(141) -Qué casualidad, baby: iba a España,
y le llamaron de allí.
-Tan simultáneo, daddy, que recibió la
carta mientras preparaba el viaje. Contaba con llevar en un navío “4 indios
maestros de jugar al palo con los pies, y otros indios grandes bailadores que
parecen que vuelan por lo alto (sigue
siendo un reclamo turístico), y llevó 3 indios corcovados muy enanos, y
otros muy blancos, que con el gran blancor
no veían bien (¿albinos?). Y
los caciques de Tlaxcala le rogaron que llevase a tres hijos de los principales
de aquella provincia, y, entre ellos, un hijo del ciego Xicotenca el Viejo, que
después se llamó don Lorenzo de Vargas”. Poco entusiasmo circense le quedaría
cuando recibió las noticias de España: “Entonces le vinieron cartas del
presidente de Indias y cardenal de Sigüenza don García de Loaysa, y del duque
de Béjar y otros caballeros, en las que le decían que, como estaba ausente,
daban quejas de él ante Su Majestad acerca de muchos males y muertes que había
hecho dar a los que Su Majestad enviaba, y que fuese a volver por su honra; y
le trajeron noticias de que su padre, Martín Cortés, había fallecido. Y desque
vio las cartas, le pesó mucho, así de la muerte de su padre como de las cosas
que decían que había hecho, no siendo así. Y si mucho deseo tenía de ir a
Castilla, después se dio mayor prisa”. No le faltaba oro, ¿eh, tesorero?
-Salta a la vista, querido socio: “Compró
Cortés dos navíos que habían llegado a Veracruz y los abasteció muy
cumplidamente, como para el rico y gran señor que era, cargando tanto género
que, con lo que les sobró en Castilla, se habrían podido mantener dos años otros dos navíos”. Embarcados los
tres prohombres, Cortés, Sandoval y Tapia, llegaron a España en 42 días. No lo
puedo evitar, pequeñín: me brotan
ectoplásmicas lágrimas al leer lo que dice Bernal después. Ese dechado de
virtudes que fue Gonzalo de Sandoval, su personaje preferido de cuantos
aparecen en el libro, al que no le encuentra defecto alguno, y del que siempre
habla con afecto de amigo aunque fuera su capitán, quizá por la complicidad de
ser igualmente jóvenes, se nos va a
morir. Y le va a ocurrir sin poder ir más allá de la costa andaluza: volvía por
primera y última vez a España, pero no
alcanzó a ver su Medellín natal, ni a su familia. Se había librado
milagrosamente de incontables peligros, y una estúpida enfermedad acabó con él.
A ver qué dice Bernal. Llegados a Palos de Moguer (Huelva), “pareció que
Gonzalo de Sandoval iba muy doliente, y a grandes alegrías hubo tristezas, que
fue Dios servido de llevarle a los pocos días desta vida”. Cortés había ido al
próximo monasterio de La Rábida; entretanto, Sandoval se fue agravando hasta el
extremo de que un miserable, que luego desapareció, “le hurtó en la posada 13
barras de oro, y aunque Sandoval lo vio, no osó dar voces (el vencedor de tantas batallas), porque como estaba muy debilitado
e flaco e malo, temió que aquel mal hombre le echase la almohada sobre la boca
y le ahogase”. Le avisaron a Cortés de la gravedad de Sandoval y volvió
rápidamente, “pero cada día iba empeorando de su mal. Se confesó y recibió los
Santos Sacramentos con gran devoción, e hizo testamento; nombró por su albacea
a Cortés, y heredera a su hermana María, la cual se casó, el tiempo andando,
con un hijo bastardo del conde de Medellín. Y luego dio su ánima a Nuestro
Señor Dios que la crio. Y por su muerte
se hizo gran sentimiento, y con toda la
pompa que pudieron, le enterraron en el monasterio de Nuestra Señora de La
Rábida, y Cortés, con todos los caballeros que iban en su compañía, se pusieron
de luto. Perdónele Dios, amén”.
(Foto: El antiguo puerto de Palos de Moguer (Huelva), en la desembocadura del río
Tinto, quedó hace tiempo cegado por las tierras; de allí partió Colón hacia lo
desconocido, y nos dice ahora Bernal que Cortés, Sandoval y Tapia acaban de
llegar a sus aguas protectoras. Sigue existiendo Palos de la Frontera, la
ciudad del puerto desaparecido, y en ella un monumento vivo que representa la
mejor esencia colombina: el monasterio franciscano de Santa María de la Rábida,
tan bello y apacible como se ve en la foto. Entre sus muros, le animaron los
franciscanos a Colón cuando tenía todo en contra; allí reposa Martín Alonso
Yáñez Pinzón, el hábil y valiente piloto que le acompañó en su aventura. Dentro
de su desgracia, va a resultar que Sandoval tuvo la suerte de ser enterrado en
el mejor sitio posible para un héroe de Las Indias. Y pocos días después de su
fallecimiento ocurrió un hecho verdaderamente singular: se encontraron en el
monasterio los dos más grandes de Indias, Cortés y Pizarro; eran, además,
parientes, y el glorioso analfabeto llegaba a España a conseguir las
capitulaciones para conquistar el imperio inca, cuya existencia acababa de
confirmar tras cuatro años de tremendas penalidades. Hay casualidades que
parecen milagrosas).
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