jueves, 27 de julio de 2017

(Día 444) Nuevo viaje de Almagro a Panamá, donde, para frenar a Pedrarias, que quiere disminuir la autoridad de Pizarro, se ve obligado a aceptar el título de capitán. Al llegar de vuelta, Pizarro se molesta por este nombramiento.

     (34) Almagro navegó hacia Panamá mientras Pizarro y sus hombres se pusieron a la tarea de avanzar, descubrir y conquistar, todo ello, como siempre, entre obstáculos y sufrimientos que les llevaban al límite de su resistencia: “Como aquella costa es tan enferma y los trabajos fuesen tan grandes, cada día se les iban muriendo españoles y otros se hinchaban como odres, acongojándose muchos porque tan livianamente se habían decidido a pasar tanto trabajo y miseria. Pizarro siempre les puso ánimos diciéndoles que nunca mucho provecho se alcanzaba con facilidad, y que, cuando volviese Almagro con el socorro, irían todos juntos por mar o por tierra a descubrir”.
     Al llegar a Panamá, Almagro tropezó con dos obstáculos. Iba a tener dificultades para enrolar a soldados porque entonces Pedrarias, que daba por cierto que Francisco Hernández de Córdoba se le había rebelado (ya lo comenté anteriormente), “con gran saña que de él tenía, juntaba gente para ir a le castigar”. El otro problema será consecuencia de algo que ya vimos anteriormente: Pedrarias quiso suprimir la expedición de Pizarro, pero el clérigo Luque logró que desistiera de hacerlo, y lo mismo ocurrió con su intención de colocarle a Pizarro un ‘compañero’ con mando compartido. Pero lo que cuenta ahora Cieza nos muestra a qué precio cedió Pedrarias, y nos da de paso una moraleja. Para evitar a ese intruso, “acordaron que se le diese a Almagro poder de capitán y que entrambos lo fuesen (Pizarro y él). Otros dicen que Pedrarias no quería hacerle capitán, pero que Almagro tuvo sus inteligencias para conseguirlo”. Y Cieza comenta filosóficamente, aunque opino que, en esta ocasión, de manera injusta: “En esto no puedo afirmar cuál de ello  ser lo cierto, pero sé que ‘por mandar, el padre niega al hijo, y el hijo al padre”.
     Los dos navíos, con más gente y provisiones, zarparon escopetados para evitar la mala sangre de Pedrarias. Verlos llegar allá a lo lejos, en la raya del horizonte, tuvo que ser una gran alegría para Pizarro y su atormentada tropa. Pero el brillante capitán iba a sufrir una gran decepción al saber que, al menos documentalmente, ya no era el único gallo en el gallinero: “Se dice que Pizarro sintió notablemente haber Almagro procurado la provisión de capitán, creyendo que de él había salido y no de Pedrarias; mas, como no era tiempo de fingir enemistades, disimuló el enojo, aunque no lo olvidó. Almagro se había justificado diciendo, y podía tener razón, que por que no se diese a extraño tal cargo, lo había tomado él, y que él no quería salir de lo que por Pizarro fuera mandado y ordenado”. Digamos ya a favor de Almagro que eso es lo que siguió haciendo fielmente durante mucho tiempo, incluso aguantando carros y carretas, hasta que todo se deterioró. Y digamos en contra de Pizarro que fue una mezquindad molestarse por que el sufrido Almagro fuera también capitán, puesto que, de hecho, iba a seguir subordinado a su autoridad. Cieza sabe que, con lo que anticipa de los grandes conflictos posteriores, no descubre el final de la película, porque ya todo el mundo lo conocía; se limita a ir señalando los puntos clave de aquel fatal proceso.
    Dejando de lado las suspicacias, siguieron concentrados en su objetivo. Llegaron a las orillas del rio San Juan, saltaron algunos a tierra y consiguieron en un poblado algo de oro, lo suficiente para que creciera su esperanza de encontrarlo en abundancia, y esto le da pie a Cieza para mostrarse sinceramente, a un tiempo, realista y religioso, diciendo “que esta es la pretensión de los que venimos de España a estas Indias, aunque se ha de anteponer a todo el dar a estas gentes noticia de nuestra sagrada religión”.


     (Imagen) Pizarro y Almagro, cuando decidieron meterse en la aventura de Perú, le propusieron que se asociara con ellos como socio capitalista a HERNANDO DE LUQUE, clérigo secular (sin voto de pobreza), hombre con prestigio social y muy sensato. Fue una suerte que aceptara porque, sin su capacidad de diálogo y de gestión, la empresa habría fracasado. Puso mucho dinero, pero no arriesgó su vida. Era tan tenaz que, en los comienzos, cuando la gente se reía de aquellos sueños, le llamaban Hernando el Loco. Nació en Olvera (Cádiz) y llegó a Indias en 1514 con la armada de Pedrarias. El rey le gestionó el obispado de Tumbes, pero nunca se ultimó el nombramiento definitivo (Cieza a veces lo cita como ‘el electo’). Murió en 1533, sin poder disfrutar del reparto del primer gran botín de Perú tras la muerte de Atahualpa. Lo que mejor hizo fue servir de pararrayos entre Pizarro, Almagro y Pedrarias.


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