(604) A pesar de la promesa que le había hecho el virrey al obispo
Loaysa de mantener la paz, no solo la incumplió, sino que se lo escribió, lo
que aumentaría la intranquilidad que ya llevaba por tener que presentarse ante
Gonzalo Pizarro: "El obispo recibió cartas del virrey en las que le
comunicaba que podría juntar ochocientos hombres de guerra, con los cuales
pensaba salir de Lima para encontrarse con Gonzalo Pizarro si todavía se
atrevía a venir, a lo cual le respondió que no debía juntar gente, sino
aguardar a Gonzalo Pizarro en su casa, acompañado de los oidores. Esta carta se
la dio a Fancisco de Cárdenas, y se dice que este no quiso enviársela al
virrey".
El virrey estaba inmerso en un laberinto de dudas. No cumplir la leyes iba
contra la suprema voluntad del Rey, y, obligar a hacerlo, "les daría
motivo para justificar su traición". Le pareció ver que, en cualquier
caso, era necesario prepararse militarmente para un posible enfrentamiento
utilizando el dinero de la caja pública. Para explicárselo, llamó a los
oidores, el licenciado Diego López de Cepeda, el doctor Juan Lisón deTejada y
el licenciado Alonso Álvarez (el cuarto oidor, el licenciado Pedro Ortiz de Zárate,
no había llegado aún a Lima). Ya reunidos, el virrey les mostró su parecer, y
no les gustó: "Suspensos estaban los oidores oyendo al virrey, mostrando
gran pesar, aunque ni tenían los tres un solo pensamiento, ni deseaban que se
hiciera lo que sus oficios requerían. Según dicen, su pesar se debía a que, de
haber batalla, la (autoridad de la) Audiencia quedaría deshecha si
Pizarro venciese, y, si fuese vencido, el honor se atribuiría al virrey".
El licenciado Cepeda fue el primero que tomó la palabra, y, argumentando
sobre los peligros de precipitar un enfrentamiento, fue partidario de prolongar la agonía de la espera,
descartando incluso la idea del gasto en una preparación defensiva: "Dijo
que, puesto que el obispo Loaysa había ido a tratar la paz, se debía aguardar a
ver la respuesta y lo que contestaban sobre las provisiones que llevó Pedro López,
de manera que el virrey debía ordenar que se revocasen las ordenanzas. Los
otros oidores estuvieron de acuerdo".
Al virrey no le gustó nada lo que
aconsejaban: "Les dijo que, antes de haberse fundado la Audiencia, no
había tenido necesidad de aconsejarse con ellos. Luego determinó sacar los dineros que estaban en la nave, para con ellos hacer gente, con la cual poder resistir
a Pizarro contra la traición que comenzaba".
Pero el virrey dio un giro inesperado: "Se nostró valeroso, teniendo en poco a Pizarrro
y a su gente, y animaba a todos los que estaban en la Ciudad de los Reyes.
Luego mandó revocar las leyes hasta que su Majestad otra cosa mandase. Algunos
dicen que no lo hacía con voluntad firme, sino para que los bullicios tuviesen
fin. Lo cierto es que se pregonó la revocación y por todo el reino se divulgó.
Si solo querían verlas suspendidas, bien las vieron. Y no fueron dignos de tal
beneficio, pues luego, por sus locos movimientos, muchos perdieron las vidas
por el que ellos eligieron como defensor. Pues, ciertamente, tanto
derramamiento de sangre ha costado, y tantas haciendas se han perdido, que no
es poco dolor pensar en ello. Los pensamientos de los hombres que buscan solo
el principio, sin mirar el final, acaban en lo que estos acabaron".
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