(34) Almagro navegó hacia Panamá mientras
Pizarro y sus hombres se pusieron a la tarea de avanzar, descubrir y
conquistar, todo ello, como siempre, entre obstáculos y sufrimientos que les
llevaban al límite de su resistencia: “Como aquella costa es tan enferma y los
trabajos fuesen tan grandes, cada día se les iban muriendo españoles y otros se
hinchaban como odres, acongojándose muchos porque tan livianamente se habían decidido
a pasar tanto trabajo y miseria. Pizarro siempre les puso ánimos diciéndoles
que nunca mucho provecho se alcanzaba con facilidad, y que, cuando volviese
Almagro con el socorro, irían todos juntos por mar o por tierra a descubrir”.
Al
llegar a Panamá, Almagro tropezó con dos obstáculos. Iba a tener dificultades
para enrolar a soldados porque entonces Pedrarias, que daba por cierto que
Francisco Hernández de Córdoba se le había rebelado (ya lo comenté
anteriormente), “con gran saña que de él tenía, juntaba gente para ir a le
castigar”. El otro problema será consecuencia de algo que ya vimos
anteriormente: Pedrarias quiso suprimir la expedición de Pizarro, pero el
clérigo Luque logró que desistiera de hacerlo, y lo mismo ocurrió con su
intención de colocarle a Pizarro un ‘compañero’ con mando compartido. Pero lo
que cuenta ahora Cieza nos muestra a qué precio cedió Pedrarias, y nos da de
paso una moraleja. Para evitar a ese intruso, “acordaron que se le diese a
Almagro poder de capitán y que entrambos lo fuesen (Pizarro y él). Otros dicen
que Pedrarias no quería hacerle capitán, pero que Almagro tuvo sus
inteligencias para conseguirlo”. Y Cieza comenta filosóficamente, aunque opino
que, en esta ocasión, de manera injusta: “En esto no puedo afirmar cuál de ello
ser lo cierto, pero sé que ‘por mandar,
el padre niega al hijo, y el hijo al padre”.
Los dos navíos, con más gente y
provisiones, zarparon escopetados para evitar la mala sangre de Pedrarias.
Verlos llegar allá a lo lejos, en la raya del horizonte, tuvo que ser una gran
alegría para Pizarro y su atormentada tropa. Pero el brillante capitán iba a
sufrir una gran decepción al saber que, al menos documentalmente, ya no era el
único gallo en el gallinero: “Se dice que Pizarro sintió notablemente haber
Almagro procurado la provisión de capitán, creyendo que de él había salido y no
de Pedrarias; mas, como no era tiempo de fingir enemistades, disimuló el enojo,
aunque no lo olvidó. Almagro se había justificado diciendo, y podía tener razón,
que por que no se diese a extraño tal cargo, lo había tomado él, y que él no
quería salir de lo que por Pizarro fuera mandado y ordenado”. Digamos ya a
favor de Almagro que eso es lo que siguió haciendo fielmente durante mucho
tiempo, incluso aguantando carros y carretas, hasta que todo se deterioró. Y
digamos en contra de Pizarro que fue una mezquindad molestarse por que el
sufrido Almagro fuera también capitán, puesto que, de hecho, iba a seguir
subordinado a su autoridad. Cieza sabe que, con lo que anticipa de los grandes
conflictos posteriores, no descubre el final de la película, porque ya todo el
mundo lo conocía; se limita a ir señalando los puntos clave de aquel fatal
proceso.
Dejando de lado las suspicacias, siguieron
concentrados en su objetivo. Llegaron a las orillas del rio San Juan, saltaron
algunos a tierra y consiguieron en un poblado algo de oro, lo suficiente para
que creciera su esperanza de encontrarlo en abundancia, y esto le da pie a
Cieza para mostrarse sinceramente, a un tiempo, realista y religioso, diciendo
“que esta es la pretensión de los que venimos de España a estas Indias, aunque
se ha de anteponer a todo el dar a estas gentes noticia de nuestra sagrada
religión”.
(Imagen) Pizarro y Almagro, cuando
decidieron meterse en la aventura de Perú, le propusieron que se asociara con
ellos como socio capitalista a HERNANDO DE LUQUE, clérigo secular (sin voto de
pobreza), hombre con prestigio social y muy sensato. Fue una suerte que
aceptara porque, sin su capacidad de diálogo y de gestión, la empresa habría
fracasado. Puso mucho dinero, pero no arriesgó su vida. Era tan tenaz que, en
los comienzos, cuando la gente se reía de aquellos sueños, le llamaban Hernando
el Loco. Nació en Olvera (Cádiz) y llegó a Indias en 1514 con la armada de
Pedrarias. El rey le gestionó el obispado de Tumbes, pero nunca se ultimó el nombramiento
definitivo (Cieza a veces lo cita como ‘el electo’). Murió en 1533, sin poder
disfrutar del reparto del primer gran botín de Perú tras la muerte de Atahualpa.
Lo que mejor hizo fue servir de pararrayos entre Pizarro, Almagro y Pedrarias.
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