(150) –Y México,
primoroso vate, siguió sin Cortés su propia deriva.
-Además, generoso abad, la situación administrativa cambió por completo.
Las grandezas de Cortés fueron casi una empresa privada, aunque había puesto a
México bajo el dominio de España. El rey sabía que necesitaba a un hombre suyo,
eficiente y trabajador, para asumir el máximo poder en la Nueva España. En cuanto lo consiguió,
aprovechó la venida de Cortés para cerrarle el camino de vuelta. ¿Quién era “la
joya” a la que le entregó todo el
gobierno?
-Esta vez, querido socio, acertó plenamente Carlos V. Creó un virreinato
para México, el primero de Indias, y le dio el cargo al linajudo don Antonio de
Mendoza y Pacheco. Aparte sus excepcionales cualidades personales, contaba con
dos añadidos muy valiosos: 1.- Asimiló todas las habilidades que vio ejercer a
su padre, don Íñigo López de Mendoza, como capitán general con funciones de
virrey en la recién conquistada Granada. 2.- Con ese bagaje, se le confiaron
misiones diplomáticas muy importantes por toda Europa. Así que, en 1535, cuando
Mendoza tenía unos 42 años, el rey no lo
dudó: este es mi hombre. Inevitablemente, iba a chocar con Cortés, pero
consiguió someterlo a su autoridad, teniendo además la suerte de que luego
quedara retenido en España. Ejerció de virrey en México 15 años, de donde fue
trasladado con el mismo cargo al
virreinato de Perú, muriendo 10 meses después. Bernal nos va a hablar de las
empresas del virrey, en algunas de las cuales también buscará intereses
personales. Hay en concreto una en la que se va a asociar con Pedro de Alvarado
(el rubio Toniatu), el antiguo capitán de Cortés, que tenía licencia del rey
para descubrir por China y las Molucas. Casi en plan megalómano, Alvarado “puso
en la mar del Sur 13 navíos de buen porte, gastando en ellos tantos millares de
pesos de oro que no le bastó la riqueza que trajo de Perú (intentó competir con Pizarro), ni su oro de las minas de
Guatemala, ni los préstamos que le hicieron (es
decir, apostando muy fuerte). Sabiéndolo el virrey Mendoza, le escribió
para que hiciese compañía con él”. Llegados a un acuerdo, y cuando Pedro de
Alvarado se disponía “a hacerse a la vela, le vino una carta de un tal
Cristóbal de Oñate que estaba por capitán de ciertos soldados en una sierra de
Cochistlán, diciéndole que, en servicio de Su Majestad, vayan a socorrerles”.
¿Y luego?
-Toma nota, competente escribano: lo que vamos a ver ahora es un
asombroso ejemplo de responsabilidad. Oñate le decía “que estaban cercados en
partes donde no se podían defender de muchos escuadrones de indios, que le
habían muerto a muchos españoles, que temía en gran manera que le acabasen de
desbaratar, y que, de salir los indios victoriosos, la Nueva España estaría en
peligro. Y cuando don Pedro de Alvarado vio la carta, sin más dilación mandó
apercibirse a algunos soldados y fue en posta a hacer aquel socorro. Y cuando
llegó estaban muy afligidos los cercados, y al verlo aflojaron algo los indios,
pero sin dejar de dar bravosa guerra”. Desgraciadamente, en esta ocasión, como
le pasó a Sandoval, su sempiterna buena suerte le dio la espalda y la tragedia
se abatió sobre el ‘divino’ Alvarado: “Parece ser que a uno de los soldados que
defendían aquel paso se le desriscó el caballo, y vino rodando con tal furia
por donde Pedro de Alvarado estaba, que no tuvo tiempo de apartarse, sino que el
caballo le magulló el cuerpo porque le cogió debajo. Le llevaron en andas a
curar en una villa, y en el camino se pasmó, y luego se confesó y recibió los
Santos Sacramentos, mas no hizo
testamento, y falleció. Dejemos de hablar de su muerte; perdónele Dios, amén”. Llámese
compañerismo, pundonor, espíritu de equipo, o simplemente disciplina militar,
resulta admirable el comportamiento de este capitán que tantas veces vio de frente el rostro de la muerte, y al
que, en alguna ocasión, se le acusó de duro con los indios. Dejaremos para
mañana lo que Bernal dirá sobre el destino trágico de los Alvarado. Solo falta
aclarar que, al tener la noticia de la
desgracia, se encargó personalmente el virrey Mendoza de salvar a los soldados
y derrotar a los indios.
(Foto 1ª: Vemos a Don Antonio de Mendoza
llevando la ropa casi eclesiástica de virrey de México. Con esa autoridad, a la
que se unían la de capitán general y la de presidente de la Real Audiencia,
gozó de un poder prácticamente absoluto en la Nueva España; Cortés merecía ese honor, pero el rey creyó oportuno
cortarle las alas. Foto 2ª: El retrato nos muestra a Pedro de Alvarado, cuyo
aspecto rubio y galanesco sedujo a los aztecas, que le llamaban Toniatu
(el sol). Aunque apenas se aprecia en
los cuadros, los dos personajes lucían la cruz de caballeros de Santiago).