(1372) Coincidieron en su viaje hacia las
Indias el nuevo Virrey de Perú y el nuevo Gobernador de Chile: "Los
galeones partieron de Cádiz el 7 de mayo de 1628, haciendo su viaje en ellos los
dos nuevos mandatarios, don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, Conde de
Chinchón y Virrey del Perú, y don
Francisco Laso de la Vega, Gobernador de Chile, arribando a las costas de
América sin el menor contratiempo, a pesar del peligro de naves enemigas. En
esos buques llegaron también muchos individuos que, burlando la vigilancia de
las autoridades españolas, pasaban a establecerse o a negociar en las Indias
sin el permiso real que exigía la ley. 'Teniendo noticia de que venía cantidad de
gente sin licencia -le decía Francisco Laso al Rey- y de que su intención era
pasar a Perú, le pedí al Virrey que en Panamá se hiciese lista de ellos y se
les obligase a ir a Chile, donde tanta necesidad hay de gente y adonde de tan
mala gana van, pues, además, de esta manera se evitaría que los años siguientes
se embarcasen otros sin licencia, por temor a ser enviados a Chile. Pero el Virrey no lo llevó a cabo, y yo sentí
perder tan buena ocasión, y ahora más, pues he confirmado que es difícil conseguir gente para Chile'.
Mientras tanto, las noticias que llegaban de este país eran cada vez más
alarmantes. Hallábase entonces en Lima el general don Diego González Montero, enviado a
pedir ayudas. En un memorial que presentó al Virrey de Perú con este motivo, le
indicaba: 'Si el señor gobernador don Francisco Laso de la Vega fuere a Chile sin
la gente que pide, creo que no sólo va a perder su reputación sino también
aquellas tierras, rebelándose las agrupaciones de los indios amigos'. Por su
parte, Laso de la Vega le escribía al Rey: 'Parece que los indios tienen hecha alianza
con los corsarios holandeses para ayudarles cuando vengan a poblar el puerto de
Valdivia, y, si se cortase la ayuda que llega de Concepción y Santiago, se perderá la provincia
de Chiloé, haciendo con ello gran mal al comercio del Perú, de manera que, para
recobrarlo, será necesario que el refuerzo venga de España'. Así, pues, el
aspecto que presentaban entonces todas las cosas de Chile no podía ser más
sombrío".
El nuevo y bravo gobernador, Francisco
Laso de la Vega, partió de Perú hacia Chile el 12 de noviembre de 1629, y va a
cometer de entrada la típica ingenuidad de un recién llegado: "Bajó a
tierra en la ciudad de Concepción el 23 de diciembre, y pocas horas más tarde fue
recibido solemnemente por el gobierno de la colonia. Haciendo caso de las
sugerencias de quienes pensaban todavía que era posible aplacar a los mapuches con
medios suaves, el Gobernador, que había traído del Perú algunos indios enviados
desde Chile como esclavos, inició su administración poniéndolos en libertad
para que volviesen al seno de sus familias. Ya veremos el fruto que produjo
este acto de clemencia". Sin embargo, Laso de la Vega, sí acertó en otro
asunto: "Como llegaba a Chile precedido de la reputación de militar muy
experimentado, y traía un refuerzo de tropas y de armas, fue recibido con gran
contento por todos. El mismo exgobernador Luis Fernández de Córdoba, aunque, sin
duda, creía merecer haber continuado en su puesto, se manifestó satisfecho de entregarlo a un
sucesor que, en esas circunstancias, se comportó como un cumplido caballero. En
efecto, Laso de la Vega, en vez de hacer caso de las acusaciones hechas a su
predecesor, Fernández de Córdoba, como solían hacerse a otros en idénticas
circunstancias, le mostró a este todo tipo de consideraciones, y, en el juicio
de residencia que, por ley, estaba
obligado a practicarle, lo declaró exento de toda culpa. Y así, Fernández de
Córdoba regresó poco más tarde al Perú (28 de abril de 1630) amparado en un fallo judicial por el cual constaba que
había desempeñado el gobierno de Chile del mejor modo que le era posible, dadas
las dificultades de la situación y la escasez de sus recursos".
(Imagen) El nuevo gobernador de Chile,
FRANCISCO LASO DE LA VEGA va a tener que exhibir de inmediato su bravura y
capacidad de sacrificio. En cuanto llegó a Chile, le salieron al paso los
mapuches: "Se trabó un reñidísimo combate. Los españoles, sin poder abrirse
paso por la estrechez de la zona, fueron envueltos por los indios, y a pesar de
la valentía con que se defendieron, quedaron derrotados con pérdidas de más de
cuarenta oficiales y soldados, entre muertos y prisioneros. Rodeado de
inquietudes, Laso de la Vega, que, además, se sentía enfermo desde que llegó a
Chile, vacilaba en tomar una determinación. Finalmente, decidió atacar de nuevo
con un número considerable de hombres. Aunque los indios se dispersaron, el
Gobernador consiguió apresar algunos de los que huían. Pero luego, el activo cacique
Butapichón y sus indios volvieron a sus acostumbradas depredaciones en las
estancias de los españoles y en los campos de los indios de paz. El Gobernador
se encontraba entonces postrado en cama por sus enfermedades, pero mandó poner en
armas a unos cuatrocientos soldados españoles y a cien indios amigos, se colocó
él mismo a su cabeza, y caminó cerca de dos días en busca de los enemigos, los
cuales les atacaron por sorpresa. En medio de una confusión indescriptible, la
victoria de los bárbaros parecía segura e inevitable. Pero el Gobernador montó
a caballo, desenvainó su espada, y, dando voces a los suyos, comenzó a
alentarlos con su ejemplo para que resistieran a los mapuches. 'Esto duró más
de una hora -dice un cronista contemporáneo- y todo eran voces y una batalla
horrible'. Al anochecer, los indios, persuadidos de que no podían completar su
victoria, comenzaron a retirarse llevándose consigo numerosos cautivos. En la
mañana siguiente, los españoles vieron que habían muerto veinte compañeros, resultando
heridos más de cuarenta. Hubo también un número mucho mayor de cautivos, aunque
la mayoría pudieron huir. Por más dolorosas que fueran las pérdidas del combate,
los españoles también cantaron victoria, y, a pesar de que la retirada del
enemigo no podía considerarse un triunfo
verdadero, aquella batalla fue celebrada como un gran acontecimiento, y
recordada más tarde como un prodigio operado por el favor divino, y conseguido
por la previsión militar, la experiencia y el valor de Laso de la Vega. Se
decía que él, ayudado por una compañía de oficiales reformados que mandaba
personalmente, había obtenido la victoria y dado muerte a 280 indios belicosos
y escogidos. Se creía, además, que esa batalla no sólo había liberado de la
invasión enemiga los territorios del sur, sino que había puesto fin a los más
serios peligros que amenazaban a Santiago, la capital del reino".
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