(1387) Los errores de la ilusoria
estrategia y otros aspectos políticos produjeron un gran malestar en Chile: “El
castigo aplicado a los indios cuncos después del crimen cometido en marzo
anterior, les parecía irrisorio a los militares. El Gobernador Antonio de Acuña,
hombre entrado en años, se había casado en Perú con una mujer joven llamada
doña Juana de Salazar, que ejercía sobre él un predominio absoluto. Los
parientes de ella habían visto en el ascenso político de don Antonio el medio
de llegar a un rango más elevado y de enriquecerse. Así pues, al lado del
Gobernador se fueron agrupando una hermana de su mujer, casada con un caballero
que obtuvo un título de capitán, dos hermanos de ella, casados y pobres, otro
hermano clérigo y algunos parientes. El Gobernador le dio el mando de la
importante plaza de Boroa a a don Juan de Salazar, uno de sus cuñados. El otro
cuñado, don José de Salazar, que vino de Perú en el puesto de capitán, fue
elevado al rango de maestre de campo general, quedando desairados los militares
que habían prestado largos servicios en la guerra de Chile. Pero, además, don
Antonio de Acuña estaba sometido a presiones de otro tipo. Ya hemos visto su
respetuosa atención a los consejos de los padres jesuitas, y que estos se
oponían firmemente a la renovación de las operaciones bélicas, persuadidos de
que los tratos de paz celebrados con los indios iban a producir en poco tiempo
su conversión al cristianismo y el reconocimiento de la soberanía del rey de
España. En estas vacilaciones del Gobernador contaba mucho la debilidad de su carácter,
pero también la provisionalidad de su cargo”.
Se refiere Diego Barros a que Antonio de
Acuña seguía siendo gobernador interino de Chile, porque esa había sido la
voluntad del Rey. Sin embargo, pronto cambiaron las cosas. La intención de Felipe
IV era darle el puesto titular a Pedro Carrillo de Guzmán, un militar que
alcanzó gran prestigio en la guerra de Portugal. Por alguna razón desconocida,
el escogido no llegó a aceptar el cargo, y el Rey, el 18 mayo de 1652, se lo
concedió a Antonio de Acuña por espacio de ocho años. Y dice Barros: “El
gobernador don Antonio de Acuña y Cabrera debió de sentirse desde ese día más
consolidado en el poder, pero una larga serie de desaciertos, a los que lo
arrastraba la debilidad de su carácter, iba a hacer de este nombramiento el
origen de grandes desgracias para él y para el reino de Chile”.
Los soldados del Gobernador de Chile,
viendo que ya ejercía como titular, le insistieron en que aplicara un castigo
ejemplar a los indios. No solo lo hacían por razones estrictamente militares,
pues también esperaban lucrase vendiendo como esclavos a los que pudieran
apresar, y en este interés participaba Juan de Salazar, cuñado de Antonio de
Acuña, al que, como hemos visto, lo había nombrado, con nepotismo, maestre de
campo de todo el ejército: “El Gobernador, juzgando que aquella situación lo
autorizaba para declarar obligatorio el servicio militar a los vecinos
encomenderos, como se hacía en años atrás, determinó hacerlo, pero no obtuvo
los contingentes que esperaba. No obstante, equipó lo mejor posible a sus
hombres y compró cuatrocientos caballos, dejando todo listo para la campaña.
Sus fuerzas constaban de novecientos soldados españoles y mil quinientos indios
amigos, bajo el mando del maestre de campo don Juan de Salazar, promotor
principal de la empresa”.
(Imagen) Va a resultar que ANTONIO DE
ACUÑA, Caballero de Santiago y nacido en Seseña (Toledo), fue uno de los
gobernadores de Chile menos dotados. Se dejaba influir por su entorno familiar,
y cometió el gravísimo error de nombrar maestre de campo a su cuñado, Juan de Salazar Palavicino, que no
estaba a la altura del cargo y era un aprovechado. El gobernador partió con su
ejército para castigar a los indios cuncos por las matanzas que hicieron, pero
ellos ya estaban a la espera. Y nos cuenta Diego Barros: “Al llegar donde se encontraban, el maestre
de campo, que creía segura la victoria, y que tenía ansias de coger
inmediatamente algunos centenares de cautivos, mandó hacer un puente con balsas
de madera. La improvisada construcción no era muy sólida, y tenía, además, otros
inconvenientes que preocuparon a los capitanes más experimentados del ejército.
Manifestaron que ese puente podía partirse con el peso de la tropa, y que, por ser
muy estrecho, no se podía atravesar con la rapidez necesaria, de manera que las
primeras compañías que llegasen a la orilla opuesta corrían gran peligro de
perecer a manos de los indios sin que se les pudiera prestar socorro. Don Juan
de Salazar no hizo caso de estas prudentes observaciones, y dio la orden de
iniciar la marcha. Conociendo el peligro al que se les arrastraba, muchos
soldados se confesaron para morir como cristianos. Desgraciadamente, los pronósticos
se hicieron realidad. Pasaron el puente unos
doscientos hombres, entre españoles e indios amigos, y, al tomar tierra en la
orilla opuesta, se vieron atacados por fuerzas mucho más numerosas, teniendo que
sostener un combate desesperado sin poder recibir socorro de los suyos. Casi
todos ellos perecieron, y, los que se precipitaron al río esperando hallar su
salvación, fueron arrastrados por la corriente o alanceados por los enemigos,
que los perseguían con el más encarnizado tesón. A la vista de este fracaso,
don Juan de Salazar mandó que los otros cuerpos de tropas acelerasen el paso
del río, pero esta orden produjo una desgracia mayor. El puente, quizá porque
se dislocaran las balsas que le servían de base, se rompió repentinamente,
precipitando al agua a casi todos los que lo iban atravesando. Estas
operaciones fueron un verdadero desastre. El ejército perdió un sargento mayor,
cuatro capitanes, varios oficiales inferiores, cien soldados españoles y cerca
de doscientos indios amigos. La tropa, viendo los resultados de la
inexperiencia y de la precipitación de su jefe, perdió toda confianza en su capacidad.
El maestre de campo, por su parte, perturbado por aquella tragedia y sin
crédito ni prestigio ante sus propios soldados, se vio en la necesidad de ordenar
la vuelta de su ejército a la frontera del río Biobío”.
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