(1377) Así como los virreyes se limitaban
a administrar y gobernar desde sus palacios, vemos que los gobernadores, aunque
eran la máxima autoridad de su territorio, y algo así como virreyes de segunda
categoría, se ponían al frente de sus tropas y arriesgaban sus vidas, a no ser
que estuvieran enfermos o casi incapacitados por su vetusta edad. Con el
agravante chileno de que las batallas eran continuas: "Cuando le llegó a
Chile la resolución del Virrey (reconociéndole al Gobernador su derecho a
reclutar vecinos para la guerra), estaba de vuelta de una expedición al
territorio enemigo. Saliendo de Santiago el 20 de noviembre de 1631, Laso de la
Vega había llegado el 7 de diciembre al campamento de Yumbel, donde sus
capitanes estaban listos para entrar en campaña con un ejército de mil
ochocientos hombres entre españoles e indios. Se pusieron en marcha y avanzaron
hasta Curalaba, lugar situado entre Lumaco y la Imperial, y teatro de la
catástrofe en que había perecido el gobernador Martín García Óñez de Loyola con
casi todos sus hombres treinta y cuatro años antes (24 de diciembre de 1598).
Allí se acuarteló convenientemente con su infantería y despachó al sargento
mayor Juan Fernández de Rebolledo con la caballería a perseguir al enemigo en
los campos vecinos. Esta misión fue un éxito. Después de destruir muchos
sembrados de los indios, Rebolledo volvió a reunirse con el Gobernador trayéndole
seis mil cabezas de ganado y doscientos cincuenta indios cautivos de todas las edades.
Contra el parecer de algunos capitanes que querían dar la vuelta hacia el norte,
Laso de la Vega pasó adelante con sus tropas, pero no tuvo enfrentamientos
importantes, aunque pudo regresar habiendo rescatado a algunos españoles que
vivían en aquellos lugares, y llegó adonde se hallaba su campamento en los
primeros días de enero de 1632. No obstante, Laso de la Vega estaba convencido de
que esas expediciones solo le harían dueño del territorio que ocupase con sus
tropas. Y así, en cuanto llegó a su campamento, supo que los indios volvían de
nuevo a los territorios que acababa de recorrer, y que se mantenían en pie de
guerra".
Pero no solo los mapuches eran una
preocupación para el Gobernador: "Aunque se hablaba con insistencia de la
posible reaparición de los corsarios holandeses en las costas de Chile, se supo
que, empeñados esos años en establecerse en Brasil, no intentaron por entonces
empresa alguna en el Pacífico. Pero sí hubo un nuevo peligro. Más inquietaron al Gobernador y a los habitantes
de Chile las noticias que llegaron del otro lado de los Andes. Los indios
calchaquíes, pobladores de la región de Tucumán, se habían sublevado y tenían
en grandes aprietos a don Felipe de Albornoz, Gobernador de esa provincia. El
virrey del Perú le encargó a Laso de la Vega que le socorriese desde Chile".
El Gobernador se vio en un compromiso, pero hizo lo que pudo, porque, además,
el problema afectaba a su propio territorio, y así se lo explicaba al Rey:
"He hecho las prevenciones oportunas, enviando a los encomenderos de aquella
zona a servir a sus vecinos de Tucumán.
Les he proporcionado armas, he enviado alguna gente suelta y he dado orden de que
una compañía de infantería con cuarenta hombres fuese allá a cargo de un
capitán experimentado, de manera que desde aquí he dado todo cuanto he podido. Aunque
sé que el problema necesita mayor ayuda, no me he puesto en camino hacia aquella provincia, porque dista del lugar
en que me hallo más de ciento treinta leguas". La insurrección de los
calchaquíes, aunque era una seria amenaza, fue sofocada, pero mantuvo muy preocupados
a los gobernantes de Chile durante algunos meses.
(Imagen) El historiador Diego Barros hace un
extenso comentario que parece sensato sobre las virtudes y defectos del
Gobernador Francisco Laso de la Vega. Veámoslo: "Victorioso en la guerra
contra los araucanos y apoyado por el virrey de Perú en las ruidosas disputas
que había tenido que sostener contra los oidores, don Francisco Laso de la Vega
había llegado en 1632 al apogeo de su poder y de su prestigio. Aunque admirado
como militar y administrador, no había logrado hacerse querer por sus
gobernados. Uno de sus secretarios, Santiago de Tesillo, lo atribuyó a la seriedad de su carácter. 'Asistía a la
Audiencia, como presidente, con exigencia de integridad -dice Tesillo-. Era imparcial
en el reparto de los premios y ejecución de la justicia. Se le mostraba en
Chile mayor veneración que amor. Nacía la veneración de su mucha severidad y
entereza, y les faltaba el amor por ser poco comunicativo. Actuaba también con un
alto pundonor, cosa que no la aprobaban todos. Pero la gloria que había
adquirido en la guerra le había dado mayor autoridad que la de ningún otro gobernador'. Aunque este
retrato está trazado por mano amiga, y aunque casi no toma en cuenta más que
las buenas cualidades de Laso de la Vega, encubriendo con el nombre de pundonor
su orgullo y su arrogancia, el cronista nos da una idea que debe de ser
verdadera del prestigio que había conquistado en el territorio chileno. En
cualquier caso, aunque esa arrogancia lograra que la gente exagerase el valor
de los triunfos que había alcanzado frente a los indios, el Gobernador
comprendía que con ellos no era suficiente para conseguir la pacificación
definitiva del territorio mapuche. Convencido de que este resultado solo podría
conseguirse mediante la fundación de algunas ciudades y fuertes que impusiesen
respeto a los indios, y que fuesen el asiento de guarniciones respetables,
esperaba para acometer esta empresa los refuerzos que había pedido a España, y
limitaba por entonces sus aspiraciones y deseos a debilitar a los enemigos
poniéndolos en la imposibilidad de ejecutar las correrías con que hasta hacía
poco inquietaban las tierras que estaban sometidas a los españoles. De esta
manera, los indios, que, bajo el gobierno de los inmediatos antecesores de Laso
de la Vega, pasaban frecuentemente el río Biobío en número considerable y
obtuvieron señaladas victorias sobre los españoles, tenían ahora la guerra
dentro de su propio territorio, sufriendo dolorosas devastaciones y perdiendo
entre muertos y cautivos muchos centenares de personas". La imagen muestra
un documento relativo a los bienes del gobernador Laso de la Vega (habiendo
fallecido dos años antes, en 1640), en el que tienen protagonismo, como herederos,
sus hijos Isabel y Jerónimo Laso de la
Vega.
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