domingo, 31 de julio de 2022

(1789) Pésima gestión del Gobernador y sus cuñados. Se decidió abandonar varias ciudades. Supuso una tragedia. La ira popular forzó el nombramiento de un nuevo gobernador: Francisco de la Fuente Villalobos. También demasiado pacifista.

 

     (1389) Pronto se enteró el Gobernador Acuña, que se encontraba en la población de Buena Esperanza, de la tragedia que habían iniciado los mapuches, porque comenzaron a llegar de todos lados los españoles fugitivos, hombres, mujeres y niños, que se habían salvado del saqueo y de la destrucción de los logares vecinos. “La tropa se puso en armas, hizo varias salidas por los campos inmediatos, y tomaron prisioneros a unos veinte criados indios rebelados. Todos fueron inhumanamente matados a hachazos y estocadas como culpables del delito de traición, concediéndoles, sin embargo, la gracia de que los confesaran los padres jesuitas. El Gobernador, ya fuera que quería ir a defender Concepción, como él mismo decía, o que pensara solamente poner a salvo su persona, como dijeron sus acusadores, decidió evacuar Buena Esperanza. Partieron de allí cerca de tres mil personas, soldados, religiosos, mujeres y niños. Cuando, después de dos días de penosa marcha, llegaron a  Concepción, el pueblo salió a recibirlos con la más respetuosa veneración. La abandonada Buena Esperanza fue ocupada por los indios, y, habiéndola saqueado completamente, le prendieron fuego destruyendo la iglesia y las casas”.

     José de Salazar, otro cuñado del Gobernador, al que lo había nombrado sargento mayor, se encontraba al mando en la ciudad de Nacimiento, que podía haber resistido los ataques de los indios, pero tomó la decisión equivocada. Ordenó abandonarla: “La retirada debía efectuarse por el río Biobío en una balsa grande y dos barcas. Fue inútil que algunos le hicieran ver los inconvenientes de este viaje, ya que estaban en la estación menos propicia. Sin atender a razones, mandó embarcar a toda la gente, hombres, mujeres y niños, y se inició la retirada. Unos cuatro mil indios los siguieron por ambas orillas, esperando que se presentase el momento oportuno para caer sobre los fugitivos. Para que no continuaran encallándose en el río, el sargento toleró un acto de la más inaudita inhumanidad. Muchas de las mujeres fueron dejadas en tierra, y luego serían presa de los indios sublevados. Pero las embarcaciones no pudieron llegar a la mitad de su camino, porque encallaron en un banco. Cuentan las crónicas que los indios atacaron entonces, y, finalmente, de muertos y prisioneros no se libró ninguno de los doscientos cuarenta hombres que venían. El sargento mayor, José de Salazar, mal herido, se echó al río, donde se ahogó con el capellán. Otros asentamientos españoles de la zona de Concepción también fueron abandonados, pero no de forma catastrófica. Los más importantes eran Chillán y Arauco. También Concepción se vio seriamente amenazada, porque llegaban hora a hora las noticias de estas desgracias llevadas por los mismos fugitivos que iban a buscar asilo contra la saña implacable de los indios. Esta misma ciudad se vio pronto seriamente amenazada por la general sublevación de toda la comarca. Partidas de indios tan insolentes como resueltos, practicaban sus correrías en las inmediaciones, y penetraban por las calles hasta dos cuadras de la plaza, apresando a las mujeres y robando cuanto podían. Era tal el estado de alarma de los pobladores, que, abandonando todos los hogares que no estaban en el centro de la ciudad, se fueron a vivir en la plaza y en los edificios de sus contornos”.

 

     (Imagen) La rebelión de los mapuches estaba haciendo estragos, y las equivocaciones  de los dos cuñados del Gobernador, Juan y José de Salazar, le costaron la vida a este y a muchos españoles, hasta el punto de que hubo una violenta protesta general:  “La excitación era más fuerte cada hora contra el Gobernador, su familia y sus amistades. El 20 de febrero de 1655, los del Cabildo y los vecinos de Concepción, llevando casi todos las espadas desnudas, lanzaban los gritos de ¡viva el Rey y muera el mal Gobernador Don Antonio de Acuña!, el cual buscó asilo en el convento de los jesuitas. Uno de sus cuñados, el clérigo Salazar, también lo hizo. Los vecinos más significativos de Concepción deliberaron acerca de  la persona que debiera tomar el mando. Los jesuitas convencieron al gobernador Acuña para que renunciara a su puesto, ya que sería el único medio de que salvara su vida. Los del Cabildo y los vecinos de Concepción proclamaron Gobernador al veedor general del ejército, Francisco de la Fuente Villalobos, uno de los hombres más respetables y acaudalados de la ciudad, siendo buen conocedor de los asuntos administrativos y militares de Chile, por servir en este país desde 1605”.  Francisco de la Fuente aceptó el cargo más por obligación que por devoción, ya que consideró que, de no hacerlo, seguiría habiendo conflictos civiles. Era de edad avanzada y tenía quebrantada la salud, pero su gran lealtad al Rey le  había mantenido siempre al margen de las críticas que se le hacía al gobernador depuesto, y, persuadido de que era su deber, aceptó la difícil misión que se le encargaba. Desgraciadamente, también él va a cometer un error en el que ya habían caído varios gobernadores, y se deberá precisamente a su humanitaria condición: “Su primer acto fue comunicar a la audiencia de Santiago los graves sucesos que acababan de tener lugar, y su elevación al mando. Sin descuidar las providencias militares para la defensa de la ciudad, se dedicó a entablar negociaciones con los indios sublevados, profundamente persuadido de que la bondad que siempre había demostrado con ellos (había ejercido el cargo de Protector de los Indios en la ciudad de Santiago) les haría comprender que debían tener confianza en el cumplimiento de las promesas que les hiciese. ‘Pero, como estaban tan recelosos y tan airados por los muchos daños y atrocidades que se habían cometido con ellos -agrega el cronista Olivares-, prosiguieron la guerra’. Las inútiles diligencias que hizo el veedor Villalobos para apaciguar a los indios, fueron censuradas por los militares más experimentados de Concepción, y más tarde dieron origen a serias acusaciones contra su conducta”. En la imagen vemos el inicio de un expediente de méritos que presentó el año 1636, teniendo el título de capitán.




viernes, 29 de julio de 2022

(1788) El débil gobernador Antonio de Acuña no solo quiso tapar los errores militares de su cuñado, sino que le confió otra campaña. Esto envalentonó a los mapuches, y hasta los indios que solían luchar junto a los españoles se rebelaron.

 

     (1388) Las catastróficas maniobras que hizo el maestre de Campo Juan de Salazar en su ataque a los indios cuncos, que tantas vidas de soldados españoles y de indios amigos costaron, produjeron un enorme malestar entre sus hombres, derivando en una dura crítica contra él: “Según volvían a su campamento, pasada ya la frontera con los mapuches, se levantó entre los oficiales más experimentados del ejército una verdadera tempestad contra el jefe incapaz y atolondrado que había dirigido la campaña. Se le acusaba de ser autor de todas las desgracias, y se pedía abiertamente su separación del mando. El mismo gobernador Acuña se creyó en el deber de mandar hacer una información acerca de la conducta de su cuñado, pero, por el empeño y las presiones de doña Juana de Salazar, la esposa del Gobernador, los testigos no sólo disculparon la conducta del maestre de campo sino que la aplaudieron fuertemente, pidiendo que se le confiase un ejército mayor para ir a recuperar su honra y castigar a a los cuncos por haber hecho tanto daño. La información había sido una pura fórmula que sirvió sólo para glorificar oficialmente al cuñado del Gobernador. Este resultado estimuló la ambición y la codicia de los hermanos Salazar. Resueltos a enriquecerse con la venta de esclavos tomados en la guerra, consiguieron del débil gobernador Acuña que preparara otra expedición al territorio de los cuncos para el verano siguiente.

     Pero cuando el Gobernador estaba organizando la nueva expedición, le surgió un problema inesperado y de gran envergadura. No se percató de que el desastre del que era responsable su cuñado produjo asimismo un gran malestar entre los indios amigos que solían batallar junto a los españoles, como consecuencia de que también ellos habían perdido a muchos compañeros por el garrafal error del maestre de campo Juan de Salazar. Eran, además, conscientes de que este cuñado del Gobernador estaba movido, más que por el objetivo de someter a los indios rebeldes,  por el ansia de lucrarse apresando a muchos de ellos para venderlos como esclavos: “De todas partes le llegaban al Gobernador avisos de la desconfianza en que vivían los indios amigos. Don Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, el autor del ‘Cautiverio feliz’ (como ya vimos), comunicó desde Boroa que los indios estaban dispuestos a rebelarse si se hacían más expediciones de ese tipo, y lo  mismo dijeron capitanes de otros fuertes. Pero don Antonio de Acuña, bajo la influencia absoluta de sus parientes, se negaba a dar crédito a tales avisos. Doña Juana de Salazar y sus hermanos le habían hecho creer  que todo aquello era una simple intriga de algunos capitanes del ejército que querían impedir la proyectada expedición porque iba a estar bajo el mando del maestre de campo Juan de Salazar. De manera que, sin hacer ningún caso a las advertencias de sus capitanes, el Gobernador reunió en la población de Nacimiento las tropas expedicionarias. Formaban un cuerpo de dos mil cuatrocientos hombres, de los cuales unos setecientos eran soldados españoles, y el resto indios amigos”.

 

     (Imagen) En todos los territorios de América, los españoles contaron con la importante colaboración de los nativos para luchar contra los indios rebeldes. Pero fue tan torpe el maestre de campo Juan de Salazar, cuñado del Gobernador de Chile, Antonio de Acuña, que su mala táctica, que había sido criticada por los capitanes, provocó la muerte, no solo de  muchos españoles, sino también de indios amigos, y en mayor cantidad. Hasta el punto de que, cosa rara, surgió un motín general de los nativos amigos y de los que no lo eran. Pero, bajo las órdenes del maestre de campo, Juan de Salazar, se puso de nuevo en marcha el ejército el día 6 de febrero de 1655. Nos cuenta Diego Barros: “Los indios habían preparado un gran levantamiento de todos los indígenas de la vasta extensión que va desde Osorno hasta el río Maule. Estaba decidido que la rebelión estallara al mismo tiempo en todas partes. La ceguera del Gobernador, que mantuvo en el puesto de maestre de campo a su cuñado, Juan de Salazar, había facilitado estos planes de los indios. El día 14 de febrero estalló como una bomba la formidable insurrección. También los indios que estaban al servicio de los españoles se sublevaron. Atacaron de improviso las casas de las estancias, mataban a los hombres, apresaban a las mujeres y a los niños, robaban los ganados, incendiaban las habitaciones y corrían a reunirse con los otros grupos de sublevados para caer sobre los fuertes en que estaban acuarteladas las guarniciones españolas. Más de cuatrocientas estancias situadas entre los ríos Biobío y Maule fueron destruidas y asoladas en pocas horas. Las pérdidas sufridas por los encomenderos de esa región fueron evaluadas más tarde en ocho millones de pesos. En el mismo día, los otros establecimientos españoles, las aldeas y los fuertes se vieron acometidos por los indios. La insurrección era general y espantosa. Las tropas, además, se hallaban desprevenidas, y su distribución no era la más favorable para dominar aquella tempestad. Sin embargo, si esos diversos destacamentos hubiesen estado mandados por capitanes de experiencia y de resolución, y si la dirección general de la resistencia hubiese corrido a cargo de un militar de buen temple, como el que habían poseído algunos de los antiguos gobernadores de Chile, la insurrección habría sido vencida no tardando mucho. Pero, como vamos a ver, parecía que todo se había conjurado para hacer más terrible la situación y más inminente el desastre”. Parece evidente que el Gobernador Acuña fue nombrado sin merecerlo, y él, a su vez, le puso a su cuñado, por presiones familiares, en un puesto que le venía grande. En la imagen vemos la zona de la mayor pesadilla chilena: las poblaciones situadas en territorio mapuche.




jueves, 28 de julio de 2022

(1787) Antonio de Acuña fue uno de los gobernadores más torpes. Su mujer lo manejaba para que favoreciera a sus hermanos. Acuña nombró a un inepto cuñado suyo maestre de campo, y su falta de visión provocó una catástrofe.

 

     (1387) Los errores de la ilusoria estrategia y otros aspectos políticos produjeron un gran malestar en Chile: “El castigo aplicado a los indios cuncos después del crimen cometido en marzo anterior, les parecía irrisorio a los militares. El Gobernador Antonio de Acuña, hombre entrado en años, se había casado en Perú con una mujer joven llamada doña Juana de Salazar, que ejercía sobre él un predominio absoluto. Los parientes de ella habían visto en el ascenso político de don Antonio el medio de llegar a un rango más elevado y de enriquecerse. Así pues, al lado del Gobernador se fueron agrupando una hermana de su mujer, casada con un caballero que obtuvo un título de capitán, dos hermanos de ella, casados y pobres, otro hermano clérigo y algunos parientes. El Gobernador le dio el mando de la importante plaza de Boroa a a don Juan de Salazar, uno de sus cuñados. El otro cuñado, don José de Salazar, que vino de Perú en el puesto de capitán, fue elevado al rango de maestre de campo general, quedando desairados los militares que habían prestado largos servicios en la guerra de Chile. Pero, además, don Antonio de Acuña estaba sometido a presiones de otro tipo. Ya hemos visto su respetuosa atención a los consejos de los padres jesuitas, y que estos se oponían firmemente a la renovación de las operaciones bélicas, persuadidos de que los tratos de paz celebrados con los indios iban a producir en poco tiempo su conversión al cristianismo y el reconocimiento de la soberanía del rey de España. En estas vacilaciones del Gobernador contaba mucho la debilidad de su carácter, pero también la provisionalidad de su cargo”.

     Se refiere Diego Barros a que Antonio de Acuña seguía siendo gobernador interino de Chile, porque esa había sido la voluntad del Rey. Sin embargo, pronto cambiaron las cosas. La intención de Felipe IV era darle el puesto titular a Pedro Carrillo de Guzmán, un militar que alcanzó gran prestigio en la guerra de Portugal. Por alguna razón desconocida, el escogido no llegó a aceptar el cargo, y el Rey, el 18 mayo de 1652, se lo concedió a Antonio de Acuña por espacio de ocho años. Y dice Barros: “El gobernador don Antonio de Acuña y Cabrera debió de sentirse desde ese día más consolidado en el poder, pero una larga serie de desaciertos, a los que lo arrastraba la debilidad de su carácter, iba a hacer de este nombramiento el origen de grandes desgracias para él y para el reino de Chile”.

     Los soldados del Gobernador de Chile, viendo que ya ejercía como titular, le insistieron en que aplicara un castigo ejemplar a los indios. No solo lo hacían por razones estrictamente militares, pues también esperaban lucrase vendiendo como esclavos a los que pudieran apresar, y en este interés participaba Juan de Salazar, cuñado de Antonio de Acuña, al que, como hemos visto, lo había nombrado, con nepotismo, maestre de campo de todo el ejército: “El Gobernador, juzgando que aquella situación lo autorizaba para declarar obligatorio el servicio militar a los vecinos encomenderos, como se hacía en años atrás, determinó hacerlo, pero no obtuvo los contingentes que esperaba. No obstante, equipó lo mejor posible a sus hombres y compró cuatrocientos caballos, dejando todo listo para la campaña. Sus fuerzas constaban de novecientos soldados españoles y mil quinientos indios amigos, bajo el mando del maestre de campo don Juan de Salazar, promotor principal de la empresa”.

 

     (Imagen) Va a resultar que ANTONIO DE ACUÑA, Caballero de Santiago y nacido en Seseña (Toledo), fue uno de los gobernadores de Chile menos dotados. Se dejaba influir por su entorno familiar, y cometió el gravísimo error de nombrar maestre de campo a  su cuñado, Juan de Salazar Palavicino, que no estaba a la altura del cargo y era un aprovechado. El gobernador partió con su ejército para castigar a los indios cuncos por las matanzas que hicieron, pero ellos ya estaban a la espera. Y nos cuenta Diego Barros:  “Al llegar donde se encontraban, el maestre de campo, que creía segura la victoria, y que tenía ansias de coger inmediatamente algunos centenares de cautivos, mandó hacer un puente con balsas de madera. La improvisada construcción no era muy sólida, y tenía, además, otros inconvenientes que preocuparon a los capitanes más experimentados del ejército. Manifestaron que ese puente podía partirse con el peso de la tropa, y que, por ser muy estrecho, no se podía atravesar con la rapidez necesaria, de manera que las primeras compañías que llegasen a la orilla opuesta corrían gran peligro de perecer a manos de los indios sin que se les pudiera prestar socorro. Don Juan de Salazar no hizo caso de estas prudentes observaciones, y dio la orden de iniciar la marcha. Conociendo el peligro al que se les arrastraba, muchos soldados se confesaron para morir como cristianos. Desgraciadamente, los pronósticos se hicieron realidad. Pasaron el puente  unos doscientos hombres, entre españoles e indios amigos, y, al tomar tierra en la orilla opuesta, se vieron atacados por fuerzas mucho más numerosas, teniendo que sostener un combate desesperado sin poder recibir socorro de los suyos. Casi todos ellos perecieron, y, los que se precipitaron al río esperando hallar su salvación, fueron arrastrados por la corriente o alanceados por los enemigos, que los perseguían con el más encarnizado tesón. A la vista de este fracaso, don Juan de Salazar mandó que los otros cuerpos de tropas acelerasen el paso del río, pero esta orden produjo una desgracia mayor. El puente, quizá porque se dislocaran las balsas que le servían de base, se rompió repentinamente, precipitando al agua a casi todos los que lo iban atravesando. Estas operaciones fueron un verdadero desastre. El ejército perdió un sargento mayor, cuatro capitanes, varios oficiales inferiores, cien soldados españoles y cerca de doscientos indios amigos. La tropa, viendo los resultados de la inexperiencia y de la precipitación de su jefe, perdió toda confianza en su capacidad. El maestre de campo, por su parte, perturbado por aquella tragedia y sin crédito ni prestigio ante sus propios soldados, se vio en la necesidad de ordenar la vuelta de su ejército a la frontera del río Biobío”.




miércoles, 27 de julio de 2022

(1786) Los gobernadores novatos eran un peligro, porque tenían tendencia a creer en la buenas intenciones de los mapuches, cuyo único deseo era liquidar a los españoles. Lo mismo le ocurrió al recién llegado Antonio de Acuña.

 

     (1386) El nuevo Gobernador de Chile,  Antonio de Acuña, estaba muy ilusionado porque oía muchos comentarios acerca de la buena voluntad de los indios para aceptar la paz definitiva con los españoles: “Se dejó persuadir fácilmente por estos informes, y creyó que los tratos pacíficos y el empleo de los medios de suavidad iban a ser la clave de ese feliz final. Haciendo caso de  los consejos de algunos padres jesuitas, mandó que se suspendieran los ataques al enemigo, y que se pusiera en libertad a algunos indios que estaban prisioneros. Además, el capitán Diego González Montero, que acababa de ser nombrado gobernador de la ciudad de Valdivia, le comunicó que habían llegado a ese lugar algunos mensajeros de los indios del interior para ofrecer la paz en nombre de sus tribus. Ofrecimientos análogos a éstos habían hecho también los indios al gobernador de Chiloé, y, si bien esas manifestaciones inspiraban muy poca confianza a los militares más experimentados, fueron recibidas con gran contento por el gobernador Acuña y por sus consejeros”.

     Luego el Gobernador le mandó al veedor del ejército, Francisco de la Fuente Villalobos, que convocara en Concepción a todos los indios para que se pudiera dejar establecida una paz general: “El parlamento tuvo lugar en Boroa el 24 de enero. Los caciques allí reunidos hicieron de nuevo sus ofrecimientos de paz, y, como de costumbre, asegurando que estaban animados por el más sincero deseo de respetarla siempre. El gobernador Acuña, por su parte, aceptando este ofrecimiento, expuso muchas condiciones, que suponían el sometimiento absoluto de los indios a la dominación del Rey de España. Debían renunciar al uso de sus armas, trabajar en las fortificaciones de los españoles, dejar paso por sus tierras a las tropas del Rey, facilitar que los misioneros fuesen a predicarles la religión cristiana, y vivir como gentes pacíficas consagradas a los trabajos agrícolas para la manutención de sus familias y del ejército. Los indios, a quienes las promesas hechas en tales circunstancias no obligaban a nada, aceptaron estas condiciones. ‘Se acabó con gran regocijo de todos el juramento de las paces -escribió un testigo de los hechos-, y fue este día el más festivo que se ha visto en Chile, por no haberse visto jamás todo el país en paz, desde Copiapó a Chiloé, sin que hubiese indio ni provincia de guerra’. Pero el tiempo se iba a encargar en breve de desvanecer estas ilusiones”.

     El Gobernador, satisfecho con el resultados de las negociaciones, fue a recorrer el territorio para conocer el estado de los españoles: “Se puso en viaje para Valdivia acompañado sólo por diez hombres, y en aquel territorio fue recibido con todos los honores. Luego volvió a  Concepción, persuadido de que el acuerdo tomado con los indios suponía la pacificación completa del reino de Chile. Sin embargo, en cuanto el Gobernador volvió las espaldas, comenzaron de nuevo los conflictos de los indios, las pendencias entre unas y otras tribus y las alteraciones de algunas de ellas contra los españoles, excitadas por el espíritu turbulento de varios cabecillas y por la maldad de un desertor de Valdivia, por lo que el gobernador de esta plaza decidió acudir con sus soldados a contener los nuevos gérmenes de insurrección”.

 

     (Imagen) Pronto pagó el gobernador ANTONIO DE ACUÑA Y CABRERA (en la imagen, carta suya al Rey en 1651) un alto  precio por haber confiado de nuevo, ingenuamente, en que los indios iban a respetar la paz por verse bien tratados. Ocurrió que navegaba hacia Valdivia un barco que llevaba dinero y otras provisiones para el ejército español, pero una tormenta lo estrelló contra la costa. Habiendo muerto algunos españoles, y mientras el resto se dedicaban a recuperar la mercancía, un grupo de mapuches cuncos los mataron. Al Gobernador se le vino abajo su sueño de paz eterna con los indios y dio orden de que se fuera a castigarlos. Sin embargo, los jesuitas Diego de Rosales y Juan Moscoso lo convencieron para que se limitara a tomar alguna medida con los indios directamente responsables de aquellas muertes. Oigamos a Diego Barros: “Como resultado, los gobernadores de Valdivia y de Chiloé recibieron orden de ir a castigar a los cuncos, absteniéndose de hacer hostilidades contra las otras tribus. El capitán Ignacio Carrera Iturgoyen partió de Chiloé con un cuerpo de tropas españolas e indios amigos y avanzó hasta Osorno. Los indios de aquella comarca, ya que no podían oponerle resistencia, lo trataron como amigo e, incluso, le entregaron a tres caciques que habían tomado parte principal en el asesinato de los náufragos. Los tres fueron condenados a la pena de garrote, y sus miembros descuartizados fueron colocados en escarpias en los campos vecinos para muestra del castigo. Después de recomendar a los indios las ventajas de conservar la paz, y de oír su respuesta de conformidad, Carrera Iturgoyen retornó a Chiloé. Por su parte, el gobernador de Valdivia, Diego González Montero, había salido de campaña con doscientos soldados españoles, pero la descarada hostilidad de los indios le había impedido llegar en tiempo oportuno a las orillas del río Bueno, y contribuir por su parte al resultado de aquella expedición. Las mismas tribus que en el parlamento que se hizo en Boroa habían prometido no tomar las armas, salvo para auxiliar a los españoles contra sus enemigos, se negaban con diversos pretextos a acompañarlos en esta ocasión. González Montero,  engañado por los falsos informes de algunos caciques, comenzó a sufrir la escasez de víveres, y se vio forzado a regresar a Valdivia sin haber conseguido ningún resultado. Durante su ausencia, doce españoles habían sido asesinados a traición por los indios de la costa vecina a aquella plaza. Sus cabezas fueron repartidas en los diversos distritos de la región como si se quisiera estimular un levantamiento general. A pesar de todo, la paz aparente se mantuvo por algún tiempo, pero no se necesitaba de una gran sagacidad para comprender que no podía ser de larga duración”.




martes, 26 de julio de 2022

(1785) También el gobernador Antonio de Acuña se dejó influir por los jesuitas, que fueron heroicos, pero poco realistas. Así se ve, posteriormente (hacia 1750), en la película “La misión”. Un personaje extraordinario fue el jesuita Diego de Rosales.

 

     (1385) Aunque parezca mentira, había gobernadores de Chile que caían de nuevo en la trampa de querer utilizar una amable diplomacia para que los mapuches aceptaran definitivamente la paz, y, en estos nuevos intentos, siempre aparecía la intervención de algún jesuita: “Más al sur todavía, los indios tomaron como prisioneros a un padre jesuita de mucho prestigio, llamado Agustín Villaza, y a los españoles que en su séquito habían entrado confiadamente en el territorio enemigo con el propósito quimérico de convertir a los indios. El gobernador Alonso de Figueroa, en vista de estos hechos, se vio forzado a renovar en aquellos lugares las operaciones militares. Mientras las tropas españolas que guarnecían Valdivia y Boroa hacían la guerra a los indios rebeldes de esa región, el capitán don Ignacio Carrera Iturgoyen, que acababa de recibir el nombramiento de gobernador de Chiloé, desembarcaba en Carelmapu al frente de una buena columna, y a comienzos de invierno de 1650, hizo una dura campaña para escarmentar a las tribus indígenas de la comarca de Osorno”. Aunque Diego Barros no lo dice, uno de los resultados fue que el cacique de Osorno puso en libertad al padre Agustín Villaza, y es de suponer que también lo haría con sus acompañantes.

     El nuevo gobernador, Antonio de Acuña y Cabrera,  tardó ocho meses en iniciar su viaje hacia Chile: “Era un viejo militar que gozaba en Perú de cierto prestigio, más que por sus propios méritos, por la influencia de algunos parientes que tenía en la Corte de España. Antiguo soldado de las guerras de Flandes, no había alcanzado en ellas el renombre que tuvieron otros capitanes que habían venido antes a Chile. Con la protección de su tío don Hernando Ruiz de Contreras, que fue secretario de Estado de Felipe IV, obtuvo un puesto de corregidor en Perú, y luego el cargo de maestre de campo de la plaza del Callao (Lima) y el hábito de la Orden de Santiago. Tras ser confirmado como gobernador titular de Chile, partió en una nave hacia su destino a mediados de marzo de 1650, llevando una compañía de infantería y el fondo económico destinado a los soldados”.

     Fue recibido el 4 de mayo en Concepción con la solemnidad y las fiestas habituales, pero, ya de entrada, le adornaron la real situación del eterno problema con los mapuches, como si faltara poco para que todos los indios de Chile renunciaran a su rebeldía.  Convencido pronto por los jesuitas, mandó suspender los ataques y poner en libertad a los indios que estaban presos. De hecho, indios de distintos lugares le pedían que se negociaran paces. El Gobernador, viendo aquello muy positivo, le encargó al veedor Francisco de la Fuente Villalobos que fuera a Concepción para invitar a todos los indios a una reunión que se celebraría el mes de enero con el fin de dejar establecida la paz de forma definitiva. Por entonces, el Gobernador se enteró de que el capitán Luis Ponce de León había apresado al otro lado de los Andes, a algunos indios puelches, con el fin de venderlos como esclavos. Su reacción fue inmediata: “El Gobernador, reprobando públicamente estas operaciones, dispuso que el padre Diego de Rosales partiese de Boroa a la tierra de los puelches para dar libertad a los cautivos y para demostrar a esos indios las ventajas de la paz que se les ofrecía. El jesuita Rosales desempeñó sin inconvenientes ese encargo, y volvió a Boroa en enero siguiente persuadido de que se acercaba el término de aquella larga y fatigosa guerra contra los indios”.

     (Imagen) Está claro que la influencia y el prestigio de los jesuitas iban creciendo de manera muy notable en Chile. Tenían, sin duda, gran mérito como clérigos cultos y ejemplares, con varios miembros ya canonizados, pero su terca postura, muy cristiana pero poco realista, de querer conseguir, utilizando solo medios dialogantes, la paz con los mapuches, trajo pésimas consecuencias, y durante muchos años. Acabamos de ver que el nuevo gobernador, Antonio de Acuña, cayó en el mismo espejismo. Le encargó a un sacerdote que pusiera en libertad a algunos indios que habían apresado los españoles. Era el jesuita DIEGO DE ROSALES. Nació  en Madrid el año 1603 y murió en Santiago de Chile en 1677. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1622. En mayo de 1628 partió de Cádiz hacia las Indias con ilustres acompañantes, como nuestro conocido gobernador de Chile Francisco Laso de la Vega. Tras el muy accidentado viaje, llegó a Lima, y, movido por su anhelo  misionero, pidió, el año 1632, permiso para trasladarse a Chile, donde sus superiores le confiaron la evangelización de la complicada zona de Arauco. Allí viajó mucho, y tuvo que escapar varias veces de indígenas que fingían ser cristianos. No sólo se preocupó de la conversión de los nativos, sino que también, ocupándose de los españoles, socorrió a los enfermos y liberó de la prisión a muchos soldados. Fue el año 1640 cuando, en Santiago de Chile, se ordenó sacerdote. Como es de suponer, era un apasionado colaborador del jesuita Luis de Valdivia en sus teorías pacifistas pero poco  realistas. Acompañó a los españoles en campañas contra los mapuches, pero siempre procurando atenuar la dureza de los soldados. Por su tendencia a evangelizar a los mapuches, a pesar de su estilo guerrero, bravo y cruel, logró dominar su idioma, el mapudungún. Probablemente los indios vieran en él una sorprendente humanidad, que sería el motivo de que no lo mataran. Otro aspecto muy positivo del jesuita Diego de Rosales era su curiosidad por las costumbres de los nativos y las características históricas, geológicas y geográficas de Chile, incluyendo flora y fauna. Se puso al servicio de la religión y de la ciencia, y eso le permitió escribir un libro muy importante. Lleva el título  de “Historia General del Reino de Chile”, que se parece mucho al del libro del historiador Diego Barros, cuyo texto voy siguiendo. Es muy probable que Barros se sirviera a su vez de la obra del jesuita. Vimos en su día que DIEGO DE ROSALES publicó otro criticando la crueldad contra los mapuches. Tuvo una muerte ejemplar y acorde con lo que fue su vida. Ya muy enfermo, decía: “¿Esto es morir? Bendito sea Dios, pues jamás pensé que fuese cosa tan gustosa y suave. No siento nada que me dé cuidado ni pena”. Falleció teniendo 74 años.




lunes, 25 de julio de 2022

(1784) Todo era muy lento. Muerto un gobernador en Chile, se nombraba a otro interino, hasta que desde España se escogiera al titular. El nuevo interino, Alonso de Figueroa, ya anciano, le pidió al Rey, inútilmente, un nombramiento titular.

 

     (1384) Fallecido el gobernador Miguel de Múgica y Buitrón, tocaba efectuar el nombramiento de un sustituto. Y surgieron algunos problemas de rivalidades competenciales. Felipe IV, en mayo de 1635, le había reservado al virrey de Perú la facultad de tener ya señalado el nombramiento de las vacantes que se produjeran en el futuro. El virrey, siguiendo ese procedimiento, envió un comunicado a la Real Audiencia de Chile ordenando que fuera reconocido como Gobernador Interino el maestre de campo Alonso de Figueroa y Córdoba. Pero el oidor más antiguo de la Audiencia, Nicolás Polanco de Santillán, argumentando que Figueroa había sido elegido por el Marqués de Mancera, que hacía ya un año que cesó como virrey, pretendió que se le asignara a él el cargo, siguiendo la vieja tradición. Sin embargo sus compañeros, los oidores, rechazaron su reclamación.

     Y nos cuenta Diego Barros:  “Era el nombrado gobernador interino, Alonso de Figueroa y Córdoba (que lo será durante 13 meses), un militar envejecido en el servicio de las armas. Soldado desde la edad de dieciséis años, llegó a Chile en 1605, en el refuerzo de tropas que trajo de España el general don Antonio de Mosquera, y había recorrido aquí todos los grados de la milicia, hasta llegar al de maestre de campo, que poseía hacía veinticuatro años. Aunque no podía lucir servicios tan brillantes como algunos otros capitanes de su tiempo, su carrera estaba limpia de toda mancha, y gozaba del respeto de sus compañeros de armas. Sus escasos bienes de fortuna lo mantenían en una posición modesta, lo que no había impedido que algunos de los gobernadores lo distinguieran con particular aprecio. Don Martín de Mújica lo había honrado con su confianza, hasta el punto de darle uno de los cargos más importantes del reino, el de gobernador de la ciudad de Valdivia, que en esos mismos días iba a quedar vacante porque su titular, el capitán Gil Negrete, iba a pasar al gobierno de Tucumán por designación del Rey. Figueroa y Córdoba fue recibido en Concepción a mediados de mayo en el cargo de gobernador interino. Centró su atención en los asuntos militares:   ‘Habiendo llegado el tiempo de ponerse en campaña con el ejército  -le escribió al Rey-, me lo entorpeció la gran falta de provisiones que ha sufrido este reino de Chile desde hace años. Me he visto obligado a esperar cortas cosechas para proseguir la marcha hasta donde se pudiese.  A la espera de que esto se consiga, añade, y para no tener la gente ociosa, ordené que se hiciese una entrada en las tierras enemigas con buen número de gente, para que, con el destrozo que se les haga  y con las necesidades que padecen, se les obligue a rendirse al debido vasallaje de Vuestra Majestad y a las autoridades de la Iglesia’. Estas correrías, enteramente ineficaces para obtener el sometimiento de los indios, y mucho más aún su conversión al cristianismo, solo daban como resultado la captura de algunos prisioneros que luego eran negociados como esclavos. Además, aunque el gobernador interino pensó en los primeros días de mando acometer empresas militares de alguna trascendencia, su entusiasmo debió enfriarse pronto. Su primer cuidado al recibir el gobierno interino había sido escribir al Rey de España y al Virrey del Perú pidiéndoles  que lo confirmaran en calidad de Gobernador Titular de Chile,  pero sólo cosechó una bochornosa decepción”.

 

      (Imagen) Era lógico que ALONSO DE FIGUEROA Y CÓRDOBA, recién nombrado Gobernador Interino de Chile quisiera serlo titular, y se lo pidió al Rey con buenas razones, y otras adornadas. Le escribió en julio de 1649 (es la carta de la imagen): “Le dije al nuevo virrey del Perú cuán conveniente era para el servicio de Vuestra Majestad que dirigiese estas guerras persona experta en ellas, que tuviese conocimiento de cómo hay que hacérselas a estos indios, pues es todo muy distinto a lo de Europa, y de la manera de conservarlos en paz y sujetar a los rebeldes. Por faltar este conocimiento a los gobernadores que vienen de España y querer gobernar aquí con los mismos métodos de Flandes o de Italia, aunque han sido grandes soldados y de mucha fama en aquellas partes, no se ha dado fin a esta guerra y se ha errado siempre la manera. Ya que este gobierno me ha caído a mí en suerte, y es notorio el acierto con que he mandado durante los 45 años que he servido a Vuestra Majestad en el ejército, ocupando el puesto de maestre de campo general durante más de 24 años, con triunfos tan gloriosos, que no los tuvo mayores este reino de Chile desde su principio, y que no era menos notoria la calidad de mi sangre y las obligaciones que he tenido con mi mujer y mis siete hijos, que son nietos de los primeros conquistadores de este reino y de Perú, sin más caudal que mis méritos, pues he siempre servido desnudo de intereses y celoso del mayor servicio a Vuestra Majestad, desearía que me confirmase el nombramiento, como titular, del puesto de Gobernador de este reino, de manera que así, con esta merced o con otra de su real mano, premie mis méritos. Pues, sin atender a mi calidad, servicios y pobreza, ni a que actualmente me hallaba en el ejercicio de este puesto, Vuestra Majestad se lo ha otorgado al maestre de campo don Antonio de Acuña y Cabrera, dejándome a mí con mayores dificultades para mi decente lucimiento y con menos caudal para poder superarlas, pues apenas puedo sustentar moderadamente a mi pobre y desamparada familia”. Y añade Diego Barros: “El anciano militar (tenía unos 60 años), al recibir en octubre de ese año (1649) la negativa del Virrey a sus pretensiones, tuvo que sentirse desanimado para emprender las campañas que había proyectado. Sin embargo, su sucesor tardaba en llegar, y mientras tanto las hostilidades de los indios en la comarca de Valdivia se hacían más inquietantes. En la noche del 24 de diciembre, conducidos por uno de los soldados españoles que habían desertado de la ciudad de Valdivia, asaltaron un fuerte que sólo distaba una legua de ella, mataron a casi todos los soldados que lo defendían, apresaron a otros y prendieron fuego a las empalizadas y habitaciones”.




domingo, 24 de julio de 2022

(1783) El vasco Martín de Mújica y Buitrón, nuevo gobernador de Chile, era muy religioso. Suprimió los degradantes abusos que había, se le agradeció que suavizara los impuestos, y no mimó a los mapuches. Duró sólo 2 años, por morir, quizá, envenenado.

 

     (1383) Se produjo en 1646 el relevo del cesado gobernador de Chile Francisco López de Zúñiga: “Quien le sucedió en el cargo, Martín de Múgica y Buitrón era un antiguo militar acreditado por la importancia de sus servicios y por la gravedad de su carácter. Nacido en Villafranca (Guipúzcoa), sirvió en los ejércitos españoles desde muy joven. En 1638, siendo sargento mayor contra los franceses en el Piamonte, se distinguió asaltando las murallas del fuerte de Vercelli. Luego sirvió en el ejército encargado de someter Cataluña, que, con el apoyo de los franceses, estaba sublevada contra el Rey. En 1642, siendo ya maestre, y obligado a obedecer órdenes que aprobaba, fue sorprendido por los franceses en Granata y cayó prisionero con toda su división. Pero, en 1644, ya aparece de nuevo en el ejército español de Cataluña. Por entonces, el Rey Felipe IV, conociendo su buena reputación en el ejército, lo nombró Gobernador de Chile por un período de ocho años (parece ser que era el tiempo habitual)”.

     Como siempre ocurría, las enormes distancias alargaban los plazos, y el nuevo gobernador llegó a Lima en febrero 1646, donde el virrey le puso al corriente del peligro que suponían los piratas y de que en Chile había un problema crónico de escasez de soldados. Su llegada a este país tuvo lugar en mayo de 1646. Uno de sus acompañantes era el maestre de campo Francisco Gil Negrete, soldado de gran experiencia en la guerra de Chile, que iba como gobernador de la ciudad de Valdivia (y al que ya le dediqué una imagen)”.

     No coincidía su llegada con los meses apropiados para operaciones militares, por lo que le confió el mando de las tropas al maestre de campo Juan Fernández Rebolledo (también le dediqué una imagen), y él se ocupó de un asunto que otros habían descuidado, y que quizá lo asumiera por ser muy estricto en temas morales. Cuenta un cronista de la época: “Los soldados, sin temor de Dios, vivían con sus mancebas, presumían de robar, y, al comedido, lo despreciaban, y el gobernador puso mucho freno a estos abusos,

pero había otros aún más escandalosos.  Todos los inviernos pedían licencia muchos soldados y partían en cuadrillas robando cuanto hallaban. Hurtaban gran cantidad de caballos, derribando las paredes para sacarlos,  y se llevaban a indios e indias jóvenes que servían en las ciudades. No respetaban nada, ni aun lo sagrado y eclesiástico, pues a un clérigo le quitaron la mula en la que iba. Hacían así otras picardías que las celebraban entre los mismos soldados, y algunos se beneficiaban de los hurtos”,

     Y dice Diego Barros: “Para poner término a estos crímenes, don Martín de Mujica prohibió de manera tajante que los jefes dieran permiso a sus soldados para ir a Santiago e impuso las más severas penas contra los pendencieros y los ladrones. Antes que él, muchos gobernadores habían echado bandos amenazando con rigurosas penas a los soldados que hurtasen caballos, pero ninguno había hecho respetar tan escrupulosamente sus mandatos”. El antiguo cronista lo confirma diciendo. “Fue tan respetada la prohibición, que nadie osaba ya tomar caballo ni mula ajena, cosa que agradecieron notablemente los indios y los vecinos españoles. Y así, cuando el Gobernador fue a Santiago, le salieron a recibir a bandadas por los caminos y a agradecerle el bien que les había hecho”.

 

     (Imagen) El nuevo gobernador de Chile, de origen vasco, MARTÍN DE MÚJICA Y BUITRÓN, fue escogido por el Rey Felipe IV porque se había  ganado un brillante historial militar en las guerras de Flandes y de Italia, y también luchando contra una rebeldía catalana que era apoyada por Francia. Pero quizá tuviera algo que ver el hecho de que, al parecer, eran hermanos suyos dos capitanes que andaban luchando por Chile, Antonio y Alonso de Mújica y Buitrón. Este último protagonizó un hecho curioso. El temible pirata holandés Enrique Brouwer, tras sus correrías por la costa chilena, murió de una grave enfermedad el 7 de agosto de 1643, y sus hombres lo enterraron al norte de la isla de Chiloé. Tiempo después, Alonso de Mújica desenterró el cadáver y lo quemó, por considerar que debía morir como lo que era, un hereje. También el gobernador Martín de Mújica se caracterizaba por su profunda fe religiosa. Estaba convencido de que un aumento de las prácticas piadosas corregiría los muchos vicios de sus gobernados, y mandó que en los cuarteles los soldados rezasen el rosario todos los días. Él mismo daba el ejemplo de piedad ayudando generosamente para la construcción de iglesias y mostrando una sumisión absoluta a las autoridades eclesiásticas. Preocupado por las dificultades de la vida en Chile, le escribió al Rey pidiéndole que se les rebajara a los vecinos los impuestos. Dada la gravedad crónica de los enfrentamientos entre españoles y mapuches, el Gobernador se propuso estudiar con sus consejeros la manera de llegar a una solución soportable. Surgió de nuevo la tentación de tratar a los indios de forma más comprensiva, pero, una vez más, se impuso la triste realidad de que era un camino equivocado, hasta el punto de que el Gobernador tuvo que ejecutar a varios caciques mapuches porque, al parecer, planeaban matarlo. Estando él en Concepción, le llegó la noticia de que, el día 13 de mayo de 1647, se había producido en Santiago, zona sísmica, un tremendo terremoto en el que murieron muchos habitantes. MARTÍN DE MÚJICA Y BUITRÓN era un hombre de profunda fe cristiana y delicada conciencia, en la que había cabida para el buen trato a los indios, pero esa misma rectitud moral le proporcionó enemigos. Y ocurrió algo fatal, quizá intencionado. Algún cronista escribió: “El 4 de mayo de 1649, mientras comía, le sobrevino un ataque que le produjo la muerte. Apenas comenzó a comer, sintió el daño de un veneno, con arcadas y espumas. Se fue a la cama, y murió una hora después. Todos quedaron espantados por la acelerada muerte de un Gobernador tan querido y de tan acertado gobierno, no habiendo persona que no le llorase”. En la imagen lo vemos con su sobria y casi clerical vestimenta.




viernes, 22 de julio de 2022

(1782) El gobernador Francisco López de Zúñiga pecó de ingenuo con los mapuches. Harto de Chile, consiguió del Rey un puesto en España, para desgracia suya, porque los piratas les mataron a él, su mujer y dos de sus hijos.

 

     (1382) Pero, a pesar de sus preocupaciones estratégicas, el Gobernador Francisco López de Zúñiga preparó su campaña: “Sus tropas, que debían salir de expedición el próximo verano, formaban un total de cerca de mil setecientos hombres, en su mayor parte soldados de experiencia en aquellas guerras. Emprendió la marcha hacia el sur el 4 de enero de 1640 (comienzo del verano chileno), y sin hallar resistencia de ningún género, avanzó hasta las orillas del río Cautín. Los indios, escarmentados por sus desastres anteriores, habían abandonado, según su costumbre, sus chozas y sus campos, refugiándose en montañas y bosques. Pero, sorprendentemente, el cacique Lincopichón se presentó en el campamento español a conferenciar sobre la paz, y fue recibido afectuosamente por el Gobernador. Pronto surgió una división de pareceres entre los capitanes españoles. Los más experimentados en aquella guerra no confiaban en las propuestas de paz que hacían los indios. Creían que, como siempre, solo pensaban en salvar sus sementeras y ganados de la destrucción que los amenazaba, para sublevarse de nuevo después de las cosechas. Además, sabían que las negociaciones celebradas con uno o varios caudillos serían absolutamente estériles, ya que los enemigos no formaban un cuerpo de nación sometido a una sola cabeza. Pero el Gobernador, mucho menos conocedor del carácter de los indios, y sometido también a los consejos de los jesuitas que iban en su compañía, uno de los cuales era su propio confesor (el padre Francisco de Vargas), se inclinaba a dar oído a las proposiciones de Lincopichón, creyendo llegar por este medio a la pacificación definitiva del país. Movido por estos sentimientos, se abstuvo de cualquier acto de hostilidad, y después de largas conferencias con los indios, se separó de ellos en términos amistosos. El Gobernador volvía a su territorio para celebrar la paz, y Lincopichón y sus indios quedaban tranquilos en sus tierras, y resueltos, según decían, a inclinar a las otras tribus a someterse a los españoles”.

     A pesar de que el Gobernador sabía que el Rey ya había llegado al convencimiento de que el sistema de ‘mimar’ a los mapuches había fracasado, le ocultó que él se había decidido a emplearlo, y falseó los datos: “Francisco Laso de la Vega había engañado al soberano cuando le dio cuenta de las supuestas victorias alcanzadas contra el enemigo. El ejército, diezmado por la guerra, por las pestes y por las deserciones, tenía muchos soldados ya inútiles para el servicio. Los indios amigos se hallaban también muy reducidos por idénticas causas. La nueva ciudad de Angol, situada desventajosamente, en un lugar malsano, lejos de ser de alguna utilidad, era un peligro porque estaba expuesta a ser presa del enemigo cuando este quisiera tomarla. La situación de los indios de guerra, por el contrario, era más ventajosa que nunca. Lejos de haberse retirado de la frontera, como había escrito Laso de la Vega, estaban más atrevidos que nunca, podían poner en pie al norte del río Imperial un ejército de seis mil hombres, y hacían frecuentes correrías en el territorio ocupado por los españoles”. E, incluso, se atrevió a decirle al Rey: ‘A mi parecer, lo más conveniente en el estado actual para esta conquista, ha de ser agasajar a estos rebeldes, procurando atraerlos por buenos medios a que se reduzcan en amistad, mostrándoles asimismo para ello el rigor de las armas, como yo lo he hecho en esta campaña’.

 

     (Imagen) A lo ya dicho sobre el Gobernador de Chile FRANCISCO LÓPEZ DE ZÚÑIGA, añadiré datos acerca de sus actuaciones posteriores. Resultó que López de Zúñiga, de forma sorprendente, consiguió que el Rey Felipe IV le permitiera aplicar otra vez la táctica (condenada al fracaso) de emplear la vía diplomática con los mapuches. Poco después, le surgió al Gobernador otro problema ya sufrido en Chile. El año 1643 llegó a las costas de Chiloé el pirata holandés Hendrik Brouwer con la misión concreta de aliarse con los araucanos, atacar a los españoles y establecerse en Valdivia. El Gobernador pidió ayuda al virrey de Perú, don Pedro de Toledo, el cual le envió la Escuadra del Pacífico bajo el mando de su hijo, Antonio de Toledo, lo que bastó para que los piratas salieran huyendo. El Gobernador, de inmediato, se dispuso a fortificar Valdivia, y dejó en la ciudad 700 soldados. Estaba previsto que su nombramiento como gobernador durara ocho años, pero, bastante antes, le pidió al Rey ser sustituido. “Deseo, le escribió al Rey, servir a Vuestra Majestad en diferente parte. Sírvase darme licencia para ir a servir en presencia de Vuestra Majestad, para que mi labor tenga mejor provecho que en estos destierros”. Y cumplidos cinco años de ejercicio, el Rey nombró como sustituyo suyo a Martín de Múgica y Buitrón (año 1644), quien llegó a Chile en 1646. Como a todo funcionario público, a López de Zúñiga se le hizo el preceptivo ‘juicio de residencia’, con resultado muy honroso para él, por el buen cumplimiento de sus obligaciones como gobernador, siendo valorado también que liberó de los mapuches a muchos españoles e indios amigos que tenían apresados. López de Zúñiga se trasladó a Lima con su familia, donde permanecieron hasta el año 1654, cuando él tenía 55 años, emprendiendo entonces todos juntos viaje de retorno a España. Se detuvieron unos días en Cuba, y los dos cónyuges aprovecharon la estancia para redactar su testamento, en julio de 1656. Es posible que fuera habitual formalizarlo por los peligros de la larga travesía marítima, pero, en su caso, resultó premonitorio, y no, precisamente, por los riesgos meteorológicos. Estando ya la nave (en setiembre de 1656), junto a otras tres que iban en convoy, frente a las costas andaluzas, tuvieron la fatalidad de ser atacados por piratas ingleses. La batalla duró hasta el anochecer, y, en ella, resultaron muertos Francisco López de Zúñiga, su mujer, María de Salazar Coca, y sus hijos Diego y Juana, siendo apresados los otros cinco que tenían, aunque, pasado un tiempo,  los dejaron libres. Pero, como la vida sigue, vemos en la imagen un documento por el que los supervivientes, que eran menores de edad, reclamaron en 1656 la herencia de sus fallecidos padres, el Marqués y la Marquesa de Baides.




jueves, 21 de julio de 2022

(1781) Se repite lo de siempre. El Gobernador Lopez de Zúñiga sólo pudo reclutar a pocos vecinos de Santiago, pidió ayudas al Rey y tampoco llegaban. Además, cometió el gravísimo error de volver a las buenas maneras con los mapuches.

 

     (1381) El Gobernador López de Zúñiga le escribió pronto al Rey: “Las informaciones que Vuestra Majestad recibió de mis antecesores sobre fuertes que hay en este reino de Chile se refieren a los que ha habido de veinte años a esta parte, excepto el fuerte de Angol, que lo hizo don Francisco Laso. Las tropas que he hallado, son más de apariencia que de realidad, pues, de 2.000 plazas de españoles que están consignadas, solo hallo efectivos 1738, y tan mal armados, que malamente pueden prestar servicio, y menos en esta guerra, en la que, además, se teme a diario que puedan venir los enemigos de Europa (los piratas). Por esto, debe Vuestra Majestad mandar que se envíen de España 600 arcabuces,  200 mosquetes y 400 hierros de picas. Aunque conozco muy bien los vivos aprietos en que Vuestra Majestad se halla, mi  celo por servirle  en lo que de mí depende, me obliga a señalarlo”.

     Pero ni siquiera estas escasas peticiones fueron atendidas en la Corte, demasiado ocupada en otros asuntos más apremiantes. López de Zúñiga tuvo que adaptarse a los medios que tenía, por lo que se vio obligado a presionar a los vecinos para que colaborasen militarmente en la guerra, viejo tema  nunca bien resuelto: “Se supo entonces que los indios de Arauco preparaban una gran invasión y los españoles de la frontera mapuche avisaban que no tenían fuerzas suficientes  para resistir al enemigo. El Gobernador, persuadido de de que eso lo facultaba para obligar a los vecinos de Santiago a salir de campaña con sus armas y caballos, lo dispuso así por bando que hizo publicar en la ciudad. Ante la oposición del Cabildo, el Gobernador, apoyándose en la libertad de decisión que el Rey le concedía para casos de emergencia, mantuvo que los peligros que amenazaban la frontera por la anunciada invasión de los indios, le había obligado a  enrolar a los vecinos para la defensa del reino de Chile. Sin embargo, no queriendo emplear para ello medios coercitivos y violentos, solo pudo reunir algunos voluntarios para participar en la campaña”.

     Pero, sorprendentemente, tomó una decisión arriesgada, quizá por falta de experiencia en Chile. Cayó en la ingenua tentación de intentar de nuevo utilizar las buenas maneras con los mapuches, asunto que parecía definitivamente desechado, incluso por  el Rey, y que tantos desastres ocasionó: “El nuevo Gobernador no tenía, en realidad, el propósito de dar impulso a las operaciones militares. Sometido desde su llegada a Chile a los consejos de los padres jesuitas (erre que erre), cuyo poder y cuya influencia eran cada día mayores, se sentía inclinado a hacer revivir el proyecto de pacificación en que había fracasado el padre Luis de Valdivia. El Marqués de Baides llegó a persuadirse de que la guerra de Chile era interminable a menos de contar con recursos imposibles de conseguir (en eso llevaba razón). De acuerdo con la Real Audiencia, hizo levantar en Santiago una información en la que declararon diez personas de las más expertas, celosas y calificadas de esta ciudad, para probar al Rey que, mientras el poder español se había debilitado en Chile por las epidemias y las deserciones de los soldados, los indios estaban en una situación mejor para continuar la resistencia”.

 

     (Imagen) El nuevo gobernador estaba perplejo, y no sabía cómo actuar con los indios, porque fue consciente de que el problema era crónico y sin visos de solución. Hizo consultas y le mandó al Rey el siguiente informe: «La guerra de este reino y pacificación de estos rebeldes, según la opinión de soldados veteranos, se halla al presente no menos dificultosa que antes, y tanto, que, siguiendo la manera en que hasta ahora se ha utilizado, se puede suponer prudentemente que se tardará largos años en llegar a su  conclusión, pues se teme que sea perpetua, ya que se considera al enemigo más experimentado con el continuo ejercicio que ha tenido de las armas, y más resistente por los muchos ataques que se le han hecho. Y, además, como las tribus se han retirado para protegerse, han conseguido entre sí mayor unión  para defenderse y guerrearnos. Se estima que una de las causas principales de la duración de esta guerra tan larga, es la de no haberse utilizado una forma igual y conveniente de enfrentarse a ella, mudándose en cada gobernación. En unas se practica más la táctica de los ataques rápidos, en otras las correrías, y en otras la resistencia en fuertes y poblaciones. Los más versados del ejército dicen que, de no ser mayor el número de soldados, es imposible someter a estos indios, pues ni siquiera serían suficientes las dos mil plazas con que está previsto completar este ejército de Chile”. Aunque no proponían expresamente el restablecimiento del sistema de la ilusoria guerra defensiva, el Gobernador y los oidores de la Audiencia Real dejaban ver que el sometimiento de los indios por medio de las armas era absolutamente irrealizable con los recursos que había.  Al partir de Santiago, a fines de noviembre de 1639, el Gobernador estaba perplejo, sin saber de qué manera utilizar las operaciones militares. Tan angustiado se encontraba, que, según cuentan las crónicas, solo confiaba en un milagro: “Para ver qué modo tendría de sujetar al enemigo, pidió a los dos obispos, don fray Gaspar de Villarroel (de Santiago) y don Diego Zambrano de Villalobos (de Concepción), y a todas las órdenes religiosas que encomendasen a Dios una causa que estaba al servicio de Dios y del Rey, esperando, con el favor de la santísima Virgen, de la que era devoto, y de la intercesión de los santos, tener buenos éxitos y conseguir buenos fines en sus buenos intentos. Hizo bordar en su bandera con primor la imagen de Nuestra Señora a un lado, y al otro lado la del apóstol de oriente san Francisco Javier, a quien tomó por patrón de sus empresas para que alcanzase de Dios la conversión de estos indios”. Llama la atención el temprano protagonismo de San Francisco Javier, canonizado en 1622 (o sea, tan solo 17 años antes de estas angustias del Gobernador).



miércoles, 20 de julio de 2022

(1780) Gran malestar de los españoles porque el nuevo gobernador, Francisco López de Zúñiga, llegó con la orden real de que les aplicara un viejo impuesto. Incluso él iba a sufrir un retraso en el cobro de su sueldo.

 

     (1380) A lo largo de su texto, el estupendo historiador chileno Diego Barros peca, a mi modo de ver, de ser excesivamente crítico con el espíritu religioso de aquellos tiempos de Chile. También parece dramatizar con respecto a la situación económica y militar en que se encontraba España. Pero, en este punto, habrá que darle parte de razón porque nos  va  a mostrar datos inapelables. Y no solo de eso, sino también de la durísima situación de los españoles en aquel país. Escuchémosle: "Nada más tomar posesión de su cargo el nuevo gobernador, Francisco López de Zúñiga, Marqués de Baides (Guadalajara), el contento de los vecinos de los vecinos desapareció, produciéndose un inquietante malestar. Hasta entonces, los españoles, a causa del estado de guerra y de su evidente pobreza, se habían evitado el pago de algunas de las numerosas contribuciones con que estaban gravados por el Rey de España. Una de las más onerosas era la alcabala. Gravaba no sólo las transferencias de las propiedades, sino también las ventas mercantiles. Pero este impuesto era muy odiado por las poblaciones, y ya a fines del siglo XVI, cuando el Virrey don García Hurtado de Mendoza lo exigió en Perú, la ciudad de Quito se puso en abierta rebelión, y fue necesaria una campaña militar para someterla. Debido a los desastres ocurridos en Chile después de la muerte de Óñez de Loyola (en 1598), los españoles quedaron exentos por un tiempo del pago de aquella odiada y gravosa contribución”.

     Apuntarse a la aventura de las Indias debía de tener un componente de insensatos sueños de gloria y riqueza, quizá debido a que la vida en España fuera demasiado miserable, y Chile era un lugar especialmente duro. El Rey volvió pronto a la carga con los impuestos: “Los apuros siempre crecientes del tesoro real no permitían que se perpetuase esta exención. En tres diversas cédulas expedidas por Felipe IV, en 1627, 1633 y 1636, había  dispuesto que la alcabala se estableciese en todos los países de las Indias. El Marqués de Baides llegaba a Santiago en septiembre de 1639 con la orden terminante de exigir en Chile ese impuesto, que suponía cada año veinte mil ducados para la Corona. Se produjo inmediatamente en la ciudad una gran alarma. El vecindario celebró un cabildo abierto bajo la presidencia del general don Valeriano de Ahumada, corregidor de la ciudad (en la cual se conserva una importante calle con su nombre). Se acordó enseguida solicitar respetuosamente del virrey de Perú que se eximiese a Chile de aquella gravosa contribución. Un mes más tarde el cabildo de Santiago nombraba los apoderados que debían realizar en Lima estas gestiones. Incluso el Gobernador, testigo de la angustiada situación de Chile, parecía estar de parte del vecindario al comunicar al Rey estas circunstancias, y estas gestiones dieron por resultado solamente una reducción del impuesto. El importe de la alcabala para Chile fue fijada en 12.500 pesos, esto es, la mitad de la suma que había pedido el virrey de Perú. Otro asunto que por entonces le preocupaba al Marqués de Baides era la proyectada repoblación de la ciudad de Valdivia. Felipe IV, por despachos expedidos en abril de 1637, había reprobado duramente la conducta del virrey del Perú que, como contamos, se atrevió a no cumplir las órdenes supremas que mandaban llevar a cabo esa repoblación”.

 

     (Imagen) Diego Barros nos habla del nuevo gobernador de Chile: “DON FRANCISCO LÓPEZ DE ZÚÑIGA (nacido en Pedrosa del Rey-Valladolid) el año 1599), Marqués de Baides y caballero del Hábito de Santiago, era un capitán español que había prestado a la Corona largos y buenos servicios militares. Felipe IV le dio en 1622 el título de marqués tras haberse incorporado al ejército con solo 17 años, donde sirvió en las campañas de Flandes hasta alcanzar el rango de capitán. Vuelto a España hacia 1636, el Rey le dio el puesto de gobernador de Santa Cruz de la Sierra (Perú), cuyo nombramiento lo obligó a pasar a América. Más tarde, por muerte de su padre, que le dejó un modesto mayorazgo, López de Zúñiga se disponía a fines de 1638 a volver a España, pero llegó a sus manos una cédula real en la que se le nombraba gobernador de Chile por un período de ocho años. El documento revelaba la pobreza a que había llegado la Hacienda Real y los métodos que utilizaba el Rey para procurarse recursos. López de Zúñiga no debía cobrar su sueldo hasta el día en que tomase el gobierno, y estaba obligado a pagar adelantado a la Corona la mitad del sueldo correspondiente al primer año. Era el impuesto con el que Felipe IV acababa de gravar a los funcionarios públicos. Estos onerosos gravámenes complicaban mucho la situación de los gobernadores en los primeros días de mando, pues tenían que hacer gastos considerables en su viaje y en su instalación. A pesar de todo, el Marqués de Baides aceptó gustoso el puesto a que se le llamaba, se trasladó inmediatamente a Lima, y con toda actividad comenzó a hacer sus preparativos de viaje. Con los dineros del situado (fondo económico anual destinado al ejército) pudo reunir 326 hombres distribuidos en tres compañías, y comprar algunas armas, pero estos gastos, así como el pago de algunos compromisos anteriores, disminuyeron considerablemente sus recursos. Al fin, venciendo todo género de inconvenientes, partió del Callao (puerto de Lima) el 20 de marzo de 1639, llegó a Concepción en la noche del 1º de mayo siguiente, y, como ya dijimos, tomó posesión del gobierno de Chile pocas horas más tarde, a la luz de las antorchas y de las luminarias”. Es de suponer que los gobernadores, a pesar de esas estrecheces económicas y de  los peligros de luchar contra los mapuches, confiaran en poder sacar algún provecho monetario importante, y, por supuesto, el disfrute y la honra de la alta dignidad de su cargo. En cuanto llegó a Chile FRANCISCO LÓPEZ DE ZÚÑIGA, se entregó a sus responsabilidades: “Se instaló en Concepción, desde allí envió algunas ayudas a los españoles destacados en los fuertes de la frontera con los mapuches, y estudió el estado de la guerra, que le pareció poco satisfactorio y sembrado de peligros”.




martes, 19 de julio de 2022

(1779) Con ayudas del Rey, el gran Francisco Laso de la Vega habría acabado con el problema mapuche. Pero no llegaban. Además, enfermó gravemente, y murió después de ser sustituido como gobernador por Francisco López de Zúñiga.

 

     (1379) Pero de nada iba a servir la alta moral del Gobernador Francisco Laso de la Vega, ni su extraordinaria bravura, ya que los refuerzos que necesitaba no llegaron de una España sumamente endeudada y atrapada en otras guerras prioritarias del territorio europeo. No es de extrañar que el rey Felipe IV estuviera harto de la eterna pesadilla chilena:  "Es de suponer que el Rey y sus consejeros habrían deseado poner en ejecución el proyecto de conquista del gobernador Laso de la Vega. Pero, dado que  exigía extraordinarios gastos, era forzoso considerarlo irrealizable. La pobreza del tesoro público había obligado al Rey a apelar a recursos extremos. Pedía a sus súbditos donativos casi de limosna, y vendía los títulos de nobleza y las ejecutorias de hidalguía a todo el que podía comprarlas, sin distinción de clases ni de antecedentes. Si bien es verdad que sus antecesores habían empleado estos mismos recursos, Felipe IV llevó el abuso más lejos que nadie. Incluso Chile, que seguramente era entonces la más pobre de las colonias del rey de España, no se había librado de esas peticiones. Así, pues, teniendo que tomar una decisión sobre las solicitudes que, por mandato de Laso de la Vega, había hecho en la Corte  don Francisco de Avendaño, Felipe IV, firmó el 15 de noviembre de 1634 tres cédulas en las que decretaba todo lo que a su juicio podía hacer. Ordenaba por ellas que el virrey de Perú suministrase al gobernador de Chile los refuerzos de tropas que fuesen necesarios para completar el ejército que sostenía la guerra contra los mapuches".

     A mediados de julio de 1638, el Gobernador se puso en marcha hacia la ciudad de Santiago: "Su salud, cada día más delicada, lo retuvo aquí sin permitirle volver a salir de campaña. Pero entonces supo que el Rey acababa de nombrarle un sucesor (Francisco López de Zúñiga). Laso de la Vega se trasladó a Concepción en febrero de 1639, para hacerle la solemne entrega del gobierno. Desde allí le escribió al Rey su última carta". Veamos resumido su contenido: "Tras los progresos que he tenido con estas armas, las entregaré son la mejor reputación se haya visto, porque, cuando entré a gobernar este reino, hallé al enemigo muy poderoso a las puertas de esta ciudad de Concepción, con gran temor de todos los vecinos y de todo el reino de Chile, que estaba perdido, y hoy dejaré a los mapuches muy castigados y retirados junto al río el de La Imperial, a cuarenta leguas de esta frontera, despobladas nueve provincias, y adelantadas las armas de Vuestra Majestad con la nueva población que hice el año pasado, siendo el mayor freno para este bárbaro enemigo, que ahora desea la paz y que se pueblen sus tierras de españoles, que son los que a mí me han faltado (por no mandarlos el Rey) para dar a Vuestra Majestad este glorioso fin. Quiera Dios que lo consiga mi sucesor. También, Señor, entregaré bien administrada la justicia, y la hacienda de Vuestra Majestad tratada sin fraude, pues en todo he procedido con el celo que debo al servicio de Vuestra Majestad y a mis obligaciones". Y el historiador Diego Barros añade: "Laso de la Vega tenía razón para mostrarse satisfecho de su gobierno, puesto que, sin recibir de España las ayudas que había pedido con tanta insistencia, logró batir constantemente al enemigo, y evitar sus correrías por el territorio que ocupaban los españoles. Pero, en realidad, la pacificación definitiva del territorio se hallaba todavía muy distante".

 

     (Imagen) Al magnífico Gobernador de Chile Francisco Laso de la Vega le privaron prematuramente de su cargo, quizá por encontrarse enfermo: "Fue sustituido por don Francisco López de Zúñiga, Marqués de Baides, el cual llegó a Concepción el 1º de mayo de 1639 y acudió enseguida al Cabildo acompañado por el Gobernador. Los capitulares, los prelados de las órdenes religiosas y los personajes notables de la ciudad, convocados apresuradamente a la sala capitular, recibieron el solemne juramento del Marqués de Baides, y lo declararon en posesión del cargo de gobernador de Chile en medio de 'las bombas de fuego en la plaza mayor (en la imagen, el lugar actual de la celebración), la luz de los mosquetes y la exhalación de la artillería, que hicieron de la noche día, acreditando todos sus deseos de agasajar a tan superior huésped' -refiere el maestre de campo Tesillo-, que, como comandante militar de Concepción, tuvo que organizar aquellas fiestas. En la misma noche se celebraron en la iglesia las ceremonias religiosas que se acostumbraban en tales casos. Entre el nuevo Gobernador y don Francisco Laso de la Vega mediaban antiguas relaciones de amistad contraídas en los campamentos de Flandes. Se guardaron ambos las consideraciones debidas entre caballeros y entre antiguos camaradas. Pero el primer deber del marqués de Baides era someter a su antecesor al juicio de residencia en que todos los altos funcionarios debían dar cuenta de sus actos. Aunque Laso de la Vega había demostrado en el gobierno un carácter recto y justiciero, y no se le podía acusar de haber cometido injustificadas violencias ni grandes atropellos, y aunque el estado de su salud debía hacer enmudecer las malas pasiones, no faltaron en esos momentos quienes formularan cargos en contra suya. El historiador Tesillo observa, con este motivo, que entre los acusadores de Laso de la Vega figuraban algunos individuos que habían recibido favores de su parte. A pesar de todo, en el juicio de residencia quedó justificada su conducta. 'Se le iban agravando cada día sus achaques -dice Tesillo- a don Francisco, y estuvo seis meses tratando sus males. Embarcó para el Perú con esperanzas de curarse en Lima, pero llegó tan postrado, que en breves días acabó su vida de una hidropesía que ya la padecía en Chile, y murió, como caballero cristiano, el día del apóstol Santiago, el 25 de julio de 1640, sin pasar de cincuenta años. Su carrera de caballero no fue inferior a la de ninguno de cuantos hoy son famosos'. Es justo reconocer, como afirmaba Tesillo, que Laso de la Vega merece ocupar un lugar muy distinguido entre los gobernadores de Chile. Pero no pudo, por falta de recursos que nunca le llegaban, lograr la pacificación completa del país, aunque consiguió mantener a raya a los mapuches, cosa nada fácil".




lunes, 18 de julio de 2022

(1778) Pese a sus grandes victorias, el Rey le negaba ayuda al Gobernador porque era imposible dominar del todo a unos indios que se diseminaban. Los de la Audiencia le contestaron que no era así, y ponían al Gobernador por las nubes.

 

     (1378) El Gobernador no descansaba. Acosaba a los indios, que se rendían hipócritamente, pero él no se fiaba. Logró liberar a muchos españoles, y, entre ellos, a mujeres que habían vivido un calvario: “En la primavera emprendió el Gobernador una nueva campaña. Partiendo de Santiago a fines de noviembre, llegó en pocos días al campamento de Yumbel. El 1º de enero de 1633 se ponía en marcha para el sur a la cabeza de mil ochocientos hombres, y desde que hubo penetrado en el territorio enemigo, comenzó a destruir las sementeras y ganados de los indios para privarlos de víveres y de medios de mantener la guerra. El Gobernador desplegó en toda esta campaña el más inflexible rigor, castigando con la pena de muerte a los prisioneros que se habían señalado como cabecillas en las correrías anteriores y a los que, presentándose como dispuestos a dar la paz, mantenían relaciones con el enemigo. Aprovechó también las ventajas de su situación para sacar de su penoso cautiverio a algunas mujeres españolas que desde tiempo atrás vivían entre los mapuches. El invierno suspendió, como siempre, las operaciones militares, y el Gobernador pasó a Santiago para atender los negocios administrativos. Pero, resuelto a no dar descanso al enemigo, partió de nuevo para el sur en el mes de noviembre. Laso de la Vega penetró en el territorio enemigo en enero de 1634, y repitió durante dos meses la implacable guerra de persecución y de desolación que había hecho los años anteriores. Logró sorprender a algunos grupos de indios, dar muerte a varios de estos y apresar a muchos otros. Cuando los indios se vieron apretados por fuerzas a las que no podían resistir, usaron sus antiguos fingimientos, y comenzaron a hacer proposiciones de paz. Aunque, por experiencias pasadas, los españoles sabían la poca confianza que merecían tales proposiciones, Laso de la Vega las oyó con buena voluntad, pero, en cuanto descubría la doblez de esos tratos, castigaba con el mayor rigor a los que habían pretendido engañarlo".

     Recordemos que el gobernador Francisco Laso de la Vega le había enviado el año 1631 a Francisco de Avendaño a España para explicarle a Felipe IV el plan que tenía para someter definitivamente a los mapuches y la ayuda de soldados y dinero que se necesitaba con ese objetivo. Pero el Rey no era tan optimista, y, además, consideraba necesario emplear el dinero, nunca suficiente, en otros asuntos que le parecían prioritarios. No obstante, quiso conocer la opinión del Consejo de Indias al respecto, y su respuesta coincidió con su forma de ver. Así lo expresaron en su informe: "Nos ha parecido que sería conveniente acabar la guerra de Chile, pero no sería oportuno hacer innovaciones ahora. Aunque la proposición del Gobernador se debe al celo que tiene de servir a Su Majestad, no se ajusta a la disposición y forma de aquella guerra, ya que no tienen aquellos guerreros indios poblaciones ni fuerzas unidas, por lo que, al ver que no  consiguen el éxito que desean, se retiran y dividen, de manera que todo su ejército, por grande que sea, se deshace sin quedarle tropa a la que los nuestros pudieran seguir, y, con ello, es imposible tener la victoria sobre su conjunto. Pero, sin embargo, por lo mucho que conviene tomar una decisión definitiva, conviene que informen al respecto el virrey del Perú, y las reales audiencias de Lima y de Santiago'. Felipe IV aprobó este parecer, y mandó que las autoridades mencionadas informasen acerca del proyecto remitido a la Corte por el gobernador de Chile".

 

     (Imagen) El Rey envió un escrito a las autoridades de Chile (llegado en marzo de 1634) indicando cómo se debía actuar para terminar la guerra contra los mapuches. Para fortuna del Gobernador Laso de la Vega, había nuevos oidores en la Audiencia, y eran partidarios de sus criterios: "Le contestaron al Rey que  estaban de acuerdo con las tácticas que el Gobernador le había propuesto (al Rey), ya que las dificultades que habían creado los indios fueron vencidas por sus capitanes. 'Vuestra Majestad, le decían, puede contar igualmente con los méritos, prudencia y valor del Gobernador y Capitán General de Chile, de quien debe esperar aún mayores cosas. El estado en que se encuentra este reino es el mejor que ha tenido desde hace más de treinta años. La fuerza del enemigo, que son los indios fronterizos, ha ido en gran disminución por los continuos ataques que se les ha hecho, y en particular desde que vino a este reino don Francisco Laso de la Vega, por haber matado a los más belicosos y valientes soldados que tenían en las dos batallas que les dio en el sitio de los Robles y el territorio de Arauco, y acosado de tal manera la provincia de Purén, que, con los grandes daños que este verano les ha hecho, han venido muchos indios en son de paz. Se tiene por cierto que los demás indios, que son ya muy pocos, también lo harán, y los  de la provincia de La Imperial, que es la más poblada, se la están pidiendo y le ruegan que vaya a poblar a sus tierras. Es opinión común de todos los capitanes experimentados de esta guerra que, si Vuestra Majestad se digna enviar los dos mil hombres que el Gobernador pide, y doblar los doscientos doce mil ducados asignados cada año, pondría este reino de Chile en paz definitiva, y en el tiempo que se lo ha prometido en su escrito a Vuestra Majestad'. Negaban también que los indios, como suponía el Consejo de Indias, se dispersaran cuando se veían en peligro, haciendo imposible un ataque militar contundente, y decían que 'nunca huían de sus tierras, pues no hay nación que más estime y quiera su patria, ya que por ella y su defensa esos indios han peleado noventa años con valor notorio'. La Real Audiencia de Chile, aprobando totalmente el plan propuesto por Laso de la Vega, sostenía que era posible llevar a cabo la conquista definitiva del país, que para ello debían fundarse poblaciones en el centro del territorio enemigo y que todo podía esperarse de la prudencia del Gobernador, el cual, como gran soldado que era, había tanteado y mirado la buena disposición de las cosas del reino de Chile para cumplir con lo que había prometido". Pero todo quedará en nada: el Rey tenía demasiados problemas en España. (En la imagen, vemos la 1ª hoja, con su firma, de un documento que el Gobernador le envió al Rey el 21 de marzo de 1631).