidores de la Audiencia, se le procesara para castigarle conforme a justicia".
     Ya dijo antes Cieza que el virrey tenía tendencia a dar por ciertas cosas que solo eran motivo para sospechar. En su día veremos que, por una reacción de este tipo, matará al factor Illán Suárez de Carvajal. Ahora va a echar pestes de los vecinos de Huamanga: "Le llegó la noticia de que se llevaron los almagristas la artillería de Huamanga, diciéndose que se la había entregado Vasco de Guevara a Francisco de Almendras. Ninguna noticia de las pasadas le dio tanta congoja al virrey como esta, y de su pecho lanzaba palabras muy airadas contra Vasco de Guevara, diciendo que había de hacer sobre aquella fea hazaña gran castigo. Tenía también gran sospecha de los vecinos, y, enterados ellos, temían grandemente que les hiciera algún daño".
     El virrey se va a precipitar en otra cuestión clave. "Le había dicho a los vecinos de la Ciudad de los Reyes que no ejecutaría la Leyes Nuevas hasta que se fundase la Audiencia, pero, como en España la ley se ejecuta sin excusa alguna, y él no conociese cuán doblada  era la gente que en Perú vivía, ni la gran libertad que habían tenido en el pasado, hizo una cosa muy acelerada. Olvidando lo que había prometido, y no mirando que los ánimos de la mayoría estaban dañados ni que le habían cobrado un odio grandísimo, mandó llamar, imprevistamente, a Juan Enríquez, pregonero, para que se pregonaran de inmediato la Leyes Nuevas. También es cosa decente que no se oscurezca su intención, pues yo bien creo que él sabía que el tumulto iba a ser grande, y pudo ser que quisiera ejecutar las leyes para que no se dijese que, por temor, dejó de cumplir el mandato real".
     Se pregonaron las leyes, y el clamor en la Ciudad de los Reyes fue unánime. "Muy turbados unos y otros, decían: '¿Por qué Su Majestad, siendo príncipe tan cristianísimo, nos quiere destruir, habiendo ganado nosotros el Perú a costa de nuestra hacienda y con muerte de tantos compañeros?  Nuestros hijos y mujeres, ¿qué será de ellos?'. Les parecía no tener ya indios ni ninguna otra hacienda. Como estaban airados, escribían cartas a Gonzalo Pizarro avisándole de lo que pasaba y de que las leyes se habían pregonado".

     (Imagen) Nos cuenta Cieza que el virrey, sin respetar su promesa, mandó pregonar la obligación de cumplir la Leyes Nuevas, resultando un mazazo para los vecinos de Lima. Le encargó la misión al pregonero JUAN ENRÍQUEZ. Y el personaje nos va a servir para hacernos una idea sobre los que tenían oficios siniestros. Y es que Enríquez, además de ejercer como inocuo pregonero, trabajaba también como inicuo verdugo, sobre todo en su caso, porque le deleitaba la labor. Para mayor contraste, le vemos ahora sirviendo al virrey en el bando leal a la Corona, siendo así que, cuando, años después, se rebeló FRANCISCO HERNÁNDEZ GIRÓN, se puso bajo sus órdenes porque mataba sin parar. Lo cuenta así el cronista INCA GARCILASO, quien, siendo adolescente, vio una de las ejecuciones de Juan Enríquez. Primeramente, dice que, a los pocos días de empezar su rebelión, Hernández Girón quiso castigar a otros dos rebeldes, Don Sebastián de Castilla y el Contador Juan de Cáceres, y le encargó al licenciado Diego de Alvarado que, acusados de robo, los juzgase. Sin ninguna culpa, según Garcilaso, los condenó a muerte. Y aparece en escena 'el siniestro': "Mandó Girón darles garrote, y se los entregó al pregonero y verdugo Juan Enríquez, quien fue el que degolló a Gonzalo Pizarro, y ahorcó e hizo cuartos a sus capitanes y a su maestre de campo (Carvajal). Cuando se rebeló Francisco Hernández Girón, había salido al otro día Enríquez presumiendo de su buen oficio, cargado de cordeles y garrotes para ahogar y dar tormento. También sacó un alfanje, para cortar cabezas, pero él lo pagó después (casi seguro que murió cuando ejecutaron a Hernández Girón). Luego ahogó rápidamente a aquellos dos pobres caballeros, y, por gozar de su despojo (quedándose con sus ropas), los desnudó. Los pusieron más tarde al pie del rollo de la plaza (del Cuzco), donde yo los vi". INCA GARCILASO DE LA VEGA tenía entonces catorce años.



lunes, 20 de enero de 2020

(Día 1009) Le convencieron a Gonzalo Pizarro para que se quedara en el Cuzco, y, acto seguido, hizo los nombramientos de los jefes militares de su tropa. Luego le ordenó a Francisco de almendras que fuera a Huamanga para apropiarse de la artillería.


     (599) Gonzalo Pizarro hizo con prisa ciertos nombramientos en el Cuzco. Con el primero salió chasqueado, porque eligió sorprendentemente a alguien que ya había dejado claro que no quería comprometerse: "Pensó en darle el cargo de Alférez General a Diego de Maldonado el Rico, el cual, con razones exquisitas, se apartó de recibirlo, explicándole que sería cosa más acertada dejarlo en la ciudad. Los mismos del cabildo le pidieron a Pizarro que se quedase  como alcalde y capitán de la ciudad, y, tras aceptarlo, nombró Maese de Campo a Alonso de Toro, natural de Trujillo, Alférez General a Antonio de Altamirano, natural de Hontiveros, Capitanes de Infantería, a Diego Gumiel, natural de Villadiego, y a Juan Vélez de Guevara, natural de Málaga, Capitán de Arcabuceros a Cermeño, natural de San Lúcar de Barrameda, Capitán de Artillería a Hernando Bachicao y Capitán de Caballería a Pedro de Portocarrero". Pasado algún tiempo, Alonso de Toro será desplazado, con gran disgusto suyo, del puesto de Maese de Campo por el temible Francisco de Carvajal, figura clave de la rebelión, quien, al parecer, quedó en un segundo plano cuando se hicieron estos nombramientos, a pesar de que ya había sido maese de campo con Vaca de Castro.
     No pierde ocasión Cieza de criticar a Gonzalo Pizarro, aunque nunca le negó sus méritos: "A los pocos días de los nombramientos hechos por el nocivo Gonzalo Pizarro, salían a la plaza las nefandas banderas, y las ondeaban los alféreces que querían seguir aquella guerra tan malvada y tan atroz. ¡Qué alegre se mostraba el tirano Gonzalo Pizarro viendo que tenía pujanza para oponerse al virrey, pareciéndole fácil hacerse con el gobierno del reino!".
     Gonzalo Pizarro no se olvidó de que, cuando Vaca de Castro venció en la batalla de Chupas, se quedó allí retenida, en la ciudad de San Juan de la Victoria de Huamanga, la artillería del derrotado Diego de Almagro el Mozo, y le encargó al capitán Francisco de Almendras que fuera a traerla. Su llegada al lugar  iba a ser un problema para las autoridades: "Estaba allí como alcalde Vasco Suárez, y, sabiendo que iba Francisco de Almendras, se juntó con los regidores, y hablaron sobre la orden que tenían de que la artillería no se sacara de allí.  Vasco de Suárez dijo que se iba a oponer contra Almendras y los suyos; Juan de Berrio, regidor, estuvo de acuerdo, y aseguró que ayudaría con su persona, armas y caballos a que el alcalde  lograra su leal intención. Diego Gavilán dijo lo mismo; el capitán Vasco de Guevara (fundador de la ciudad) fingió estar indispuesto, y que, por ello, no pudo dejar de estar en su lecho. Francisco de Almendras, con grandes voces, decía que a qué esperaban para entregarle la artillería, y los de Huamanga le respondían equívocamente, sin querer darle razón de dónde estaba".
     La artillería la tenía guardada Vasco de Guevara: "Al saber  Almendras que se había marchado, estuvo a lunto de destruir el pueblo. Fue con gran ira a su casa, y, atormentando a algunos indios, supo dónde estaba la artillería. Hecho esto, la cargó a hombros de los indios, y fue llevada a la ciudad del Cuzco".

     (Imagen) DIEGO DE GUMIEL fue una víctima más de las kafkianas guerras civiles de Perú, en las que casi nadie estaba libre de sospecha, y se castigaba sin las debidas comprobaciones, por aquello del 'piensa mal y te quedarás corto'. Cieza nos indica que era natural de la burgalesa Villadiego. Cuando llegó a Perú, en 1528, estuvo al servicio de Pizarro, como criado suyo, lo que indicaría que era de familia importante y, además, joven, aunque hizo el viaje con su esposa, Catalina de Santa Cruz, dejando en España a una hija recién nacida, María de Gumiel, al cuidado de sus abuelos. Ahora le vemos como capitán, recién nombrado por Gonzalo Pizarro. Aunque las apariencias engañan, porque Diego le había escrito una carta al Rey, explicándole que, de no haber aceptado el cargo, le habrían matado. Cierto o no, eso manchó su nombre, y le trajo muchos problemas a su familia. Es cierto que luchó contra el virrey Blasco Núñez Vela, pero, en algún momento determinado, no pudo seguir soportando su impostura y comenzó a criticar abiertamente a los oidores por haberle dado a Gonzalo Pizarro el cargo de Gobernador y apresado al virrey. Fue una desesperación suicida, porque Gonzalo Pizarro lo apresó, y acabó con su vida de manera denigrante. Por si fuera poco, terminadas las guerras civiles, Diego de Gumiel fue incluido en el grupo de traidores a la Corona, juzgado y condenado a la pérdida de su honra y de todos sus bienes, parte de los cuales ya se los había requisado Gonzalo Pizarro. Pero entonces actuaron judicialmente dos bravas mujeres. No su viuda, porque se había vuelto a casar, sino su madre, Constanza de Ubierna, y su hija, María de Gumiel. En la imagen vemos un documento procesal en el que se hace referencia, sucesivamente, a la viuda, la madre y la hija, y se menciona a Diego de Gumiel. ¿Resultado?: Se recuperó el buen nombre de DIEGO DE GUMIEL, y hubo que devolverles a las dos infatigables mujeres todos los bienes confiscados.



sábado, 18 de enero de 2020

(Día 1008) Cuando llegaron las Leyes Nuevas al territorio de Belalcázar, tuvo que calmar a la gente. Decidió suspenderlas, pero hizo una trampa legal para conservar sus propias encomiendas de indios.


     (598) Los llantos y las lamentaciones van a ir 'por barrios': "El Adelantado Belalcázar fue a la ciudad de Popayán (territorio colombiano), donde estuvo algunos días. Por entonces llegó a la ciudad de Cali (cerca de Popayán) la noticia de las ordenanzas reales y de la ida al Perú de Blasco Núñez Vela. Tuvieron, al saberlo, algún alboroto los vecinos, pero siempre creyeron que los de Perú habían de tirar coces para no obedecer las ordenanzas, pues el agravio era grande. Pronto se supo que había sido recibido ya como virrey en la Ciudad de los Reyes, lo cual desagradó a muchos, pareciéndoles que habían enido poco ánimo los de Perú. Entró también en el puerto de Buenaventura un navío que traía la copia de las Leyes Nuevas e una carta del muy alto príncipe, señor nuestro, Don Felipe, en la cual le decía al Adelantado Belalcázar que ejecutase las nuevas leyes que para la gobernación de las Indias se habían hecho. Venida esta cédula real, todos los vecinos se alborotaron, diciendo que no se había de consentir que se les hiciese agravio tran grande".
     La reacción de Belalcázar va a ser sensata, pero, al mismo tiempo, mezquina, puesto que jugará con ventaja personal: "Hablándoles cuerdamente a los vecinos, les dijo que no se alterasen, porque Su Majestad volvería a recompensarles con mercedes, y mandó que se juntaran  procuradores de todas las ciudades y villas de la provincia para ver lo que se podía hacer con las ordenanzas. Llegados a la ciudad de Popayán, el Adelantado Belalcázar quiso ejecutar las Leyes Nuevas, pero habiendo puesto primero gran suma de indios a nombre de sus hijos, para que, a la hora de cumplir, no se los pudiesen quitar a él". Se entiende que les cedió a sus hijos indios que él ya tenía, pues sabía que, como gobernador de la zona, las leyes le prohibían seguir con ellos.
     El siguiente paso que dio fue lavarse las manos como Pilatos: "Al ver los procuradores que Belalcázar quería ejecutar las leyes, le pidieron en nombre de toda la provincia que otorgase la apelación de las leyes, y así fue hecho. Se dejaron, pues, de ejecutar, y nombraron a un Francisco de Rodas para que fuese como procurador a España, donde ya Su Majestad había nombrado Comisario General y Juez de Residencia al licenciado Miguel Díaz de Armendáriz. De esta manera, se sosegó aquella provincia e no hubo en ella ningún alboroto".
     Nuevamente Jiménez de Espada, el autor de esta edición, critica al cronista Herrrera por decir, suprimiendo el párrafo de Cieza,  que Armendáriz le envió las leyes desde Cartagena de Indias y que Belalcázar las hizo cumplir, dejando, además, de lado el fraude que cometió al ceder los indios a sus hijos. Recordemos, de paso, que la llegada posterior de Armendáriz, le sirvió de oportunidad a Belalcázar  para matar al gran capitán Jorge Robledo basándose en triquiñuelas jurídicas.
     Mientras tanto, en el Cuzco el previsor Gonzalo Pizarro se daba mucha prisa en preparar gente y armas: "Le venían cartas, la mayoría cifradas, para que con brevedad bajase a la Ciudad de los Reyes, y diciendo no poco mal del virrey. Como ya tenía el mando que deseaba, decidió nombrar capitanes y oficiales de guerra".

     (Imagen) Nos habla Cieza de que, en Popayán, con la conformidad de Belalcázar, se nombró a 'un' FRANCISCO DE RODAS para pedirle al Rey en España que se suspendieran las Leyes Nuevas. A pesar de la imprecisión de Cieza y de que apenas hay rastro histórico de Francisco, fue el principal capitán de Belalcázar. Encuentro también un dato importante sobre su viaje a España, que se lo explica el mismo Belalcázar al Rey: "Con Francisco de Rodas le envié una carta a Vuestra Majestad de las sediciones que en esta tierra han sucedido, pero fue tan corta la ventura nuestra, que el mensajero y los despachos se perdieron en un río grande que pasa por esta provincia (el Magdalena)". Francisco había llegado a Perú en 1537, y (otro dato curioso) era hijo de un clérigo del mismo nombre, quien, según un cronista, "fue un religioso de gran autoridad en la iglesia de Trujillo (Perú)". Eso es todo. Pero nos queda hablar de un primo de Francisco, GASPAR DE RODAS, de fulgurante carrera y carácter arrollador. Nació el año 1518 en Trujillo (Cáceres). Llegó a las Indias en 1539, y toda su trayectoria militar la vivió principalmente en territorios de la actual Colombia. En 1541 andaba por Popayán bajo el mando de Belalcázar, coincidiendo con su primo Francisco de Rodas. Estando en Antioquia (sin tilde), consiguió en 1558 el puesto de primer gobernador de la zona (como indica el busto de la imagen). Tuvo largas épocas de trepidante acción. Fundó varias poblaciones, y resultó un magnífico administrador, en un tiempo en el que las minas de oro de Antioquia eran las más importantes de las Indias. En 1562, fue desterrado por haber matado en un duelo de honor a Francisco Moreno de León. Vuelto a su cargo, lo siguió desempeñando casi hasta su muerte, ocurrida el año 1607. Algún historiador ha considerado a GASPAR DE RODAS como "la más importante autoridad del territorio de Antioquia durante todo el período colonial".



viernes, 17 de enero de 2020

(Día 1007) Lorenzo de Aldana, bien recibido por el virrey, le aconsejó que aplicara con tacto las Leyes Nuevas. El virrey se enteró de que Gonzalo Pizarro se preparaba para la guerra.


     (597) El valioso y prudente capitán Lorenzo de Aldana parecía estar al margen de estos acontecimientos, pero lo saca a escena de nuevo Cieza: "Estaba en la provincia de Jauja, donde tenía indios en encomienda, y, a los vecinos del Cuzco que venían de la Ciudad de los Reyes, les oyó las cosas que iban diciendo. Deseando que no hubiese alborotos ni ninguna guerra, y que el virrey actuase cuerdamente, pues el negocio que tenía entre manos era muy dificultoso, le escribió diciéndole que le daba la bienvenida. Le aconsejaba también que, para que el alboroto no pasase adelante, debería hacer con gran prudencia lo que Su Majestad le mandaba, pues él, como muy antiguo en Perú, conocía por experiencia la rebeldía de los que allí vivían, y el mucho deseo que tenían de que hubiese guerra. También le contó que, según se decía, Gonzalo Pizarro estaba en el Cuzco con la intención de que lo nombrasen procurador. Pocos días después de escribirle esta carta, partió de Jauja para ir a verle en la Ciudad de los Reyes. El virrey mostró alegrarse de su llegada.
     Las cartas iban y venían rápidamente por la posta, y en Lima supieron pronto que Gonzalo Pizarro había conseguido en el Cuzco los nombramientos que deseaba: "Al enterarse los vecinos, unos a otros se hablaban alegremente, esperando que llegara Gonzalo Pizarro para enfrentarse al virrey. Algunos se daban hombro con hombro y se apretaban las manos, no pudiendo contener la risa. En conclusión, grandísima era la alegría que tenían. También llegó la noticia de que Gonzalo Pizarro estaba haciéndose con gente de guerra en el Cuzco. Al oírlo el virrey, lo sintió grandemente, mas no lo dio a entender, y decía que Gonzalo Pizarro no querría convertirse en traidor".
     El virrey estaba sumamente preocupado, y no sabía muy bien qué hacer: "Deseaba que llegasen los oidores para establecer ya la Audiencia. Estuvo muchas veces determinado para ir al Cuzco llevando solamente en compañía a su hermano, al capitán Diego Álvarez de Cueto, su cuñado, y algunos vecinos. Pero le pusieron tantos inconvenientes, que no fue capaz de ir al Cuzco, siendo así que, ciertamente, si hubiese ido, cesaran los alborotos, y la guerra no habría comenzado. Pero Dios tenía determinado castigar a aquel reino. Y hasta me parece que, por los relámpagos que nuevamente se levantan, si no se enmiendan, han de llegar más calamidades y miserias". Lo dice el cronista porque, en el tiempo en que él escribía, se estaban fraguando las dos últimas rebeliones, la de Sebastián de Castilla y la de Francisco Hernández Girón.
     Subraya Cieza la desgracia del virrey: "Cuando entró en Perú, halló el virrey los ánimos de los hombres con fuerza para apelar las leyes y para oponerse contra él, como se opusieron. Pero el tirano (Pizarro) los fatigó tanto, que, después, Don Pedro de la Gasca pudo, no solamente obligarles a cumplir las leyes, sino también otros mandamientos que ellos tenían por más graves, de manera que, con disgusto suyo, se ha cumplido la voluntad del Emperador. He dicho esto para que se entienda que Su Majestad pudo, como soberano señor, conceder lo que le pedían, mas, al fin y al cabo, se ha de hacer lo que él manda, por mucho que haya desde España hasta los confines del Perú más de cuatro mil leguas de mar y tierra".

     (Imagen) He mencionado en la imagen anterior a MARTÍN GARCÍA ÓÑEZ DE LOYOLA, pero el personaje fue demasiado relevante para que lo pasemos de largo, aunque ejerció su gran protagonismo después de las guerras civiles. Partió hacia Perú en 1568 con el virrey (uno de los mejores de las Indias) Francisco Álvarez de Toledo, tío suyo. Solo tenía veinte años, y morirá en Chile con cincuenta, desplegando en su transcurso una actividad espectacular, como lo fue en otro plano la de su tío abuelo San Ignacio de Loyola. Tuvo sin duda el apoyo del virrey, más la ventaja de pertenecer a la alta nobleza, pero (el que vale vale) logró, ganándolos a pulso, cargos de suma importancia. En 1572, una expedición, bajo el mando del capitán Martín Hurtado de Arbieto, marchaba en persecución del príncipe Túpac Amaru (hijo del fallecido Manco Inca), quien se había rebelado rompiendo la alianza que tenía con los españoles. Pero fue Martín García de Loyola quien, con unos cuantos soldados, logró apresarlo, lo que supuso la ejecución del inca y el destierro de toda su familia. Fue entonces cuando Martín se casó con la princesa inca Beatriz Clara Coya. Tuvieron una hija, María Coya de Loyola, a quien Felipe III le dio el título de Marquesa de Oropesa, prueba evidente de su parentesco con los Álvarez de Toledo, tan importantes en esa población. Por su parte, Martín ocupó, sucesivamente, los cargos de Gobernador de Potosí, Gobernador de Paraguay y Gobernador de Chile. En esta su última gobernación hizo una labor espléndida, administrativa, militar y de protección a los indios que vivían con los españoles, y, todo ello, a pesar de las dificultades que encontró en sus luchas contra los ataques de los piratas y contra los temibles e indomables indios araucanos. Y así ocurrió que, en 1598, acabaron con la vida de MARTÍN GARCÍA ÓÑEZ DE LOYOLA y de los cuarenta hombres y algunos frailes que le acompañaban. Los eufóricos araucanos guardaron su cabeza como trofeo.