miércoles, 26 de julio de 2017

(Día 443) Almagro se queda tuerto en una batalla contra los indios de Pueblo Quemado, no consigue encontrar a Pizarro y su tropa y, dándoles por muertos, vuelve a Panamá, donde le indican en qué lugar se hallan, y les alcanza.

     (33) Para aclarar los acontecimientos, retrocedamos un poco en el tiempo. Antes de que Pizarro enviara a Panamá el único barco que tenía (en el que iba Nicolás de Ribera), “Almagro, como era diligente y de tanto cuidado, preparó brevemente otro navío de ayuda con setenta hombres, y partió en busca de los cristianos sin  saber cosa ninguna de Francisco Pizarro ni qué había hecho Dios de él; los cuales estaban en Chicama, los sanos buscando lo que les faltaba, los heridos curándose, algunos hinchados, otros murieron de enfermedad y también los caimanes comieron de ellos cuando atravesaban los ríos. Diego de Almagro enderezó su derrota al poniente por la costa  para buscar a los cristianos porque no sabía dónde pudiesen estar, y saltaron con el batel en todos los puertos; conocieron que habían estado en los más de ellos por las cortaduras en los árboles y otras cosas. Llegaron a Pueblo Quemado. Determinó Almagro subir al pueblo con 50 hombres y ver qué había”. Lo que había era unos indios en pie de guerra y con ansias de vengarse de la ‘visita’ anterior de Pizarro y sus hombres. Habían preparado una defensa y los recibieron con estruendosos gritos. “Los españoles, teniendo en poco sus amenazas y grita, dieron contra ellos con el silencio que suelen tener cuando pelean, y mataron e hirieron a muchos de ellos hasta derrotarlos, habiendo primero uno de los indios arrojado una vara contra Almagro que le acertó en un ojo y se lo quebró, y aun afirman que, si no fuera por un esclavo negro, lo habrían matado”. Fue prioritario que Almagro se recuperara y permanecieron sin moverse todo el tiempo necesario. La herida cicatrizó, pero el animoso y ejemplar socio pasó a formar parte del sufrido club de los tuertos de Indias, como, entre otros, Pánfilo de Narváez y Francisco de Orellana. Continuaron la búsqueda, estuvieron en sitios donde no encontraron ninguna pista, llegaron a la terrible conclusión de que Pizarro y los suyos habían sido aniquilados y, con la moral por los suelos, decidieron volver a Panamá.
    Pero, en las islas de las Perlas, pobladas por españoles y parada obligatoria en ese rumbo, “cuando saltaron a tierra supieron cómo Ribera había vuelto a Panamá en el navío y cómo Pizarro y sus compañeros estaban en Chicama. Recibieron con esta nueva gran alegría y, tornando a navegar, fueron al puerto de Chicama, donde con mucho placer se recibieron los unos de los otros, y Pizarro y sus compañeros mostraron que les pesaba mucho que Almagro hubiese perdido el ojo. Pizarro y Almagro trataron de muchas cosas tocantes al descubrimiento. Comenzado y estando adeudados, no  les convenía abandonar, sino echar el resto y con ello aventurar la vida, y acordaron que Almagro volviese a Panamá para adobar los navíos y volver con más gente”. Esa era la tónica de la relación de los dos socios: Pizarro el gran líder y Almagro el magnífico y abnegado colaborador. Hasta que llegaría el momento en que las cosas se iban a torcer por la condición de la naturaleza humana, que todo lo enreda. Falta todavía mucho tiempo para que el progresivo y oscilante deterioro termine trágicamente. Pero enseguida vamos a ver un ligero pero significativo indicio de celosos malentendidos en su relación.


     (Imagen) La sociedad que establecieron Pizarro, Almagro y el padre Luque era a partes iguales en beneficios y honores, pero la campaña de Perú fue una operación compleja y muy larga, en la que los acontecimientos fueron diferenciando las labores de cada uno. Ya desde el principio el puesto clave y más difícil le correspondió a Pizarro, por lo que partió de Panamá con el título oficial de capitán que le había otorgado el gobernador Pedrarias Dávila, cosa lógica por estar al mando de la tropa. El padre Luque aportó su sentido común y sus influencias, no teniendo más aspiración que la de conseguir su parte en el botín y un obispado en las tierras conquistadas. Almagro hizo complicadísimas labores de intendencia, pero también luchó y hasta perdió un ojo. Aceptaba que el gran líder fuera Pizarro, pero terminaría frustrado porque le escamotearon la posibilidad de lograr sus legítimas aspiraciones.




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