(596) Nos traslada de nuevo Cieza a Lima (donde ya estaba el virrey),
pero solamente para precisar un detalle: "El factor Illán Suárez de
Carvajal, fiel servidor del Rey, le escribió una carta cifrada, que yo en mi
poder tuve, al licenciado Benito Suárez de Carvajal, su hermano, en la que le
decía que sirviese lealmente al Rey, y que fuese a la Ciudad de los Reyes para
unirse al virrey. El licenciado le respondió que cumpliría lo que pedía, y le
escribió al virrey haciéndole saber lo que pasaba en el Cuzco". Poco se
imaginaban que, pasado un tiempo, como ya sabemos, el virrey mataría a Illán, su
hermano, Benito, como venganza, lo haría con el virrey, y él mismo tendría un
final trágico, pero en otra aventura más placentera: se cayó desde lo alto de
una casa en el transcurso de un lance amoroso.
En el Cuzco, Gonzalo Pizarro seguía amedrentando para conseguir reforzar
su nombramiento con nuevos votos, pero va a tropezar con un valiente más hábil que él: "Sabiendo
que no había aprobado su elección el capitán Garcilaso de la Vega (padre del
cronista Inca Garcilaso), regidor de la ciudad, le notificó que diese su
voto, y respondió que él no era letrado, por lo que no sabía si podía dárselo
para ser Justicia Mayor. Pizarro le envió al licenciado Carvajal para que le
aclarase a Garcilaso si podía dar su voto en justicia en aquel asunto. Carvajal
afirmó que sí podía darlo en justicia. Entonces Garcilaso fue al cabildo y
explicó a los que allí estaban que él no era regidor por el voto del cabildo,
sino por ausencia de un vecino, y que, aunque había actuado como tal hasta
entonces, lo dejaba, y con protestación de no serlo más. E, diciendo esto, se
salió".
Y ahora, un tenebroso fantasma va a ir adquiriendo protagonismo en esta
trágica aventura: "Pasadas estas cosas, Gonzalo Pizarro y los del cabildo
mandaron a Pedro de Hinojosa que fuese a la ciudad de Arequipa para hacer venir
a Francisco de Carvajal, el que fue sargento mayor en la guerra de Chupas, y
para traer las armas y gente que hubiese en ella. Francisco de Carvajal estaba
harto deseoso de ir a España, y jamás pudo hallar aparejo para ello. Dicen que,
al saber que le llamaba Gonzalo Pizarro, le pesó, porque deseaba estar fuera de
aquellos negocios, mas, como hombre ejercitado en la guerra, dijo: 'Harto
quería yo no meter mis manos en la urdimbre de esta tela, mas, ya que es así,
yo prometo ser el principal tejedor en ella'. Y luego se aderezó para venir al
Cuzco, diciendo palabras feas contra las ordenanzas, y que él había sido como
el gato, que tanto le pueden acosar y herir, que contra su mismo señor se
vuelva para arañarlo, y que decente cosa era oponerse contra aquellas leyes de
su Majestad". Siempre que citan los cronistas textualmente a Carvajal, le
oímos soltar frases quevedescas, ingeniosas y sardónicas.
Vemos, pues, a Carvajal dispuesto
a seguir a Gonzalo Pizarro. Por su parte, Pedro de Hinojosa cumplió el resto
del encargo, pero un detalle muestra el clima de miedo que oprimía a las
autoridades: "Se volvió a la ciudad del Cuzco, habiéndose antes ausentado
el corregidor de Arequipa, a pesar de que los de la ciudad no recibieron ningún
agravio de Hinojosa, porque solo se ocupó en sacar las armas y la gente que
pudo recoger".
(Imagen) DIEGO DE MALDONADO EL RICO, al
que he dedicado la imagen anterior, tenía un hijo mestizo llamado JUAN ARIAS DE
MALDONADO. La imagen actual es de un escrito suyo fechado en 1567. Por
casualidad, y a través de él, me entero de que, en la década de 1560, hubo una
rebelión de mestizos de la que apenas se habla. Terminó en fracaso (no parece
que Juan recibiera ningún castigo) y sin dejar apenas rastro documental, pero
saca a la luz el malestar que sentían muchos de ellos al verse considerados
inferiores a los criollos, hijos de español y española. Algo que ocurría
incluso con quienes habían nacido de una princesa inca, como era el caso de
Juan Arias de Maldonado, que fue uno de los principales líderes de la revuelta,
entre los que también estaba un hijo mestizo del último protagonista de las
guerras civiles, el rebelde Francisco Hernández Girón. No les preocupaba la
situación de los indios, sino la suya en particular. Así, por ejemplo, ocurrió
que Juan, que carecía de la sensatez y generosidad de su padre, Diego de
Maldonado el Rico, fue procesado y condenado por maltratar a los indios de las
encomiendas que consiguió como merced del Rey, basada en los méritos de su
progenitor. Su hermano Cristóbal, también mestizo, había tenido otro motivo de
rencor. Con gran ambición, consiguió casarse con una niña de la alta nobleza
inca, Beatriz Clara Coya, que acababa de heredar una enorme fortuna. Tenía
solamente nueve años, y el gran virrey Francisco Álvarez de Toledo anuló el
matrimonio. Unos diez años después, Beatriz se casó con un sobrinonieto de San
Ignacio de Loyola, el extraordinario capitán MARTÍN GARCÍA ÓÑEZ DE LOYOLA (del
que ya hablé tiempo atrás), cuya mayor hazaña consistió en derrotar el año 1572
a un emperador inca rebelde, Túpac Amaru, aunque mucho después, Martín, en
1598, siendo Gobernador de Chile, murió luchando contra los araucanos.
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