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Visto el programa, veamos ahora la película entera. Las frases entrecomilladas
serán siempre de Cieza mientras no sea necesario precisar lo contrario. Entre
otras de sus peculiaridades como cronista, nos dará muestras constantes de
sincera fe cristiana, de simpatía hacia
los nativos y de objetividad, pero también, una crítica, a veces ‘pelín’
excesiva, del comportamiento de los españoles y una admiración incondicional a
Pizarro, aunque sin callar sus errores.
Salió, pues, Pizarro con sus hombres, en
su primer viaje hacia la gloriosa ‘quimera’, el día 14 de noviembre de 1524,
“quedando en Panamá Diego de Almagro para procurar gente y lo más necesario
para enviar socorro a su compañero; anduvieron hasta la isla de las Perlas”.
Esa isla estaba muy cercana, ya la conocían y, como dice el nombre, era muy
perlífera. (Fue famosa una enorme perla con la que se quedó la mujer de
Pedrarias, quien se la vendió a Carlos V, siendo después heredada por muchos
reyes. Felipe II se la regaló a su esposa, la entonces reina de Inglaterra, María
Estuardo -la Sangrienta, para los ingleses-. Y, ‘cosas veredes, amigo Sancho’,
fue orgullosamente lucida en el cuello de una de sus últimas poseedoras, Liz
Taylor). Llegaron luego hasta el puerto
de las Piñas (conserva el nombre), todavía en la costa panameña, a unos 50 km
de la frontera actual de Colombia. Y empezaron las ‘alegrías’. Bajaron todos a
tierra (menos los marineros) en busca de provisiones. En dirección a un poblado
de indios, “anduvieron por un río arriba tres días con mucho trabajo, yendo muy
descaecidos de lo poco que tenían para comer, y tan fatigados llegaron, que de
puro cansancio y quebrantamiento murió un cristiano llamado Morales; los
indios, por la noticia que tenían de que eran muy crueles, no quisieron
aguardarlos y se metieron en la espesura de la montaña. Los cristianos (a Cieza le encantaba llamarlos así),
como no hallaron bastimentos, estaban muy tristes y espantados de ver tan mala
tierra. Parecíales que el infierno no podía ser peor, dieron la vuelta y
llegaron a la mar bien cansados, y, los más, descalzos y con los pies
llagados”. Les pasó algo que, en Indias, era un ‘clásico’: verse en la
situación de que se ha acabado la comida y no es posible conseguirla. Siguieron
navegando. “Iban muy tristes y algunos se maldecían por haber salido de Panamá.
Pizarro había pasado en su vida muchos trabajos y hambres caninas, y esforzaba
a sus compañeros diciéndoles que confiasen en Dios; llegaron a un puerto que
llamaron del Hambre por la mucha con la que entraron en él, y, con el trabajo
pasado, estaban muy flacos y amarillos”. Pero en la isla no encontraron nada.
Era tal la trampa en la que habían caído, que se optó por que algunos volvieran
con el único barco que tenían a las islas de las Perlas para conseguir
provisiones, y los demás se quedaran soportando el hambre y la angustia de la
espera. La decisión tenía un sentido claro: buscar ayuda, pero aguantar el tipo
demostrando que la expedición seguía sin retroceder (puro Pizarro). “Los que
partieron, llevaban para comer un cuero de vaca que había en la misma nao, bien
seco y duro, y algunos palmitos amargos que cortaron junto a la costa”. El
desesperado plan consiguió el objetivo de volver con la ayuda necesaria, pero
tardó 40 interminables días en regresar, y el resultado fue siniestro: ya
habían muerto de hambre más de 20 hombres.
(Imagen) También fue fatalidad que
empezaran el viaje tan desastrosamente… Confiaron en que iban a encontrar
fácilmente alimentos, y calcularon mal. Pizarro se vio obligado a mandar el
navío a Panamá en busca de provisiones, lo que suponía dar una pésima imagen de
la empresa, aunque él siempre evitó aparecer en la ciudad antes de tiempo para
que no le prohibieran continuar la expedición. Lo peor era que sus propios hombres
pensaron que aquella campaña estaba ‘gafada’ desde el inicio. Y de hecho, en la
larga espera, murieron más de veinte. Solo Pizarro era como una roca indestructible:
animaba a todos y conseguía que el proyecto siguiera en pie. Así comenzó lo que
se tardó nueve años en conseguir, hasta someter totalmente (en el tercer viaje)
el imperio inca ocupando su capital, El Cuzco, que dista de Panamá en línea
recta 2.700 km.
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