martes, 18 de julio de 2017

(Día 436) Asociación de Pizarro con Almagro, quien, a pesar de su mala suerte, merece un lugar destacado en la historia de Las Indias.

     (26) Da la impresión de que, por su parte, Pizarro intentó un cambio radical en su vida, pues, además de ejercer cargos en el ayuntamiento (llegó a ser alcalde), se estableció como encomendero de indios (a los que se les pagaba una miseria), convertido en un terrateniente dedicado a la ganadería. Pero es difícil imaginarle sin seguir batallando de alguna manera, aunque solo fuera en escaramuzas de baja intensidad. Es de suponer que, tras 16 años en Indias, se habría convertido en un hombre bastante rico y que le tentaría, además, la idea de descansar de tantas fatigas y peligros. Le dio tan fuerte el sueño empresarial que se unió a un socio capitalista (no se imaginaban que otra ‘empresa’ les iba a abducir en un torbellino huracanado que les arrastraría hasta la gloria y la tragedia).
    El socio de Pizarro fue DIEGO DE ALMAGRO, ¡también analfabeto!, y quien de igual manera, a pesar de ello, llegaría a ser después un gran conquistador en la campaña de Perú, aunque con mucho menos fortuna y capacidad de liderazgo que su compañero, pero demostrando ser un magnífico y sacrificado colaborador. Ahora los vemos en Panamá intentando sacar adelante su negocio rural, pero van a seguir después mano a mano en la odisea de Perú, que, al final, les costará a los dos la amistad, y, como consecuencia directa de esa ruptura, la muerte al estilo fatal de las tragedias griegas.
     Diego había nacido en Almagro (Ciudad Real) hacia el año 1477, siendo, por tanto, los dos más o menos de la misma ‘quinta’. Otra coincidencia era su condición de bastardos, aunque más traumática la suya porque su padre, Juan de Montenegro, no quiso darle su apellido, y la familia de su madre lo cuidó, pero apartándolo de ella. Con unos quince años, marchó a Sevilla sin ninguna ayuda, pero consiguió salir adelante y consta que fue criado del alcalde de la ciudad, don Luis de Polanco.  Se supone que, aunque fuera prosperando, tendría una vida azarosa, puesto que acuchilló a alguien en una pelea y se vio obligado a ‘desaparecer’. Ya vimos que llegó a Indias en 1514, incorporado a la gran armada de Pedrarias Dávila. Desde ese momento, conoció a Pizarro y trabaron una sólida amistad guerreando como capitanes bajo el mando único del temible gobernador. Siendo buenos compañeros de armas e igualmente beneficiados por los botines de guerra, no es extraño que aprovecharan su más pacífica residencia en Panamá para asociarse en la explotación agrícola-ganadera. En general, se le reconocieron a Almagro muchos méritos, y, aunque no fuera así, basta contemplar su constante desvelo al servicio de la  buena marcha de la empresa de Perú, capitaneada por Pizarro, para saber que aguantó lo indecible en esfuerzos y sacrificios, haciéndolo todo con rapidez y competencia, y hasta se diría que con más paciencia que el santo Job. Físicamente, lo describieron como pequeño, feo y tuerto (lo hirieron los indios en un enfrentamiento), pero se le tenía aprecio tanto como buen soldado como por ser hombre sencillo y generoso. Los numerosos viajes de ida y vuelta que hizo desde Panamá, para llevar provisiones a la tropa de Pizarro camino de Perú, le impidieron estar presente en el momento ‘cumbre’ del apresamiento de Atahualpa. Su fatal destino de estar siempre en segundo plano tras el brillo solar de Pizarro, ha borrado parte de sus logros, como el no pequeño de haber sido el descubridor de las tierras de Chile.

   (Imagen) Qué poco reconocido está Diego de Almagro. Fue una figura trágica en sus fracasos y en su muerte. Pero también un perdedor al que hay que reconocerle sus enormes méritos. En noviembre de 1515 ya iba al mando de 260 nombres para fundar Acla, y, para no variar, se llevó la gloria Gaspar de Espinosa porque Almagró enfermó. Pensando en conseguir un triunfo propio sin depender de Pizarro, partió hacia Chile con un poderoso ejército. Entró triunfante en Copiapó, pero pronto decidió regresar porque no encontró las riquezas soñadas, y la vuelta fue un terrible calvario. Para resarcirse, le disputó a Pizarro El Cuzco. Fue la puntilla para los dos. Su hijo era mestizo, se llamaba también Diego de Almagro y tuvo tan mala suerte como él.


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