jueves, 6 de julio de 2017

(Día 426) Imposible pasar de largo al increíble personaje del italiano Pedro Mártir de Anglería: clérigo carismático y primer cronista (casi reportero) de Indias.

     (16) Dicho todo esto, subamos de nuevo a la nave en la que navegaban (“araban el mar” decían ellos) Ojeda, Juan de la Cosa y Vespucio. No les interesaba establecerse en lo ya descubierto, sino trazar el rumbo hacia lo desconocido, más al sur por el Caribe, y así se dieron de bruces con la desconocida costa venezolana, lo que les permitió ir explorando, por tierra y mar, el largo trayecto de ida y vuelta que les llevaría otra vez a lo familiar, La Española, donde, sin embargo, fueron mal recibidos por los partidarios de la familia de Colón, considerando que habían recorrido un territorio reservado para ellos. Ojeda, Juan de la Cosa y Vespucio volvieron a España el año 1500 con algunos esclavos y un cargamento de palo de Brasil (un árbol muy apreciado por su tinte rojo). Allí mismo, en Cádiz, y nada más llegar, fue cuando, como dije, Juan de la Cosa hizo un primoroso y muy técnico trabajo cartográfico con los datos que había recogido durante la expedición y con otras informaciones que consiguió ‘a lo detective’. Hizo con tanta profesionalidad el mapa que, sin temor a las críticas, se atrevió a dibujar Cuba como una isla (recordemos que el año 1494, en su segundo viaje, Colón había obligado a jurar a todos, incluso a Juan de la Cosa, que se trataba de una península del continente asiático). Pedro Mártir de Anglería (diré enseguida quién fue) se presentó en cierta ocasión en el despacho del obispo Fonseca (probablemente en Valladolid) y dio a entender después que había visto allí este maravilloso plano. El dato es importante porque da fe de su antigüedad, pero también porque explica el hecho de que Sancho Ortiz de Matienzo fue un funcionario ‘intocable’ que pudo permanecer fijo durante casi 20 años (hasta que murió en 1521) al frente de la Casa de Contratación de Indias de Sevilla. El obispo Fonseca y él se habían conocido en 1490 por ser los dos entonces canónigos de la catedral de Sevilla. Fonseca luego voló alto, muy alto, en la jerarquía eclesiástica y, en el poder civil, se convirtió en la mano derecha de los Reyes Católicos para los asuntos de Indias. El gran Fonseca necesitó alguien de su total confianza para controlar la Casa de Contratación y escogió a Sancho, quien tuvo que resultarle sumamente eficaz y fiable (supongo que, especialmente, en los asuntos más turbios), pues no sería nada fácil contentar a un obispo tan irascible. Es, pues, de suponer que Juan de la Cosa depositó el glorioso mapa en la Casa de Contratación y Fonseca le dio orden a Sancho de remitírselo.
     ¿Y quién fue PEDRO MÁRTIR DE ANGLERÍA? Me es imposible pasar de largo sin  contar algo de él porque es otro personaje de  novela y muy valioso como cronista de Indias. Pedro Mártir (era su nombre, tomado del santo del siglo XIII Pedro Mártir de Verona) fue otra de las figuras peculiares, en cuanto a la variedad de sus cualidades, que tanto abundaron en el entorno de Indias. Hombre sin duda simpático y de gran cultura clásica, hizo una rápida y brillante carrera por su atractivo personal y sus amplios conocimientos. Nacido en Arona el año 1457, cerca de Milán, le trajo a España en 1487 el embajador ante el Vaticano Íñigo López de Mendoza cuando el asedio a Granada se acercaba a su fin, y los reyes quedaron tan prendados de Pedro Mártir como el ilustre aristócrata, dándole pronto cargos bien remunerados. Se hizo clérigo y llegó a ser capellán de la piadosa Isabel la Católica hasta que ella murió en 1504. El rey Fernando le confió varias delicadas misiones como embajador suyo. Una de ellas ocurrió el año 1501, con el encargo de presentarse ante el sultán de Egipto pidiéndole que, a cambio de un buen rescate, no forzara a los cristianos a hacerse musulmanes ni los tratara con rigor. La verdad es que el ‘trabajito’ tenía su miga.

     Su gran curiosidad le hizo estar muy atento a todo lo que sucedía en Indias. Conoció a Colón antes de su primer viaje, y se refería a él como “varón de Liguria”, que es la provincia de Génova. Opino que no puede haber prueba más clara del lugar de origen del Almirante, teniendo en cuenta que Pedro Mártir era un hombre muy inteligente y que tenía que conocer a sus compatriotas hasta por el olor. Se fue haciendo un especialista en el tema y dio cuenta de los detalles de la fantástica historia del Nuevo Mundo en las numerosas cartas, más de 800, que escribió principalmente para mandarlas a Italia, muchas de ellas para los papas. El rey, visto el percal, lo introdujo en el Consejo de Indias y le nombró su cronista titular. Por su forma de narrar, amena, con sentido del humor y sin grandes pretensiones, se le ha llamado “el primer periodista de la historia de América” (que el Señor lo bendiga por su falta de solemnidad). Su obra “De orbe novo” (quizá sin pretenderlo, inventó lo de ‘Nuevo Mundo’) está considerada como la primera crónica de Indias. Falleció en 1526, dejando un buen recuerdo de su paso por esta vida. Fue prácticamente coetáneo de Sancho Ortiz de Matienzo. Sin duda se conocerían bien, y ambos vivieron empapados de vivencias relacionadas con las Indias y con sus protagonistas, teniendo también proximidad a los reyes, mayor en el caso de Pedro Mártir, y, curiosamente, rematando los dos sus biografías siendo abades de Jamaica. La abadía (en realidad obispado) fue creada por el papa a petición del rey Fernando, que quiso premiar a Sancho, quien, por otra parte, jamás tuvo que poner el pie en la isla (tampoco Pedro Mártir) puesto que fue un cargo honorífico (y rentable), aunque también consta que, desde la distancia, vigiló la asistencia religiosa y procuró beneficiar a sus habitantes.  La gran diferencia entre los dos fue su distinto carácter, como de la noche al día, lo que repercutió en sus profesiones. Ambos, clérigos, pero Sancho un serio y buen profesional como funcionario del rey, y, Pedro Mártir, un extrovertido con enormes ganas de conocer cosas y de contarlas. Los dos tuvieron delante de sus ojos el hervidero de la epopeya de Indias, pero solo el italiano sintió el impulso irreprimible de darla a conocer.


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