(144) –No perdió
un segundo Salazar, secre, para intrigar a fondo.
-Resulta repugnante el factorcito, santo padre. Empezó de inmediato a
trabajarse a Nuño de Guzmán, “haciéndose muy amigo suyo y de Delgadillo,
que no hacían otra cosa sino lo que él
mandaba”. Su primera maniobra (que le
sacó de quicio a Bernal) fue “aconsejarles que no hiciesen el repartimiento
perpetuo de indios que mandaba Su Majestad, porque, si lo hiciesen, no serían
tan señores, y los conquistadores y pobladores no les tendrían tanto acato”. Y
se salió con la suya. Tuvo la osadía de ir más lejos.
-Da la sensación, ilustre literato, de que Salazar no contaba con mi
sobrino Juan, porque en su siguiente trapacería Bernal tampoco lo menciona:
“También decidieron el factor Salazar, Nuño de Guzmán y Delgadillo que fuese el
mismo factor a Castilla para pedir la gobernación de la Nueva España para Nuño
de Guzmán, porque sabían que Cortés ya no tenía tanto favor con su Majestad.
Pues embarcado el factor, dio al través la nave con una gran tormenta, y se
salvó en un batel, y (la rata) volvió
a México, y no tuvo efecto su ida a Castilla”. Y todo ello a pesar de que los
oidores ya habían tomado la habitual residencia por orden del rey a Alonso de
Estrada, gobernador en funciones, “que la dio muy buena, y debía quedar por
gobernador”. Bernal hace un balance del conjunto de la actuación de Estrada en
su cargo y le elogia sin recato, salvo en cierta debilidad frente a los
conflictos, como el actual con Salazar, Nuño y Delgadillo: “Y a los pocos días,
falleció de enojo de ello. Dejemos de
hablar de esto y diré que en lo que entendió después la audiencia fue en ser
muy contrarios a las cosas del marqués. El factor Salazar y otros vecinos le
pusieron muchas demandas a Cortés, y los escritos que entregaban en los
estrados de la audiencia tenían muy gran desacato y palabras muy mal dichas. Y
fue tal la cosa que el licenciado Altamirano (administrador de Cortés) echó mano a su puñal y le iba a dar al
factor si no se abrazaran con él Nuño de Guzmán, Matienzo y Delgadillo; y toda
la ciudad estaba revuelta”. Aquello era un
nido de víboras en plena histeria, y se produjo una vergonzosa trama de acusación contra Cortés y
sus soldados, derivada de que nuestro viejo conocido Narváez consiguió en
España una licencia para explorar Florida, muriendo él y casi toda la
expedición. Pero su viuda no lo sabía. Uno de los pocos supervivientes de la
tropa de Narváez fue el protagonista de un larguísimo y asombroso viaje entre
los indios norteamericanos (y lo escribió): Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Pero me
dice Bernal que ‘nos dejemos de cuentos viejos’ y volvamos al conturbado
México: “Llegó entonces un deudo del capitán Pánfilo de Narváez que se llamaba
Zavallos, enviado desde Cuba para buscarle por su mujer (la de Narváez),
María de Valenzuela, porque ya había fama de que estaba perdido o muerto. Y
secretamente el Guzmán, el Matienzo y el Delgadillo le hablaron para que
pusiera demanda contra todos los conquistadores que estuvimos juntamente con
Cortés en el desbaratar al Narváez. Y dada la queja por Zavallos, prendieron a
los más de los conquistadores, que pasaron de 350, y a mí también, y nos
desterraron a cinco leguas de México”. Luego levantaron el destierro, pero los
de la audiencia, con una agresividad feroz, consiguieron demandas para
reactivar todas las ya conocidas acusaciones contra Hernán, e intentaron incoar
otras nuevas, aunque en algunas pincharon en hueso: sus viejos soldados se
negaron a acusar a Cortés, como se les pedía, de que se había quedado con oro
que era del rey. Afortunadamente lo habían decidido en una reunión autorizada
por el alcalde, porque ya “el presidente y oidores nos querían prender diciendo
que sin licencia no podíamos juntarnos ni firmar cosa alguna”. Chasqueados, recurrieron
a otra presión (me ruborizo, secre): “Mandaron que saliesen de la Nueva España todos los que venían de linaje
de judíos o moros que hubiesen sido
quemados o ensambenitados por la Santa Inquisición”. Yo también abusé de ese
poder, pero lo de estos tres (ay, sobrino mío) estaba completamente fuera de
lugar.
(Foto: Ahí vemos el Palacio Nacional de México, que forma uno de los
laterales de la gran Plaza del Zócalo. Ese soberbio edificio es una ampliación
de las dependencias oficiales que construyó Cortés, dentro de las cuales
hicieron y deshicieron los funcionarios de la primera Audiencia de México, Nuño
de Guzmán, Diego Delgadillo y mi extraviado sobrino Juan Ortiz de Matienzo, los
cuales, según Bernal, “llegaron con mayores poderes a la Nueva España que los que tuvieron luego los
virreyes”).
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