(22) Y ocurrió, además, algo que marcaría
el destino trágico de Balboa. No solo él había sabido por medio de los indios
que existía el gran mar desconocido, sino que, por convertirse en un rumor
rápidamente extendido, las noticias llegaron a la Corte, y el rey se lo tomó
inmediatamente con el máximo interés, incluso con verdadera euforia. Tanta
euforia que dio orden de que se preparara una armada gigantesca (la mayor hasta
entonces) para descubrir ese mar y conquistar aquellas tierras. Con total injustica,
desposeyó a Balboa de sus títulos en la zona del Darién y escogió como jefe de
la expedición a alguien nefasto, al que nombró, por si fuera poco, gobernador
de aquel territorio, que recibió el nombre, de Castilla del Oro (por las
exageradas noticias, también llegadas, de que abundaba en la zona). El elegido
(sobre todo por las maniobras del obispo Fonseca) fue uno de los hombres más
brutales de cuantos tuvieron mando en Las Indias: el segoviano, y de muy noble
familia, PEDRARIAS DÁVILA. Contaba con un gran prestigio (merecido) por su
intervención en las guerras de Portugal, África e Italia, pero tenía un
carácter soberbio e intratable. Andaba ya por los setenta años, y semejante
animal, sin embargo, era tan adorado por su extraordinaria mujer que, para
conseguir que la llevara con él a las peligrosas Indias, le escribió estas
impresionantes palabras: “Adondequiera que te lleve la suerte, ya entre las
furiosas ondas del océano, ya en horribles peligros de la tierra, sábete que te
he de acompañar yo. Escoge una de las dos cosas: o me cortas el cuello con la
espada, o consientes lo que te pido”. Esta brava dama, digna de un personaje de
Shakespeare, era hija (como ya mencioné) de aquel Francisco de Bobadilla que,
después de mandar encadenado a Colón a España,
murió en el terrible naufragio provocado por un huracán en Santo
Domingo. No todo fueron desatinos y barbaridades durante la larga estancia de
Pedrarias en Indias (donde murió), puesto que hubo aspectos muy positivos en el
balance de su gran actividad, asombrosa para su edad, como, por ejemplo, la
fundación de Panamá. Y veremos, para lo que se refiere a nuestro tema central,
que tendrá también mucha importancia en
las andanzas de PIZARRO.
Hubo que organizar la poderosa armada de
Pedrarias, integrada por 25 naves, en las que se habían de embarcar más de
1.500 personas, y quien se encargó de supervisar al detalle todos los aspectos
de aquel tinglado de administración y de intendencia, fue mi querido
(perdóneseme la confianza) SANCHO ORTIZ DE MATIENZO. Zarparon en la primavera
de 1514, y me tiemblan las carnes solo de mencionar algunos nombres de viajeros
que entonces eran anónimos y después, para bien o para mal, dejaron una huella
imborrable en Las Indias: Hernando de Soto, Diego de Almagro, Hernando Luque,
Sebastián de Benalcázar, Pascual de Andagoya, mi querido (perdóneseme otra vez
la confianza) Bernal Díaz del Castillo, Gonzalo Fernández de Oviedo… Todos
ellos (de algunos ya he dicho algo anteriormente) fueron registrados y tratados
personalmente por Sancho y tuvieron gran protagonismo junto a Pizarro en la
odisea de Perú, menos el entrañable Bernal Díaz del Castillo, al que le tocó
brillar en México; con Gonzalo Fernández de Oviedo (personaje novelesco y
extraordinario cronista de Indias, Perú incluido), Pizarro también se vio
muchas veces, pero solo antes de partir
para su gloriosa campaña. Andagoya no estuvo con Pizarro, pero lo motivó para
meterse en la locura de Perú porque fue el primero que lo intentó y fracasó. Y,
por desgracia para Vasco Núñez de Balboa (al que la muerte le impidió ser el
primero en descubrir tierras nuevas por el Pacífico, como tenía proyectado),
también iba en la expedición de Pedrarias el amargado y rencoroso Martín
Fernández de Enciso, con el agravante de que el rey, al que manipuló como Yago
a Otelo, le había nombrado Alguacil Mayor de Castilla del Oro, cargo que le
vendría al pelo para saciar sus ansias de venganza contra Balboa (entre otras
cosas, por lo que ya vimos: lo había desterrado a España). Por último, hay que
señalar a otro pasajero que tendrá mucho que ver con esta historia y con el
futuro de Pizarro: el licenciado GASPAR DE ESPINOSA, nacido en Medina de
Rioseco hacia 1483. Brilló en todos los
terrenos: importante abogado, socio de Pizarro, militar bajo el mando del cruel
Pedrarias, gobernador durante un tiempo, llegando en esa armada, además, con el
título de Alcalde Mayor de Santa María la Antigua. En Indias dejó un regusto de
ambigüedad sobre su catadura moral. Sirva de ejemplo que se hizo muy amigo de
Balboa cuando desembarcó, pero, quizá porque no tuvo más remedio, lo traicionó
(o tuvo que traicionarlo), y, como veremos, de forma muy dramática.
(Imagen)
Dicen que no hay persona mala que no tenga algo bueno. Pero lo más prudente era
estar muy lejos de Pedrarias Dávila. Su peor defecto radicaba en la falta de
escrúpulos y en su comportamiento inhumano e implacable. Vivía con gran valor y
energía al servicio de su propia ambición, y, de carambola, también logró cosas
que fueron un bien para la sociedad. Si algo hizo ‘redondo’ fue abandonar Santa
María la Antigua y fundar la ciudad de Panamá en un lugar perfecto. Entonces,
porque era el punto más próximo para llegar por tierra al Pacífico. Y después
(ni que fuera profeta), porque termina allí el canal de Panamá (en la imagen se
ven en rojo las zonas de las esclusas). La ciudad tiene ahora más de dos
millones de habitantes y conserva las ruinas de lo que construyó Pedrarias.
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