(609) El virrey estaba ya harto
de contemplaciones: "Sabiendo que cada día cogían más fuerza las noticias
sobre Pizarro, le dijo al capitán Diego de Urbina que, ya sin disimular, había
que dejar las chamarras y capas, y tomar las picas al hombro. Diego de Urbina
le dijo que tenía razón, y el virrey lo nombró maese de campo". Vuelve
Cieza a lamentarse por aquel horror: "¡Oh, miserable tierra! Grandes
fueron tus pecados, pues tantos males te cercan! En el Cuzco hacen armas, y en
la Ciudad de los Reyes deshacen la campana para hacerlas. En todos los sitios
solo se ocupan de buscar cotas, aderezar corazas y otros instrumentos, para que
presto venga la tormenta final".
Luego nos habla de un traidor al que ya conocemos: "El padre Sosa,
que, como dijimos salió de Lima con el obispo Loaysa, anduvo hasta que llegó al
puente de Abancay, donde estaba Francisco de Almendras guardando la artillería.
Luego partió hasta que llegó donde estaba Gonzalo Pizarro, quien le agradeció
los avisos que le había dado con sus cartas". Al clérigo no le bastó lo
que ya había hecho, sino que se puso a animar a la gente, diciendo a todos que
el virrey solo contaba con unos trescientos hombres, y que eran pocos los que
le querían. A los que le escuchaban no les gustaron estos ánimos, porque ya
temían seguir a Pizarro: "No poco daño hizo lo que dijo el clérigo, porque
muchos de los que estaban con Pizarro, como hacía días que se les había pasado
su locura y su furor, les pesaba haberle nombrado su procurador, y les asustaba
tener que enfrentarse al Rey".
El virrey se esforzaba en reclutar gente, no solo en Lima, sino en otras localidades. Con ese fin, envió a
Trujillo a un capitán que le va a traicionar, a pesar de ser hermano de alguien
que fue ejemplo de lealtad y sensatez. Cieza se lamenta: "Mandó el virrey
que fuese a la ciudad de Trujillo el capitán Hernando de Alvarado, el cual se
había ofrecido a traer gente y armas porque él dejó allí algunas compradas. Si
su plática fuera con intención leal, bien pudiera haber sido tenido en mucho,
por su persona y por la del capitán Alonso de Alvarado, su hermano, mas,
habiendo oído decir al virrey que, en tiempo oportuno, había de ejecutar las
ordenanzas, Hernando de Alvarado no veía ya la hora para alejarse de él, y,
tomado el permiso del virrey para partir, se fue con algunos más, pero pronto
se le olvidó el compromiso de traer gente y armas".
El virrey también quiso reclutar hombres en Arequipa, para lo que envió allá
con el encargo al tesorero Manuel Esquivel, a quien habilitó como capitán, pero
lo recibieron mal, porque, según los vecinos, no se llevaban bien con el
tesorero, aunque le respondieron al virrey que, con brevedad, irían a Lima para
servirle.
Pero lo que hicieron, para resolver sus atormentadas dudas, fue enviar a
varios representantes para pedirle consejo a alguien que ya vimos en posición
ambigua y calculadora: "Partieron de Arequipa el alcalde Francisco
Noguerol de Ulloa (tiempo atrás vimos que se vio sometido a un largo proceso
por bigamia), Hernando de Torres, Juan de Arvés y otros hacia la ciudad de
León, en la provincia de Huánuco, donde estaba como corregidor Pedro de
Puelles".
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