(1376) Al gobernador Laso de la Vega le
quedaba pendiente otro homenaje público por la gran victoria obtenida: "Después
de la partida de Francisco de Avendaño hacia España, el Gobernador se limitó
durante dos meses a dictar diversas providencias militares para moralizar sus
tropas, repartirles sus pagas y reparar los fuertes de la frontera con los
mapuches. Aprovechando enseguida la benignidad de aquel invierno, se puso en
viaje para Santiago el 14 de junio de 1631, y entró a esta ciudad en medio del
ostentoso recibimiento que le tenían preparado el Cabildo secular y el
eclesiástico, aclamándolo como 'restaurador de la patria', en recuerdo de la
gran victoria que había alcanzado sobre los indios. Pero Laso de la Vega volvía
a la capital principalmente para hacer preparativos con los que continuar la
guerra en la primavera próxima. Resuelto a hacer cumplir las órdenes dadas en
lo concerniente al servicio militar que consideraba obligatorio, decretó la
prisión de los vecinos de Santiago que, contra su mandato, se habían resistido
a salir de campaña el año anterior. Sur órdenes, cumplidas con todo rigor y sin
miramientos por la posición encumbrada de algunos individuos, produjeron en la
ciudad mucha excitación".
Vemos, pues, que el gobernador Francisco
Laso de la Vega no solo atacaba a los indios con un empuje arrollador, sino que también
demostraba su valentía haciendo cumplir lo que consideraba justo, y castigando
las rebeldías: "Esta cuestión, que había comenzado a arreglarse por la vía
administrativa, se complicó extraordinariamente por la intervención del Poder
Judicial. Uno de los presos, llamado don Antonio de Escobar, vecino de Santiago,
recurrió a la Audiencia y obtuvo de ella que se le pusiera en libertad. Pero
esta resolución, lejos de dar término al conflicto, no hizo más que enardecer
las pasiones y suscitar mayores dificultades relativas a las competencias".
Recordemos que el Rey había determinado que todos los vecinos estaban obligados
a incorporarse al ejército, salvo en el caso de que tuvieran alguna excusa
justificada. Eso se prestaba a inventarse motivos falsos y a favoritismos de
difícil manejo por depender su aceptación, en teoría, de dos autoridades
distintas, el Gobernador y la Real Audiencia: "Los oidores sostenían que
eran ellos quienes debían calificar esta necesidad, y el Gobernador por su
parte, defendiendo sus prerrogativas de director de la guerra, creía que estaba
en sus atribuciones el señalar las circunstancias en que el servicio militar
debía hacerse obligatorio. El asunto se trató con gran calor por ambas partes,
y, tanto el Gobernador como la Audiencia, pidieron al virrey del Perú y al rey
de España que zanjasen la contienda. Pero esa resolución debía tardar algunos
meses, y mientras tanto la competencia suscitada por el supremo tribunal dio
origen a serias dificultades cuando el Gobernador quiso salir nuevamente de
campaña. En septiembre de ese mismo año de 1631 se recibieron en Santiago
noticias favorables de la frontera. Por entonces, el maestre de campo, don
Fernando de Cea, se vio atacado por cincuenta indios y el cacique Quempuante,
el cual luchó durante media hora con un arrojo extraordinario, pero resultó
muerto por los indios amigos que acompañaban al maestre de campo".
(Imagen) Se producía entonces el eterno
problema de tener que esperar en las Indias a que el Rey zanjara un asunto que
requería ser solucionado con rapidez. En situaciones más graves, esa tardanza
en la respuesta dio origen, por ejemplo, a las terribles guerras civiles de
Perú. No era este el caso, pero resultó muy molesto: "Por entonces se supo
que el incansable cacique Butapichón, se preparaba para atacar con un gran
ejército. El gobernador Laso de la Vega creyó que ese problema le autorizaba a
exigir nuevamente el apoyo militar de los vecinos de Santiago. Les planteó a
los miembros del Cabildo que el ejército de la frontera estaba muy aminorado en
su número, que el refuerzo enviado por el virrey del Perú lo formaban hombres
poco aptos para la guerra, y que era indispensable que los habitantes de la
capital acudiesen con sus armas para defender el reino de Chile. El Cabildo de
Santiago resolvió negar al Gobernador los auxilios que pedía. Le expusieron que
en la ciudad no había más que escasamente unos trescientos hombres que pudiesen
salir a la campaña, y que, después de lo resuelto por la Audiencia, no les era
posible designar cuáles de ellos debían acompañar al Gobernador a la guerra. La
Audiencia, por su parte, había mandado que todos los vecinos estuviesen preparados
para defender el reino de Chile contra posibles ataques de los corsarios
holandeses. El Gobernador tuvo que resignarse por entonces a no poder contar
con el contingente de tropas que esperaba sacar de Santiago. Pero aquel estado
de cosas no podía durar más tiempo. La resistencia que el supremo tribunal
oponía a la acción del Gobernador era una causa de perturbaciones y de
discordias que minaban su autoridad y que debían de inquietar al gobierno de España.
El virrey del Perú, después de consultar con la Real Audiencia de Lima el
litigio que sostenían las autoridades de Chile, resolvió, por auto de 8 de
marzo de 1632, que era al Gobernador a quien le correspondía calificar las
circunstancias en que era lícito obligar a los vecinos al servicio militar. Más
tarde el Rey, por cédula de 30 de marzo de 1634, confirmó esta declaración.
Así, después de algunos meses de altercados que habían agitado
extraordinariamente a la opinión pública, se halló Laso de la Vega provisto de
los poderes necesarios para utilizar en la guerra todos los recursos del país.
En honor suyo debe decirse que no usó de esta ampliación de sus atribuciones
para vengarse de sus adversarios, ni cometió aquellas violencias y atropellos
que no fueron raros bajo la administración de otros gobernadores". En la
imagen vemos un escrito del Gobernador dirigido al Rey (año 1632), en el que
hace referencia a que había enviado a España a Francisco de Avendaño para
pedirle un refuerzo de soldados.
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