(1371) El historiador chileno Diego Barros
explica la tensa situación que había entre las autoridades políticas y los
oidores (jueces) de la Real Audiencia de Santiago de Chile. Haré un resumen de
su análisis del problema: "Los gobernadores se veían obligados a pasar
largas temporadas en la ciudad de Concepción y en los fuertes de la frontera
con los mapuches, confiando el gobierno de la capital y la administración civil
de la colonia al Corregidor de Santiago. Durante un tiempo se sostuvo que no debía
existir este funcionario en las ciudades en que había Audiencia, y que era este
tribunal el que tenía que hacer las veces del Gobernador. Fue el gobernador don
Luis Fernández de Córdoba quien puso término a esta práctica en 1625, haciendo
respetar la autoridad del corregidor que había nombrado. El Rey quería establecer,
además de un tribunal de justicia, un
consejo que asesorase a los gobernadores para facilitar la acción
administrativa. Pero el soberano había confundido en muchos detalles las
atribuciones de ambos. Pronto surgieron dificultades que se fueron agravando. Originadas
unas por disputas de jurisdicción, y otras provocadas por la arrogancia o el
espíritu pendenciero de alguno de los oidores, lo cual dio origen a verdaderos
escándalos. Por este motivo, algunos de los gobernadores le propusieron al Rey
los remedios que creían más eficaces para solucionarlo. Dos de ellos, don Lope
de Ulloa y Lemos y don Luis Fernández de Córdoba, habían propuesto que la
Audiencia fuese trasladada a Concepción, para tenerla más cerca y bajo una
vigilancia más inmediata. Don Pedro Osores de Ulloa pedía un remedio más
enérgico todavía, la supresión absoluta de la Real Audiencia, pero El Rey se
negó a adoptar cualquiera de estas dos sugerencias. Sin duda alguna, las
frecuentes reyertas entre los gobernadores y la Audiencia menoscababan el
prestigio de la administración de justicia, pero hubo otros hechos más
perjudiciales.
Los
oidores destinados a Chile eran en gran parte letrados de modestos antecedentes,
que, hallándose tan lejos del ojo escrutador del soberano, y teniendo que
tratar con todos los hombres de importancia, no podían dejar de ser
influenciados, y los abusos de este orden eran frecuentes y a veces
escandalosos. Como vimos, el Rey le ordenó a la Real Audiencia abolir el
servicio personal de los indígenas, pero, cediendo a las influencias de los
encomenderos, anuló en lo esencial lo dispuesto por Felipe III. Hubo también crímenes
horribles que quedaron impunes cuando los culpables eran gentes de alta
posición y fortuna. Una señora principal, llamada doña Catalina Lisperguer,
hija de aquella Catalina de los Ríos Lisperguer (la temible Quintrala),
de quien se contaba que intentó envenenar al gobernador Ribera, y que, con la
protección de algunos frailes, burló la acción de la justicia, mandó asesinar a
un amante suyo, y después de un proceso controlado por la parcialidad de los
jueces, solo fue condenada a pagar cuatro mil pesos. En enero de 1633, la misma
doña Catalina Lisperguer preparó el asesinato del cura de Ligua, y este crimen,
a pesar de la intervención del Obispo, quedó impune con la ayuda de algunos de
los miembros de la Audiencia. Otros crímenes horribles perpetrados por esa
familia fueron igualmente disimulados por la justicia. Todo hace creer que
aquellos hechos no fueron excepcionales, y que por esos años la fortuna y la
posición social eran un amparo protector, y casi sin disimulo, contra la acción
de la justicia".
(Imagen) Luis Fernández de Córdoba dejó de
ser Gobernador de Chile el año 1629 porque el rey Felipe IV nombró como
sustituto suyo a FRANCISCO LASO DE LA VEGA. Del cual dice lo siguiente Diego
Barros: "Era un noble caballero de Santander, que tenía unos cuarenta
años, y más de veinte de buenos
servicios militares. Desde 1621, estuvo luchando en Holanda a las órdenes del
famoso marqués de Spínola, y logró fama de muy valiente. En 1622, se le encargó
el asalto de unas trincheras. 'Era don Francisco de los que llamaban desbocados
-escribió un soldado suyo- y quiso
conseguir lo que otros no pudieron. Volvieron don Francisco Laso y los que con
él entraron en batalla tan cambiados, que parecían demonios ennegrecidos por el
humo de las granadas y los arcabuces'. Pocos días después, los holandeses hicieron
una salida de su ciudad, se apoderaron de algunos bastiones de los sitiadores y
pretendieron tomar otro. 'Este lo defendía mi capitán, don Francisco Laso -dice
el mismo soldado cronista-, y, con
notable valor, caló la pica y dijo a los demás que le siguiesen. Gritando a
voces ¡Santiago!, les atacamos, y los enemigos, creyendo que éramos muchos los
españoles que acudíamos en ayuda de nuestros compañeros, se retiraron perdiendo
lo que habían ganado. Luego mi capitán les entregó las trincheras a los
españoles que las habían perdido, por lo que consiguió los ascensos que hoy
tiene'. En efecto: Laso de la Vega fue hecho capitán de caballería, obtuvo el
hábito de la Orden de Santiago, y, poco después, nuevos honores militares por
su valiente comportamiento en aquella campaña. En marzo de 1628 fue nombrado
gobernador del territorio de Jerez de la Frontera, en Andalucía. Pero el Rey,
cambiando entonces de opinión, le confió el gobierno de Chile. Laso de la Vega no tenía entonces la menor
idea de las tierras chilenas, pero pronto comprendió que para conseguir
victorias rápidas necesitaba más armas y tropas. Solo logró que se le dieran en
los almacenes del Rey 300 mosquetes, 200 arcabuces, 200 picas y 200 coseletes,
pero le fue imposible obtener un solo soldado. España estaba empeñada en
grandes guerras en Europa, y no podía disponer de gente ni de dinero. Felipe IV
se limitó por esto a insistirle al virrey del Perú que prestase todos los
auxilios posibles al gobernador de Chile. Por entonces (año 1629), el
Rey acababa de confiar el cargo de Virrey de Perú a don Jerónimo Fernández de
Cabrera y Bobadilla, conde de Chinchón, y este recibió, junto con las cédulas
en que se le mandaba socorrer a Chile, las recomendaciones por las cuales pudo
conocer los deseos que tenía el Rey de llevar a rápido y buen término la
pacificación de este país". El cuadro, que es del siglo XIX, expresa bien
el carácter batallador del personaje.
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