(131) –Venga, secre, suéltanos sin anestesia
otra complicación.
-De momento, padre prior, el susto fue leve, pero indicio de algo grave:
iban a topar con las ambiciones del temible Pedrarias Dávila, tan delicado de
tratar como la nitroglicerina. Andaban por la zona de Naco otros españoles
conquistando a lo bestia. “Enterado Sandoval (‘San Doval’), tuvo gran enojo. Salimos 70 hombres con él, y
llegados donde estaban, los hallamos muy de reposo; de presto prendimos al
capitán y muchos de ellos sin que hubiese sangre. Sandoval les dijo con
palabras algo desabridas si les parecía bien andar robando a los vasallos de su
Majestad, y si era buena conquista y
pacificación aquella. Y mandó que a unos indios que traían con cadenas se las
quitaran, dándoselos al cacique de aquel pueblo”. Buena ocasión, dottore, para
aclarar un importante matiz.
-Me parece procedente, detallista notario. Vemos ahí un ejemplo de la
maquinaria de conquista en acción; en cualquier caso, muy dura, pero en
este, brutal. Para poner un cierto freno
humano a aquellas campañas, había unas leyes, y una de las más sagradas era no
esclavizar a los indios sometidos ‘voluntariamente’; aunque, de hecho, se les explotaba, pasaban a ser oficialmente
tan vasallos de Su Majestad como los de Castilla. Podemos, pues, decir que
Sandoval era un caballero, porque respetaba las reglas del juego. Y a Bernal le
gustaba eso. Luego sigue contando que apresaron a aquellos españoles y a su
capitán, Pedro de Garro, y no puede evitar hacer una comparación entre la vida
de las dos tropas: “Caminamos hacia Naco con ellos, que llevaban casi todos
caballos y servicio de indios. Y como nosotros estábamos tan trillados (qué expresivo) y deshechos de los
caminos, y teníamos pocas indias que nos hiciesen pan, nos parecían unos condes
en el servirse, para según nuestra pobreza”. Y como Bernal, si se le pone una
historia a tiro, la cuenta, continúa; “Quiero decir por qué venían aquel
capitán y sus soldados. Pedrarias Dávila (rápidos,
al burladero, que es astifino) había enviado a pacificar las tierras de
Nicaragua a un capitán que se llamaba Francisco Hernández de Córdoba”. (No
podré suspender a ninguno de mis hijos putativos, pero si alguno, Dios no lo
quiera, en el examen final le confunde a este con el Francisco Hernández de
Córdoba que dirigió la armada del primer viaje a la costa mexicana, en la que
iba también Bernal, me partirá el
corazón). Fecha la noble advertensia,
prosigamos. “Hernández de Córdoba llegó a la provincia de Nicaragua, la pacificó y pobló. Y como se vio
con muchos soldados, próspero y apartado de Pedrarias, mandó al capitán Pedro
de Garro que buscase un puerto para hacer sabedor al rey de que había
pacificado aquellas provincias, pidiéndole que le hiciese merced de ser el
gobernador de ellas (gran patinazo, en el
que faltó poco para que se implicara Cortés)”. Al saber Sandoval qué
pintaba Garro por allí, le dijo que “tenía por cierto que Cortés ayudaría a que
quedase Hernández de Córdoba por gobernador de Nicaragua. E ya concertado, nos
mandó ir adonde Cortés al capitán Luis Marín con varios soldados, y algunos de Garro,
yendo todos a pie por pueblos que estaban en guerra. Sería no acabar de presto
contar las guerras que tuvimos, los ríos que pasamos y el hambre que sufrimos”.
Se iban a encontrar a un Cortés atormentado de nuevo por el ‘perro negro’ del
desaliento y la depresión: “Cuando entramos en Trujillo, Cortés vino con
lágrimas en los ojos a abrazarnos, y nos
dijo: ‘¡Oh, hermanos, qué deseo tenía de veros y saber qué tales estábades!’. Y
se le veía tan flaco que tuvimos pena de él, porque, según supimos, había estado
a punto de muerte de calenturas e tristeza que en sí tenía, y tanto que ya le
habían hecho unos hábitos del señor San Francisco para enterrarle con ellos”.
No estaba Cortés para alegres rebeldías, así que, educadamente, “después de
haber leído la carta sobre lo de Hernández de Córdoba, dijo que haría lo que
pudiese por él”. Por si no bastara la desmoralización que llevaba a cuestas,
Cortés iba a recibir otra carta demoledora…
(Foto.- Vasco Núñez de Balboa, descubridor del Pacífico, tiene ese monumento
en Panamá. Hombre carismático y tratable, muy querido por algunos nativos: su
gran amor fue la india Anayansi, mediante cesión gustosa de su padre, un
cacique local, y de ella misma. Tuvo el destino de cara hasta que tropezó con
el brutal Pedrarias Dávila, quien por puros celos del brillo de Balboa, y sin
que lo impidiera que había concertado la boda de su hija con él, le cortó la
cabeza. ¿En qué acabará la rebeldía de Hernández de Córdoba contra Pedrarias?
Bernal nos deja en suspenso, de momento, porque tiene que hablar antes de la
negra carta que le llegó a Cortés).
No hay comentarios:
Publicar un comentario