(601) El virrey estaba perdiendo
los nervios por las noticias que llegaban
de Gonzalo Pizarro y por el malestar de los vecinos de Lima: "Ante el gran tumulto que
había, salió a la plaza diciendo que, a cualquiera que dijere que Gonzalo
Pizarro se quería alzar, le fuesen dados cien azotes públicamente. En aquellos
días, Vaca de Castro siempre iba a visitar al virrey, quien, como ya estaba tan
a malas con sus cosas, mandó prenderle. Estuvo preso ocho días, mostrando
sentimiento muy grave por haberle así apresado, y tratado tan ásperamente, por
lo que le pesó no haber ido a dar cuenta al Rey de las cosas por él hechas en
Perú. El obispo Don Jerónimo de Loaysa, pesándole que el virrey hubiese
apresado a Vaca de Castro, le suplicó con toda humildad que lo soltase, y él lo
hizo por su ruego, pero mandó pregonar que, cualquiera que se considerara
agraviado por Vaca de Castro, le pusiese demandas, para que, si se viere que
obró sin justicia, fuera castigado. Y, a los pocos días, se volvió a prender a
Vaca de Castro, y lo llevaron a un navío".
Pero el carácter desconfiado del virrey le llevó a otra precipitación:
"Lorenzo de Aldana había venido a la provincia de Jauja a ver al virrey,
quien, como supo que había sacado copia de una carta que él había escrito, se
enojó grandemente. Por esto y porque la autoridad de Aldana era mucha y siempre
se había mostrado amigo de los Pizarro, le mandó prender, enviándolo a otra
nave. Mas, después de ocho días, mandó que le soltaran, dando excusas de haber
ordenado mandarlo al navío. En este tiempo decidió el virrey que hubiese una
armada en el mar, nombrando general de ella a Diego Álvarez de Cueto, su
cuñado, y, como capitán, a Jerónimo Zurbano".
Toda la ciudad de Lima era consciente de la gravedad de la situación, y
dio un paso al frente, con la mejor voluntad, alguien de gran prestigio en el
lugar: "El obispo Don Jerónimo e Loaysa, deseando que no se levantase
alguna guerra, quiso ir personalmente a tratar de ello con Gonzalo Pizarro,
para que se saliese de su loca y necia pretensión. El virrey mostró mucho
contento al saberlo, y, para que tratara con Pizarro algún honesto concierto,
le dio al obspo palabra de que pasaría por lo que él ordenase e hiciese".
Comenta Cieza que se lo dijo de palabra, pero sin darle un escrito de poderes,
y que luego hablará de algunas cosas muy delicadas que ocurrieron, "que yo
las supe de personas que estaban con Pizarro, de los que fueron con el obispo,
y aun él mismo me afirmó que pasaron como yo las cuento". Hace referencia
también a una retorcida interpretación de las intenciones de Loaysa:
"Algunos dijeron que iba principalmente por el bien de Pizarro y por su
propio provecho, mas no quiero detenerme en dichos vulgares, pues sabemos que
nunca dan en el blanco de la verdad, aunque parezcan no alejarse mucho de
ella".
Partió, pues el reverendo con varios acompañantes: Fray Isidro de San
Vicente, Juan de Sandoval, Luis de Céspedes y Pedro Ordóñez de Peñalosa, más
los clérigos Alonso Márquez y Juan de Sosa.
(Imagen) Hay que dar por hecho
que la vida de los frailes era más ejemplar que la de los sacerdotes de
parroquia. Entre otras cosas, porque estos no tenían voto de pobreza. Un caso
típico es el de Bartolomé de las Casas. Fue el primer presbítero ordenado en
las Indias, probablemente interesado en la evangelización, pero, sobre todo, en
la mina de oro que explotaba. Tuvo una profunda crisis de conciencia, ingresó
en la orden de los dominicos, y se convirtió en el mayor
defensor de los indios, con vida tan entregada, que su proceso de canonización
está en marcha. Nos cuenta Cieza que el obispo Loaysa se dirige al Cuzco para
hacer entrar en razón a Gonzalo Pizarro. Le acompañaban dos sacerdotes
seculares: ALONSO MÁRQUEZ y JUAN DE SOSA. Buscando en el archivo PARES, los veo
en acción. De Márquez aparece que reclamó judicialmente el año 1551 la
devolución de 6.000 pesos (unos 24 kilos) de oro que le habían robado. JUAN DE
SOSA también tuvo pleitos por cuestiones económicas, pero encuentro un episodio
suyo muy significativo. Había algo en lo que los clérigos tenían una gran
ventaja. Habitualmente, por ser personas consagradas, las autoridades les
respetaban la vida, por muy grave que fueran sus delitos. El documento de la
imagen nos hace saber varias cosas: Aunque Juan de Sosa aparentó colaborar con
el obispo Loaysa, resultó ser un aliado de Gonzalo Pizarro en su rebeldía,
pero, así como a cualquier otro le habría costado la cabeza, Pedro de la Gasca
lo entregó a las autoridades eclesiásticas para que le juzgaran y le
castigaran; le juzgó el entonces obispo del Cuzco, Fray Juan Solano, el año
1548, tras la ejecución de Gonzalo Pizarro; y el presbítero JUAN DE SOSA fue
condenado a dos años de privación de celebrar misa, destierro perpetuo del Perú
y penitencia pública durante el tiempo que duraba una misa. Salvo lo del destierro,
todo lo demás fueron paños calientes.
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