(1383) Se produjo en 1646 el relevo del cesado
gobernador de Chile Francisco López de Zúñiga: “Quien le sucedió en el cargo, Martín
de Múgica y Buitrón era un antiguo militar acreditado por la importancia de sus
servicios y por la gravedad de su carácter. Nacido en Villafranca (Guipúzcoa), sirvió
en los ejércitos españoles desde muy joven. En 1638, siendo sargento mayor
contra los franceses en el Piamonte, se distinguió asaltando las murallas del
fuerte de Vercelli. Luego sirvió en el ejército encargado de someter Cataluña,
que, con el apoyo de los franceses, estaba sublevada contra el Rey. En 1642, siendo
ya maestre, y obligado a obedecer órdenes que aprobaba, fue sorprendido por los
franceses en Granata y cayó prisionero con toda su división. Pero, en 1644, ya
aparece de nuevo en el ejército español de Cataluña. Por entonces, el Rey
Felipe IV, conociendo su buena reputación en el ejército, lo nombró Gobernador
de Chile por un período de ocho años (parece ser que era el tiempo habitual)”.
Como siempre ocurría, las enormes
distancias alargaban los plazos, y el nuevo gobernador llegó a Lima en febrero
1646, donde el virrey le puso al corriente del peligro que suponían los piratas
y de que en Chile había un problema crónico de escasez de soldados. Su llegada
a este país tuvo lugar en mayo de 1646. Uno de sus acompañantes era el maestre
de campo Francisco Gil Negrete, soldado de gran experiencia en la guerra de
Chile, que iba como gobernador de la ciudad de Valdivia (y al que ya le
dediqué una imagen)”.
No coincidía su llegada con los meses
apropiados para operaciones militares, por lo que le confió el mando de las
tropas al maestre de campo Juan Fernández Rebolledo (también le dediqué una
imagen), y él se ocupó de un asunto que otros habían descuidado, y que
quizá lo asumiera por ser muy estricto en temas morales. Cuenta un cronista de
la época: “Los soldados, sin temor de Dios, vivían con sus mancebas, presumían
de robar, y, al comedido, lo despreciaban, y el gobernador puso mucho freno a
estos abusos,
pero
había otros aún más escandalosos. Todos
los inviernos pedían licencia muchos soldados y partían en cuadrillas robando
cuanto hallaban. Hurtaban gran cantidad de caballos, derribando las paredes
para sacarlos, y se llevaban a indios e
indias jóvenes que servían en las ciudades. No respetaban nada, ni aun lo
sagrado y eclesiástico, pues a un clérigo le quitaron la mula en la que iba. Hacían
así otras picardías que las celebraban entre los mismos soldados, y algunos se
beneficiaban de los hurtos”,
Y dice Diego Barros: “Para poner término a
estos crímenes, don Martín de Mujica prohibió de manera tajante que los jefes
dieran permiso a sus soldados para ir a Santiago e impuso las más severas penas
contra los pendencieros y los ladrones. Antes que él, muchos gobernadores habían
echado bandos amenazando con rigurosas penas a los soldados que hurtasen
caballos, pero ninguno había hecho respetar tan escrupulosamente sus mandatos”.
El antiguo cronista lo confirma diciendo. “Fue tan respetada la prohibición,
que nadie osaba ya tomar caballo ni mula ajena, cosa que agradecieron
notablemente los indios y los vecinos españoles. Y así, cuando el Gobernador fue
a Santiago, le salieron a recibir a bandadas por los caminos y a agradecerle el
bien que les había hecho”.
(Imagen) El nuevo gobernador de Chile, de
origen vasco, MARTÍN DE MÚJICA Y BUITRÓN, fue escogido por el Rey Felipe IV
porque se había ganado un brillante
historial militar en las guerras de Flandes y de Italia, y también luchando
contra una rebeldía catalana que era apoyada por Francia. Pero quizá tuviera algo
que ver el hecho de que, al parecer, eran hermanos suyos dos capitanes que
andaban luchando por Chile, Antonio y Alonso de Mújica y Buitrón. Este último
protagonizó un hecho curioso. El temible pirata holandés Enrique Brouwer, tras
sus correrías por la costa chilena, murió de una grave enfermedad el 7 de
agosto de 1643, y sus hombres lo enterraron al norte de la isla de Chiloé.
Tiempo después, Alonso de Mújica desenterró el cadáver y lo quemó, por
considerar que debía morir como lo que era, un hereje. También el gobernador
Martín de Mújica se caracterizaba por su profunda fe religiosa. Estaba
convencido de que un aumento de las prácticas piadosas corregiría los muchos
vicios de sus gobernados, y mandó que en los cuarteles los soldados rezasen el
rosario todos los días. Él mismo daba el ejemplo de piedad ayudando generosamente
para la construcción de iglesias y mostrando una sumisión absoluta a las autoridades
eclesiásticas. Preocupado por las dificultades de la vida en Chile, le escribió
al Rey pidiéndole que se les rebajara a los vecinos los impuestos. Dada la
gravedad crónica de los enfrentamientos entre españoles y mapuches, el
Gobernador se propuso estudiar con sus consejeros la manera de llegar a una
solución soportable. Surgió de nuevo la tentación de tratar a los indios de
forma más comprensiva, pero, una vez más, se impuso la triste realidad de que
era un camino equivocado, hasta el punto de que el Gobernador tuvo que ejecutar
a varios caciques mapuches porque, al parecer, planeaban matarlo. Estando él en
Concepción, le llegó la noticia de que, el día 13 de mayo de 1647, se había
producido en Santiago, zona sísmica, un tremendo terremoto en el que murieron
muchos habitantes. MARTÍN DE MÚJICA Y BUITRÓN era un hombre de profunda fe
cristiana y delicada conciencia, en la que había cabida para el buen trato a
los indios, pero esa misma rectitud moral le proporcionó enemigos. Y ocurrió
algo fatal, quizá intencionado. Algún cronista escribió: “El 4 de mayo de 1649,
mientras comía, le sobrevino un ataque que le produjo la muerte. Apenas comenzó
a comer, sintió el daño de un veneno, con arcadas y espumas. Se fue a la cama,
y murió una hora después. Todos quedaron espantados por la acelerada muerte de
un Gobernador tan querido y de tan acertado gobierno, no habiendo persona que
no le llorase”. En la imagen lo vemos con su sobria y casi clerical vestimenta.
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