viernes, 22 de julio de 2022

(1782) El gobernador Francisco López de Zúñiga pecó de ingenuo con los mapuches. Harto de Chile, consiguió del Rey un puesto en España, para desgracia suya, porque los piratas les mataron a él, su mujer y dos de sus hijos.

 

     (1382) Pero, a pesar de sus preocupaciones estratégicas, el Gobernador Francisco López de Zúñiga preparó su campaña: “Sus tropas, que debían salir de expedición el próximo verano, formaban un total de cerca de mil setecientos hombres, en su mayor parte soldados de experiencia en aquellas guerras. Emprendió la marcha hacia el sur el 4 de enero de 1640 (comienzo del verano chileno), y sin hallar resistencia de ningún género, avanzó hasta las orillas del río Cautín. Los indios, escarmentados por sus desastres anteriores, habían abandonado, según su costumbre, sus chozas y sus campos, refugiándose en montañas y bosques. Pero, sorprendentemente, el cacique Lincopichón se presentó en el campamento español a conferenciar sobre la paz, y fue recibido afectuosamente por el Gobernador. Pronto surgió una división de pareceres entre los capitanes españoles. Los más experimentados en aquella guerra no confiaban en las propuestas de paz que hacían los indios. Creían que, como siempre, solo pensaban en salvar sus sementeras y ganados de la destrucción que los amenazaba, para sublevarse de nuevo después de las cosechas. Además, sabían que las negociaciones celebradas con uno o varios caudillos serían absolutamente estériles, ya que los enemigos no formaban un cuerpo de nación sometido a una sola cabeza. Pero el Gobernador, mucho menos conocedor del carácter de los indios, y sometido también a los consejos de los jesuitas que iban en su compañía, uno de los cuales era su propio confesor (el padre Francisco de Vargas), se inclinaba a dar oído a las proposiciones de Lincopichón, creyendo llegar por este medio a la pacificación definitiva del país. Movido por estos sentimientos, se abstuvo de cualquier acto de hostilidad, y después de largas conferencias con los indios, se separó de ellos en términos amistosos. El Gobernador volvía a su territorio para celebrar la paz, y Lincopichón y sus indios quedaban tranquilos en sus tierras, y resueltos, según decían, a inclinar a las otras tribus a someterse a los españoles”.

     A pesar de que el Gobernador sabía que el Rey ya había llegado al convencimiento de que el sistema de ‘mimar’ a los mapuches había fracasado, le ocultó que él se había decidido a emplearlo, y falseó los datos: “Francisco Laso de la Vega había engañado al soberano cuando le dio cuenta de las supuestas victorias alcanzadas contra el enemigo. El ejército, diezmado por la guerra, por las pestes y por las deserciones, tenía muchos soldados ya inútiles para el servicio. Los indios amigos se hallaban también muy reducidos por idénticas causas. La nueva ciudad de Angol, situada desventajosamente, en un lugar malsano, lejos de ser de alguna utilidad, era un peligro porque estaba expuesta a ser presa del enemigo cuando este quisiera tomarla. La situación de los indios de guerra, por el contrario, era más ventajosa que nunca. Lejos de haberse retirado de la frontera, como había escrito Laso de la Vega, estaban más atrevidos que nunca, podían poner en pie al norte del río Imperial un ejército de seis mil hombres, y hacían frecuentes correrías en el territorio ocupado por los españoles”. E, incluso, se atrevió a decirle al Rey: ‘A mi parecer, lo más conveniente en el estado actual para esta conquista, ha de ser agasajar a estos rebeldes, procurando atraerlos por buenos medios a que se reduzcan en amistad, mostrándoles asimismo para ello el rigor de las armas, como yo lo he hecho en esta campaña’.

 

     (Imagen) A lo ya dicho sobre el Gobernador de Chile FRANCISCO LÓPEZ DE ZÚÑIGA, añadiré datos acerca de sus actuaciones posteriores. Resultó que López de Zúñiga, de forma sorprendente, consiguió que el Rey Felipe IV le permitiera aplicar otra vez la táctica (condenada al fracaso) de emplear la vía diplomática con los mapuches. Poco después, le surgió al Gobernador otro problema ya sufrido en Chile. El año 1643 llegó a las costas de Chiloé el pirata holandés Hendrik Brouwer con la misión concreta de aliarse con los araucanos, atacar a los españoles y establecerse en Valdivia. El Gobernador pidió ayuda al virrey de Perú, don Pedro de Toledo, el cual le envió la Escuadra del Pacífico bajo el mando de su hijo, Antonio de Toledo, lo que bastó para que los piratas salieran huyendo. El Gobernador, de inmediato, se dispuso a fortificar Valdivia, y dejó en la ciudad 700 soldados. Estaba previsto que su nombramiento como gobernador durara ocho años, pero, bastante antes, le pidió al Rey ser sustituido. “Deseo, le escribió al Rey, servir a Vuestra Majestad en diferente parte. Sírvase darme licencia para ir a servir en presencia de Vuestra Majestad, para que mi labor tenga mejor provecho que en estos destierros”. Y cumplidos cinco años de ejercicio, el Rey nombró como sustituyo suyo a Martín de Múgica y Buitrón (año 1644), quien llegó a Chile en 1646. Como a todo funcionario público, a López de Zúñiga se le hizo el preceptivo ‘juicio de residencia’, con resultado muy honroso para él, por el buen cumplimiento de sus obligaciones como gobernador, siendo valorado también que liberó de los mapuches a muchos españoles e indios amigos que tenían apresados. López de Zúñiga se trasladó a Lima con su familia, donde permanecieron hasta el año 1654, cuando él tenía 55 años, emprendiendo entonces todos juntos viaje de retorno a España. Se detuvieron unos días en Cuba, y los dos cónyuges aprovecharon la estancia para redactar su testamento, en julio de 1656. Es posible que fuera habitual formalizarlo por los peligros de la larga travesía marítima, pero, en su caso, resultó premonitorio, y no, precisamente, por los riesgos meteorológicos. Estando ya la nave (en setiembre de 1656), junto a otras tres que iban en convoy, frente a las costas andaluzas, tuvieron la fatalidad de ser atacados por piratas ingleses. La batalla duró hasta el anochecer, y, en ella, resultaron muertos Francisco López de Zúñiga, su mujer, María de Salazar Coca, y sus hijos Diego y Juana, siendo apresados los otros cinco que tenían, aunque, pasado un tiempo,  los dejaron libres. Pero, como la vida sigue, vemos en la imagen un documento por el que los supervivientes, que eran menores de edad, reclamaron en 1656 la herencia de sus fallecidos padres, el Marqués y la Marquesa de Baides.




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