(1364) Probablemente tenga razón en lo que
ahora dice el historiador Diego Baños: "El padre Luis de Valdivia vería
desde su retiro en España el desmoronamiento de la obra a la que había
consagrado toda su energía y toda su inteligencia durante cerca de veinte años.
Por muy firme que al principio fuera su fe en los beneficios que esperaba de su
sistema de guerra, parece indudable que el desarrollo de los sucesos apagó su
entusiasmo haciéndole comprender cuánto había de quimérico en aquella empresa. La
guerra defensiva, proclamada en nombre de un sentimiento generoso y
humanitario, se había desprestigiado por completo. Cansado de luchas y
contradicciones, y en vista de los deplorables resultados obtenidos, se vio
forzado a abandonar el puesto de mando, sin conseguir, sin embargo, salvar su
nombre de la responsabilidad moral que se le atribuía. Sus hermanos de religión
continuaban exaltando sus servicios, pero los militares y los letrados seguían
achacándole ser la causa de los desastres que hemos contado".
Con Felipe IV como nuevo Rey de España, se iban a producir
algunas mejoras en Chile. Dejaría de existir la obligación de utilizar el
método de la 'guerra defensiva' y, también pronto, quedaría eliminada la
prohibición de obligar a los indios a trabajar para los españoles, dos logros
que hay que contar entre los méritos de la corta gobernación de Pedro de
Osores. Pero la Corte española estaba casi en bancarrota, y el Gobernador
tendría que continuar con falta de dinero y de soldados suficientes para
someter definitivamente a los mapuches: "El Rey Felipe IV, estimando en
mucho las recomendaciones del virrey
del Perú y la petición del Consejo de Indias, firmó el 17 de febrero de 1622
las cédulas por las cuales confirmaba a don Pedro Osores de Ulloa en el cargo
de gobernador de Chile. Pocos meses más tarde, el 17 de julio del mismo año, el
Rey aprobaba la ordenanza preparada por el virrey del Perú para suprimir
definitivamente el servicio personal de los indígenas. Hasta entonces el
soberano no había tomado determinación alguna contra la subsistencia de la
guerra defensiva. La guerra de Arauco había dejado de ser tan inquietante
después de la actitud resuelta que el Gobernador había asumido disponiendo
entradas en el territorio del enemigo para escarmentarlo. A mediados de octubre
de 1622, Osores de Ulloa se trasladó a Concepción, y desde allí comenzó a
atender la seguridad de sus tropas y de
la frontera con los mapuches, persuadido de que solo se podría acometer
empresas de mayor consideración cuando se hiciera cesar definitivamente el
régimen de la guerra defensiva y el ejército de Chile hubiera recibido los
refuerzos necesarios. Por entonces sólo se esperaba la ayuda que había sacado
de España el maestre de campo don Íñigo de Ayala (recientemente mencionado).
En efecto, en marzo de 1623, se anunciaba en Chile que este capitán había
llegado dos meses antes a Buenos Aires, que había continuado su navegación y
que pronto llegaría a Concepción. Pero el Gobernador y los habitantes de Chile
iban a sufrir el más doloroso desengaño".
(Imagen) A pesar de las dificultades
económicas, el Rey preparó una tropa de unos cuatrocientos hombres para
reforzar el ejército chileno. Quien logró reclutarlos y se puso a su mando era
Íñigo de Ayala (aquel que fue, al parecer injustamente, acusado de haber
envenenado al Gobernador de Chile Lope de Ulloa). El Rey le premió
generosamente a Ayala la eficacia que demostró. Tuvieron, además, la suerte de
que un tal Francisco de Mandujano estuviera dispuesto a transportarlos en tres
naves suyas. Pero en mala hora, porque les cayó otra maldición chilena: "La
escuadrilla partió en octubre de 1622 del puerto de Sanlúcar de Barrameda. La
navegación iba bien, y tan rápida como era posible en esa época. Dos meses más
tarde llegaba a Río de Janeiro, donde pudieron renovar provisiones y enrolar a
algunos soldados portugueses; el 16 de enero de 1623 se hallaban en la
embocadura del Río de la Plata preparándose para seguir su viaje. Por un momento,
se trató allí de marchar a Chile por los caminos de tierra, pero el maestre de
campo Íñigo de Ayala y el capitán Gonzalo de Nodal tenían tanta confianza en
las ventajas del itinerario que se habían trazado, que, contra las indicaciones
y consejos de las autoridades de tierra, se lanzaron nuevamente al mar. Su
propósito era penetrar en el Pacífico por el estrecho de Le Maire y el cabo de
Hornos, al sur del Estrecho de Magallanes
(ver imagen), como lo habían hecho los españoles y los piratas
holandeses en las últimas expediciones. A la altura del Estrecho de Magallanes,
una violenta tempestad dispersó la escuadrilla. Nunca más se supo la suerte que
habían corrido dos de las naves. Indudablemente fueron víctimas de un
desastroso naufragio del que no logró escapar un solo hombre. En ellas
perecieron don Íñigo de Ayala, Gonzalo de Nodal y más de 250 soldados. Un año
más tarde, no pudiendo explicarse la desaparición de esos dos buques, se creía
como probable que hubieran sido apresados por los holandeses, de cuya presencia
en aquellos mares se tenían en aquella época vagas noticias en Chile y el Perú.
El buque almirante, que mandaba en persona Francisco de Mandujano, tuvo que
seguir solo, pero, combatido por los vientos, se vio obligado a volver hasta
Buenos Aires. Llevaba a bordo 144 soldados bajo el mando de don Miguel de
Sessé. Desde allí fueron por tierra hacia Chile, adonde llegaron en los
primeros días de 1624 solamente 85 hombres, por muerte de algunos y deserción
de otros que buscaban fortuna en las minas de Potosí. El desastroso resultado
de esta expedición contribuyó en gran manera a que el gobierno de España no
pensara por entonces en utilizar el camino del cabo de Hornos, lo que suponía
dejar libre el paso a los corsarios".
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