viernes, 15 de julio de 2022

(1776) Todos los españoles ensalzaron los logros militares del gobernador Laso de la Vega, pero muchos se resistieron a ser reclutados para la guerra, y hasta la Audiencia puso trabas. El excepcional gobernador impuso su voluntad.

 

     (1376) Al gobernador Laso de la Vega le quedaba pendiente otro homenaje público por la gran victoria obtenida: "Después de la partida de Francisco de Avendaño hacia España, el Gobernador se limitó durante dos meses a dictar diversas providencias militares para moralizar sus tropas, repartirles sus pagas y reparar los fuertes de la frontera con los mapuches. Aprovechando enseguida la benignidad de aquel invierno, se puso en viaje para Santiago el 14 de junio de 1631, y entró a esta ciudad en medio del ostentoso recibimiento que le tenían preparado el Cabildo secular y el eclesiástico, aclamándolo como 'restaurador de la patria', en recuerdo de la gran victoria que había alcanzado sobre los indios. Pero Laso de la Vega volvía a la capital principalmente para hacer preparativos con los que continuar la guerra en la primavera próxima. Resuelto a hacer cumplir las órdenes dadas en lo concerniente al servicio militar que consideraba obligatorio, decretó la prisión de los vecinos de Santiago que, contra su mandato, se habían resistido a salir de campaña el año anterior. Sur órdenes, cumplidas con todo rigor y sin miramientos por la posición encumbrada de algunos individuos, produjeron en la ciudad mucha excitación".

     Vemos, pues, que el gobernador Francisco Laso de la Vega no solo atacaba a los indios con  un empuje arrollador, sino que también demostraba su valentía haciendo cumplir lo que consideraba justo, y castigando las rebeldías: "Esta cuestión, que había comenzado a arreglarse por la vía administrativa, se complicó extraordinariamente por la intervención del Poder Judicial. Uno de los presos, llamado don Antonio de Escobar, vecino de Santiago, recurrió a la Audiencia y obtuvo de ella que se le pusiera en libertad. Pero esta resolución, lejos de dar término al conflicto, no hizo más que enardecer las pasiones y suscitar mayores dificultades relativas a las competencias". Recordemos que el Rey había determinado que todos los vecinos estaban obligados a incorporarse al ejército, salvo en el caso de que tuvieran alguna excusa justificada. Eso se prestaba a inventarse motivos falsos y a favoritismos de difícil manejo por depender su aceptación, en teoría, de dos autoridades distintas, el Gobernador y la Real Audiencia: "Los oidores sostenían que eran ellos quienes debían calificar esta necesidad, y el Gobernador por su parte, defendiendo sus prerrogativas de director de la guerra, creía que estaba en sus atribuciones el señalar las circunstancias en que el servicio militar debía hacerse obligatorio. El asunto se trató con gran calor por ambas partes, y, tanto el Gobernador como la Audiencia, pidieron al virrey del Perú y al rey de España que zanjasen la contienda. Pero esa resolución debía tardar algunos meses, y mientras tanto la competencia suscitada por el supremo tribunal dio origen a serias dificultades cuando el Gobernador quiso salir nuevamente de campaña. En septiembre de ese mismo año de 1631 se recibieron en Santiago noticias favorables de la frontera. Por entonces, el maestre de campo, don Fernando de Cea, se vio atacado por cincuenta indios y el cacique Quempuante, el cual luchó durante media hora con un arrojo extraordinario, pero resultó muerto por los indios amigos que acompañaban al maestre de campo".

 

     (Imagen) Se producía entonces el eterno problema de tener que esperar en las Indias a que el Rey zanjara un asunto que requería ser solucionado con rapidez. En situaciones más graves, esa tardanza en la respuesta dio origen, por ejemplo, a las terribles guerras civiles de Perú. No era este el caso, pero resultó muy molesto: "Por entonces se supo que el incansable cacique Butapichón, se preparaba para atacar con un gran ejército. El gobernador Laso de la Vega creyó que ese problema le autorizaba a exigir nuevamente el apoyo militar de los vecinos de Santiago. Les planteó a los miembros del Cabildo que el ejército de la frontera estaba muy aminorado en su número, que el refuerzo enviado por el virrey del Perú lo formaban hombres poco aptos para la guerra, y que era indispensable que los habitantes de la capital acudiesen con sus armas para defender el reino de Chile. El Cabildo de Santiago resolvió negar al Gobernador los auxilios que pedía. Le expusieron que en la ciudad no había más que escasamente unos trescientos hombres que pudiesen salir a la campaña, y que, después de lo resuelto por la Audiencia, no les era posible designar cuáles de ellos debían acompañar al Gobernador a la guerra. La Audiencia, por su parte, había mandado que todos los vecinos estuviesen preparados para defender el reino de Chile contra posibles ataques de los corsarios holandeses. El Gobernador tuvo que resignarse por entonces a no poder contar con el contingente de tropas que esperaba sacar de Santiago. Pero aquel estado de cosas no podía durar más tiempo. La resistencia que el supremo tribunal oponía a la acción del Gobernador era una causa de perturbaciones y de discordias que minaban su autoridad y que debían de inquietar al gobierno de España. El virrey del Perú, después de consultar con la Real Audiencia de Lima el litigio que sostenían las autoridades de Chile, resolvió, por auto de 8 de marzo de 1632, que era al Gobernador a quien le correspondía calificar las circunstancias en que era lícito obligar a los vecinos al servicio militar. Más tarde el Rey, por cédula de 30 de marzo de 1634, confirmó esta declaración. Así, después de algunos meses de altercados que habían agitado extraordinariamente a la opinión pública, se halló Laso de la Vega provisto de los poderes necesarios para utilizar en la guerra todos los recursos del país. En honor suyo debe decirse que no usó de esta ampliación de sus atribuciones para vengarse de sus adversarios, ni cometió aquellas violencias y atropellos que no fueron raros bajo la administración de otros gobernadores". En la imagen vemos un escrito del Gobernador dirigido al Rey (año 1632), en el que hace referencia a que había enviado a España a Francisco de Avendaño para pedirle un refuerzo de soldados.




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