(21) Pero había que llegar hasta la playa y
palpar aquellas aguas casi sagradas. Tras larga caminata, arribaron, marcaron
con sus huellas la arena del litoral, y VASCO NÚÑEZ DE BALBOA siguió andando
hasta que el agua le llegó por encima de las rodillas, y, con una ingenua,
orgullosa y exagerada prepotencia, empuñando la bandera y la cruz, le dijo al
escribano que le acompañaba, Andrés de Valderrábano (escribano-soldado, por
supuesto), que dejara constancia escrita de que tomaba posesión, en nombre de
los reyes de Castilla, Juana y su padre, Fernando, de aquel inmenso mar y de todo su litoral. Un mar que durante
mucho tiempo fue conocido como la Mar del Sur, aunque estaba al oeste, pero con
cierta lógica porque la costa del descubrimiento tiene esa orientación
geográfica. Lo de Balboa, cuando mojó su pie en aquellas aguas inacabables,
intuidas pero desconocidas, fue, como lo de la luna, ‘un solo paso para un
hombre, pero un salto gigantesco para la Humanidad’. Y conviene precisar que
Castilla y Las Indias fueron heredadas por la reina Juana, la llamada loca
(evidentemente desequilibrada y prácticamente incapacitada), porque el
matrimonio de sus padres, los Reyes Católicos, fue, diríamos hoy, en régimen de
separación de bienes. Cuando Juana murió (año 1555), toda España y el imperio adquirieron
legalmente la definitiva unidad bajo un solo monarca, su nieto Felipe II.
El escribano Andrés de Valderrábano (que,
como veremos, murió seis años después ejecutado junto a su capitán, Balboa) nos
da dos veces un dato precioso para el tema central de nuestra historia.
Primeramente, en el acta de toma de posesión del Pacífico, porque escribe la
lista de 26 testigos escogidos (la tropa era más numerosa). Encabeza la
relación el nombre del capitán, Vasco Núñez de Balboa, e, inmediatamente (tomen
nota otra vez sus mercedes), figura el de FRANCISCO PIZARRO exhibiendo la
jerarquía alcanzada. Algún tiempo después, Valderrábano redactó otro documento
que tenía solamente como objeto hacer saber quiénes fueron todos los
afortunados que vivieron la experiencia del magnífico descubrimiento. Cita
primero a Balboa, después al capellán, Andrés de Vera, y, en tercer lugar, a
Francisco Pizarro. No hace falta más para tener la certeza de que ese Pizarro
siempre callado y difícil de detectar no paró ni un momento de aumentar su
fama, con hechos, en el tormentoso círculo de los hombres de guerra. El más famoso
de Indias fue entonces Vasco Núñez de Balboa, y, su hombre de máxima confianza,
su lugarteniente, el analfabeto Francisco Pizarro, estando ya los dos muy
zurrados en batallas y bien entrados en la treintena.
Pero la diosa Fortuna es voluble y escoge a
algunos para llevarlos a la cúspide y dejarlos caer después. Ya antes de que
Balboa alcanzara la gloria, en la Corte, desde distintos frentes, le iban
arruinando miserablemente el prestigio. Martín Fernández de Enciso no perdió
ninguna oportunidad de poner al rey en su contra. Los amigos de Diego Colón
también le acusaban de que iba descubriendo por la jurisdicción heredada de su
padre, Cristóbal. Y, lo que es peor, el todopoderoso obispo Fonseca, jefe
supremo del Consejo de Indias y mano derecha del rey Fernando en estos asuntos,
empezó a maniobrar para quitarle toda autoridad.
(Imagen) Aunque los cálculos
geográficos no eran perfectos cuando los españoles llegaron al Nuevo Mundo,
se tuvo pronto la esperanza de que,
puesto que la Tierra parecía ser una esfera, siguiendo hacia el oeste se
pudiera navegar hasta los mares de Asia. Los reyes españoles tuvieron verdadera
obsesión por encontrar un paso en el territorio de las Indias hacia aquellas
aguas y poder así, por una ruta nueva, competir con los portugueses en el
comercio de las especias. Era una teoría que un hombre de guerra, Vasco Núñez
de Balboa, demostró ser cierta, con la sorpresa añadida de que nadie imaginaba
la inmensidad de aquel mar.
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