(1373) Según cuenta Diego Barros, había
gran diferencia, en cuanto al peligro mapuche, entre la ciudad de Santiago y
las que estaban asentadas al sur de Chile, que, además, padecían de falta de
solidaridad con respecto a sus constantes angustias: "Los vecinos de
Santiago, apartados del teatro de la guerra y ocupados en sus propios
intereses, parecían en cierto modo extraños a los sucesos que ocurrían en el
sur. Hacía tiempo que utilizaban excusas para no salir a pelear, y hasta optuvieron
del Rey que se les eximiese del servicio militar cuando se creó en Chile un
ejército permanente. Además, desde que el Rey atendía ampliamente a los gastos
de la guerra, ellos se creyeron desligados de toda obligación de contribuir con
donativos, o lo hacían en mucha menor cantidad. Se les acusaba por esto de
estar dominados por un egoísmo culpable que los incitaba a vivir entre comodidades
y abundancia, mientras sus hermanos de Concepción y de los distritos del sur
llevaban una vida llena de fatigas y de miserias".
Ocurrió entonces que una mañana el
gobernador Laso de la Vega les dio una voz de alarma, y hasta se podía pensar
que lo había hecho principalmente para sacar de su cómoda postura a los vecinos
de la capital: "A fines de febrero de 1620, el gobernador Laso de la Vega,
que se hallaba en Concepción, había comunicado a la Real Audiencia y al Corregidor
de Santiago que unos tres mil guerreros araucanos se dirigían por la cordillera
de los Andes para caer de improviso sobre esta ciudad. Contaba en sus cartas
que había recibido la noticia por medio de sus espías, y recomendaba que se
tomasen en la capital las mayores precauciones militares para su defensa, juntando
tropas que impidieran la llegada de los indios. Laso de la Vega quiso tal vez
hacerles entender con aquel aviso que el peligro era común para todos los
habitantes de Chile, que todo el territorio estaba expuesto a las hostilidades
de los mapuches y que, por lo tanto, todas las ciudades debían colaborar en la
guerra con sus hombres y sus recursos. En esas circunstancias se reunió la
Audiencia el 13 de marzo para buscar el remedio a aquella situación. Uno de los
oidores, el licenciado don Hernando de Machado, sostuvo que esos temores eran
infundados, pero sus otros tres colegas expusieron una opinión diametralmente
opuesta. La alarma duró todo ese verano. El Gobernador había mandado que los
vecinos de la capital se armasen a su propia costa, pero se pasaron algunos
meses y no se sintió el menor intento de sublevación de los indios amigos de
Santiago ni se tuvo noticia alguna de la anunciada expedición de los araucanos.
Dando cuenta al Rey de los sucesos de la guerra, Laso de la Vega le decía que
la expedición de los indios dirigida contra Rancagua y Santiago 'se había suspendido
por la aspereza y lo largo del camino, y por ser tiempo en que los campos
estaban agotados'. Sin embargo, si estas noticias pudieron ser creídas en el
principio y dar origen a las alarmas de que hemos hablado, parece ser que poco
más tarde la opinión del oidor Machado
había ganado muchos partidarios. Así, cuando algunos meses después el
Gobernador quiso aprovechar la impresión que habían producido aquellas noticias,
encontró, como vamos a ver, la más tenaz resistencia a la ejecución de sus
planes". A Hernando de Machado ya
le dediqué una reseña, en la que vimos que apoyaba las teorías pacifistas del
jesuita Luis de Valdivia, y que había creado
una familia de hondo sentimiento religioso, con tres hijos clérigos.
(Imagen) Ya hemos dicho
algo del nuevo gobernador de Chile,
FRANCISCO LASO DE LA VEGA, destacado, entre otras cosas, por ser un hombre
luchador y de gran valentía. Pero lo más importante fueron los magníficos
resultados que obtuvo contra el tremendo problema de los mapuches. Y es lo
primero que hay que subrayar: Se considera que fue el más importante de los
gobernadores de Chile del siglo XVII, y, aunque sus victorias no frenaron del
todo los ataques mapuches, consiguió un período de tranquilidad que duró unos
25 años, algo excepcional frente a aquellos tremendos enemigos. El Gobernador
nació el año 1566 en Secadura (Cantabria). Llegó a Chile a finales de 1629,
siendo ya Caballero de Santiago por sus grandes méritos en las guerras de
Europa. Los nombres de las batallas de Laso de Vega contra los indios han
quedado como recuerdo imborrable. Ya hemos visto lo que pasó en Pilcohué contra
el cacique Butapichón. En la batalla de Los Robles, la brutalidad del
enfrentamiento les costó a los españoles la muerte de veinte soldados, pero se
logró frenar a los mapuches. Sacando conclusiones sobre lo que había que
corregir, Francisco Laso de la Vega tomó la decisión de formar un ejército
verdaderamente poderoso. En enero de 1631 ya contaba con la respetable cantidad
de 1750 soldados, se estableció en la martirizada zona de Arauco y consiguió un
brillante triunfo contra el famoso cacique mapuche Butapichón, en lo que se
conoce como la batalla de La Albarrada. A base de grandes sacrificios y muchas
bajas entre sus soldados, Francisco Laso de la Vega logró un balance muy
positivo luchando contra los mapuches. Testarudo en sus decisiones, obligó
justamente a los vecinos de Santiago (mal acostumbrados por vivir en zona libre
de ataques), y con la conformidad del virrey, a que aportaran soldados y
contribuciones económicas para reforzar el ejército chileno. Pero, por
desgracia, su salud se fue quebrantando, y tuvo que delegar su cargo el año
1539 en Francisco López de Zúñiga. Solo
la enfermedad lo pudo derrotar, pero se mantuvo orgulloso de lo que había
conseguido, incluso para tiempos futuros. Y le escribió al Rey: “Mediante los éxitos que he tenido con estas armas, las entregaré
con una reputación jamás vista”. Un cronista dijo de él: "Pasó su carrera
de caballero dejando gran fama. Fue de ánimo grande, aspecto feroz, condición
severa, gallardo espíritu, de gran constancia en los trabajos y de valiente
resolución en los peligros". Falleció en Lima el año 1640. En la imagen
vemos, escrita por él, su salida de España en abril de 1628, y añade aparte el
nombre de sus criados, que eran pocos para lo acostumbrado por un gobernador entonces:
seis hombres y cuatro mujeres (esposas o hijas de los varones).
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