(133) –Y
siguieron los sainetes, picaruelo: no nos vamos a aburrir.
-Dice Bernal, alegre canónigo, que en medio de ese barullo llegaron a
México Francisco de las Casas y Gil González de Ávila, negándose a admitir que
Cortés hubiese muerto, “y dijeron que no
se podían consentir aquellas revueltas y que era mal hecho nombrar por
gobernador al factor Salazar, e que, en cualquier caso, más méritos tenía Pedro
de Alvarado para serlo; e secretamente le escribieron a Alvarado para que se
viniese con todos los soldados que tenía, y que le procurarían darle la
gobernación hasta saber si Cortés era vivo. E cuando ya Pedro de Alvarado se
venía para México, tuvo temor del factor por las amenazas que le envió de que
le mataría, y también porque habían
ahorcado a Rodrigo de Paz (pariente de
Cortés, su mayordomo y alguacil mayor de la ciudad), y apresado al
licenciado Zuazo, de manera que se volvió a su conquista. Y después que el
factor vio que el de las Casas y González de Ávila no eran buenos amigos, los
mandó prender, les hizo proceso sobre la muerte de Olid, y los sentenció a
degollar, pero luego los envió presos a Castilla”. Con el que se había ensañado
antes, a plena satisfacción, reve, fue con Rodrigo de Paz.
-Ese Judas, amado secre, era un perro rabioso: “El factor Salazar lo
apresó y le pidió el oro y la plata de Cortés porque era su mayordomo, y porque
no se lo dio, pues era claro que él no lo tenía, le dio tormentos, y con aceite
y fuego le quemó los pies y aun parte de las piernas; y estaba en las prisiones
tan flaco y malo como para morir; y no contento con los tormentos, temiendo que
se quejara a Su Majestad, lo mandó ahorcar por revoltoso; y a la mayoría de los
soldados y vecinos que estaban por Cortés los mandaba prender, amparándose
muchos en el convento de San Francisco”. Mientras leía Cortés ante sus tropas
la carta de tan deprimentes noticias, “estábamos tristes y enojados, así del
Cortés, que nos trajo con tantos
trabajos, como del factor, y echábamos dos mil maldiciones al uno y al otro, y
se nos saltaban los corazones de tanto
coraje. Pero Cortés no pudo contener las
lágrimas, y con la misma carta se fue a
encerrar en su aposento, y no quiso que
le viéramos hasta más de mediodía. Y todos
nosotros le rogamos que presto se embarcase en tres navíos y que nos fuésemos a la Nueva España”. El hundido Cortés tendría que
enmendar sus errores. Bernal estaba
allí, y nos cuenta lo que les respondió Cortés: “¡Oh hijos y compañeros míos!;
veo que aquel mal hombre del factor está muy poderoso, y temo que si nos ve en
el puerto se atreva a matarme o echarme
preso, a mí y a vuestras personas. Yo iré a México muy secretamente con solo cinco de vuestras mercedes para que,
desconocidos, entremos en la ciudad. Conviene que vos, señor Luis Marín, con
los compañeros que vinisteis en mi busca, os juntéis en Naco con Sandoval y vayáis
camino de México”. Es como si despertara el oso dormido, porque le empezó a
renacer el ansia de intrigas. Le envió una carta y ayuda de provisiones al
capitán Pedro de Garro con destino a Francisco Hernández de Córdoba, con el
mensaje de que “haría por él todo lo que pudiese” para que consiguiera alzarse
contra el gobernador Pedrarias Dávila y conquistar Nicaragua. En medio de
situación tan dramática, Bernal no se resiste a contar una anécdota, también
dramática: “Estando que estábamos en aquella villa de Trujillo, un hidalgo que
se decía Rodrigo Mañueco, maestresala de Cortés, por dar contento y
alegrar Cortés, que estaba, con razón,
muy triste, apostó con otros caballeros que subiría con todas sus armas a unas
casas, las cuales estaban en un cerro algo alto. Y subiendo armado, reventó en
la cuesta y murió de ello”.
(Foto.- Queridos hijos míos: el cuadro representa la rendición de
Granada a los Reyes Católicos. Tuve el inmenso honor de recibir, con el señor
arzobispo y los demás canónigos de la catedral de Sevilla, una carta que nos
escribió de inmediato Fernando el Católico, de la que extraigo un párrafo: “Fágoos
saber que ha placido a N. Señor, después de muchos y grandes trabajos, gastos y
fatigas de nuestros Reinos, y derramamiento de sangre de muchos de nuestros
súbditos, dar bienaventurado fin a la guerra que he tenido con el Rey y moros
del Reino y Ciudad de Granada, la cual, tenida y ocupada por ellos por más de
780 años, hoy, dos días de enero de este año de 1492, es venida en nuestro poder
y señorío”. ¿Que a qué viene esto? Pues resulta que poco después nació en
Granada, de ilustre linaje, el primer niño cristiano, y aunque no se lo merecía, el afortunado bebé fue el
retorcido factor Gonzalo de Salazar, también llamado “El Gordo”).
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