(1384) Fallecido el gobernador Miguel de
Múgica y Buitrón, tocaba efectuar el nombramiento de un sustituto. Y surgieron
algunos problemas de rivalidades competenciales. Felipe IV, en mayo de 1635, le
había reservado al virrey de Perú la facultad de tener ya señalado el
nombramiento de las vacantes que se produjeran en el futuro. El virrey,
siguiendo ese procedimiento, envió un comunicado a la Real Audiencia de Chile
ordenando que fuera reconocido como Gobernador Interino el maestre de campo Alonso
de Figueroa y Córdoba. Pero el oidor más antiguo de la Audiencia, Nicolás
Polanco de Santillán, argumentando que Figueroa había sido elegido por el Marqués
de Mancera, que hacía ya un año que cesó como virrey, pretendió que se le
asignara a él el cargo, siguiendo la vieja tradición. Sin embargo sus
compañeros, los oidores, rechazaron su reclamación.
Y nos cuenta Diego Barros: “Era el nombrado gobernador interino, Alonso
de Figueroa y Córdoba (que lo será durante 13 meses), un militar
envejecido en el servicio de las armas. Soldado desde la edad de dieciséis
años, llegó a Chile en 1605, en el refuerzo de tropas que trajo de España el
general don Antonio de Mosquera, y había recorrido aquí todos los grados de la
milicia, hasta llegar al de maestre de campo, que poseía hacía veinticuatro
años. Aunque no podía lucir servicios tan brillantes como algunos otros
capitanes de su tiempo, su carrera estaba limpia de toda mancha, y gozaba del
respeto de sus compañeros de armas. Sus escasos bienes de fortuna lo mantenían en
una posición modesta, lo que no había impedido que algunos de los gobernadores
lo distinguieran con particular aprecio. Don Martín de Mújica lo había honrado
con su confianza, hasta el punto de darle uno de los cargos más importantes del
reino, el de gobernador de la ciudad de Valdivia, que en esos mismos días iba a
quedar vacante porque su titular, el capitán Gil Negrete, iba a pasar al gobierno
de Tucumán por designación del Rey. Figueroa y Córdoba fue recibido en
Concepción a mediados de mayo en el cargo de gobernador interino. Centró su
atención en los asuntos militares: ‘Habiendo
llegado el tiempo de ponerse en campaña con el ejército -le escribió al Rey-, me lo entorpeció la
gran falta de provisiones que ha sufrido este reino de Chile desde hace años.
Me he visto obligado a esperar cortas cosechas para proseguir la marcha hasta
donde se pudiese. A la espera de que
esto se consiga, añade, y para no tener la gente ociosa, ordené que se hiciese
una entrada en las tierras enemigas con buen número de gente, para que, con el
destrozo que se les haga y con las
necesidades que padecen, se les obligue a rendirse al debido vasallaje de
Vuestra Majestad y a las autoridades de la Iglesia’. Estas correrías,
enteramente ineficaces para obtener el sometimiento de los indios, y mucho más
aún su conversión al cristianismo, solo daban como resultado la captura de
algunos prisioneros que luego eran negociados como esclavos. Además, aunque el
gobernador interino pensó en los primeros días de mando acometer empresas
militares de alguna trascendencia, su entusiasmo debió enfriarse pronto. Su
primer cuidado al recibir el gobierno interino había sido escribir al Rey de
España y al Virrey del Perú pidiéndoles que lo confirmaran en calidad de Gobernador
Titular de Chile, pero sólo cosechó una
bochornosa decepción”.
(Imagen)
Era lógico que ALONSO DE FIGUEROA Y CÓRDOBA, recién nombrado Gobernador
Interino de Chile quisiera serlo titular, y se lo pidió al Rey con buenas razones,
y otras adornadas. Le escribió en julio de 1649 (es la carta de la imagen): “Le
dije al nuevo virrey del Perú cuán conveniente era para el servicio de Vuestra
Majestad que dirigiese estas guerras persona experta en ellas, que tuviese
conocimiento de cómo hay que hacérselas a estos indios, pues es todo muy
distinto a lo de Europa, y de la manera de conservarlos en paz y sujetar a los
rebeldes. Por faltar este conocimiento a los gobernadores que vienen de España
y querer gobernar aquí con los mismos métodos de Flandes o de Italia, aunque
han sido grandes soldados y de mucha fama en aquellas partes, no se ha dado fin
a esta guerra y se ha errado siempre la manera. Ya que este gobierno me ha caído
a mí en suerte, y es notorio el acierto con que he mandado durante los 45 años
que he servido a Vuestra Majestad en el ejército, ocupando el puesto de maestre
de campo general durante más de 24 años, con triunfos tan gloriosos, que no los
tuvo mayores este reino de Chile desde su principio, y que no era menos notoria
la calidad de mi sangre y las obligaciones que he tenido con mi mujer y mis
siete hijos, que son nietos de los primeros conquistadores de este reino y de
Perú, sin más caudal que mis méritos, pues he siempre servido desnudo de
intereses y celoso del mayor servicio a Vuestra Majestad, desearía que me
confirmase el nombramiento, como titular, del puesto de Gobernador de este
reino, de manera que así, con esta merced o con otra de su real mano, premie mis
méritos. Pues, sin atender a mi calidad, servicios y pobreza, ni a que
actualmente me hallaba en el ejercicio de este puesto, Vuestra Majestad se lo
ha otorgado al maestre de campo don Antonio de Acuña y Cabrera, dejándome a mí con
mayores dificultades para mi decente lucimiento y con menos caudal para poder superarlas,
pues apenas puedo sustentar moderadamente a mi pobre y desamparada familia”. Y
añade Diego Barros: “El anciano militar (tenía unos 60 años), al recibir
en octubre de ese año (1649) la negativa del Virrey a sus pretensiones, tuvo que
sentirse desanimado para emprender las campañas que había proyectado. Sin
embargo, su sucesor tardaba en llegar, y mientras tanto las hostilidades de los
indios en la comarca de Valdivia se hacían más inquietantes. En la noche del 24
de diciembre, conducidos por uno de los soldados españoles que habían desertado
de la ciudad de Valdivia, asaltaron un fuerte que sólo distaba una legua de
ella, mataron a casi todos los soldados que lo defendían, apresaron a otros y
prendieron fuego a las empalizadas y habitaciones”.
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