(589) Los del cabildo de Lima nombraron al licenciado Rodrigo Niño como
representante suyo para que le requiriese al virrey que suspendiera las Leyes
Nuevas mientras Su Majestad no mandase otra cosa. Llegó luego el capitán Diego
de Agüero enviado por el virrey, y, al saber de los requerimientos que habían
preparado, les dijo que no tenían necesidad de mandárselos, por lo que se
aliviaron algo. Eso es lo que cuenta Cieza, y habrá que entenderlo como que los
del cabildo pensaron que quizá el virrey estuviera dispuesto a transigir.
Salieron, pues, las autoridades de Lima a su encuentro. Entre ellas
estaban el obispo Jerónimo de Loaysa (Cieza añade que antes lo había sido de
Cartagena de Indias), Vaca de Castro, Illán Suárez, el capitán Juan de
Saavedra, Pablo de Meneses y Juan de Salas: "Recibieron muy bien al
virrey, quien se mostró contento por ver al obispo. Hubo ciertas pláticas entre
el virrey y el obispo sobre lo de Vaca de Castro, al cual le mostró gran
voluntad. Llegó el factor Illán Suárez de Carvajal y le dijo al virrey que le
dejara besarle las manos, el cual se alegró, le abrazó, porque le conocía de la
Corte de España, y le dijo, según se cuenta, que lo único que le pesaba era no
poderle hacer ningún bien. El factor se demudó al oír tales palabras".
Habrá que deducir que se refería a que iba a aplicar las leyes con todo rigor.
Ya antes el virrey le había contestado con azucaradas evasivas al obispo,
quien, recogiendo el deseo general, le había suplicado lo tantas veces
repetido: que suspendiera la aplicación de las ordenanzas.
El caso es que, cegados por el deseo de un buen final, algunos creyeron
que el virrey iba a ser comprensivo: "También Lorenzo Estopiñán había
salido a recibir al virrey, y, creyendo ver en él voluntad para no ejecutar las
leyes hasta que llegasen los oidores, dio la vuelta a la ciudad para dar la
noticia, y lo mismo hicieron otros. Mas, aunque lo afirmaban, no dejaba de
haber gran tristeza en el ánimo de todos, adivinando que la entrada del virrey
en Perú había de causar grandes males, y que la guerra que se iba a encender de
nuevo había de ser peor y más larga que las pasadas, porque se levantaba por
causa más importante y pesada que las otras". Todo ello indica que el
perjuicio que iban a traer las Leyes Nuevas a los encomenderos tenía una
repercusión social mucho más intensa que los pasados conflictos entre
pizarristas y almagristas, siendo, además, evidente en los de ahora su
caráccter de rebelión contra el Rey.
Los del cabildo de Lima estaban desmoralizados: "Como no se
alegraban de la venida del virrey, no se habían ocupado en preparar el
recibimiento que se le debía al cargo tan preeminente que traía por mandato del
Rey. Trajeron un palio del templo y se juntaron los alcaldes y otras personas
importantes de la ciudad (cita a varias que ya conocemos, y dice que el
tesorero Riquelme no asistió por estar enfermo de gota). Toda la ciudad estaba triste y llorosa, por
saber cuán en breve habían de ser ejecutadas las leyes. Los regidores y
alcaldes, acompañados de mucha gente, llegaron hasta el río, nostrando de cara
al público mucho regocijo por la venida del virrey".
(Imagen) Nos ha mencionado de
pasada Cieza al dominico sevillano FRAY DOMINGO DE SANTO TOMÁS, quien, como
otros muchos religiosos, fue extraordinario a su manera. No eran hombres de
armas, pero su valentía estuvo a la altura de los más decididos conquistadores.
Dejaron como aportación en aquellas tierras de las Indias el mensaje
evangélico, mucha cultura y la defensa de los nativos. Fray Domingo fue
sobresaliente en todo ello. Se preocupó de estudiar la lengua quechua para la
evangelización directa de los indios, y de que los demás religiosos también lo
hicieran así, elaborando para ello un diccionario del idioma nativo. Cieza, que
lo trató personalmente, lo calificó como varón de gran doctrina y santidad, y
añadió: "Es uno de los que más saben de la lengua de los indios, y ha
estado entre ellos adoctrinándolos". Siempre fue su gran defensor,
siguiendo la línea de Bartolomé de las Casas, y logrando incluso que pudieran
ejercer libremente sus derechos en los tribunales. Reclamó sin descanso que se
respetaran los límites de los impuestos aplicados a los indios. Y le escribió
dramáticamente al Rey: "Pues esta pobre gente, si les exigían mil, mil
habían de dar, y, para ello, quemaban a los caciques y les echaban los
perros". En su afán de mejorar la situación de los nativos, viajó a España
el año 1556, exponiéndole a Felipe II la necesidad de que se suprimiera la
perpetuidad de las encomiendas, puesto que las Leyes Nuevas solo toleraban que
fueran heredadas por la primera generación, pero había abusos. Vuelto a Perú, y
pasados seis años, le concedieron algo que se había ganado a pulso: el obispado
de la ciudad de La Plata. En un principio, alérgico a las dignidades, no lo
quiso aceptar, pero el arzobispo de Lima, fray Jerónimo de Loaysa, le hizo comprender
que el bien común le exigía que abandonara esa actitud, y, finalmente, cedió.
Allí murió FRAY DOMINGO DE SANTO TOMÁS el año 1570, con gran pesar de los
vecinos y, especialmente, de los indios.
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