viernes, 29 de julio de 2022

(1788) El débil gobernador Antonio de Acuña no solo quiso tapar los errores militares de su cuñado, sino que le confió otra campaña. Esto envalentonó a los mapuches, y hasta los indios que solían luchar junto a los españoles se rebelaron.

 

     (1388) Las catastróficas maniobras que hizo el maestre de Campo Juan de Salazar en su ataque a los indios cuncos, que tantas vidas de soldados españoles y de indios amigos costaron, produjeron un enorme malestar entre sus hombres, derivando en una dura crítica contra él: “Según volvían a su campamento, pasada ya la frontera con los mapuches, se levantó entre los oficiales más experimentados del ejército una verdadera tempestad contra el jefe incapaz y atolondrado que había dirigido la campaña. Se le acusaba de ser autor de todas las desgracias, y se pedía abiertamente su separación del mando. El mismo gobernador Acuña se creyó en el deber de mandar hacer una información acerca de la conducta de su cuñado, pero, por el empeño y las presiones de doña Juana de Salazar, la esposa del Gobernador, los testigos no sólo disculparon la conducta del maestre de campo sino que la aplaudieron fuertemente, pidiendo que se le confiase un ejército mayor para ir a recuperar su honra y castigar a a los cuncos por haber hecho tanto daño. La información había sido una pura fórmula que sirvió sólo para glorificar oficialmente al cuñado del Gobernador. Este resultado estimuló la ambición y la codicia de los hermanos Salazar. Resueltos a enriquecerse con la venta de esclavos tomados en la guerra, consiguieron del débil gobernador Acuña que preparara otra expedición al territorio de los cuncos para el verano siguiente.

     Pero cuando el Gobernador estaba organizando la nueva expedición, le surgió un problema inesperado y de gran envergadura. No se percató de que el desastre del que era responsable su cuñado produjo asimismo un gran malestar entre los indios amigos que solían batallar junto a los españoles, como consecuencia de que también ellos habían perdido a muchos compañeros por el garrafal error del maestre de campo Juan de Salazar. Eran, además, conscientes de que este cuñado del Gobernador estaba movido, más que por el objetivo de someter a los indios rebeldes,  por el ansia de lucrarse apresando a muchos de ellos para venderlos como esclavos: “De todas partes le llegaban al Gobernador avisos de la desconfianza en que vivían los indios amigos. Don Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, el autor del ‘Cautiverio feliz’ (como ya vimos), comunicó desde Boroa que los indios estaban dispuestos a rebelarse si se hacían más expediciones de ese tipo, y lo  mismo dijeron capitanes de otros fuertes. Pero don Antonio de Acuña, bajo la influencia absoluta de sus parientes, se negaba a dar crédito a tales avisos. Doña Juana de Salazar y sus hermanos le habían hecho creer  que todo aquello era una simple intriga de algunos capitanes del ejército que querían impedir la proyectada expedición porque iba a estar bajo el mando del maestre de campo Juan de Salazar. De manera que, sin hacer ningún caso a las advertencias de sus capitanes, el Gobernador reunió en la población de Nacimiento las tropas expedicionarias. Formaban un cuerpo de dos mil cuatrocientos hombres, de los cuales unos setecientos eran soldados españoles, y el resto indios amigos”.

 

     (Imagen) En todos los territorios de América, los españoles contaron con la importante colaboración de los nativos para luchar contra los indios rebeldes. Pero fue tan torpe el maestre de campo Juan de Salazar, cuñado del Gobernador de Chile, Antonio de Acuña, que su mala táctica, que había sido criticada por los capitanes, provocó la muerte, no solo de  muchos españoles, sino también de indios amigos, y en mayor cantidad. Hasta el punto de que, cosa rara, surgió un motín general de los nativos amigos y de los que no lo eran. Pero, bajo las órdenes del maestre de campo, Juan de Salazar, se puso de nuevo en marcha el ejército el día 6 de febrero de 1655. Nos cuenta Diego Barros: “Los indios habían preparado un gran levantamiento de todos los indígenas de la vasta extensión que va desde Osorno hasta el río Maule. Estaba decidido que la rebelión estallara al mismo tiempo en todas partes. La ceguera del Gobernador, que mantuvo en el puesto de maestre de campo a su cuñado, Juan de Salazar, había facilitado estos planes de los indios. El día 14 de febrero estalló como una bomba la formidable insurrección. También los indios que estaban al servicio de los españoles se sublevaron. Atacaron de improviso las casas de las estancias, mataban a los hombres, apresaban a las mujeres y a los niños, robaban los ganados, incendiaban las habitaciones y corrían a reunirse con los otros grupos de sublevados para caer sobre los fuertes en que estaban acuarteladas las guarniciones españolas. Más de cuatrocientas estancias situadas entre los ríos Biobío y Maule fueron destruidas y asoladas en pocas horas. Las pérdidas sufridas por los encomenderos de esa región fueron evaluadas más tarde en ocho millones de pesos. En el mismo día, los otros establecimientos españoles, las aldeas y los fuertes se vieron acometidos por los indios. La insurrección era general y espantosa. Las tropas, además, se hallaban desprevenidas, y su distribución no era la más favorable para dominar aquella tempestad. Sin embargo, si esos diversos destacamentos hubiesen estado mandados por capitanes de experiencia y de resolución, y si la dirección general de la resistencia hubiese corrido a cargo de un militar de buen temple, como el que habían poseído algunos de los antiguos gobernadores de Chile, la insurrección habría sido vencida no tardando mucho. Pero, como vamos a ver, parecía que todo se había conjurado para hacer más terrible la situación y más inminente el desastre”. Parece evidente que el Gobernador Acuña fue nombrado sin merecerlo, y él, a su vez, le puso a su cuñado, por presiones familiares, en un puesto que le venía grande. En la imagen vemos la zona de la mayor pesadilla chilena: las poblaciones situadas en territorio mapuche.




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