sábado, 25 de enero de 2020

(Día 1014) El virrey vacilaba constantemente. Suspendió la Leyes Nuevas, pero luego cambió de idea, y decidió con entusiasmo prepararse para luchar contra Gonzalo Pizarro.


     (604) A pesar de la promesa que le había hecho el virrey al obispo Loaysa de mantener la paz, no solo la incumplió, sino que se lo escribió, lo que aumentaría la intranquilidad que ya llevaba por tener que presentarse ante Gonzalo Pizarro: "El obispo recibió cartas del virrey en las que le comunicaba que podría juntar ochocientos hombres de guerra, con los cuales pensaba salir de Lima para encontrarse con Gonzalo Pizarro si todavía se atrevía a venir, a lo cual le respondió que no debía juntar gente, sino aguardar a Gonzalo Pizarro en su casa, acompañado de los oidores. Esta carta se la dio a Fancisco de Cárdenas, y se dice que este no quiso enviársela al virrey".
     El virrey estaba inmerso en un laberinto de dudas. No cumplir la leyes iba contra la suprema voluntad del Rey, y, obligar a hacerlo, "les daría motivo para justificar su traición". Le pareció ver que, en cualquier caso, era necesario prepararse militarmente para un posible enfrentamiento utilizando el dinero de la caja pública. Para explicárselo, llamó a los oidores, el licenciado Diego López de Cepeda, el doctor Juan Lisón deTejada y el licenciado Alonso Álvarez (el cuarto oidor, el licenciado Pedro Ortiz de Zárate, no había llegado aún a Lima). Ya reunidos, el virrey les mostró su parecer, y no les gustó: "Suspensos estaban los oidores oyendo al virrey, mostrando gran pesar, aunque ni tenían los tres un solo pensamiento, ni deseaban que se hiciera lo que sus oficios requerían. Según dicen, su pesar se debía a que, de haber batalla, la (autoridad de la) Audiencia quedaría deshecha si Pizarro venciese, y, si fuese vencido, el honor se atribuiría al virrey".
      El licenciado Cepeda fue el primero que tomó la palabra, y, argumentando sobre los peligros de precipitar un enfrentamiento, fue partidario  de prolongar la agonía de la espera, descartando incluso la idea del gasto en una preparación defensiva: "Dijo que, puesto que el obispo Loaysa había ido a tratar la paz, se debía aguardar a ver la respuesta y lo que contestaban sobre las provisiones que llevó Pedro López, de manera que el virrey debía ordenar que se revocasen las ordenanzas. Los otros oidores estuvieron de acuerdo".
     Al virrey  no le gustó nada lo que aconsejaban: "Les dijo que, antes de haberse fundado la Audiencia, no había tenido necesidad de aconsejarse con ellos. Luego determinó sacar los dineros que estaban en la nave, para con ellos hacer gente, con la cual poder resistir a Pizarro contra la traición que comenzaba".
     Pero el virrey dio un giro inesperado: "Se  nostró valeroso, teniendo en poco a Pizarrro y a su gente, y animaba a todos los que estaban en la Ciudad de los Reyes. Luego mandó revocar las leyes hasta que su Majestad otra cosa mandase. Algunos dicen que no lo hacía con voluntad firme, sino para que los bullicios tuviesen fin. Lo cierto es que se pregonó la revocación y por todo el reino se divulgó. Si solo querían verlas suspendidas, bien las vieron. Y no fueron dignos de tal beneficio, pues luego, por sus locos movimientos, muchos perdieron las vidas por el que ellos eligieron como defensor. Pues, ciertamente, tanto derramamiento de sangre ha costado, y tantas haciendas se han perdido, que no es poco dolor pensar en ello. Los pensamientos de los hombres que buscan solo el principio, sin mirar el final, acaban en lo que estos acabaron".

      (Imagen) He dedicado una imagen a cada uno de los oidores de Lima Cepeda y Pedro Ortiz de Zátare, quien fue el único, de los cuatro que hubo, digno de alabanza por su honradez. Dejaré para la próxima imagen a Juan Lisón de Tejada, y veremos ahora el retorcido carácter del licenciado ALONSO ÁLVAREZ.  Los cuatro van a tomar la insensata decisión de destituir al virrey y apresarlo. Ortiz de Zárate, como vimos, dejó constancia de que lo hizo para salvar su vida. El virrey pudo escapar de su prisión, y enseguida sabremos por qué. Nacido en Valladolid y prestigioso letrado, el paso de Álvarez por Perú resultó muy conflictivo, especialmente por exceso de altanería y de doblez. Llegado a Lima, le pareció insultante que el alcalde, Juan Alonso Palomimo, no se descubriera al pasar con su caballo por delante de él, y reaccionó de forma prepotente rompiéndole la vara de alcalde. Maltrataba a los indios. Mandó dar doscientos azotes a un soldado que había dicho dos verdades: descendía de conversos y tenía una amante. Su iniciativa fue decisiva para que todos los oidores acordaran destituir al virrey  y apresarlo. Pero su oportunismo hizo que luego tratara de ganarse al virrey, y, liberándolo, consiguió su perdón. Lo que no sabía era que su vida iba quedar marcada con el mismo sello que la del virrey. Luchó a su lado, y, en la decisiva batalla de Iñaquito, el virrey murió y ALONSO ÁLVAREZ recibió tres hachazos en la cabeza, de los que, milagrosamente, se recuperó. Pero, ¡ay de los vencidos!: eran muchos los rencores que había sembrado, y muy pronto, estando en casa de su colega, el oidor Cepeda, murió envenenado. Su hijo, Nicolás Álvarez, reclamó 30 años después (en 1576) los salarios que la Audiencia le debía a su padre hasta el día de su fallecimiento. En el escrito de petición (el de la imagen) menciona que murió en la batalla de Quito (Iñaquito), pero elude los verdaderos detalles de su muerte.








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