(1388) Las catastróficas maniobras que
hizo el maestre de Campo Juan de Salazar en su ataque a los indios cuncos, que
tantas vidas de soldados españoles y de indios amigos costaron, produjeron un
enorme malestar entre sus hombres, derivando en una dura crítica contra él:
“Según volvían a su campamento, pasada ya la frontera con los mapuches, se
levantó entre los oficiales más experimentados del ejército una verdadera
tempestad contra el jefe incapaz y atolondrado que había dirigido la campaña. Se
le acusaba de ser autor de todas las desgracias, y se pedía abiertamente su
separación del mando. El mismo gobernador Acuña se creyó en el deber de mandar hacer
una información acerca de la conducta de su cuñado, pero, por el empeño y las
presiones de doña Juana de Salazar, la esposa del Gobernador, los testigos no
sólo disculparon la conducta del maestre de campo sino que la aplaudieron
fuertemente, pidiendo que se le confiase un ejército mayor para ir a recuperar
su honra y castigar a a los cuncos por haber hecho tanto daño. La información
había sido una pura fórmula que sirvió sólo para glorificar oficialmente al
cuñado del Gobernador. Este resultado estimuló la ambición y la
codicia de los hermanos Salazar. Resueltos a enriquecerse con la venta de
esclavos tomados en la guerra, consiguieron del débil gobernador Acuña que
preparara otra expedición al territorio de los cuncos para el verano siguiente.
Pero cuando el Gobernador estaba organizando
la nueva expedición, le surgió un problema inesperado y de gran envergadura. No
se percató de que el desastre del que era responsable su cuñado produjo asimismo
un gran malestar entre los indios amigos que solían batallar junto a los
españoles, como consecuencia de que también ellos habían perdido a muchos
compañeros por el garrafal error del maestre de campo Juan de Salazar. Eran,
además, conscientes de que este cuñado del Gobernador estaba movido, más que
por el objetivo de someter a los indios rebeldes, por el ansia de lucrarse apresando a muchos
de ellos para venderlos como esclavos: “De todas partes le llegaban al
Gobernador avisos de la desconfianza en que vivían los indios amigos. Don
Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, el autor del ‘Cautiverio feliz’ (como
ya vimos), comunicó desde Boroa que los indios estaban dispuestos a
rebelarse si se hacían más expediciones de ese tipo, y lo mismo dijeron capitanes de otros fuertes. Pero
don Antonio de Acuña, bajo la influencia absoluta de sus parientes, se negaba a
dar crédito a tales avisos. Doña Juana de Salazar y sus hermanos le habían
hecho creer que todo aquello era una
simple intriga de algunos capitanes del ejército que querían impedir la
proyectada expedición porque iba a estar bajo el mando del maestre de campo
Juan de Salazar. De manera que, sin hacer ningún caso a las advertencias de sus
capitanes, el Gobernador reunió en la población de Nacimiento las tropas
expedicionarias. Formaban un cuerpo de dos mil cuatrocientos hombres, de los
cuales unos setecientos eran soldados españoles, y el resto indios amigos”.
(Imagen) En todos los territorios de América,
los españoles contaron con la importante colaboración de los nativos para
luchar contra los indios rebeldes. Pero fue tan torpe el maestre de campo Juan
de Salazar, cuñado del Gobernador de Chile, Antonio de Acuña, que su mala
táctica, que había sido criticada por los capitanes, provocó la muerte, no solo
de muchos españoles, sino también de
indios amigos, y en mayor cantidad. Hasta el punto de que, cosa rara, surgió un
motín general de los nativos amigos y de los que no lo eran. Pero, bajo las
órdenes del maestre de campo, Juan de Salazar, se puso de nuevo en marcha el
ejército el día 6 de febrero de 1655. Nos cuenta Diego Barros: “Los indios
habían preparado un gran levantamiento de todos los indígenas de la vasta
extensión que va desde Osorno hasta el río Maule. Estaba decidido que la rebelión
estallara al mismo tiempo en todas partes. La ceguera del Gobernador, que mantuvo
en el puesto de maestre de campo a su cuñado, Juan de Salazar, había facilitado
estos planes de los indios. El día 14 de febrero estalló como una bomba la
formidable insurrección. También los indios que estaban al servicio de los
españoles se sublevaron. Atacaron de improviso las casas de las estancias,
mataban a los hombres, apresaban a las mujeres y a los niños, robaban los
ganados, incendiaban las habitaciones y corrían a reunirse con los otros grupos
de sublevados para caer sobre los fuertes en que estaban acuarteladas las
guarniciones españolas. Más de cuatrocientas estancias situadas entre los ríos
Biobío y Maule fueron destruidas y asoladas en pocas horas. Las pérdidas
sufridas por los encomenderos de esa región fueron evaluadas más tarde en ocho
millones de pesos. En el mismo día, los otros establecimientos españoles, las
aldeas y los fuertes se vieron acometidos por los indios. La insurrección era
general y espantosa. Las tropas, además, se hallaban desprevenidas, y su
distribución no era la más favorable para dominar aquella tempestad. Sin
embargo, si esos diversos destacamentos hubiesen estado mandados por capitanes
de experiencia y de resolución, y si la dirección general de la resistencia
hubiese corrido a cargo de un militar de buen temple, como el que habían
poseído algunos de los antiguos gobernadores de Chile, la insurrección habría
sido vencida no tardando mucho. Pero, como vamos a ver, parecía que todo se
había conjurado para hacer más terrible la situación y más inminente el
desastre”. Parece evidente que el Gobernador Acuña fue nombrado sin merecerlo,
y él, a su vez, le puso a su cuñado, por presiones familiares, en un puesto que
le venía grande. En la imagen vemos la zona de la mayor pesadilla chilena: las
poblaciones situadas en territorio mapuche.
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