-Y el que ahora volverá a ser un repugnante chivato, reverendo, movido,
como entonces, por los celos. Vayamos por orden. Balboa y Garabito eran amigos
íntimos, pero este desgraciado se moría de envidia por uno de los amores más
románticos de Indias, el de Balboa con la indígena Pocahontas, digo Anayansi,
y, de forma miserable, trató de seducirla en secreto; la deliciosa criatura se
lo contó a su amado, que frenó en seco a su ‘amigo’ con palabras muy duras.
Garabito, verde de rabia, le escribió al terrible Pedrarias Dávila con dos
infundios: que Balboa no pensaba cumplir el trato de casarse con su hija, y
que, además, pretendía quitarle la gobernación. Bastó para que Balboa acabara
degollado. Qué triste.
-Pues va a hacer algo parecido, galante jovenzuelo, con Cortés y con Francisco Hernández de
Córdoba; también ahora, aunque parezca por lealtad a Pedrarias, será más bien
fruto del odio: “Como un soldado que se decía Garabito (Andrés) y otros dos, todos íntimos amigos de Pedrarias Dávila,
vieron que Cortés había enviado presentes al Francisco Hernández (de Córdoba), tuvieron sospecha que este
quería dar aquellas tierras a Cortés. Y demás desto, el Garabito era enemigo de
Cortés porque, siendo mancebos en la isla de Santo Domingo, Cortés le había
acuchillado sobre amores de una mujer. Y cuando Pedrarias lo alcanzó a saber
por cartas que ellos le escribieron, vino más que de paso con gran cantidad de
soldados y prendieron a Francisco Hernández, que no había querido huir creyendo
que Pedrarias lo hiciera de otra manera, porque habían sido my grandes amigos.
Y después que Pedrarias hubo hecho proceso contra Francisco Hernández y halló
que se le alzaba, por sentencia le degolló”. De rebote, Cortés vio claro que ‘ojito
con Pedrarias’, y desistió de competir con él por las tierras de Nicaragua. Pero es que, además, el gran
Cortés estaba irreconocible, depresivo y en un mar de dudas. Le vimos decidido
a ir a poner orden en México, aunque fuera de tapadillo. Pero llegó al puerto
de Trujillo, “y, como estaba flaco, mal dispuesto, quebrantado de la mar y muy
temeroso de ir a la Nueva España por temor a que le prendiese el factor, le
pareció que no era oportuno ir a México”. Está claro, pequeñín, que este no es nuestro Cortés. Andaba tan confuso que
consultó al mismísimo Espíritu Santo, “al que le mandó decir misas, con procesión y rogativas, para que le encaminase
a lo que más fuese a su santo servicio. Y pareció que el Espíritu Santo le
alumbró de no ir a México por entonces, sino que conquistase y poblase aquellas
tierras en las que estábamos. Y luego, sin más dilación envió a matacaballo
tres mensajeros diciéndonos que así lo pensaba hacer”. ¿Creen vuesas mersedes
que sus soldados eran fieles creyentes en el hilo directo con el Espíritu
Santo? Pues vean: “Y desque vimos la carta, no lo pudimos sufrir, y le echamos
mil maldiciones, deseando que no tuviese ventura en todo en lo que pusiese
mano, y que se perdiese como nos había
echado a perder (nunca le hemos visto, ni
le veremos, a Bernal tan ‘cabreado’); y todos a una le dijimos al capitán
Sandoval que, si Cortés quería quedarse a poblar, que se quedase con los que
quisiesen, que hartos conquistados y perdidos nos traía, y que nos iríamos a
las tierras de México que ganamos. Y asimismo Sandoval era de nuestro parecer”.
Lo escribieron en una carta, firmaron todos, y se lo mandaron a Cortés, que
contestó con halagüeñas promesas para los que quisieran quedarse y una frase
ofensiva (que debía de ser frecuente en
Indias): “que si no le querían
obedecer lo que mandaba, que en Castilla y todas partes había soldados. Y
desque aquella respuesta vimos, todos
nos queríamos ir camino de México, perdiéndole la vergüenza. Entonces el
Sandoval, muy afectuosamente y con grandes ruegos, nos insistió en que
aguardásemos unos días, que él en persona iría a hacer embarcar a Cortés camino
de México”. Era ya como los viejos matrimonios deteriorados y con el mutuo
respeto arruinado.
(Foto: El bilioso Garabito le descubrió al implacable Pedrarias los
sueños de independencia de Francisco Hernández de Córdoba, y le costó la
cabeza; sin embargo se trataba de un personaje noble que no huyó, confiando en
poder razonar con ‘la bestia’. Para entonces, Francisco había hecho una
magnífica labor en Nicaragua, fundando las ciudades de León y de Granada, donde
le han levantado este monumento en un lugar que le habría encantado).
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