domingo, 3 de julio de 2022

(1765) El buen gobernador Pedro de Osores le habló al Rey de una matanza hecha por los mapuches, y le rogó, inútilmente, que suprimiera ya la nefasta ‘guerra defensiva’. Poco después falleció el anciano Osores, pero su postura vencerá.

 

     (1365) El gobernador de Chile Pedro Osores de Ulloa hacía cuanto podía para esquivar las leyes que imponían el sistema de la 'guerra defensiva' contra los mapuches. Hizo repetidos ataques en el territorio de los indios para hacerles comprender que no era la debilidad lo que había paralizado la acción de los españoles. E incluso se lo confesó al Rey para que comprendiera por qué era necesario: "Por la bondad de Dios -le escribió-, he tenido buenos éxitos en los castigos que he llevado a cabo para reprimir la arrogancia con que hallé a estos rebeldes, pues el medio más conveniente es atacarles.  Sin que me hayan muerto ni llevado por la divina misericordia, en catorce encuentros que con ellos he tenido, solamente me han matado a un tambor que se desmandó y dos indios amigos. Lo que conviene es restaurar lo perdido, lo cual ya que estaría hecho si no se le hubiera impedido al gobernador Alonso de Ribera, el cual demostró, como tan gran soldado que es (merecido elogio),  el camino que se ha de seguir para la pacificación de este reino, haciendo fuertes y poblaciones, que es lo más importante". Recordemos que el plan de Ribera era ir empujando a los mapuches, y estableciendo fuertes y poblados sobre el terreno ganado, sin dejar enemigos a las espaldas, para evitar cercos de los indios. Eso suponía eliminar el pasivo sistema de la guerra defensiva.

     Ocurrió también entonces un drama que le sirvió al gobernador Pedro de Osores para reforzar su argumentación:  "A pesar de esta escasez de recursos, se pensó entonces en repoblar el puerto de Valdivia para impedir que los corsarios holandeses pretendieran establecerse en él. El padre Valdivia y sus partidarios se empeñaban en que ese trabajo no ofrecía la menor dificultad, ya que los indios de las cercanías de Valdivia estaban dispuestos a aceptar la paz. Pero una dolorosa experiencia demostró que aquello era una ilusión. A fines de 1623, el nuevo virrey del Perú, don Diego Fernández de Córdoba, envió dos pequeñas embarcaciones a cargo del alférez don Pedro de Bustamante para saber si los enemigos holandeses andaban por las costas del Pacífico. Al acercarse al puerto de Valdivia, los indios salieron a recibirlo en son de amigos, llevando levantada una cruz como símbolo de paz. Bustamante cometió la imprudencia de desembarcar, y, tan pronto como bajó a tierra, los indios cayeron sobre él y lo mataron, así como a diez españoles que lo acompañaban. 'Ésta es la guerra defensiva', decía el gobernador Osores de Ulloa, para demostrar que no podía tenerse confianza en las paces que ofrecieran los indios. Este incidente confirmaba la urgencia de repoblar esa ciudad, pero Osores de Ulloa se daba cuenta de que carecía de medios suficientes. En los informes que envió al virrey del Perú y al Rey pedía que esto se hiciera con fuerzas enviadas desde España, y se le ocurrió un sistema práctico: 'Uno de los medios más eficaces y convenientes para repoblar Valdivia y la región vecina -decía- es, a mi pobre parecer, dar permiso para que entren navíos de arribada que sirvieran para meter gente, como ha sucedido en el río y puerto de Buenos Aires en tan gran cantidad, que se han poblado todas aquellas provincias, y para meter esclavos para cultivar la tierra, con lo cual cesará la carestía y falta de provisiones, y serán muchos los que tomen experiencia de entrar por el estrecho (de Magallanes), en lo que tanta tienen los piratas holandeses, ya que todos los años siguen esta ruta sin pérdidas considerables'. Pero estos consejos, que muestran en el anciano Gobernador un conocimiento superior a la de la mayoría de los administradores españoles de su tiempo, fueron totalmente desatendidos por la Corte".

 

     (Imagen) Las autoridades de las Indias solían tener conflictos sobre las competencias jurídicas y políticas: "Hasta los últimos días de su gobierno de Chile, Pedro de Osores Ulloa tuvo que sostener enojosas cuestiones con la Real Audiencia. El Gobernador había suspendido provisionalmente de su cargo al oidor don Cristóbal de la Cerda (ya vimos que fue gobernador interino de Chile), que era considerado el promotor de estas discordias, lo cual produjo la paz dentro del tribunal. Osores de Ulloa se quejaba de esta situación al Rey pidiéndole algún remedio. 'He rogado a Vuestra Majestad -le escribía- que entienda el gran estorbo que hace vuestra Real Audiencia a las cosas de la guerra, dando licencias a los soldados y en otras cosas, de lo que resulta que desautoriza mucho mi oficio de capitán general. Lo mejor sería, a mi pobre parecer, quitar la Audiencia'. Ya su predecesor, don Lope de Ulloa, había propuesto que la Audiencia fuese trasladada a Concepción, para mayor control del Gobernador, que solía residir allí, y el Rey no lo autorizó". Y pronto va a ocurrir lo inevitable: "A la edad de ochenta y cuatro años, don Pedro Osores de Ulloa conservaba la entereza de su carácter y una clara inteligencia para la gobernación del país, pero su vigor físico decaía visiblemente. Después del viaje que hizo a Santiago en 1622, no había vuelto a salir de Concepción. En el invierno de 1624 sus achaques se agravaron notablemente. El 17 de septiembre (finales de invierno en Chile), conociendo él y los que lo rodeaban que su enfermedad no tenía remedio y que su fin estaba próximo, designó al maestre de campo don Francisco de Álava y Nureña para que le sucediese interinamente en el gobierno de Chile. En la tarde del siguiente día, miércoles 18 de septiembre de 1624, don PEDRO OSORES DE ULLOA falleció en Concepción después de tres años escasos de gobierno, en los que, rodeado de complicaciones y dificultades, había desplegado una energía que no parecía avenirse con la edad avanzada en que le había tocado gobernar. Su cadáver fue sepultado con gran pompa en la iglesia de San Francisco de la ciudad de Concepción, donde yacían los restos mortales de algunos de sus predecesores". Había habido antes una violenta erupción volcánica, y el historiador Diego Barros no se priva de subrayar la crédula religiosidad de los españoles, que, en realidad, era propia de toda Europa: "Un cronista dijo, 'estos reventones suelen ser anuncios de algún mal suceso, y sin duda lo fue de la muerte del Gobernador'. Tal era la superstición de los españoles de esa época". En la imagen, Pedro de Osores le dice, entre otras cosas, a Felipe II que estuvo luchando con su 'serenísimo hermano Don Juan (de Austria)' en Lepanto contra el gran Turco, y que luego fue apresado (como ya vimos).




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