martes, 7 de enero de 2020

(Día 998) Cieza considera que la guerra civil fue más un castigo de Dios por los pecados y la mala vida de los españoles, que culpa del virrey.


     (588) Como ya vimos en una imagen anterior, DON ALONSO  DE MONTEMAYOR tuvo un comportamiento tan variable en las guerras civiles, que los almagristas, sospechando que los traicionaba, lo tuvieron preso Tres años. Ahora aparece muy simpático ante el virrey, pero no sabemos si de forma sincera. En cualquier caso, recordemos que, harto de tantos peligros y rivalidades, más tarde huyó a México. Oigamos a Cieza: "Don Alonso de Montemayor había venido (a Lima) desde la ciudad del Cuzco con el licenciado Vaca de Castro (el detallista Cieza ya no le llama gobernador), y, al saber que estaba cerca de la ciudad el virrey, le salió al camino. El virrey, por ser Don Alonso caballero tan principal, se alegró de que hubiese venido, y lo recibió muy bien, y supo de la salida que habían hecho de la Ciudad de los Reyes los vecinos del Cuzco, e incluso de las cosas que había hablado en la plaza Gaspar Rodríguez de Camporredondo. El virrey lo sintió grandemente, pesándole que tan fácilmente se hubiesen declarado contra lo que Su Majestad mandaba. Temía que fuera motivo de algún alboroto, porque ya sabía que le habían escrito cartas de todas partes al capitán Gonzalo Pizarro".
     Vuelve a insistir Cieza en que gran parte de la responsabilidad en lo que luego va a pasar, la tuvo el virrey por su implacable e inmediata imposición de las leyes. Pero luego llega a la conclusión de que fueron especialmente los pecados de los españoles y de los indios los que provocaron el castigo divino. Y menciona algo de la vida diaria que tuvo que ser muy frecuente: "Que nadie eche la culpa de las cosas que pasaron a la venida del virrey, sino a los grandes pecados que cometían las gentes que estaban en Perú, pues yo conocí a algunos vecinos que, con sus mancebas, tenían más de quince hijos, y muchos dejan a sus mujeres en España hasta veinte años y se están amancebados con una india que cumpla lo propio de su mujer natural. Y así como los cristianos y los indios pecaban grandemente, así también el castigo fue general".
     El clima de ansiedad en LIma era muy preocupante: "En la Ciudad de los Reyes, sabiendo que el virrey estaba cerca, había gran alboroto, y toda la ciudad se quería poner en armas. Los del cabildo dijeron a la gente que no se alborotase hasta que, entrado el virrey en la ciudad, se viese si aún quería ejecutar las leyes. E incluso, el arzobispo de la Ciudad los Reyes (Jerónimo de Loaysa, que ya lo era cuando escribía Cieza, año 1549) me dijo que el alcalde, Alonso Palomino, el tesorero, Alonso Riquelme, y el veedor, García de Saucedo, le fueron a hablar para que saliese con ellos a recibir al virrey, y a requerirle que no ejecutase las ordenanzas, a lo cual respondió que saldría a recibirle, pero que no le requeriría nada".
     Habla Cieza también de otros rumores más sensacionalistas, como el de que algunos, con la implicación de Vaca de Castro, hablaron de la posibilidad de envenenar al virrey, pero dice que tanto Loaysa como fray Domingo de Santo Tomás (mucho más tarde obispo de La Plata), le afirmaron que algo pudo haber, aunque entonces no se enteraron de nada. Y termina añadiendo: "Soy largo en esto porque anda derramado entre el vulgo, pero lo cierto es que algo se trató entre algunos, más con ánimos airados y por serles el nombre del virrey tan aborrecible, que por deseo de no servir al Rey".

     (Imagen) El toledano ALONSO DE CÁCERES Y RETES fue un hombre muy ambicioso y luchador. Ya había estado peleando en Europa, pero le sedujo el brillo de las campañas de las Indias, adonde llegó con Pedrarias Dávila el año 1514, lo que hace suponer que nació a finales del siglo XV. Estuvo al servicio de dos gobernadores en zona colombiana. Primeramente, con García de Lerma, quien, desconfiando de él por su ambición de poder, lo desterró de la demarcación de Santa Marta, lo que le llevó a ponerse al servicio del gobernador Pedro de Heredia en Cartagena de Indias. Previamente, le había enviado al Rey un escrito de acusaciones contra Lerma. También terminó descontento con Heredia, y se fue a Yucatán (México) en la expedición de Francisco de Montejo. A pesar de que ya era un hombre rico, se trasladó después a Perú, ansioso de mayor gloria y riqueza. Murió en Arequipa el año 1562, tras haber luchado en las guerras civiles respetando siempre la fidelidad al Rey. Le traigo ahora a colación porque protagonizó una peligrosa aventura en compañía de JERÓNIMO DE LA SERNA, a quien hemos visto morir injustamente en la imagen anterior a manos del virrey Blasco Núñez Vela. Cuando vivieron su peripecia, estaban los dos, Cáceres y De la Serna, sirviéndole al virrey. Alonso de Cáceres, concretamente, huyendo del Cuzco porque llegaba el rebelde Gonzalo Pizarro, fue a Arequipa. Allí se encontró a Jerónimo de la Serna, y, después de apoderarse de dos navíos que eran de Gonzalo, se los entregaron al virrey Núñez Vela en Lima. Poco después y en la misma ciudad, el virrey fue desposeído y encarcelado por Gonzalo, y tanto Cáceres como De la Serna salvaron la vida de milagro. Resulta patético que más tarde el virrey matara a JERÓNIMO DE LA SERNA por considerarlo un traidor. La imagen nos muestra que, años atrás, en 1529, también Jerónimo estuvo en Santa Marta, y ejercía como Escribano Público por nombramiento del Rey.



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