lunes, 31 de julio de 2017

(Día 447) Alegría por la vuelta de Bartolomé Ruiz con sus grandes noticias (se enteran también de que gobierna en Perú el emperador Huayna Cápac). Pero hay que seguir sufriendo: mueren 15 españoles.

     (37) Tras setenta días de viaje, arribaron de vuelta al río San Juan, donde estaban Pizarro y sus hombres. Fue grande la importancia de los descubrimientos geográficos, pero tuvo mucho mayor impacto en sus esperanzas las pruebas obtenidas de la existencia de pueblos ricos y evolucionados en la zona de Tumbes. Por si fuera poco, Bartolomé Ruiz y sus hombres también habían obtenido algo de información, por medio de los mercaderes apresados, sobre la existencia del fabuloso mundo de los incas, donde había mucho oro y plata, oyeron por primera hablar del Cuzco y  hasta tuvieron noticia del nombre de su emperador, HUAYNA CÁPAC (era el padre de Atahualpa). Lo que nadie sabía era que pronto iba a morir este personaje, para fortuna de los españoles porque, tras su fallecimiento, al Perú lo arrastró la espiral de una convulsa guerra civil entre sus herederos.
     Nos despedimos ya del ‘anónimo’ cronista, y retomamos a Cieza: “El capitán Pizarro recibió muy bien a Bartolomé Ruiz, holgándose con las nuevas de lo que había descubierto, y los indios que traía estaban firmes en lo que habían contado; fue alegría, para los españoles que con Pizarro estaban, verlos y oírlos”. Tras el chute de optimismo, hubo que volver al durísimo trabajo que les esperaba. Avanzaban por los ríos y bajaban a tierra: “Continuamente morían españoles y otros enfermaban; al pasar los ríos, los lagartos (caimanes) comieron a hartos de ellos. Los enfermos vivían muriendo; los que estaban sanos deseaban la muerte. Pizarro los esforzaba diciendo que, venido Almagro, irían todos a la tierra de la que hablaban los indios que prendieron”. Los habitantes de las riberas estaban en pie de guerra contra los españoles, que hacían salidas en canoas. Ocurrió que, yendo varias varias juntas, se adelantó una en la que iban “catorce cristianos con su caudillo, que había por nombre Varela, pero menguó el río y quedó en seco. Viéndolo los indios, muy alegres, bajaron por el río en más de treinta canoas pequeñas y, con la grita y alarido que suelen dar, los cercaron por todas partes y les tiraban flechas; la fortuna de los españoles fue infeliz, y no pudiendo resistir los tiros de los indios, fueron todos muertos. Como el agua creciese, pudieron las otras canoas de los españoles subir el río arriba y conocer el daño que los indios habían hecho; volvieron con la canoa y los cristianos muertos adonde habían dejado a Pizarro, y, al ver la desgracia sucedida, le pesó mucho”.
     Habíamos dejado a Almagro navegando hacia Panamá, donde encontró una importante novedad: Pedrarias ya no era gobernador. El rey había considerado dejarlo en segundo plano, consciente de sus tremendas arbitrariedades, nombrando para el cargo al cordobés PEDRO DE LOS RÍOS, de quien habrá que contar algo. No duró mucho en su puesto, siendo desplazado después a otros de menor importancia; lo cierto es que no se mostró muy competente en sus misiones, y resulta chocante que batallara más tarde en Perú bajo las órdenes de Pizarro cuando empezaron las guerras civiles. Residió un tiempo en El Cuzco y volvió a Córdoba en 1548, muriendo un año después. Y, para vida aventurera, la de PEDRO DE CANDÍA, un griego experto artillero con el que llegó acompañado el gobernador a Panamá y que tendrá un gran protagonismo al lado de Pizarro, hasta el punto de ser unos de los 13 de la fama. Pero ya le seguiremos la pista.


     (Imagen) Mientras Pizarro lloraba la muerte de sus 15 compañeros, su determinación iba a seguir intacta hasta someter el imperio inca. Pero dejó muchas herida abiertas en aquellas tierras. Esta escultura, réplica de la que existe en la plaza mayor de su natal Trujillo, fue inaugurada (como se ve en la imagen) delante de la catedral de Lima el 18 de enero de1935. Pero ‘todo es según el color del cristal con que se mira’, y levantó ampollas entre un sector de la población. De nada sirvió que se tratara del fundador de la ciudad. Se convirtió en un problema al que nunca encontraron una solución airosa. Tras ser retirada el año 2003 a los almacenes del ayuntamiento, ha terminado en un parque público de tercer orden, donde, según algunos disconformes, ‘la estatua ha perdido no solo su densidad histórica, sino también el aura de poder que tenía en la plaza central de la ciudad’. Ni contigo ni sin ti.


sábado, 29 de julio de 2017

(Día 446) Bartolomé Ruiz hace un largo recorrido de descubrimiento costero y, todavía más importante, confirma la riqueza de aquella zona al encontrar a unos mercaderes de Tumbes.

    (36) Ya sabemos en qué punto estaba la situación: Almagro va hacia Panamá para conseguir refuerzos (y también, cosa bien triste, para relevar a los muertos), Pizarro y su tropa quedan a la espera en San Juan, y Bartolomé Ruiz, al mando del navío, zarpa rumbo al sur para descubrir nuevas tierras y conseguir más información. Cieza resume en exceso el viaje de Bartolomé. Completaré los datos con lo que aportan Xerez y otro relator anónimo que, casi con seguridad, era uno de los marineros del barco (no iban soldados), autor de un corto texto conocido como la crónica de Sámano, el apellido del secretario real que se lo remitió a Carlos V (y, como no doy puntada sin hilo, diré que una sobrina nieta de Sancho Ortiz de Matienzo estuvo casada con un hermano de este alto funcionario). Con escritura algo más tosca de lo habitual, este cronista anónimo va diciendo: “Bartolomé Ruiz, un piloto muy bueno, navegó con mucho trabajo y halló una bahía muy buena que puso por nombre de San Mateo, y allí vio tres pueblos grandes junto a la mar, y salieron algunos indios que venía adornados de oro y tres principales con unas diademas puestas, y dijeron al piloto que se fuese con ellos: Bartolomé dioles un hombre que se llama (Andrés) Bocanegra, que estuvo allá dos días y violes andar adornados de oro. Vuelto el cristiano acompañado de muchos indios, siguieron la costa y descubrieron tierra muy llana  de muchas poblaciones, y hallaron que estaban de la línea equinoccial a tres grados y medio perdido al norte”. Es decir, se había atravesado por primera vez en el Pacífico la mítica línea del ecuador y navegado todavía más de 300 kilómetros. Lo sabían perfectamente porque, desconociendo el cálculo exacto de la longitud, precisaban sin  embargo muy bien la altitud. Pizarro les había dado un plazo para la aventura y dieron la vuelta una vez cumplido, tras haber descubierto Cancebí, la punta de Pasaos, la isla del Gallo, la bahía de San Mateo y las tierras de Coaque. Además, aunque no llegaron a verla, habían estado muy cerca de Tumbes, una población costera que, sin ser de los incas, tenía una cultura muy desarrollada.
     Y sigue contándonos el ‘anónimo’: “Según navegaban, tomaron un navío en el que venían unos veinte hombres (eran de Tumbes); se echaron al agua once dellos, y tomados los otros, el piloto echó en tierra ocho para que se fuesen, y se quedó con tres dellos (o sea que eran 22); a estos tres, que quedaron como lenguas (intérpretes) hízoles muy buen tratamiento y trújolos consigo, e luego tomaron nuestra lengua muy bien”. Uno de los intérpretes se integró después completamente en la cultura hispana; conocido durante mucho tiempo como Martinillo, terminó por ser Don Martín y le premiaron sus servicios con una encomienda de indios. Otro de ellos, al que llamaron Felipillo, intervino mucho en los asuntos de Perú, aunque su trayectoria fue bastante conflictiva. El cronista, además, explica la perfección técnica de la   nave, y después nos muestra con detalle el valor de la mercancía que transportaban (sin duda, se dedicaban al comercio), todo ello prueba evidente de la gran riqueza y refinamiento de la zona de Tumbes: “Traían muchas piezas de plata y de oro para adorno de sus personas, y para hacer rescate (intercambio) con quienes  iban a contratar, coronas y diademas y cintos y puñetes y armaduras, y tenazuelas y cascabeles, y sartas y marcos de cuentas, y espejos guarnecidos de la dicha plata, y tazas y otras vajillas para beber. Traían muchas mantas de algodón y camisas y otras muchas ropas, todo lo más dello muy labrado de labores muy ricas, de colores de grana y carmesí y azul y de todos los colores, con figuras de aves, animales, pescados y arboledas. Tenían piedras de esmeraldas y otras piedras y pedazos de cristal”.


     (Imagen) Los indios que los españoles cogían para ser intérpretes eran tratados con mimo por su gran utilidad, aunque, a veces, les respondían con la traición. No fue el caso de Martinillo, originario de Tumbes y siempre fiel a los españoles. La imagen representa el momento en que Batolomé Ruiz lo apresó junto a otros nativos. Jugó papeles de relevancia al lado de Pizarro, su padrino en el bautizo, que le dio el nombre de Martín Pizarro. Se enriqueció y se estableció como un español más (al que se le daba el selecto trato de ‘Don’), hasta el punto de que figura anotado en el acta de la fundación de Lima. Se le torció la suerte en las guerras civiles por apostar al caballo perdedor, Gonzalo Pizarro, y fue castigado. Tuvo el coraje de presentarse en España para conseguir un título de nobleza, pero murió prematuramente en Sevilla mientras esperaba la llegada de su mujer, Luisa de Medina, y de su hija, Francisca, cuyo nombre es revelador.



viernes, 28 de julio de 2017

(Día 445) Mientras se reponen en San Juan, Almagro, una vez más, vuelve a Panamá en busca de hombres y provisiones. Al gran Piloto Bartolomé Ruiz le encargan que siga en otro barco descubriendo tierras nuevas.

     (35) Visto que casi todas las tierras del interior eran infernales, y que en el poblado de San Juan no se estaba tan mal, reorganizaron una vez más el programa: Almagro iría de nuevo a  Panamá en busca de más hombres y provisiones (seguro que no faltarían venenosos que le tomaran el pelo por tanto viajecito de vuelta), el grueso de la tropa se quedaría esperando, y, como tenían otro barco, lo mandarían a descubrir por el litoral aún desconocido.       
     Acto seguido, Cieza, contradiciendo esta vez el comentario de Kirkpatrik sobre el estilo austero de los cronistas, hace una reflexión sobre el estremecimiento y el orgullo patriótico que le produce lo que va recordando de esta epopeya: “Pizarro pasó tanto en este descubrimiento que, por parecerme no saber encarecerlo lo suficiente, pasaré adelante dejándolo para quien sea más competente, aunque no dejaré de decir que solo españoles pudieron pasar lo que estos pasaron”.
     Lo que cuadra perfectamente con el dato escalofriante que aporta el cronista (y protagonista) Francisco de Xerez, haciendo un balance de todo el tiempo que tardó Pizarro en volver a Panamá: “Anduvieron tres años pasando grandes trabajos, hambres y fríos; y murió de hambre la mayor parte dellos, que no quedaron vivos sino cincuenta”. En realidad, habían muerto 160; los 50 supervivientes eran el resto de los que salieron al inicio más los que se incorporaron después. Por supuesto, el calvario iba a continuar cuando Pizarro hizo su último y definitivo viaje, el de la derrota de los incas.
     Y atención al piloto que gobernaba el navío que se puso en marcha rumbo al sur: BARTOLOMÉ RUIZ. Su indiscutible grandeza quedó oscurecida por la deslumbrante gloria de Pizarro. La primera vez que lo menciona Cieza indica que acompañaba a Almagro en el barco que acababa de llegar desde Panamá. Hace de  él un mínimo comentario, pero muy elogioso: “Su piloto era Bartolomé Ruiz, que mucho había servido, y mucho sirvió después”. Había nacido en Moguer (Huelva) el año 1482. Por allí andaría a los diez años viendo con asombro la construcción de las naos de Colón y su salida hacia un horizonte desconocido y temible, quizá infinito o con un límite que fuera un despeñadero hacia los abismos siderales; sería también uno más de los que se convirtieron en marineros en ese puerto con la adolescencia recién estrenada. Con ese aprendizaje, se trasladó a Indias en una fecha imprecisa, pero, sin duda, para ejercer como experto piloto. Consta que fue de los primeros que navegaron por el litoral del Pacífico recién descubierto, bajo las órdenes de LORENZO DE ALDANA, a quien también vamos a encontrar repetidas veces y con gran protagonismo en las andanzas del Perú, dando la casualidad de que, hacia 1536, tuvo, como soldado bajo sus órdenes, precisamente a nuestro cronista guía, Pedro Cieza de León. La veteranía marinera de Bartolomé lo convirtió, además, en cartógrafo, siendo el primero que dibujó el mapa de la costa panameña del Pacífico. Estuvo al lado de Pizarro desde el principio de su aventura, yendo a su lado como piloto ya en la primera salida de Panamá. Por si fueran poco estos méritos, hay que añadir su coraje y valentía con las armas y algo que (como veremos) habría aumentado aún más su prestigio: se ofreció a Pizarro para quedarse junto a él con ‘los 13 de la fama’ que no le abandonaron cuando el resto de la tropa  tiró la toalla y se volvió a Panamá, pero no se lo permitió, ordenándole que también él se marchara para que defendiera su causa ante el gobernador Pedro de los Ríos. Murió en 1533, tras la conquista de Perú, premiado con honores y cargos, aunque algo dolido por haberle sido negado el título de Alguacil Mayor de aquellas tierras. Pero sigámosle ahora en su travesía.


     (Imagen) El hecho de que Pizarro le enviara a Almagro a Panamá (como siempre, en ansiosa busca de provisiones y más hombres, porque, con tantos muertos, de todo se iban quedando escasos), mientras la tropa descansaba esperando su vuelta, y le confiara a Bartolomé Ruiz la misión de seguir con la otra nave alcanzando nuevas tierras rumbo al sur, hizo que este magistral piloto se convirtiera en el primer descubridor de un enorme tramo de la costa que llevaba hacia Perú. Incluso traspasó la línea equinoccial de Ecuador. No es extraño que, sin necesidad de que aportara capital, Pizarro, Almagro y Luque le dieran, por su enorme valía, la categoría de socio en su empresa. En el mapa, en rojo, los casi 900 km de costa que ningún español había visto hasta que la recorrió Bartolomé Ruiz.


jueves, 27 de julio de 2017

(Día 444) Nuevo viaje de Almagro a Panamá, donde, para frenar a Pedrarias, que quiere disminuir la autoridad de Pizarro, se ve obligado a aceptar el título de capitán. Al llegar de vuelta, Pizarro se molesta por este nombramiento.

     (34) Almagro navegó hacia Panamá mientras Pizarro y sus hombres se pusieron a la tarea de avanzar, descubrir y conquistar, todo ello, como siempre, entre obstáculos y sufrimientos que les llevaban al límite de su resistencia: “Como aquella costa es tan enferma y los trabajos fuesen tan grandes, cada día se les iban muriendo españoles y otros se hinchaban como odres, acongojándose muchos porque tan livianamente se habían decidido a pasar tanto trabajo y miseria. Pizarro siempre les puso ánimos diciéndoles que nunca mucho provecho se alcanzaba con facilidad, y que, cuando volviese Almagro con el socorro, irían todos juntos por mar o por tierra a descubrir”.
     Al llegar a Panamá, Almagro tropezó con dos obstáculos. Iba a tener dificultades para enrolar a soldados porque entonces Pedrarias, que daba por cierto que Francisco Hernández de Córdoba se le había rebelado (ya lo comenté anteriormente), “con gran saña que de él tenía, juntaba gente para ir a le castigar”. El otro problema será consecuencia de algo que ya vimos anteriormente: Pedrarias quiso suprimir la expedición de Pizarro, pero el clérigo Luque logró que desistiera de hacerlo, y lo mismo ocurrió con su intención de colocarle a Pizarro un ‘compañero’ con mando compartido. Pero lo que cuenta ahora Cieza nos muestra a qué precio cedió Pedrarias, y nos da de paso una moraleja. Para evitar a ese intruso, “acordaron que se le diese a Almagro poder de capitán y que entrambos lo fuesen (Pizarro y él). Otros dicen que Pedrarias no quería hacerle capitán, pero que Almagro tuvo sus inteligencias para conseguirlo”. Y Cieza comenta filosóficamente, aunque opino que, en esta ocasión, de manera injusta: “En esto no puedo afirmar cuál de ello  ser lo cierto, pero sé que ‘por mandar, el padre niega al hijo, y el hijo al padre”.
     Los dos navíos, con más gente y provisiones, zarparon escopetados para evitar la mala sangre de Pedrarias. Verlos llegar allá a lo lejos, en la raya del horizonte, tuvo que ser una gran alegría para Pizarro y su atormentada tropa. Pero el brillante capitán iba a sufrir una gran decepción al saber que, al menos documentalmente, ya no era el único gallo en el gallinero: “Se dice que Pizarro sintió notablemente haber Almagro procurado la provisión de capitán, creyendo que de él había salido y no de Pedrarias; mas, como no era tiempo de fingir enemistades, disimuló el enojo, aunque no lo olvidó. Almagro se había justificado diciendo, y podía tener razón, que por que no se diese a extraño tal cargo, lo había tomado él, y que él no quería salir de lo que por Pizarro fuera mandado y ordenado”. Digamos ya a favor de Almagro que eso es lo que siguió haciendo fielmente durante mucho tiempo, incluso aguantando carros y carretas, hasta que todo se deterioró. Y digamos en contra de Pizarro que fue una mezquindad molestarse por que el sufrido Almagro fuera también capitán, puesto que, de hecho, iba a seguir subordinado a su autoridad. Cieza sabe que, con lo que anticipa de los grandes conflictos posteriores, no descubre el final de la película, porque ya todo el mundo lo conocía; se limita a ir señalando los puntos clave de aquel fatal proceso.
    Dejando de lado las suspicacias, siguieron concentrados en su objetivo. Llegaron a las orillas del rio San Juan, saltaron algunos a tierra y consiguieron en un poblado algo de oro, lo suficiente para que creciera su esperanza de encontrarlo en abundancia, y esto le da pie a Cieza para mostrarse sinceramente, a un tiempo, realista y religioso, diciendo “que esta es la pretensión de los que venimos de España a estas Indias, aunque se ha de anteponer a todo el dar a estas gentes noticia de nuestra sagrada religión”.


     (Imagen) Pizarro y Almagro, cuando decidieron meterse en la aventura de Perú, le propusieron que se asociara con ellos como socio capitalista a HERNANDO DE LUQUE, clérigo secular (sin voto de pobreza), hombre con prestigio social y muy sensato. Fue una suerte que aceptara porque, sin su capacidad de diálogo y de gestión, la empresa habría fracasado. Puso mucho dinero, pero no arriesgó su vida. Era tan tenaz que, en los comienzos, cuando la gente se reía de aquellos sueños, le llamaban Hernando el Loco. Nació en Olvera (Cádiz) y llegó a Indias en 1514 con la armada de Pedrarias. El rey le gestionó el obispado de Tumbes, pero nunca se ultimó el nombramiento definitivo (Cieza a veces lo cita como ‘el electo’). Murió en 1533, sin poder disfrutar del reparto del primer gran botín de Perú tras la muerte de Atahualpa. Lo que mejor hizo fue servir de pararrayos entre Pizarro, Almagro y Pedrarias.


miércoles, 26 de julio de 2017

(Día 443) Almagro se queda tuerto en una batalla contra los indios de Pueblo Quemado, no consigue encontrar a Pizarro y su tropa y, dándoles por muertos, vuelve a Panamá, donde le indican en qué lugar se hallan, y les alcanza.

     (33) Para aclarar los acontecimientos, retrocedamos un poco en el tiempo. Antes de que Pizarro enviara a Panamá el único barco que tenía (en el que iba Nicolás de Ribera), “Almagro, como era diligente y de tanto cuidado, preparó brevemente otro navío de ayuda con setenta hombres, y partió en busca de los cristianos sin  saber cosa ninguna de Francisco Pizarro ni qué había hecho Dios de él; los cuales estaban en Chicama, los sanos buscando lo que les faltaba, los heridos curándose, algunos hinchados, otros murieron de enfermedad y también los caimanes comieron de ellos cuando atravesaban los ríos. Diego de Almagro enderezó su derrota al poniente por la costa  para buscar a los cristianos porque no sabía dónde pudiesen estar, y saltaron con el batel en todos los puertos; conocieron que habían estado en los más de ellos por las cortaduras en los árboles y otras cosas. Llegaron a Pueblo Quemado. Determinó Almagro subir al pueblo con 50 hombres y ver qué había”. Lo que había era unos indios en pie de guerra y con ansias de vengarse de la ‘visita’ anterior de Pizarro y sus hombres. Habían preparado una defensa y los recibieron con estruendosos gritos. “Los españoles, teniendo en poco sus amenazas y grita, dieron contra ellos con el silencio que suelen tener cuando pelean, y mataron e hirieron a muchos de ellos hasta derrotarlos, habiendo primero uno de los indios arrojado una vara contra Almagro que le acertó en un ojo y se lo quebró, y aun afirman que, si no fuera por un esclavo negro, lo habrían matado”. Fue prioritario que Almagro se recuperara y permanecieron sin moverse todo el tiempo necesario. La herida cicatrizó, pero el animoso y ejemplar socio pasó a formar parte del sufrido club de los tuertos de Indias, como, entre otros, Pánfilo de Narváez y Francisco de Orellana. Continuaron la búsqueda, estuvieron en sitios donde no encontraron ninguna pista, llegaron a la terrible conclusión de que Pizarro y los suyos habían sido aniquilados y, con la moral por los suelos, decidieron volver a Panamá.
    Pero, en las islas de las Perlas, pobladas por españoles y parada obligatoria en ese rumbo, “cuando saltaron a tierra supieron cómo Ribera había vuelto a Panamá en el navío y cómo Pizarro y sus compañeros estaban en Chicama. Recibieron con esta nueva gran alegría y, tornando a navegar, fueron al puerto de Chicama, donde con mucho placer se recibieron los unos de los otros, y Pizarro y sus compañeros mostraron que les pesaba mucho que Almagro hubiese perdido el ojo. Pizarro y Almagro trataron de muchas cosas tocantes al descubrimiento. Comenzado y estando adeudados, no  les convenía abandonar, sino echar el resto y con ello aventurar la vida, y acordaron que Almagro volviese a Panamá para adobar los navíos y volver con más gente”. Esa era la tónica de la relación de los dos socios: Pizarro el gran líder y Almagro el magnífico y abnegado colaborador. Hasta que llegaría el momento en que las cosas se iban a torcer por la condición de la naturaleza humana, que todo lo enreda. Falta todavía mucho tiempo para que el progresivo y oscilante deterioro termine trágicamente. Pero enseguida vamos a ver un ligero pero significativo indicio de celosos malentendidos en su relación.


     (Imagen) La sociedad que establecieron Pizarro, Almagro y el padre Luque era a partes iguales en beneficios y honores, pero la campaña de Perú fue una operación compleja y muy larga, en la que los acontecimientos fueron diferenciando las labores de cada uno. Ya desde el principio el puesto clave y más difícil le correspondió a Pizarro, por lo que partió de Panamá con el título oficial de capitán que le había otorgado el gobernador Pedrarias Dávila, cosa lógica por estar al mando de la tropa. El padre Luque aportó su sentido común y sus influencias, no teniendo más aspiración que la de conseguir su parte en el botín y un obispado en las tierras conquistadas. Almagro hizo complicadísimas labores de intendencia, pero también luchó y hasta perdió un ojo. Aceptaba que el gran líder fuera Pizarro, pero terminaría frustrado porque le escamotearon la posibilidad de lograr sus legítimas aspiraciones.




martes, 25 de julio de 2017

(Día 442) Pedrarias intenta abortar la empresa de Perú y el clérigo Hernando de Luque consigue frenarlo. Cieza habla con orgullo de su fidelidad a los hechos que cuenta. Nicolás de Ribera, gran personaje.

     (32) La reparación del navío era de suma urgencia porque estaba muy dañado por “la broma”, un molusco de auténtica pesadilla que se comía la madera (de ahí deriva el significado actual de ‘broma’ como burla molesta). Pizarro prefería morir a volver porque tenía por seguro que supondría servirle en bandeja a Pedrarias la excusa perfecta para darle la puntilla a la campaña. No se equivocaba: en cuanto llegó la nave (gracias al bombeo constante de agua) y le contaron todo lo sucedido, Pedrarias quiso ningunear a Pizarro, haciéndole responsable, por incompetencia, de las bajas sufridas (¡qué buen corazón!). Se le ocurrió la humillante idea de que, junto a Pizarro, fuera un ‘compañero’, de igual mando y como contrapeso constante a sus ‘osadías’: “Pedrarias mostraba pesar de que tantos españoles hubiesen muerto; culpaba a Pizarro porque perseveraba  en el descubrimiento y, por inducimiento de algunos malévolos que siempre se huelgan de tratar mal a los que bien lo hacen, publicó que le quería enviar un acompañado”. Por fortuna, salió al quite el otro socio de Pizarro, el clérigo Hernando de Luque: “Mas, sabiéndolo Hernando de Luque, habló con Pedrarias diciéndole que no era cosa honesta lo que pensaba hacer, y que le pagaba mal a Francisco Pizarro lo mucho que había trabajado y gastado en servicio del rey”. Pedrarias no pudo soslayar las razones del sensato (y, sin duda, prestigioso) Luque, y se vio obligado a dejar las cosas como estaban, permitiendo que el barco se preparara para llevar socorro a las tropas de Pizarro (toda esta historia va a ser la superación continua de una larguísima carrera de obstáculos).
     Dice Cieza que esto se lo dijo NICOLÁS DE RIBERA, que seguía viviendo (fue muy longevo) y residía en La Ciudad de los Reyes (así se llamaba entonces Lima, la capital de Perú). ¡Cuánto podría contar el gaditano Ribera! Soldado en mil batallas, acababa de resultar herido en ese Pueblo Quemado que hemos visto y llegó a Panamá con el barco que envió Pizarro (por eso pudo explicárselo a Cieza). Su nombre asomará varias veces en el escenario peruano, pero hay algo que, como leeremos pronto, le dio un relieve mítico y el respeto general entre los españoles: fue uno de los ‘trece de la fama’ que se quedaron con Pizarro cuando todos los demás abandonaron en un momento especialmente crítico. En su testamento, tuvo un gesto que también le honra y que revela cómo la dureza de aquellos hombres producía también en su corazón un sentimiento de culpa por el sufrimiento de los nativos; para la mayoría fue soportable, pero para algunos, como Ribera, sería como una herida sin cerrar. Era un hombre rico y, al morir, destinó todos sus bienes para el beneficio de los indios (que nadie dude de que así fuera cumplido, pues, para estos efectos legales, los derechos de los nativos eran intocables).
     Ya que Cieza, a lo largo de su crónica, va a repetir varias veces que su mayor empeño fue contar la verdad, voy a recoger, como única muestra, las palabras que escribió después de hablar de Ribera: “Así me lo afirmó Nicolás de Ribera. Y creed los que esto leyéredes que en lo que escribo no añado ni una palabra de lo que no fue, y lo hago con la humildad y llaneza de mi estilo, sin buscar adornos ni vocablos peregrinos, ni otras retóricas más que contar la verdad con sinceridad; porque para mí tengo que el buen escribir ha de ser como el razonar uno con otro y como se habla y no más”. Es una declaración de intenciones exactamente igual que la que solía hacer Bernal Díaz del Castillo. Los dos sabían que no estaban a la altura literaria de los pomposos y eruditos cronistas que trabajaron ‘de oídas’ al servicio de la Corte. Solo les importaban los hechos, aunque había una diferencia entre ellos: Cieza era un hombre muy leído y escribía con claridad y corrección; Bernal, más que escribir, contaba las cosas como si estuviera rodeado de los vecinos de Medina del Campo, con el mismo aroma y sabor que la sopa de ajo castellana.


     (Imagen) NICOLÁS DE RIBERA LAREDO. Hombre my notable, de grandes valores y personalidad, aunque uno más de los héroes que permanecieron en segundo plano. Se ganó el prestigio de los ‘magníficos’ de Indias. En los legajos de información sobre antiguas hazañas, los testigos que los conocieron siendo ya viejos siempre hablaban con admiración y respeto de los que ‘allí estuvieron’, en el tajo de las grandes conquistas. Ribera fue un prototipo de esos míticos conquistadores y dice mucho de su prestigio que fuera el primer alcalde de Lima. Tuvo además la fortuna de que, a diferencia de la mayoría de ellos, murió siendo muy mayor (en Lima, con 76 años). Otro de sus valiosos servicios fue el de informar largo y tendido a Cieza sobre la campaña de Perú.




lunes, 24 de julio de 2017

(Día 441) A los 60 días llegan a Pueblo Quemado. Enfrentamiento con indios caníbales y primera vez que Pizarro está a punto de morir. Mueren cinco españoles.

     (31) Prueba, tristemente, superada. Página pasada; había que seguir escribiendo el heroico ‘libro’, siempre con la vista al frente. Llegaron navegando a una entrada de la costa a la que llamaron Puerto de la Candelaria por ser la fiesta del día, y allí conocieron otra pesadilla que les iba a acompañar constantemente: las lluvias torrenciales y los mosquitos: “Caían tantos y tan grandes aguaceros, con grandes relámpagos y truenos, que no podían andar; la ropa se les pudría y se les caían a pedazos los sombreros; los mosquitos les fatigaban, porque, donde hay muchos, es gran tormento”. Los indios sabían que merodeaban por la costa y huían. Llegaron a un poblado que había quedado vacío, y tuvieron ocasión  de ‘rapiñar’ alimentos y algo de oro; y también de tropezar con lo macabro: “Hallaron mucho maíz y carne de puerco, y tomaron más de seiscientos pesos de oro fino en joyas (cerca de dos kilos y medio); y en las ollas de los indios que hallaron al fuego, entre la carne para comer, se vieron algunos pies y manos de hombres”.
     El lugar era poco hospitalario y decidieron seguir navegando. Setenta días después de su salida de Panamá, llegaron a un lugar que llamaron Pueblo Quemado (otro nombre deprimente) y continuaron los apuros. Fueron atacados: “Un cristiano a quien llamaban Pedro Vizcaíno, después de haber muerto a algunos indios, le dieron tales heridas, que murió de ellas; y de un apretón que dieron mataron a otros dos españoles”. Los indios volvieron de nuevo, mataron a dos españoles más, hirieron gravemente a veinte, y Pizarro, que siempre estaba en primera línea, se vio en serios apuros: “Conocían los indios que Pizarro era el que más mal les hacía, y deseando de lo matar, cargaron muchos sobre él y diórenle algunas heridas, y tanto le fatigaron, que le hicieron ir rodando una ladera ayuso, pero llegando a lo más llano, se puso en pie con su espada alta y, con determinación de vengar él mismo su muerte, hirió a los primeros que llegaron, matando a alguno”. El cronista Francisco de Xerez, soldado-escribano de Pizarro, fue testigo de los hechos y da un detalle más preciso: “El capitán Pizarro fue herido de siete heridas, la menor dellas peligrosa de muerte”. Llegó rápida la ayuda de sus compañeros y Pizarro pudo salvarse (valga como muestra de que cada amanecer podía ser el último). Los indios  quedaron desmoralizados y Cieza saca a relucir el fondo providencialista de su alma: “Y aunque los naturales, siendo muchos, tuviesen el designio de matar a los españoles, que eran unos sesenta, les temían extrañamente, y no sé a qué se puede deber sino a Dios todopoderoso, que, cegando el entendimiento de los indios, ha permitido que los españoles se salven en tan grandes peligros”.  Pero lo cierto es que esa confianza ‘insensata’ fue un componente esencial de los grandes éxitos y también de los grandes fracasos de los españoles en Indias, porque eran profundamente creyentes. Continuaron la ruta marítima hacia un lugar llamado Chicama. No alcanzaron a ver que Almagro pasaba de largo con un barco de ayuda y provisiones. En Chicama se repitió la decisión de enviar la nave que tenían a Panamá, para repararla, llevar el ‘argumento’ del oro conseguido, cargar mercancía y animar  a que se enrolara más gente en la expedición, quedando la tropa a la espera.


     (Imagen)  Debido al retraso por la espera de provisiones, tardaron 70 días en llegar a Pueblo Quemado, donde tuvieron una dura batalla. No bastaba ser valiente: hacía falta suerte para alcanzar la gloria. La inmensa América escondía pocas civilizaciones rutilantes. En el norte no hubo ninguna. En el centro, el gran imperio azteca, para suerte de Cortés. ¿Habría más? Pizarro siguió sin desmayo hacia el sur durante nueve años de infierno, confiando en Dios y en los indicios cada vez más abundantes de la existencia de otro gran pueblo,  y conquistó el Perú. Otros continuaron buscando maravillas, pero nadie alcanzó éxito semejante. Quizá habría que poner en tercer lugar, pero a mucha distancia, el triunfo de Gonzalo Jiménez de Quesada en Colombia.


sábado, 22 de julio de 2017

(Día 440) Desastrosa salida de Pizarro, que tiene que enviar el barco a Panamá en busca de provisiones. Mueren más de veinte españoles.

      (30) Visto el programa, veamos ahora la película entera. Las frases entrecomilladas serán siempre de Cieza mientras no sea necesario precisar lo contrario. Entre otras de sus peculiaridades como cronista, nos dará muestras constantes de sincera fe cristiana,  de simpatía hacia los nativos y de objetividad, pero también, una crítica, a veces ‘pelín’ excesiva, del comportamiento de los españoles y una admiración incondicional a Pizarro, aunque sin callar sus errores.
     Salió, pues, Pizarro con sus hombres, en su primer viaje hacia la gloriosa ‘quimera’, el día 14 de noviembre de 1524, “quedando en Panamá Diego de Almagro para procurar gente y lo más necesario para enviar socorro a su compañero; anduvieron hasta la isla de las Perlas”. Esa isla estaba muy cercana, ya la conocían y, como dice el nombre, era muy perlífera. (Fue famosa una enorme perla con la que se quedó la mujer de Pedrarias, quien se la vendió a Carlos V, siendo después heredada por muchos reyes. Felipe II se la regaló a su esposa, la entonces reina de Inglaterra, María Estuardo -la Sangrienta, para los ingleses-. Y, ‘cosas veredes, amigo Sancho’, fue orgullosamente lucida en el cuello de una de sus últimas poseedoras, Liz Taylor). Llegaron luego  hasta el puerto de las Piñas (conserva el nombre), todavía en la costa panameña, a unos 50 km de la frontera actual de Colombia. Y empezaron las ‘alegrías’. Bajaron todos a tierra (menos los marineros) en busca de provisiones. En dirección a un poblado de indios, “anduvieron por un río arriba tres días con mucho trabajo, yendo muy descaecidos de lo poco que tenían para comer, y tan fatigados llegaron, que de puro cansancio y quebrantamiento murió un cristiano llamado Morales; los indios, por la noticia que tenían de que eran muy crueles, no quisieron aguardarlos y se metieron en la espesura de la montaña. Los cristianos (a Cieza le encantaba llamarlos así), como no hallaron bastimentos, estaban muy tristes y espantados de ver tan mala tierra. Parecíales que el infierno no podía ser peor, dieron la vuelta y llegaron a la mar bien cansados, y, los más, descalzos y con los pies llagados”. Les pasó algo que, en Indias, era un ‘clásico’: verse en la situación de que se ha acabado la comida y no es posible conseguirla. Siguieron navegando. “Iban muy tristes y algunos se maldecían por haber salido de Panamá. Pizarro había pasado en su vida muchos trabajos y hambres caninas, y esforzaba a sus compañeros diciéndoles que confiasen en Dios; llegaron a un puerto que llamaron del Hambre por la mucha con la que entraron en él, y, con el trabajo pasado, estaban muy flacos y amarillos”. Pero en la isla no encontraron nada. Era tal la trampa en la que habían caído, que se optó por que algunos volvieran con el único barco que tenían a las islas de las Perlas para conseguir provisiones, y los demás se quedaran soportando el hambre y la angustia de la espera. La decisión tenía un sentido claro: buscar ayuda, pero aguantar el tipo demostrando que la expedición seguía sin retroceder (puro Pizarro). “Los que partieron, llevaban para comer un cuero de vaca que había en la misma nao, bien seco y duro, y algunos palmitos amargos que cortaron junto a la costa”. El desesperado plan consiguió el objetivo de volver con la ayuda necesaria, pero tardó 40 interminables días en regresar, y el resultado fue siniestro: ya habían muerto de hambre más de 20 hombres.


     (Imagen) También fue fatalidad que empezaran el viaje tan desastrosamente… Confiaron en que iban a encontrar fácilmente alimentos, y calcularon mal. Pizarro se vio obligado a mandar el navío a Panamá en busca de provisiones, lo que suponía dar una pésima imagen de la empresa, aunque él siempre evitó aparecer en la ciudad antes de tiempo para que no le prohibieran continuar la expedición. Lo peor era que sus propios hombres pensaron que aquella campaña estaba ‘gafada’ desde el inicio. Y de hecho, en la larga espera, murieron más de veinte. Solo Pizarro era como una roca indestructible: animaba a todos y conseguía que el proyecto siguiera en pie. Así comenzó lo que se tardó nueve años en conseguir, hasta someter totalmente (en el tercer viaje) el imperio inca ocupando su capital, El Cuzco, que dista de Panamá en línea recta 2.700 km.


viernes, 21 de julio de 2017

(Día 439) Importancia de Hernando de Luque en la empresa del Perú. Un breve esquema de lo que va a ser la gran epopeya capitaneada por Pizarro durante nueve años.

     (29) En toda esta historia, aparecerá poco el clérigo secular HERNANDO DE LUQUE, pero siempre mostrando sensatez, especialmente en los conflictos de sus socios. Era hombre rico, pero no se olvide que, ni entonces, ni ahora han estado los ‘seculares’ obligados al voto de pobreza (otra cosa es que, por ejemplaridad, quieran practicarla). Parece ser que, por razones de amistad, también consiguió que aportara un complemento económico para la campaña el ya mencionado Gaspar de Espinosa, aquel que tan triste papel tuvo que representar en la muerte de Balboa. Añadamos solamente, de momento, que Luque nació a mediados del siglo XV en Andalucía, quedando la duda de si era gaditano o sevillano. Lo que cuenta Cieza del inicio de la empresa (que más parecía una chapuza de aficionados por la escasez de medios y el pitorreo de los convecinos) fue el primer aviso que nos muestra Pizarro de la  impresionante firmeza de su carácter. No iba a dar nunca un paso atrás, y, entre sus virtudes, asombra sobremanera una: LA DETERMINACIÓN. El tener como socio (forzoso) a Pedrarias va a producir muchas complicaciones (lo que era de suponer), pero adelantemos ya que, tras variadas peripecias, consiguieron dejarle de lado.
    Veamos el ‘tranquilito’ programa que nos espera. Pizarro partió con su barco y sus compañeros el día 14 de noviembre de 1524. Como veremos, pasará las de Caín, pero no quiso volver derrotado, ni llegar a Panamá y que Pedrarias le impidiera intentarlo de nuevo. ¡Dos años después!, el nuevo gobernador, Pedro de los Ríos, envía dos barcos con la orden de que retornen todos. Pizarro hace oídos sordos, deja que se marchen los que quieran y se queda con los más osados, ‘los trece de la fama’. El gobernador cede ante su terquedad y le da permiso para corretear otros seis meses más, permitiendo que Almagro le envíe refuerzos de hombres y provisiones. Pizarro inicia así su segunda campaña en 1526 y le bastan esos seis meses para conseguir pruebas de la grandiosidad de la cultura inca. Vuelve a Panamá. El gobernador se resiste a que Pizarro siga con su demencial proyecto. Pero lo mismo da que sea analfabeto: se presenta en España ante Carlos V y le deja convencido inmediatamente de las maravillas de su proyecto. Después vuelve a Panamá con los títulos reales necesarios para dirigir la campaña definitiva. Es decir que, hasta ese momento, todas las angustias, los sufrimientos, las muertes y los horrores padecidos no  han sido más que el amarguísimo aperitivo necesario para empezar, de verdad, la colosal empresa de conquistar el imperio inca. Y el hombre más terco del mundo partirá hacia la gloria de su tercer viaje ¡en 1531! (siete tremendos años después de que los vecinos de Panamá se rieran públicamente de él y de sus socios). Los cronistas suelen ser demasiado sobrios para nuestro gusto actual, como salidos de una escuela estoica, aunque, afortunadamente, los hechos que cuentan hablan a gritos. Algo que explicó muy bien el escritor inglés Kirkpatrik (fallecido en 1953): “Se siente uno tentado a escribir la historia de la conquista española con superlativos, pero los superlativos son insuficientes para narrar la caída del Imperio Incaico y, desde luego, es preferible emplear el lenguaje más llano y sencillo en asuntos que no necesitan de ninguna exposición retórica para proclamar sus maravillas”. De acuerdo, compañeiro, pero yo no voy a resistir la tentación, porque no es lo mismo tragar como pavos un manjar exquisito que saborear morosamente todos sus matices. Al contrario: lamento no estar a la altura para conseguirlo. Una última puntualización: quien le sigue por primera vez el rastro a Pizarro leyendo su complicada aventura, puede perderse en el lío de idas y venidas suyas y de su socio Almagro (hasta los cronistas se enredaron o lo explicaron mal); me esforzaré en conseguir que todo resulte suficientemente claro.


    (Imagen) En el plano aparecen claramente las fases de la progresiva conquista del Perú. En verde, el primer viaje (terrorífico) de Pizarro, que se quedó a la espera de refuerzos en la isla Gorgona, junto al río San Juan. En azul, el segundo viaje (casi de excursión y bien recibido por los indios), tras la llegada de las provisiones. En rojo, el tercero y definitivo: una epopeya durísima de pura conquista, en la que vencieron luchando sin contemplaciones a base de valor y astucia. Solo así pudieron, siendo tan pocos, someter el imperio inca. Pizarro no desmayó durante ¡nueve años! (Cortés conquistó México en menos de tres) entregado a su ‘imposible’ objetivo; al margen de la lucha en campaña, tuvo que lidiar con los obstáculos de los gobernadores y atreverse a pedirle al rey en España, cara a cara, que le diera vía libre para conquistar Perú.




jueves, 20 de julio de 2017

(Día 438) El vasco Juan Basurto tampoco consigue sacar adelante la empresa del Pacífico. Por fin, Pizarro, organiza todo lo necesario y parte rumbo al sur EL DÍA 14 DE NOVIEMBRE DE 1524.

     (28) Y dicho esto, nos toca ya abrir el telón para contemplar ojipláticos y de forma secuencial la gran epopeya de Pizarro, desde sus inicios temblorosos hasta el trágico final, pasando por escenas de la máxima intensidad dramática, en las que veremos una mezcla de todo lo mejor y lo peor del ser humano, así como de los mayores éxitos y los más dolorosos fracasos. Haría falta un Homero o un Shakespeare para que el narrador estuviera a la altura de lo narrado. No obstante, vamos a tener la suerte de poder seguir textualmente lo que escribieron los cronistas de la época, quienes, sin alcanzar ese nivel literario, supieron contarlo con claridad, y algunos hasta con buena prosa, a lo que hay que añadir el valor incomparable de haber sido protagonistas de casi todo lo que nos comunicaron. Voy a seguir fundamentalmente  el texto escrito por PEDRO CIEZA DE LEÓN en su libro DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DEL PERÚ, aunque lo completaré comparándolo con los comentarios de los otros cronistas que mencioné al principio de este trabajo. Esa será la estructura de la narración, pero, como ya advertí, ‘me iré por las ramas’ cada vez que surja algún personaje (y serán muchos) cuya vida tenga interés histórico (prometo volver ‘al tronco’ lo más rápidamente posible).
     Vuelto Andagoya con poco éxito de su viaje, y sin ganas ni condiciones físicas y anímicas para repetir la jugada, Pedrarias, que vivía obsesionado por la ambición de explorar y conquistar las costas del Pacífico, buscó rápidamente a alguien que lo intentara de  nuevo. Le encargó la misión al capitán vasco Juan Basurto (ese apellido es de ‘mi’ Bilbao). Lo que pasó después lo cuenta mejor Cieza y, sin excesivos adornos literarios, nos va a meter de lleno en el arranque del protagonismo de Pizarro: “Basurto determinó ir a Santo Domingo para traer más gente y caballos, pero la muerte atajó su pensamiento y le llamó para que fuera a dar cuenta de la jornada de su vida. Cuando se supo en Panamá, siendo en ella compañeros Francisco Pizarro y Diego de Almagro, que también lo eran con Hernando de Luque, clérigo, trataron, medio de burla (lo que quiere decir que nunca lo habían pensado en serio), sobre aquella jornada (expedición) y cuánto había deseado hacerla Vasco Núñez de Balboa. Pizarro dio muestras a sus compañeros de tener de aventurar su persona y hacienda en aquella jornada, de lo que Almagro plugo mucho, y determinaron pedir la jornada para Francisco Pizarro; y así fueron adonde Pedrarias y le pidieron la licencia de aquel descubrimiento, quien se la concedió con la condición de que hiciesen con él compañía para que tuviese parte en el provecho que hubiese. Y siendo de ello contentos los compañeros, se hizo por todos cuatro la compañía, dando Pedrarias a Pizarro, en nombre del emperador, provisión como capitán, de lo que no se reían poco los más de los vecinos de Panamá teniéndolos por locos porque querían gastar sus dineros para ir a descubrir manglares y pedregales. Pero no por esto dejaron de ir a buscar proveimientos y compraron un navío que dicen que era de los que hizo Vasco Núñez de Balboa. Procuraron allegar gente y juntaron unos ochenta españoles (otros hablan de 112), llevando al navío cuatro caballos;  la gente se embarcó, y Francisco Pizarro, despidiéndose de Pedrarias y de sus compañeros, hizo lo mismo”. EL DÍA 14 DE NOVIEMBRE DE 1524, FRANCISCO PIZARRO inicia su terrorífica y gloriosa aventura.


     (Imagen) Viendo el mapa, es fácil entender la lógica del proceso de la expansión en las Indias. Aunque Balboa ya había descubierto el Pacífico, Cortés prefirió aventurarse en territorio mexicano (muy próximo a las islas de Santo Domingo y Cuba) por saberse de la existencia de los aztecas a poca distancia de la costa. Triunfó plenamente (llegando a intervenir en Honduras y Guatemala), y, pocos años después, a Pizarro, un veterano en las campañas de Colombia y Panamá que estaba sujeto a la autoridad de Pedrarias Dávila, extendida por el resto de Centroamérica, solo le quedó una salida hacia tierras vírgenes, prometedoras pero muy inciertas: las bañadas por el océano Pacífico.




miércoles, 19 de julio de 2017

(Día 437) El gran Pascual de Andagoya, iniciador de los viajes por el Pacifico, se ve obligado a renunciar a sus sueños, y quien coge el testigo es Francisco Pizarro.

     (27) Con todo lo expuesto hasta ahora, nos hemos ido acercando al inicio de LA GRAN EPOPEYA DEL PERÚ. Todavía nos queda  por ver los antecedentes inmediatos que sacaron a PIZARRO y a ALMAGRO del aburrimiento y de los pocos beneficios de la vida burguesa que habían ensayado. Todo empezó en 1513 con el descubrimiento del Pacífico, y ya vimos que Vasco Núñez de Balboa tuvo claro que  había que sacarle el máximo jugo a ese ‘nuevo’ océano lleno de promesas de gloria y riquezas, por lo que inmediatamente preparó cuatro naves, reclutó gente y se dispuso a zarpar. Pero su plan quedó truncado por la mala baba de Pedrarias, que lo decapitó. Lógicamente, otro recogería el testigo pronto: PASCUAL DE ANDAGOYA, quien se convirtió en un ejemplo más de los que en Indias hicieron grandes cosas y se quedaron a un paso de la máxima gloria: su mala suerte y las enfermedades redujeron cruelmente el balance de sus logros. Había nacido en Cuartango (Álava) hacia 1493. Llegó a Indias en la armada de Pedrarias Dávila (año 1514), vivió todas las peripecias de las campañas de guerra de este gobernador, codo con codo junto a Pizarro y Almagro, y asimismo fue uno de los fundadores de la ciudad de Panamá. Eliminado Balboa, a quien le correspondía la exclusiva de explorar por el Pacífico, su asesino Pedrarias tuvo vía libre para mandar expediciones por aquellas interminables costas. Preparó una y le confió la misión a Pascual de Andagoya, hombre responsable y humano, que hasta tuvo después el cargo (que ejerció dignamente) de Defensor de los Indios (los reyes, al menos jurídicamente, se preocuparon de ellos). Partió hacia lo totalmente desconocido costeando rumbo sur por el inmenso mar (con la inquietud de su mar interno lleno de sueños, dudas y temores). Consiguió llegar hasta la desembocadura de un gran río al que le puso el nombre (y para siempre) de San Juan. Fue, como Balboa, otro de los que peleaban con los indios pero conseguían pacificarlos sin abusar de la dureza. Hizo amistad con varios caciques y fue, gracias a ellos, el primero que tuvo la confirmación, o al menos serios indicios, de que muy a lo lejos existía un imperio fabuloso. Pidió refuerzos a Panamá para intentar seriamente llegar a conocerlo, e incluso, a someterlo. Pero ni así consiguió seguir adelante. Todo se le volvió en contra y careció de lo más fundamental para la grandiosidad de aquella empresa: la casi sobrehumana resistencia y la férrea determinación de Francisco Pizarro. Derrotado física y moralmente, Andagoya volvió a Panamá, pero sabiendo que su viaje quedaba justificado por la valiosa información que había conseguido. Se había enfermado y nunca más pudo repetir ese intento. Adelantemos que, años después, ya recuperado, tomó parte en otras campañas, con el mérito de fundar en esa misma costa, más al sur del río San Juan, la población de Buenaventura, que conserva el nombre (y parece puesto como un consuelo a sus muchos fracasos), resultando curioso que participara en la batalla de Xaquixahuana (abril de 1548), que acabó con la sublevación de Gonzalo Pizarro y con su vida,  y que fue el final de la presencia de los hermanos Pizarro en Perú (Francisco ya había muerto y Hernando estaba preso en España). En esa batalla, Andagoya, que luchaba contra Gonzalo y al servicio del rey, se fracturó una pierna, muriendo pocos días después en El Cuzco. Dejó escritas unas crónicas muy contrarias a los abusos contra los indios, y pasó a la Historia como un hidalgo ilustrado digno de mejor suerte.


     (Imagen) No vendrá mal precisar la relación histórica de los vascos con España. El Señorío de Vizcaya se unió pacíficamente a Castilla el año 1370, teniendo el rey la obligación de respetar sus fueros. En el cuadro se ve a Fernando el Católico en 1476 jurando su defensa en Guernica ante las Juntas Generales. Álava y Guipúzcoa se habían incorporado mucho antes. Ni a Pascual de Andagoya, ni a ningún otro vasco se le ocurriría poner en cuestión esa dependencia, y fueron muchos los que brillaron en la conquista de Las Indias. Cito a algunos de gran talla: Miguel López de Legazpi, Andrés de Urdaneta,  Fray Juan de Zumárraga, el terrorífico Lope de Aguirre (que fue rebelde, pero no contra España), Juan Sebastián Elcano, Francisco de Garay, Francisco de Ibarra, Domingo Martínez de Irala, Alonso de Ercilla…


martes, 18 de julio de 2017

(Día 436) Asociación de Pizarro con Almagro, quien, a pesar de su mala suerte, merece un lugar destacado en la historia de Las Indias.

     (26) Da la impresión de que, por su parte, Pizarro intentó un cambio radical en su vida, pues, además de ejercer cargos en el ayuntamiento (llegó a ser alcalde), se estableció como encomendero de indios (a los que se les pagaba una miseria), convertido en un terrateniente dedicado a la ganadería. Pero es difícil imaginarle sin seguir batallando de alguna manera, aunque solo fuera en escaramuzas de baja intensidad. Es de suponer que, tras 16 años en Indias, se habría convertido en un hombre bastante rico y que le tentaría, además, la idea de descansar de tantas fatigas y peligros. Le dio tan fuerte el sueño empresarial que se unió a un socio capitalista (no se imaginaban que otra ‘empresa’ les iba a abducir en un torbellino huracanado que les arrastraría hasta la gloria y la tragedia).
    El socio de Pizarro fue DIEGO DE ALMAGRO, ¡también analfabeto!, y quien de igual manera, a pesar de ello, llegaría a ser después un gran conquistador en la campaña de Perú, aunque con mucho menos fortuna y capacidad de liderazgo que su compañero, pero demostrando ser un magnífico y sacrificado colaborador. Ahora los vemos en Panamá intentando sacar adelante su negocio rural, pero van a seguir después mano a mano en la odisea de Perú, que, al final, les costará a los dos la amistad, y, como consecuencia directa de esa ruptura, la muerte al estilo fatal de las tragedias griegas.
     Diego había nacido en Almagro (Ciudad Real) hacia el año 1477, siendo, por tanto, los dos más o menos de la misma ‘quinta’. Otra coincidencia era su condición de bastardos, aunque más traumática la suya porque su padre, Juan de Montenegro, no quiso darle su apellido, y la familia de su madre lo cuidó, pero apartándolo de ella. Con unos quince años, marchó a Sevilla sin ninguna ayuda, pero consiguió salir adelante y consta que fue criado del alcalde de la ciudad, don Luis de Polanco.  Se supone que, aunque fuera prosperando, tendría una vida azarosa, puesto que acuchilló a alguien en una pelea y se vio obligado a ‘desaparecer’. Ya vimos que llegó a Indias en 1514, incorporado a la gran armada de Pedrarias Dávila. Desde ese momento, conoció a Pizarro y trabaron una sólida amistad guerreando como capitanes bajo el mando único del temible gobernador. Siendo buenos compañeros de armas e igualmente beneficiados por los botines de guerra, no es extraño que aprovecharan su más pacífica residencia en Panamá para asociarse en la explotación agrícola-ganadera. En general, se le reconocieron a Almagro muchos méritos, y, aunque no fuera así, basta contemplar su constante desvelo al servicio de la  buena marcha de la empresa de Perú, capitaneada por Pizarro, para saber que aguantó lo indecible en esfuerzos y sacrificios, haciéndolo todo con rapidez y competencia, y hasta se diría que con más paciencia que el santo Job. Físicamente, lo describieron como pequeño, feo y tuerto (lo hirieron los indios en un enfrentamiento), pero se le tenía aprecio tanto como buen soldado como por ser hombre sencillo y generoso. Los numerosos viajes de ida y vuelta que hizo desde Panamá, para llevar provisiones a la tropa de Pizarro camino de Perú, le impidieron estar presente en el momento ‘cumbre’ del apresamiento de Atahualpa. Su fatal destino de estar siempre en segundo plano tras el brillo solar de Pizarro, ha borrado parte de sus logros, como el no pequeño de haber sido el descubridor de las tierras de Chile.

   (Imagen) Qué poco reconocido está Diego de Almagro. Fue una figura trágica en sus fracasos y en su muerte. Pero también un perdedor al que hay que reconocerle sus enormes méritos. En noviembre de 1515 ya iba al mando de 260 nombres para fundar Acla, y, para no variar, se llevó la gloria Gaspar de Espinosa porque Almagró enfermó. Pensando en conseguir un triunfo propio sin depender de Pizarro, partió hacia Chile con un poderoso ejército. Entró triunfante en Copiapó, pero pronto decidió regresar porque no encontró las riquezas soñadas, y la vuelta fue un terrible calvario. Para resarcirse, le disputó a Pizarro El Cuzco. Fue la puntilla para los dos. Su hijo era mestizo, se llamaba también Diego de Almagro y tuvo tan mala suerte como él.


lunes, 17 de julio de 2017

(Día 435) Muerto Balboa, Pizarro sigue a las órdenes del temible Pedrarias, quien le envía bajo el mando de Gaspar de Espinosa para que funden la ciudad de Panamá.

     (25) Todo parece indicar que, a partir de ese negro momento, la vida de PIZARRO tomó otro rumbo. Por un tiempo, siguió bajo las órdenes del despótico Pedrarias, quien, a pesar de su caótico mandato, tuvo la virtud de demostrar un gran espíritu emprendedor, doblemente meritorio si tenemos en cuenta su avanzada edad (el resistente dictador murió en 1531, contando unos 90 años), no descansó ni un instante y correteó toda su demarcación (ahora más amplia tras caer en sus manos la del difunto Balboa). Voy a recordar, de paso, otra prueba del carácter implacable del irascible anciano, de la que nos habló Bernal Díaz del Castillo. El año 1526, ejecutó a Francisco Hernández de Córdoba, uno de sus mejores capitanes, por la misma razón que a Balboa, la sospecha de que se le había rebelado. Pizarro tuvo la habilidad, nada pequeña, de evitar siempre su desconfianza y continuó a su lado, por lo menos, hasta 1519. Lo sabemos porque Pedrarias, en uno de sus aciertos, decidió abandonar la insalubre y áspera Santa María la Antigua (con la equivocada protesta de sus habitantes) y fundar una nueva población en la costa del Pacífico. Fue un acierto total y hasta una prueba de que ‘el viejo’ tenía visión de futuro (a lo mejor se creía inmortal). Así nació la ciudad de Panamá, la mejor lanzadera para aventurarse después hacia el descubrimiento y conquista de Perú. Y un documento prueba que PIZARRO estaba allí formando grupo con los fundadores.
     La verdad es que su analfabetismo pocas veces le creó problemas (aunque en alguna ocasión fue engañado por no saber leer). Lo que valía su peso en oro era el carisma personal y el cúmulo de virtudes políticas y militares que lo distinguían. Y así se da la paradoja de que, ya antes de ser el gran héroe de Perú, figuró como testigo en documentos de gran valor histórico en los que se limitó a firmar con una cruz, aunque después, siendo ya gobernador, y por parecer que no era propio que lo hiciera de tal manera, especialmente si le enviaba algún escrito al rey, le ‘fabricaban’ una elegante firma con pomposa rúbrica. Lo hemos visto como testigo preeminente en la megalómana toma de posesión notarial del Pacífico, y lo vamos a ver ahora en la fundación de Panamá (el primer asentamiento europeo en toda esa costa americana). La nueva población, según órdenes recibidas de Pedrarias, fue establecida solemnemente el 15 de agosto de 1519 por Gaspar de Espinosa y la tropa que le acompañaba, en la que Pizarro ocupaba un alto nivel de mando. Para los dos resultó muy importante la ciudad de Panamá, el único lugar apropiado para establecer su residencia y en el que preparar proyectos personales. Los dos tuvieron allí cargos municipales y, en la ciudad, o fuera de ella, sus vidas se cruzaron varias veces, algunas, como veremos, verdaderamente dramáticas.

     Espinosa, un multiusos, además de letrado, político y hombre acaudalado (venía de una familia de importantes banqueros españoles; su apellido suena a judío), se dedicó por aquellas fechas a dirigir una rentable expedición por el Pacífico, rumbo al norte, y descubrió en 1524 el golfo y la península de Nicoya (Costa Rica). Volvió a España con el botín que le correspondía a la Corona y fue agasajado por todas partes, pero retornó pronto a Indias, destinado a La Española con importantes cargos, aunque de corta duración, y le veremos en seguida de nuevo en Panamá y con Pizarro.


sábado, 15 de julio de 2017

(Día 434) Por orden de Pedrarias, se ve obligado Pizarro a apresar a Balboa, su amigo y respetado jefe. Tras un proceso amañado, se le ejecuta.

     (24) Lo intentó en un primer proceso, en el que la evidencia de la suciedad de sus maniobras provocó la repulsa general y Balboa salió absuelto. Al parecer en plan sensato y como solución política, Pedrarias propuso el casamiento de su hija mayor (que se encontraba en España) con Balboa, quien estuvo de acuerdo, y, haciendo uso ya de su título de Adelantado de la Mar del Sur, preparó una expedición, construyó unas naves y se convirtió en el primero que navegó sus aguas con afán de descubrir. Y, de haber vivido lo suficiente, quién sabe si se hubiera convertido en el conquistador de Perú. Pero el voluble Pedrarias, como si padeciera una esquizofrenia paranoide, o como excusa para su criminal objetivo, empezó a atizar el rumor (completamente infundado) de que, en esa campaña, Balboa intentaba ‘alzarse’ contra él. Consiguió que se le abriera un proceso de alta traición (cuya condena implicaba la ejecución del reo). Hubo fuertes protestas, pero también colaboración y entusiastas aplausos, como la del reconcomido envidioso Martín Fernández de Enciso, quien, personalmente, fue parte acusadora en la causa.
     Pedrarias decidió apresar a Balboa y le ordenó el ‘trabajito’ a PIZARRO. Lo que quiere decir que el prestigio y el rango militar que había adquirido con Balboa, los seguía conservando, pero, ahora, bajo el mando directo del gobernador. Y quiere decir también que esa misión enturbia su historial porque los dos eran grandes amigos, aunque se supone que desobedecer le habría costado la cabeza. Tuvo que dolerle mucho a Balboa esa situación, y las crónicas lo recogen: “¿Qué es esto, Francisco Pizarro? –dijo Balboa-, no solíades vos así salirme a rescebir”. Pizarro no respondió nada. Se limitó a apresarle. Misión cumplida como una dolorosa e inevitable fatalidad, igual que en las tragedias griegas.
     Porque se sabía que aquello iba a ser una tragedia. Junto a Balboa fueron apresados otros ‘rebeldes’ (entre ellos, como ya anticipé, Andrés de Valderrábano, el escribano que levantó acta del descubrimiento y de la toma de posesión de la Mar del Sur). La patraña se impuso y fueron condenados a muerte, sin que las numerosas protestas sirvieran de nada. Se dio la tragicómica situación de que Pedrarias había presionado a Gaspar de Espinosa para que dictara la pena capital, pero, como era partidario de la absolución o de remitir el proceso a la Corte, se negó a hacerlo, a no ser que se lo ordenara por escrito. ¡Y Pedrarias lo hizo!, dejando para la historia documento escrito de semejante vileza.
    Al atardecer de un día impreciso de enero de 1519, Balboa murió decapitado junto a otros cuatro ‘conspiradores’, soportando el trance con la mayor dignidad. El clérigo Rodrigo Pérez se libró por serlo, ya que quitarle la vida a un sacerdote era tema tabú. Y hubo un soldado, Andrés Garabito, que salvó el pellejo tras testificar contra Balboa por puro odio. Había ocurrido anteriormente que el tramposo Garabito intentó conseguir los favores de la indígena Anayansi, la compañera de Balboa; ella le rechazó y se lo contó a su ‘adorado’, quien, lleno de ira, le echó una bronca monumental a Garabito, algo que este, verde de celos y humillado, jamás le perdonó a su jefe.
     Y mientras transcurrió la vergonzosa ejecución, la sombra siniestra de Pedrarias, escondida en una choza próxima, contemplaba a través de las rendijas, con turbios ojos, la escena del crimen.


     (Imagen) La ejecución de Vasco Núñez de Balboa, cuando tenía solamente unos 44 años, fue un verdadero asesinato, y truncó el espléndido porvenir que le ofrecía la vida. Su pueblo natal, Jerez de los Caballeros (Badajoz), estaba tan lleno de historia que su nombre viene de los caballeros templarios; no es extraño que soñara con grandes cosas. Era hidalgo pobre, pero con buena educación; sirvió como paje a Pedro Portocarrero, señor de Moguer, y allí pudo contemplar los preparativos del primer viaje de Colón; llegó a Indias el año 1500, con un carácter afable y valiente. El nombre de Vasco era frecuente en Portugal (lo sigue siendo) y en Galicia, de donde procedía su familia, como la del gran Vasco de Quiroga. Quizá Vasco y Velasco sean equivalentes, dando origen a los apellidos Vázquez y Velázquez.


viernes, 14 de julio de 2017

(Día 433) Fernando el Católico comete dos errores: quitar sus cargos a Balboa y someterlo a la autoridad del despótico Pedrarias.

    (23) Cuando descubrió el entonces llamado Mar del Sur, Balboa emprendió el camino de regreso hacia Santa María la Antigua, largo viaje que fue muy lento y agotador porque siguieron batallando y negociando con los indios de forma muy provechosa. Balboa tenía la rara habilidad de ir dejando tras de sí las tierras pacificadas y a los indios dispuestos a  depender de las autoridades de España. Lo que no sabía era que, un mes antes, el rey ya le había destituido de sus cargos y nombrado en su lugar a Pedrarias. Cuando entró Balboa en Santa María la Antigua, los vecinos le recibieron apoteósicamente por la importancia del descubrimiento y por las riquezas obtenidas. No había muerto ni uno solo de sus hombres (algo milagroso), aunque todos tenían un aspecto patético por el terrible cansancio de los padecimientos y enfermedades que sufrieron durante cuatro meses y medio. Pero el golpe de una injusta y gran decepción cayó de inmediato sobre Balboa.
     Se encontraba en la población un naviero bilbaíno llamado Pedro de Arbolancha, a quien el rey había enviado desde España para que, disimuladamente, confirmara si tenían base las acusaciones que había recibido sobre Balboa. El vasco no solo comprobó que eran falsas y tendenciosas, sino también que, con sus pocos medios, había hecho maravillas en toda la zona de Panamá, por lo que se hicieron muy amigos de inmediato. Pero Arbolancha era también portador de la peor noticia para Balboa: su destitución y la preparación de una gran armada que llegaría bajo el mando de Pedrarias, el nuevo gobernador. Balboa, desesperado, le confió a Arbolancha la misión de llevarle dos cartas de autodefensa al rey y el ‘quinto real’ (la quinta parte del tesoro obtenido, que había que entregarle obligatoriamente). Desgraciadamente, cuando llegó a destino Arbolancha, ya hacía cuatro meses que había zarpado Pedrarias. Sin embargo, con una leal y convincente defensa de Balboa, consiguió bastante del rey para su amigo, aunque no todo lo que merecía el hombre que había encontrado la puerta del Pacífico y conquistado con cordura, sufrimiento y valor tantas tierras: le otorgó el título de Adelantado de la Mar del Sur y el de Gobernador de Panamá. No obstante, la mano negra del obispo Fonseca, para proteger las prerrogativas de su despótico amigo, había logrado del rey (deseoso de complacer a todos) que la autoridad de los títulos de Balboa estuviera supeditada a las órdenes directas del retorcido gobernador Pedrarias. Era lo nunca visto: un gobernador bajo el mando de otro gobernador, como si este fuera un virrey. La Fortuna dejaba de mimar al triunfante descubridor y empezaba a pasarle la soga por el cuello.  
      Estos títulos de Balboa tardaron mucho en llegar. El que sí se presentó pronto en Nuestra Señora la Antigua fue Pedrarias, emborrachado de altivez con su apabullante armada de 5 barcos y 1.500 hombres. Se mostró prepotente y soberbio para ‘arrugar’ a Balboa. No era necesario: con mucho sentido común, el glorioso descubridor le hizo todos los honores al viejo cascarrabias y se puso de inmediato a sus órdenes (aunque tampoco perdía la esperanza de que el rey atendiera la reclamación escrita que le había enviado). Los recién llegados se decepcionaron al ver la modestia del lugar, y surgió un tremendo problema por falta de medios y de espacio para acoger a tanta gente. El hambre y las enfermedades diezmaron a la población. Este drama y la ambición de Pedrarias dieron origen a muchas salidas de conquista, en las que se produjeron casos de extrema crueldad con los indios, nunca castigada, trayendo como consecuencia la ruina total de la magnífica labor de pacificación que había hecho Balboa, a quien Pedrarias quiso eliminar desde el mismo momento en que llegaron las cartas del rey con los nombramientos que le otorgaba al gran descubridor (no le bastaba tenerlo supeditado a su mando).


     (Imagen) A los Reyes Católicos todo les salió bien, menos durante los últimos años de sus vidas. Tuvieron que sufrir muchos problemas familiares. Se diría que Fernando fue dando tumbos desde la muerte de Isabel. Se casó en seguida con Germana de Foix (36 años más joven). Tuvo intermitentemente la regencia de Castilla, y uno de sus graves errores fue confiarle a un anciano sátrapa el mando de la mayor flota enviada a Indias y destituirle a Balboa, para luego devolverle los poderes, pero atado de pies y manos bajo la autoridad de Pedrarias Dávila, quien, finalmente, consiguió lo que quería: cortarle la cabeza. Cuesta creerlo, pero Pedrarias no sufrió ningún castigo por ello.


jueves, 13 de julio de 2017

(Día 432) Para desgracia de Balboa, llega como gobernador el cruel Pedrarias Dávila en una enorme armada organizada por Sancho Ortiz de Matienzo. Iban a bordo futuros grandes personajes de Indias.

      (22) Y ocurrió, además, algo que marcaría el destino trágico de Balboa. No solo él había sabido por medio de los indios que existía el gran mar desconocido, sino que, por convertirse en un rumor rápidamente extendido, las noticias llegaron a la Corte, y el rey se lo tomó inmediatamente con el máximo interés, incluso con verdadera euforia. Tanta euforia que dio orden de que se preparara una armada gigantesca (la mayor hasta entonces) para descubrir ese mar y conquistar aquellas tierras. Con total injustica, desposeyó a Balboa de sus títulos en la zona del Darién y escogió como jefe de la expedición a alguien nefasto, al que nombró, por si fuera poco, gobernador de aquel territorio, que recibió el nombre, de Castilla del Oro (por las exageradas noticias, también llegadas, de que abundaba en la zona). El elegido (sobre todo por las maniobras del obispo Fonseca) fue uno de los hombres más brutales de cuantos tuvieron mando en Las Indias: el segoviano, y de muy noble familia, PEDRARIAS DÁVILA. Contaba con un gran prestigio (merecido) por su intervención en las guerras de Portugal, África e Italia, pero tenía un carácter soberbio e intratable. Andaba ya por los setenta años, y semejante animal, sin embargo, era tan adorado por su extraordinaria mujer que, para conseguir que la llevara con él a las peligrosas Indias, le escribió estas impresionantes palabras: “Adondequiera que te lleve la suerte, ya entre las furiosas ondas del océano, ya en horribles peligros de la tierra, sábete que te he de acompañar yo. Escoge una de las dos cosas: o me cortas el cuello con la espada, o consientes lo que te pido”. Esta brava dama, digna de un personaje de Shakespeare, era hija (como ya mencioné) de aquel Francisco de Bobadilla que, después de mandar encadenado a Colón a España,  murió en el terrible naufragio provocado por un huracán en Santo Domingo. No todo fueron desatinos y barbaridades durante la larga estancia de Pedrarias en Indias (donde murió), puesto que hubo aspectos muy positivos en el balance de su gran actividad, asombrosa para su edad, como, por ejemplo, la fundación de Panamá. Y veremos, para lo que se refiere a nuestro tema central, que tendrá también mucha importancia  en las andanzas de PIZARRO.
    Hubo que organizar la poderosa armada de Pedrarias, integrada por 25 naves, en las que se habían de embarcar más de 1.500 personas, y quien se encargó de supervisar al detalle todos los aspectos de aquel tinglado de administración y de intendencia, fue mi querido (perdóneseme la confianza) SANCHO ORTIZ DE MATIENZO. Zarparon en la primavera de 1514, y me tiemblan las carnes solo de mencionar algunos nombres de viajeros que entonces eran anónimos y después, para bien o para mal, dejaron una huella imborrable en Las Indias: Hernando de Soto, Diego de Almagro, Hernando Luque, Sebastián de Benalcázar, Pascual de Andagoya, mi querido (perdóneseme otra vez la confianza) Bernal Díaz del Castillo, Gonzalo Fernández de Oviedo… Todos ellos (de algunos ya he dicho algo anteriormente) fueron registrados y tratados personalmente por Sancho y tuvieron gran protagonismo junto a Pizarro en la odisea de Perú, menos el entrañable Bernal Díaz del Castillo, al que le tocó brillar en México; con Gonzalo Fernández de Oviedo (personaje novelesco y extraordinario cronista de Indias, Perú incluido), Pizarro también se vio muchas veces, pero solo antes de  partir para su gloriosa campaña. Andagoya no estuvo con Pizarro, pero lo motivó para meterse en la locura de Perú porque fue el primero que lo intentó y fracasó. Y, por desgracia para Vasco Núñez de Balboa (al que la muerte le impidió ser el primero en descubrir tierras nuevas por el Pacífico, como tenía proyectado), también iba en la expedición de Pedrarias el amargado y rencoroso Martín Fernández de Enciso, con el agravante de que el rey, al que manipuló como Yago a Otelo, le había nombrado Alguacil Mayor de Castilla del Oro, cargo que le vendría al pelo para saciar sus ansias de venganza contra Balboa (entre otras cosas, por lo que ya vimos: lo había desterrado a España). Por último, hay que señalar a otro pasajero que tendrá mucho que ver con esta historia y con el futuro de Pizarro: el licenciado GASPAR DE ESPINOSA, nacido en Medina de Rioseco hacia 1483.  Brilló en todos los terrenos: importante abogado, socio de Pizarro, militar bajo el mando del cruel Pedrarias, gobernador durante un tiempo, llegando en esa armada, además, con el título de Alcalde Mayor de Santa María la Antigua. En Indias dejó un regusto de ambigüedad sobre su catadura moral. Sirva de ejemplo que se hizo muy amigo de Balboa cuando desembarcó, pero, quizá porque no tuvo más remedio, lo traicionó (o tuvo que traicionarlo), y, como veremos, de forma muy dramática.


    (Imagen) Dicen que no hay persona mala que no tenga algo bueno. Pero lo más prudente era estar muy lejos de Pedrarias Dávila. Su peor defecto radicaba en la falta de escrúpulos y en su comportamiento inhumano e implacable. Vivía con gran valor y energía al servicio de su propia ambición, y, de carambola, también logró cosas que fueron un bien para la sociedad. Si algo hizo ‘redondo’ fue abandonar Santa María la Antigua y fundar la ciudad de Panamá en un lugar perfecto. Entonces, porque era el punto más próximo para llegar por tierra al Pacífico. Y después (ni que fuera profeta), porque termina allí el canal de Panamá (en la imagen se ven en rojo las zonas de las esclusas). La ciudad tiene ahora más de dos millones de habitantes y conserva las ruinas de lo que construyó Pedrarias.