(1367) Veamos, pues, a Luis Fernández de
Córdoba ya en acción como gobernador interino de Chile: "Partió de Lima, y
llegó a Concepción el 24 de abril de 1625. Por entonces la guerra contra los
indios había dejado de ser defensiva, pero estaban todavía vigentes las
ordenanzas reales que la habían establecido. El Gobernador, sabedor de los
fatales resultados que había producido el sistema planteado por el padre
Valdivia, venía predispuesto en contra de él, y decidido a no dejarse engañar
por las ilusiones de hacer tratados de
paz con los indios. Así, pues, aunque la estación de invierno era la menos
favorable para esta clase de excursiones, visitó los fuertes de la frontera, y
a pesar de que recibió mensajes pacíficos de algunas tribus enemigas, desdeñó
tales ofrecimientos y en todas partes recomendó que se mantuviera la vigilancia
y la disciplina con el mayor cuidado. Aprovechó, además, esta visita para
introducir algunas economías en la administración militar. Como casi todas las
compañías de tropa tenían incompleta la dotación de sus soldados, las reformó
refundiendo varias de ellas para que cada una tuviera el número
correspondiente, lo que le permitió suprimir algunas plazas de oficiales.
Asistió personalmente a la distribución del 'situado' (los fondos destinados
al salario de los soldados), para evitar los abusos que se cometían con el
pago de la tropa, operación a la que por su avanzada edad no había podido
asistir el gobernador don Pedro Osores de Ulloa. 'Por la mala rendición de cuentas
que Pedro de Unzueta dio como oficial mayor del veedor general -escribió el
mismo Fernández de Córdoba-, y, habiéndole probado duplicados de plazas,
cohechos, falsedades y otros malos modos de vivir, le hice cortar dos dedos de
la mano derecha, y que fuera a servir a Chiloé por algunos años. Estaba mal visto
por los soldados, y ha tenido buenas consecuencias su castigo'. La severidad
desplegada con ese infeliz, no podía, sin embargo, remediar por completo un mal
que parecía haberse hecho endémico en el ejército de la frontera".
Otro tema delicado para los gobernadores
era su relación con los cabildos, y, más frecuentemente, con los oidores de la
Real Audiencia, debido sobre todo a las disputas sobre competencias. Algo que
no debía ocurrir, puesto que el Gobernador era, al fin y al cabo, el
representante directo del Virrey, y este, del Rey. Luis Fernández de Córdoba entró
en la ciudad de Santiago el día 21 de diciembre de 1625, donde fue pomposamente
recibido, como era habitual con los nuevos gobernadores: "Tenía especial
interés en poner atajo a las
dificultades que creaba la Real Audiencia y, sobre todo, a las pendencias entre
los mismos oidores, pues habían llegado a producir escándalo en la ciudad. El
doctor don Cristóbal de la Cerda (antiguo gobernador interino), oidor
decano de la Audiencia, era el causante de las dificultades dentro del mismo
tribunal. 'Llegado que fui a esta ciudad (Santiago) -escribió Fernández de
Córdoba-, he hallado gravísimos inconvenientes en que dicho don Cristóbal opere
en la Audiencia, pues él me ha dicho
diversas veces que le es imposible ser buen oidor con sus compañeros, ni ellos
con él. Habiéndolo consultado de palabra antes de mi venida a este reino con el
marqués de Guadalcázar, virrey del Perú, me pareció que, dados los disgustos
referidos, el dicho don Cristóbal debe dejar de ejercer en la Audiencia con los
demás oidores, y que se le permita gozar de su salario hasta que Vuestra
Majestad mandase otra cosa, ya que las necesidades que hay en estas tierras son
tan difíciles para él y su familia".Vimos que Cristóbal de la Cerda
recibió un duro golpe cuando fue sustituido como gobernador interino por Pedro
de Osores, y que incluso le había pedido al Rey, inútilmente, que lo nombrara
gobernador titular. Es probable que
después se convirtiera en un hombre amargado. Para colmo, como vimos, luego se
le jubiló por haberse quedado sordo.
(Imagen) Los españoles de Chile estaban
contentos con el gobernador Luis Fernández de Córdoba porque sabían que era
contrario al absurdo sistema de guerra solo defensiva contra los mapuches. Y,
por fin, llegó una orden del rey Felipe IV suprimiéndolo: "El 24 de enero
de 1626 recibió Fernández de Córdoba una real cédula firmada en Madrid en abril
del año anterior. Tomando en cuenta la obstinación de los indios en mantener una
guerra continua y las atrocidades que habían cometido, el Rey mandaba que en
adelante se les hiciera una guerra activa y eficaz, y que se les sometiera a
esclavitud a los que no se rindiesen. El 25 de enero se pregonó en Santiago el
restablecimiento de la guerra ofensiva. Para los vecinos fue un día de grandes
regocijos, porque veían desaparecer el sistema del padre Valdivia, al que
atribuían todas las desgracias sufridas en Chile durante catorce años, y esperaban,
además, que la nueva declaración de la esclavitud de los indios apresados había
de permitirles aumentar con poco gasto el número de servidores". La guerra
ofensiva no iba a resultar un remedio milagroso para someter a los rebeldes
mapuches, ya que había escasez de tropas, pero se notó de inmediato una notable
mejoría: "He continuado la guerra en este reino (le escribía Fernández
de Córdoba al Rey) durante el invierno y el verano, para acosar al enemigo
rebelde, al que he hecho sufrir castigos que ha recibido en diferentes
provincias. El año pasado (1627) entré a la ciudad de La Imperial y a otras vecinas, donde los españoles no habían puesto
los pies desde el forzado abandono de hace veintiocho años, con tan buenos resultados,
que les quemé muchas casas con sus provisiones, y se le mataron unas mil
cabezas de ganado y algunos caballos. Además de degollar a muchos indios enemigos,
se apresaron a más de doscientos cincuenta, y, sin perder un solo hombre, me
retiré. Después de haber descansado algo la gente, se han hecho algunas
entradas por la zona de San Felipe (Yumbel) y así mismo por la de Arauco, todas
con buenos éxitos. Aunque se ha peleado en estas últimas ocasiones por la gran
obstinación que este enemigo mapuche tiene, no me han matado más de treinta
españoles y a unos cien indios amigos nuestros, mientas que el enemigo, entre cautivos
y muertos, ha perdido más de dos mil, además de los ganados y casas quemadas en
estas ocasiones. Aseguro a Vuestra
Majestad que he puesto y pongo en seguir esta guerra y conservarla con
reputación mucho trabajo, cuidado, gasto de mi hacienda y riesgo de mi vida".
La esclavitud de los mapuches fue una excepción en las Indias impuesta por su
tremenda agresividad, y digamos que, para esclavitud brutal, la que ellos practicaban
con los españoles.
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