(33) Para aclarar los acontecimientos,
retrocedamos un poco en el tiempo. Antes de que Pizarro enviara a Panamá el
único barco que tenía (en el que iba Nicolás de Ribera), “Almagro, como era
diligente y de tanto cuidado, preparó brevemente otro navío de ayuda con
setenta hombres, y partió en busca de los cristianos sin saber cosa ninguna de Francisco Pizarro ni
qué había hecho Dios de él; los cuales estaban en Chicama, los sanos buscando
lo que les faltaba, los heridos curándose, algunos hinchados, otros murieron de
enfermedad y también los caimanes comieron de ellos cuando atravesaban los
ríos. Diego de Almagro enderezó su derrota al poniente por la costa para buscar a los cristianos porque no sabía
dónde pudiesen estar, y saltaron con el batel en todos los puertos; conocieron
que habían estado en los más de ellos por las cortaduras en los árboles y otras
cosas. Llegaron a Pueblo Quemado. Determinó Almagro subir al pueblo con 50
hombres y ver qué había”. Lo que había era unos indios en pie de guerra y con
ansias de vengarse de la ‘visita’ anterior de Pizarro y sus hombres. Habían
preparado una defensa y los recibieron con estruendosos gritos. “Los españoles,
teniendo en poco sus amenazas y grita, dieron contra ellos con el silencio que
suelen tener cuando pelean, y mataron e hirieron a muchos de ellos hasta
derrotarlos, habiendo primero uno de los indios arrojado una vara contra
Almagro que le acertó en un ojo y se lo quebró, y aun afirman que, si no fuera
por un esclavo negro, lo habrían matado”. Fue prioritario que Almagro se
recuperara y permanecieron sin moverse todo el tiempo necesario. La herida cicatrizó,
pero el animoso y ejemplar socio pasó a formar parte del sufrido club de los
tuertos de Indias, como, entre otros, Pánfilo de Narváez y Francisco de
Orellana. Continuaron la búsqueda, estuvieron en sitios donde no encontraron
ninguna pista, llegaron a la terrible conclusión de que Pizarro y los suyos
habían sido aniquilados y, con la moral por los suelos, decidieron volver a
Panamá.
Pero, en las islas de las Perlas, pobladas
por españoles y parada obligatoria en ese rumbo, “cuando saltaron a tierra
supieron cómo Ribera había vuelto a Panamá en el navío y cómo Pizarro y sus
compañeros estaban en Chicama. Recibieron con esta nueva gran alegría y,
tornando a navegar, fueron al puerto de Chicama, donde con mucho placer se
recibieron los unos de los otros, y Pizarro y sus compañeros mostraron que les
pesaba mucho que Almagro hubiese perdido el ojo. Pizarro y Almagro trataron de
muchas cosas tocantes al descubrimiento. Comenzado y estando adeudados, no les convenía abandonar, sino echar el resto y
con ello aventurar la vida, y acordaron que Almagro volviese a Panamá para
adobar los navíos y volver con más gente”. Esa era la tónica de la relación de
los dos socios: Pizarro el gran líder y Almagro el magnífico y abnegado
colaborador. Hasta que llegaría el momento en que las cosas se iban a torcer
por la condición de la naturaleza humana, que todo lo enreda. Falta todavía
mucho tiempo para que el progresivo y oscilante deterioro termine trágicamente.
Pero enseguida vamos a ver un ligero pero significativo indicio de celosos
malentendidos en su relación.
(Imagen) La sociedad que establecieron Pizarro,
Almagro y el padre Luque era a partes iguales en beneficios y honores, pero la
campaña de Perú fue una operación compleja y muy larga, en la que los
acontecimientos fueron diferenciando las labores de cada uno. Ya desde el
principio el puesto clave y más difícil le correspondió a Pizarro, por lo que
partió de Panamá con el título oficial de capitán que le había otorgado el
gobernador Pedrarias Dávila, cosa lógica por estar al mando de la tropa. El
padre Luque aportó su sentido común y sus influencias, no teniendo más aspiración
que la de conseguir su parte en el botín y un obispado en las tierras
conquistadas. Almagro hizo complicadísimas labores de intendencia, pero también
luchó y hasta perdió un ojo. Aceptaba que el gran líder fuera Pizarro, pero
terminaría frustrado porque le escamotearon la posibilidad de lograr sus
legítimas aspiraciones.
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