viernes, 21 de julio de 2017

(Día 439) Importancia de Hernando de Luque en la empresa del Perú. Un breve esquema de lo que va a ser la gran epopeya capitaneada por Pizarro durante nueve años.

     (29) En toda esta historia, aparecerá poco el clérigo secular HERNANDO DE LUQUE, pero siempre mostrando sensatez, especialmente en los conflictos de sus socios. Era hombre rico, pero no se olvide que, ni entonces, ni ahora han estado los ‘seculares’ obligados al voto de pobreza (otra cosa es que, por ejemplaridad, quieran practicarla). Parece ser que, por razones de amistad, también consiguió que aportara un complemento económico para la campaña el ya mencionado Gaspar de Espinosa, aquel que tan triste papel tuvo que representar en la muerte de Balboa. Añadamos solamente, de momento, que Luque nació a mediados del siglo XV en Andalucía, quedando la duda de si era gaditano o sevillano. Lo que cuenta Cieza del inicio de la empresa (que más parecía una chapuza de aficionados por la escasez de medios y el pitorreo de los convecinos) fue el primer aviso que nos muestra Pizarro de la  impresionante firmeza de su carácter. No iba a dar nunca un paso atrás, y, entre sus virtudes, asombra sobremanera una: LA DETERMINACIÓN. El tener como socio (forzoso) a Pedrarias va a producir muchas complicaciones (lo que era de suponer), pero adelantemos ya que, tras variadas peripecias, consiguieron dejarle de lado.
    Veamos el ‘tranquilito’ programa que nos espera. Pizarro partió con su barco y sus compañeros el día 14 de noviembre de 1524. Como veremos, pasará las de Caín, pero no quiso volver derrotado, ni llegar a Panamá y que Pedrarias le impidiera intentarlo de nuevo. ¡Dos años después!, el nuevo gobernador, Pedro de los Ríos, envía dos barcos con la orden de que retornen todos. Pizarro hace oídos sordos, deja que se marchen los que quieran y se queda con los más osados, ‘los trece de la fama’. El gobernador cede ante su terquedad y le da permiso para corretear otros seis meses más, permitiendo que Almagro le envíe refuerzos de hombres y provisiones. Pizarro inicia así su segunda campaña en 1526 y le bastan esos seis meses para conseguir pruebas de la grandiosidad de la cultura inca. Vuelve a Panamá. El gobernador se resiste a que Pizarro siga con su demencial proyecto. Pero lo mismo da que sea analfabeto: se presenta en España ante Carlos V y le deja convencido inmediatamente de las maravillas de su proyecto. Después vuelve a Panamá con los títulos reales necesarios para dirigir la campaña definitiva. Es decir que, hasta ese momento, todas las angustias, los sufrimientos, las muertes y los horrores padecidos no  han sido más que el amarguísimo aperitivo necesario para empezar, de verdad, la colosal empresa de conquistar el imperio inca. Y el hombre más terco del mundo partirá hacia la gloria de su tercer viaje ¡en 1531! (siete tremendos años después de que los vecinos de Panamá se rieran públicamente de él y de sus socios). Los cronistas suelen ser demasiado sobrios para nuestro gusto actual, como salidos de una escuela estoica, aunque, afortunadamente, los hechos que cuentan hablan a gritos. Algo que explicó muy bien el escritor inglés Kirkpatrik (fallecido en 1953): “Se siente uno tentado a escribir la historia de la conquista española con superlativos, pero los superlativos son insuficientes para narrar la caída del Imperio Incaico y, desde luego, es preferible emplear el lenguaje más llano y sencillo en asuntos que no necesitan de ninguna exposición retórica para proclamar sus maravillas”. De acuerdo, compañeiro, pero yo no voy a resistir la tentación, porque no es lo mismo tragar como pavos un manjar exquisito que saborear morosamente todos sus matices. Al contrario: lamento no estar a la altura para conseguirlo. Una última puntualización: quien le sigue por primera vez el rastro a Pizarro leyendo su complicada aventura, puede perderse en el lío de idas y venidas suyas y de su socio Almagro (hasta los cronistas se enredaron o lo explicaron mal); me esforzaré en conseguir que todo resulte suficientemente claro.


    (Imagen) En el plano aparecen claramente las fases de la progresiva conquista del Perú. En verde, el primer viaje (terrorífico) de Pizarro, que se quedó a la espera de refuerzos en la isla Gorgona, junto al río San Juan. En azul, el segundo viaje (casi de excursión y bien recibido por los indios), tras la llegada de las provisiones. En rojo, el tercero y definitivo: una epopeya durísima de pura conquista, en la que vencieron luchando sin contemplaciones a base de valor y astucia. Solo así pudieron, siendo tan pocos, someter el imperio inca. Pizarro no desmayó durante ¡nueve años! (Cortés conquistó México en menos de tres) entregado a su ‘imposible’ objetivo; al margen de la lucha en campaña, tuvo que lidiar con los obstáculos de los gobernadores y atreverse a pedirle al rey en España, cara a cara, que le diera vía libre para conquistar Perú.




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