lunes, 3 de julio de 2017

(Día 423) Los cuatro geniales pilotos de la Casa de la Contratación de Sevilla, y la garrafal chapuza del nombre de América.

     (13) LA MENCIÓN DE LOS GENIALES PILOTOS que iban con ALONSO DE OJEDA va a merecer que nos desviemos algo con una breve reseña; ya seguiremos después acompañando al peripatético capitán de tropas (y nos encontraremos de sopetón también con Pizarro). Es importante darse cuenta del proceso del avance de los descubrimientos geográficos. El gran ‘pelotazo’ lo dio Colón en su primer viaje, y aprovechó otros tres para ir de asombro en asombro recorriendo islas y costas por la zona del Caribe. La empresa de Las Indias iba creciendo de forma exponencial y los Reyes Católicos se ocuparon de organizar aquel tinglado con sumo interés. En esa fase lo principal era descubrir y descubrir para saber qué se traían entre manos, por lo que los navegantes y geógrafos tuvieron un gran protagonismo. Hubo cuatro de especial importancia que, al margen de su habilidad técnica, fueron grandes hombres de acción. He aquí sus gloriosos nombres: Américo Vespucio, Vicente Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa y Juan Díaz de Solís. Me voy a permitir la libertad de resumir lo que conté de ellos en mi biografía de Sancho Ortiz de Matienzo, que los conoció muy bien por ser pilotos oficiales de la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla, donde Sancho era el ‘mero, mero’.
      AMÉRICO VESPUCIO.- Fue el indirecto responsable de una gran injusticia histórica: tuvo el inmerecido honor de poner nombre a todo el continente que se acababa de descubrir, aunque, paradojas del destino, no vivió lo suficiente para ver consolidada la gloriosa impostura que iba a ocasionar. Escribió libros sobre sus viajes, pero también en ese aspecto sembró la confusión (esta vez sí, por su propia responsabilidad), dando pie a que los historiadores discutan muchas de sus afirmaciones. En 1507, poco antes de que él muriera, el humanista y cartógrafo alemán Martín Waldseemüller imprimió un magnífico mapa titulado Universalis Cosmographia, y llevado por la admiración de las crónicas de Vespucio, que probablemente había leído con poco sentido crítico, bautizó lo que se estaba llamando las Indias con el nombre de América. En principio no tuvo demasiada trascendencia, hasta el punto de que en publicaciones posteriores Martín borró el nombre. Pero la idea la recogieron otros en 1520 y, como una bola de nieve que cae por la ladera, con el tiempo se hizo arrolladora. Parece ser que el alemán valoró sobremanera el mérito, excesivamente premiado, de que Vespucio fuera el primero (tampoco esto resulta muy creíble) que rebatiera la terca afirmación de Colón de que aquellas tierras pertenecían a Asia. Había opciones de denominación mucho más justas, como, sin ir más lejos, Colombia. De forma que Américo fue otro de los que han vencido después de muertos, y, además, de forma inmerecida. Sus verdaderos méritos estuvieron en una extraordinaria inteligencia de autodidacta, que lo llevó a ser un gran piloto sin tener la larga experiencia marinera de los otros tres navegantes mencionados. Era de ilustre familia florentina, culta y distinguida, pero venida a menos económicamente. Llegó a Sevilla en 1498 como empleado de los Médici, colaboradores en la preparación del segundo viaje de Colón, quien, por cierto, siempre le apreció mucho (no en vano la mayoría de los historiadores lo consideran genovés, como Américo). Cuando el Almirante volvió de este viaje, Vespucio se animó a vivir la aventura del nuevo mundo, enrolándose en la armada que al mando de Ojeda, y con presencia de Juan de la Cosa, recorrió la costa de Venezuela y sus alrededores, con gran éxito, más geográfico que económico. Después trabajó para el rey de Portugal varios años, aunque el hecho de que Fernando el Católico le recibiera muy bien  cuando regresó a España, y le confiara cargos de responsabilidad, pone en duda cuál era su auténtica fidelidad o si la repartía por igual con ambos reyes. Se estableció definitivamente en Sevilla, tras haberle concedido Fernando la naturalidad española con todos sus derechos y deberes. Lo nombró Piloto Mayor de Castilla en 1508, con puesto fijo en la Casa de la Contratación, encargado de administrar todo lo relativo a las artes de la navegación y a la formación de pilotos, estando sus alumnos siempre entre los mejores. Tuvo la responsabilidad de mantener al día el importante Padrón Real, que era el registro geográfico de todos los descubrimientos. Se casó con una española, María Cerezo, y murió en Sevilla el año 1511, no sin hacer poco antes su testamento (justo a tiempo, como solía ocurrir entonces).
 

     (Imagen) Nadie le puede restar méritos al gran AMÉRICO VESPUCIO, porque los tuvo en abundancia, pero el destino permitió la injusticia de que todo un continente, América, fuera bautizado con su nombre. Resultó una garrafal chapuza consumada sin  su intervención, y ahora nos parece normal, y hasta suena bien el apelativo. Fue como robarle la patente a un genial inventor, en este caso, Colón. Incluso, cualquiera de los otros tres pilotos oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, Yáñez Pinzón, Solís o Juan de la Cosa, se merecían más que Américo ese honor. El nombre de ‘Colombia’ habría quedado perfecto.


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