(32) La reparación del navío era de suma
urgencia porque estaba muy dañado por “la broma”, un molusco de auténtica
pesadilla que se comía la madera (de ahí deriva el significado actual de
‘broma’ como burla molesta). Pizarro prefería morir a volver porque tenía por
seguro que supondría servirle en bandeja a Pedrarias la excusa perfecta para
darle la puntilla a la campaña. No se equivocaba: en cuanto llegó la nave
(gracias al bombeo constante de agua) y le contaron todo lo sucedido, Pedrarias
quiso ningunear a Pizarro, haciéndole responsable, por incompetencia, de las
bajas sufridas (¡qué buen corazón!). Se le ocurrió la humillante idea de que,
junto a Pizarro, fuera un ‘compañero’, de igual mando y como contrapeso constante
a sus ‘osadías’: “Pedrarias mostraba pesar de que tantos españoles hubiesen
muerto; culpaba a Pizarro porque perseveraba
en el descubrimiento y, por inducimiento de algunos malévolos que
siempre se huelgan de tratar mal a los que bien lo hacen, publicó que le quería
enviar un acompañado”. Por fortuna, salió al quite el otro socio de Pizarro, el
clérigo Hernando de Luque: “Mas, sabiéndolo Hernando de Luque, habló con
Pedrarias diciéndole que no era cosa honesta lo que pensaba hacer, y que le
pagaba mal a Francisco Pizarro lo mucho que había trabajado y gastado en
servicio del rey”. Pedrarias no pudo soslayar las razones del sensato (y, sin
duda, prestigioso) Luque, y se vio obligado a dejar las cosas como estaban,
permitiendo que el barco se preparara para llevar socorro a las tropas de
Pizarro (toda esta historia va a ser la superación continua de una larguísima
carrera de obstáculos).
Dice Cieza que esto se lo dijo NICOLÁS DE
RIBERA, que seguía viviendo (fue muy longevo) y residía en La Ciudad de los
Reyes (así se llamaba entonces Lima, la capital de Perú). ¡Cuánto podría contar
el gaditano Ribera! Soldado en mil batallas, acababa de resultar herido en ese
Pueblo Quemado que hemos visto y llegó a Panamá con el barco que envió Pizarro
(por eso pudo explicárselo a Cieza). Su nombre asomará varias veces en el
escenario peruano, pero hay algo que, como leeremos pronto, le dio un relieve
mítico y el respeto general entre los españoles: fue uno de los ‘trece de la
fama’ que se quedaron con Pizarro cuando todos los demás abandonaron en un
momento especialmente crítico. En su testamento, tuvo un gesto que también le
honra y que revela cómo la dureza de aquellos hombres producía también en su
corazón un sentimiento de culpa por el sufrimiento de los nativos; para la
mayoría fue soportable, pero para algunos, como Ribera, sería como una herida
sin cerrar. Era un hombre rico y, al morir, destinó todos sus bienes para el
beneficio de los indios (que nadie dude de que así fuera cumplido, pues, para
estos efectos legales, los derechos de los nativos eran intocables).
Ya que Cieza, a lo largo de su crónica, va
a repetir varias veces que su mayor empeño fue contar la verdad, voy a recoger,
como única muestra, las palabras que escribió después de hablar de Ribera: “Así
me lo afirmó Nicolás de Ribera. Y creed los que esto leyéredes que en lo que
escribo no añado ni una palabra de lo que no fue, y lo hago con la humildad y
llaneza de mi estilo, sin buscar adornos ni vocablos peregrinos, ni otras
retóricas más que contar la verdad con sinceridad; porque para mí tengo que el
buen escribir ha de ser como el razonar uno con otro y como se habla y no más”.
Es una declaración de intenciones exactamente igual que la que solía hacer
Bernal Díaz del Castillo. Los dos sabían que no estaban a la altura literaria
de los pomposos y eruditos cronistas que trabajaron ‘de oídas’ al servicio de
la Corte. Solo les importaban los hechos, aunque había una diferencia entre
ellos: Cieza era un hombre muy leído y escribía con claridad y corrección;
Bernal, más que escribir, contaba las cosas como si estuviera rodeado de los
vecinos de Medina del Campo, con el mismo aroma y sabor que la sopa de ajo
castellana.
(Imagen) NICOLÁS DE RIBERA LAREDO. Hombre my
notable, de grandes valores y personalidad, aunque uno más de los héroes que
permanecieron en segundo plano. Se ganó el prestigio de los ‘magníficos’ de
Indias. En los legajos de información sobre antiguas hazañas, los testigos que
los conocieron siendo ya viejos siempre hablaban con admiración y respeto de
los que ‘allí estuvieron’, en el tajo de las grandes conquistas. Ribera fue un
prototipo de esos míticos conquistadores y dice mucho de su prestigio que fuera
el primer alcalde de Lima. Tuvo además la fortuna de que, a diferencia de la
mayoría de ellos, murió siendo muy mayor (en Lima, con 76 años). Otro de sus
valiosos servicios fue el de informar largo y tendido a Cieza sobre la campaña
de Perú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario