(600) La situación se iba
deteriorando: "Empezaba a haber mudanzas en la Ciudad de los Reyes. El
demonio andaba suelto, poniendo malos pensamientos en muchos que los tenían
buenos. El virrey se daba con la mano en la frente diciendo: '¿Es posible que
el gran Carlos, nuestro señor, sea temido en toda Europa y que el Turco, señor
de lo más de Oriente, no ose mostrársele enemigo, mientras que aquí un bastardo
(Gonzalo lo era) intente forzar su voluntad real para que no se cumpla
su mandamiento?'. Estaba este leal varón acongojado porque no veía manera de
que la voluntad del Rey se cumpliese. Tenía gran odio a Vaca de Castro porque
Gaspar Rodríguez, Hernando Bachicao y otros habían salido para ir a la ciudad
del Cuzco, y creía que había sido por consejo suyo. Incluso pensó en que,
cuando llegaran los oidores de la Audiencia, se le procesara para castigarle
conforme a justicia".
Ya dijo antes Cieza que el virrey tenía tendencia a dar por ciertas
cosas que solo eran motivo para sospechar. En su día veremos que, por una
reacción de este tipo, matará al factor Illán Suárez de Carvajal. Ahora va a
echar pestes de los vecinos de Huamanga: "Le llegó la noticia de que se
llevaron los almagristas la artillería de Huamanga, diciéndose que se la había
entregado Vasco de Guevara a Francisco de Almendras. Ninguna noticia de las
pasadas le dio tanta congoja al virrey como esta, y de su pecho lanzaba
palabras muy airadas contra Vasco de Guevara, diciendo que había de hacer sobre
aquella fea hazaña gran castigo. Tenía también gran sospecha de los vecinos, y,
enterados ellos, temían grandemente que les hiciera algún daño".
El virrey se va a precipitar en otra cuestión clave. "Le había
dicho a los vecinos de la Ciudad de los Reyes que no ejecutaría la Leyes Nuevas
hasta que se fundase la Audiencia, pero, como en España la ley se ejecuta sin
excusa alguna, y él no conociese cuán doblada
era la gente que en Perú vivía, ni la gran libertad que habían tenido en
el pasado, hizo una cosa muy acelerada. Olvidando lo que había prometido, y no
mirando que los ánimos de la mayoría estaban dañados ni que le habían cobrado
un odio grandísimo, mandó llamar, imprevistamente, a Juan Enríquez, pregonero,
para que se pregonaran de inmediato la Leyes Nuevas. También es cosa decente
que no se oscurezca su intención, pues yo bien creo que él sabía que el tumulto
iba a ser grande, y pudo ser que quisiera ejecutar las leyes para que no se
dijese que, por temor, dejó de cumplir el mandato real".
Se pregonaron las leyes, y el clamor en la Ciudad de los Reyes fue
unánime. "Muy turbados unos y otros, decían: '¿Por qué Su Majestad, siendo
príncipe tan cristianísimo, nos quiere destruir, habiendo ganado nosotros el
Perú a costa de nuestra hacienda y con muerte de tantos compañeros? Nuestros hijos y mujeres, ¿qué será de
ellos?'. Les parecía no tener ya indios ni ninguna otra hacienda. Como estaban
airados, escribían cartas a Gonzalo Pizarro avisándole de lo que pasaba y de
que las leyes se habían pregonado".
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