sábado, 29 de julio de 2017

(Día 446) Bartolomé Ruiz hace un largo recorrido de descubrimiento costero y, todavía más importante, confirma la riqueza de aquella zona al encontrar a unos mercaderes de Tumbes.

    (36) Ya sabemos en qué punto estaba la situación: Almagro va hacia Panamá para conseguir refuerzos (y también, cosa bien triste, para relevar a los muertos), Pizarro y su tropa quedan a la espera en San Juan, y Bartolomé Ruiz, al mando del navío, zarpa rumbo al sur para descubrir nuevas tierras y conseguir más información. Cieza resume en exceso el viaje de Bartolomé. Completaré los datos con lo que aportan Xerez y otro relator anónimo que, casi con seguridad, era uno de los marineros del barco (no iban soldados), autor de un corto texto conocido como la crónica de Sámano, el apellido del secretario real que se lo remitió a Carlos V (y, como no doy puntada sin hilo, diré que una sobrina nieta de Sancho Ortiz de Matienzo estuvo casada con un hermano de este alto funcionario). Con escritura algo más tosca de lo habitual, este cronista anónimo va diciendo: “Bartolomé Ruiz, un piloto muy bueno, navegó con mucho trabajo y halló una bahía muy buena que puso por nombre de San Mateo, y allí vio tres pueblos grandes junto a la mar, y salieron algunos indios que venía adornados de oro y tres principales con unas diademas puestas, y dijeron al piloto que se fuese con ellos: Bartolomé dioles un hombre que se llama (Andrés) Bocanegra, que estuvo allá dos días y violes andar adornados de oro. Vuelto el cristiano acompañado de muchos indios, siguieron la costa y descubrieron tierra muy llana  de muchas poblaciones, y hallaron que estaban de la línea equinoccial a tres grados y medio perdido al norte”. Es decir, se había atravesado por primera vez en el Pacífico la mítica línea del ecuador y navegado todavía más de 300 kilómetros. Lo sabían perfectamente porque, desconociendo el cálculo exacto de la longitud, precisaban sin  embargo muy bien la altitud. Pizarro les había dado un plazo para la aventura y dieron la vuelta una vez cumplido, tras haber descubierto Cancebí, la punta de Pasaos, la isla del Gallo, la bahía de San Mateo y las tierras de Coaque. Además, aunque no llegaron a verla, habían estado muy cerca de Tumbes, una población costera que, sin ser de los incas, tenía una cultura muy desarrollada.
     Y sigue contándonos el ‘anónimo’: “Según navegaban, tomaron un navío en el que venían unos veinte hombres (eran de Tumbes); se echaron al agua once dellos, y tomados los otros, el piloto echó en tierra ocho para que se fuesen, y se quedó con tres dellos (o sea que eran 22); a estos tres, que quedaron como lenguas (intérpretes) hízoles muy buen tratamiento y trújolos consigo, e luego tomaron nuestra lengua muy bien”. Uno de los intérpretes se integró después completamente en la cultura hispana; conocido durante mucho tiempo como Martinillo, terminó por ser Don Martín y le premiaron sus servicios con una encomienda de indios. Otro de ellos, al que llamaron Felipillo, intervino mucho en los asuntos de Perú, aunque su trayectoria fue bastante conflictiva. El cronista, además, explica la perfección técnica de la   nave, y después nos muestra con detalle el valor de la mercancía que transportaban (sin duda, se dedicaban al comercio), todo ello prueba evidente de la gran riqueza y refinamiento de la zona de Tumbes: “Traían muchas piezas de plata y de oro para adorno de sus personas, y para hacer rescate (intercambio) con quienes  iban a contratar, coronas y diademas y cintos y puñetes y armaduras, y tenazuelas y cascabeles, y sartas y marcos de cuentas, y espejos guarnecidos de la dicha plata, y tazas y otras vajillas para beber. Traían muchas mantas de algodón y camisas y otras muchas ropas, todo lo más dello muy labrado de labores muy ricas, de colores de grana y carmesí y azul y de todos los colores, con figuras de aves, animales, pescados y arboledas. Tenían piedras de esmeraldas y otras piedras y pedazos de cristal”.


     (Imagen) Los indios que los españoles cogían para ser intérpretes eran tratados con mimo por su gran utilidad, aunque, a veces, les respondían con la traición. No fue el caso de Martinillo, originario de Tumbes y siempre fiel a los españoles. La imagen representa el momento en que Batolomé Ruiz lo apresó junto a otros nativos. Jugó papeles de relevancia al lado de Pizarro, su padrino en el bautizo, que le dio el nombre de Martín Pizarro. Se enriqueció y se estableció como un español más (al que se le daba el selecto trato de ‘Don’), hasta el punto de que figura anotado en el acta de la fundación de Lima. Se le torció la suerte en las guerras civiles por apostar al caballo perdedor, Gonzalo Pizarro, y fue castigado. Tuvo el coraje de presentarse en España para conseguir un título de nobleza, pero murió prematuramente en Sevilla mientras esperaba la llegada de su mujer, Luisa de Medina, y de su hija, Francisca, cuyo nombre es revelador.



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