(605) Démosle al bueno de Cieza el gusto de mostrarnos su sensatez y, al
mismo tiempo, sus conocimientos históricos: "Recuerda Dionisio
Halicarnasio que los que tienen mayor experiencia, cuando han de hacer alguna
cosa, antes de que la comiencen, miran el fin. Los tiranos de la ciudad de
Jerusalén, Simón y Juan, según el historiador Josepho en De bello judaico,
se hicieron más daño ellos mismos que el que los romanos pudieran hacerles. Los
de Milán, por tomar como capitán a Guelpone, conde de Angleria, de capitán, se
tornó tirano, y la ciudad de Milán fue destruida hasta los cimientos por
Federico (Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano). No hay más
libertad que la de vivir bajo el gobierno del Rey. Y, si no, pregúntenle a la
ciudad de Arequipa cómo le fue en la batalla de Huarina, y a Quito en la de
Iñaquito, y si les fuera mejor no haber conocido a Gonzalo Pizarro (que traía
colores relucientes por fuera, y, por dentro, sucios y llenos de hollín), y que
todos hubieran obedecido solamente al Rey como único señor".
El virrey siguió con su idea de prepararse para la guerra. Hizo
nombramientos de oficiales. Capitanes de caballería fueron el sevillano Don
Alonso de Montemayor y Diego Álvarez de Cueto, cuñado del virrey; capitán de
arcabuceros, el vizcaíno Diego de Urbina; maestre de campo, el asturiano Gonzalo
Díaz de Pineda; capitantes de infantería, Pablo de Meneses, de Talavera de la
Reina, y Martín de Robles, de Melgar de Fernamental, y, capitán de la guardia,
Juan Velázquez Vela Núñez, hermano del virrey. Al parecer, varios vecinos de
Lima, entre ellos Don Antonio de Ribera y Alonso Palomino. le tenían al corriente a Gonzalo
Pizarro de todo lo que ocurría en la ciudad. Rápidamente, el virrey consiguió
que se alistaran en sus tropas más de quinientos hombres.
Tras salir de Huamanga, como ya vimos, Vasco de Guevara, para no verse
comprometido con los pizarristas que habían llegado a la ciudad, se presentó en
Lima: "Entró para purgarse de lo que decían de él acusándole de haber
entregado la artillería a los hombres de Gonzalo Pizarro. El virrey le miró
con airado semblante, pero, oída su excusa, se le mostró sin dificultad
favorable".
Cieza, de repente, se vuelve irritado contra un clérigo al que acabo de
'retratar' en una imagen: "Francisco de Cárdenas, que estaba en Guáitara,
le mandaba aviso a Gonzalo Pizarro de todo lo que sabía. El clérigo Juan de
Sosa, que había ido con el obispo Loaysa, llegó a Huamanga. Según dicen, le
envió cartas a Gonzalo Pizarro, en las cuales le decía que tuviese ánimo en
seguir lo comenzado y que el virrey estaba mal visto, y otras osas no conformes
con su profesión. Si yo tuviese que contar las bellaquerías que frailes y
clérigos hicieron, sería nunca acabar, y las orejas cristianas, al oírlas,
recibirían pena. También escribió el Sosa que no consintiesen que el obispo
entrara en el Cuzco, porque los iba a engañar, y que él les avisaría con toda
prisa de las cosas que les convenía saber". No es la primera vez que el
cronista 'atiza' a los clérigos, pero tampoco se callaba cuando había que
alabarlos. Lo que veremos después es que las sospechas de que el obispo estuviera
de parte de Pizarro eran falsas, y asimismo, que el clérigo Juan de Sosa era un
redomado traidor.
(Imagen) Vamos con el cuarto y último oidor de la primera Audiencia de
Lima: JUAN LISÓN DE TEJADA. Natural de Logroño, tenía el título de Doctor en
Leyes, siendo solo licenciados los otros tres, aunque Cepeda era el presidente. Como los otros oidores, hizo el viaje con su
mujer, Catalina de Vergara, a diferencia de Vaca de Castro y del virrey Núñez
Vela, muy conscientes de que iban a un infierno. Llegado a Lima, Tejada se
hospedó en la casa del mercader Cristóbal de Burgos (al que ya dediqué una
imagen). Ilusoriamente, se confabuló con el oidor Álvarez (otro que tal) para
nombrar al oidor Cepeda Gobernador y Capitán General de Perú. No tardando
mucho, tuvieron que rebajar su soberbia y cederle el puesto a Gonzalo Pizarro,
a quien todos los oidores (salvo Pedro Ortiz de Zárate) apoyaron firmemente en
su rebelión. Rematando la faena, Tejada se vio metido en otra locura. Gonzalo
Pizarro, a base de premios y amenazas, le obligó a ir a España para que él, un
letrado muy prestigioso y con influencias en la Corte, consiguiera que el Rey
aprobara su rebelión contra el virrey. Tejada tuvo que aceptar, pero lleno de
angustia, porque intuía que en España iba ser severamente castigado por Carlos
V. Hay quien dice que tampoco Gonzalo esperaba un buen resultado, pero que su verdadera
intención era acabar con el poder de la Audiencia de Lima, y hasta algún
testigo declaró que también deseaba su alejamiento porque estaba enamorado de
su mujer. Quizá con esos temores, Tejada, ya en viaje, le escribió a su mujer
diciendo: "No he hecho otra cosa en esta vida de la que tanto me
arrepienta como de no haberos traído. Nunca pensé acordarme tanto, ni que os
quiero el doble". Pero a JUAN LISÓN DE TEJADA le pasó lo que menos
esperaba: murió durante el trayecto, en 1545, navegando por aguas caribeñas. Y
acertó con sus temores. La imagen muestra un trozo de las tremendas acusaciones
que le hizo después el fiscal Villalobos al difunto por haberse aliado con
"el traidor, rebelde y tirano Gonzalo Pizarro".
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