(148) –Un gran
líder, soñador poeta, no para: solo ve el objetivo.
-Certo, dottore; prefiere la muerte al fracaso: todo o nada. Así que, no
son fiables, porque la vida de los demás les importa poco. En esa obsesión por
seguir siendo el número uno le estamos viendo ahora a Cortés, aunque con
frustración garantizada, porque su pasado triunfo en México y lo que acababa de
conseguir su primo Pizarro en Perú era ya insuperable. Tras el fracaso de la
última flota que envió por el Pacífico, tomó una decisión drástica: “Cortés
tuvo gran pesar de lo acaecido. Y como era hombre de corazón, que no reposaba
con tales sucesos, acordó no enviar más capitanes, sino ir él en persona (este es mi chico)”. Su carisma estaba
vivo, así que, “cuando se supo en la Nueva España que el marqués iba en
persona, creyeron que era cosa cierta y rica, y vinieron a servirle unos 286
hombres y 34 mujeres casadas”. Equipó a lo grande tres navíos. “Cortés se
embarcó con los que estimó necesarios
(al resto lo dejó esperando en el puerto) para ir a la isla Santa Cruz (allí
había muerto el vizcaíno Ortuño con sus hombres), donde decían que había
perlas”. Llegó en abril de 1537, haciendo que la nave retornara para que
hiciera el viaje la flota completa, bajo el mando de su gran amigo Andrés de
Tapia. Superaron una tormenta. “Y asegurado el tiempo, dioles otra tormenta que
separó a los tres navíos; uno dellos llegó donde estaba Cortés; otro encalló en
la costa de Jalisco, y muchos soldados que estaban descontentos del viaje y
tantos trabajos, se volvieron a la Nueva España; y el otro navío dio al través
en una bahía”. Pasaba el tiempo, los que estaban con Cortés se quedaron sin
alimentos, “y de hambres y dolencias se murieron veintitrés; otros muchos que
estaban dolientes maldecían a Cortés y a su isla”. Pero no era hombre para
aguardar una salvación milagrosa: “Fue a buscar a los perdidos con el navío que
tenía, hallando el de Jalisco sin ningún soldado, y el otro cerca de unos
arrecifes. Con gran trabajo, los aderezó y calafateó, volviendo a Santa Cruz
con sus tres navíos y bastimento. Y comieron tanta carne los soldados que lo
aguardaban que, como estaban debilitados, les dio cámaras (diarrea) y tanta dolencia que murieron la mitad de los que
quedaban”. Se repite sin fin el drama de Indias: situaciones tremendas
superadas por un gran líder, y famélicos
enloquecidos comiendo hasta reventar.
-Es difícil, secre, controlar a
unos desesperados: “Y por no ver Cortés delante de sus ojos tantos males,
fueron a descubrir otras tierras, y entonces toparon con California, que es una
bahía”. Así que démosle el mérito de haberla descubierto, pero, por lo que se
ve, con la moral por los suelos: “Y como Cortés estaba tan trabajado y flaco,
deseaba volver a la Nueva España, pero no fue, para que no dijesen de él que había gastado muchos
pesos de oro y no había topado con tierras de provecho”. Le sacaría del
atolladero su mujer, Juana de Zúñiga, como eficaz y sensata compañera.
Temiéndose lo peor, “envió en su busca dos navíos, y le escribió a su marido
muy afectuosamente, con ruegos de que volviese a México, que mirase los hijos e
hijas que tenía y dejase de porfiar más con la fortuna, y se contentase con los
heroicos hechos y fama que en todas partes había de su persona (oh, qué señora dama, pequeñín: una artista
curándole el orgullo herido)”. También le rogó el virrey Mendoza que
regresara. “Y desde que vio las cartas, dejó allá a su gente y vino a
Cuernavaca, donde estaba la marquesa, con lo cual tuvo mucho placer, y también
todos los vecinos de México y el virrey, porque se decía que los caciques de la
Nueva España se querían alzar viendo que
no estaba en la tierra Cortés”. La armada la dejó en California bajo el
mando de Francisco de Ulloa, quien, “tras siete meses de viaje, no hizo cosa
que de contar sea, y se volvió a Jalisco”. Bernal sentencia después: “Y en esto
que he dicho pararon los viajes y descubrimientos que el marqués hizo, y aun le
oí decir muchas veces que había gastado en las armadas sobre 300.000 pesos de
oro (una fortuna: unos 1.200 kg de oro)”.
Y remata la faena: “Si miramos en ello, Cortés en cosa ninguna tuvo ventura
después de que ganamos la Nueva España”.
(Foto.- Brevemente: Ulloa ya constató en 1540 que California era una
península; así que su expedición, contradiciendo a Bernal, “sí hizo cosa que de
contar sea”. Un temprano error cartográfico propagó la idea de que era una
isla, y así aparece cien años después en este mapa del siglo XVII. El nombre de
California lo tomaron los españoles del libro de caballerías “Las sergas de
Esplandián”, escrito por Garci Rodríguez de Montalvo y publicado en 1510).
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