(13) LA MENCIÓN DE LOS GENIALES PILOTOS
que iban con ALONSO DE OJEDA va a merecer que nos desviemos algo con una breve
reseña; ya seguiremos después acompañando al peripatético capitán de tropas (y
nos encontraremos de sopetón también con Pizarro). Es importante darse cuenta
del proceso del avance de los descubrimientos geográficos. El gran ‘pelotazo’
lo dio Colón en su primer viaje, y aprovechó otros tres para ir de asombro en
asombro recorriendo islas y costas por la zona del Caribe. La empresa de Las
Indias iba creciendo de forma exponencial y los Reyes Católicos se ocuparon de
organizar aquel tinglado con sumo interés. En esa fase lo principal era
descubrir y descubrir para saber qué se traían entre manos, por lo que los
navegantes y geógrafos tuvieron un gran protagonismo. Hubo cuatro de especial
importancia que, al margen de su habilidad técnica, fueron grandes hombres de
acción. He aquí sus gloriosos nombres: Américo Vespucio, Vicente Yáñez Pinzón,
Juan de la Cosa y Juan Díaz de Solís. Me voy a permitir la libertad de resumir
lo que conté de ellos en mi biografía de Sancho Ortiz de Matienzo, que los
conoció muy bien por ser pilotos oficiales de la Casa de la Contratación de
Indias de Sevilla, donde Sancho era el ‘mero, mero’.
AMÉRICO
VESPUCIO.- Fue el indirecto responsable de una gran injusticia histórica: tuvo
el inmerecido honor de poner nombre a todo el continente que se acababa de
descubrir, aunque, paradojas del destino, no vivió lo suficiente para ver
consolidada la gloriosa impostura que iba a ocasionar. Escribió libros sobre
sus viajes, pero también en ese aspecto sembró la confusión (esta vez sí, por
su propia responsabilidad), dando pie a que los historiadores discutan muchas
de sus afirmaciones. En 1507, poco antes de que él muriera, el humanista y
cartógrafo alemán Martín Waldseemüller imprimió un magnífico mapa titulado
Universalis Cosmographia, y llevado por la admiración de las crónicas de Vespucio,
que probablemente había leído con poco sentido crítico, bautizó lo que se
estaba llamando las Indias con el nombre de América. En principio no tuvo
demasiada trascendencia, hasta el punto de que en publicaciones posteriores
Martín borró el nombre. Pero la idea la recogieron otros en 1520 y, como una
bola de nieve que cae por la ladera, con el tiempo se hizo arrolladora. Parece
ser que el alemán valoró sobremanera el mérito, excesivamente premiado, de que
Vespucio fuera el primero (tampoco esto resulta muy creíble) que rebatiera la
terca afirmación de Colón de que aquellas tierras pertenecían a Asia. Había
opciones de denominación mucho más justas, como, sin ir más lejos, Colombia. De
forma que Américo fue otro de los que han vencido después de muertos, y,
además, de forma inmerecida. Sus verdaderos méritos estuvieron en una
extraordinaria inteligencia de autodidacta, que lo llevó a ser un gran piloto
sin tener la larga experiencia marinera de los otros tres navegantes
mencionados. Era de ilustre familia florentina, culta y distinguida, pero
venida a menos económicamente. Llegó a Sevilla en 1498 como empleado de los Médici,
colaboradores en la preparación del segundo viaje de Colón, quien, por cierto,
siempre le apreció mucho (no en vano la mayoría de los historiadores lo
consideran genovés, como Américo). Cuando el Almirante volvió de este viaje,
Vespucio se animó a vivir la aventura del nuevo mundo, enrolándose en la armada
que al mando de Ojeda, y con presencia de Juan de la Cosa, recorrió la costa de
Venezuela y sus alrededores, con gran éxito, más geográfico que económico.
Después trabajó para el rey de Portugal varios años, aunque el hecho de que
Fernando el Católico le recibiera muy bien
cuando regresó a España, y le confiara cargos de responsabilidad, pone
en duda cuál era su auténtica fidelidad o si la repartía por igual con ambos
reyes. Se estableció definitivamente en Sevilla, tras haberle concedido Fernando
la naturalidad española con todos sus derechos y deberes. Lo nombró Piloto
Mayor de Castilla en 1508, con puesto fijo en la Casa de la Contratación,
encargado de administrar todo lo relativo a las artes de la navegación y a la
formación de pilotos, estando sus alumnos siempre entre los mejores. Tuvo la
responsabilidad de mantener al día el importante Padrón Real, que era el
registro geográfico de todos los descubrimientos. Se casó con una española,
María Cerezo, y murió en Sevilla el año 1511, no sin hacer poco antes su
testamento (justo a tiempo, como solía ocurrir entonces).
(Imagen) Nadie le puede restar méritos al
gran AMÉRICO VESPUCIO, porque los tuvo en abundancia, pero el destino permitió la
injusticia de que todo un continente, América, fuera bautizado con su nombre.
Resultó una garrafal chapuza consumada sin
su intervención, y ahora nos parece normal, y hasta suena bien el
apelativo. Fue como robarle la patente a un genial inventor, en este caso,
Colón. Incluso, cualquiera de los otros tres pilotos oficiales de la Casa de la
Contratación de Sevilla, Yáñez Pinzón, Solís o Juan de la Cosa, se merecían más
que Américo ese honor. El nombre de ‘Colombia’ habría quedado perfecto.
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