lunes, 24 de julio de 2017

(Día 441) A los 60 días llegan a Pueblo Quemado. Enfrentamiento con indios caníbales y primera vez que Pizarro está a punto de morir. Mueren cinco españoles.

     (31) Prueba, tristemente, superada. Página pasada; había que seguir escribiendo el heroico ‘libro’, siempre con la vista al frente. Llegaron navegando a una entrada de la costa a la que llamaron Puerto de la Candelaria por ser la fiesta del día, y allí conocieron otra pesadilla que les iba a acompañar constantemente: las lluvias torrenciales y los mosquitos: “Caían tantos y tan grandes aguaceros, con grandes relámpagos y truenos, que no podían andar; la ropa se les pudría y se les caían a pedazos los sombreros; los mosquitos les fatigaban, porque, donde hay muchos, es gran tormento”. Los indios sabían que merodeaban por la costa y huían. Llegaron a un poblado que había quedado vacío, y tuvieron ocasión  de ‘rapiñar’ alimentos y algo de oro; y también de tropezar con lo macabro: “Hallaron mucho maíz y carne de puerco, y tomaron más de seiscientos pesos de oro fino en joyas (cerca de dos kilos y medio); y en las ollas de los indios que hallaron al fuego, entre la carne para comer, se vieron algunos pies y manos de hombres”.
     El lugar era poco hospitalario y decidieron seguir navegando. Setenta días después de su salida de Panamá, llegaron a un lugar que llamaron Pueblo Quemado (otro nombre deprimente) y continuaron los apuros. Fueron atacados: “Un cristiano a quien llamaban Pedro Vizcaíno, después de haber muerto a algunos indios, le dieron tales heridas, que murió de ellas; y de un apretón que dieron mataron a otros dos españoles”. Los indios volvieron de nuevo, mataron a dos españoles más, hirieron gravemente a veinte, y Pizarro, que siempre estaba en primera línea, se vio en serios apuros: “Conocían los indios que Pizarro era el que más mal les hacía, y deseando de lo matar, cargaron muchos sobre él y diórenle algunas heridas, y tanto le fatigaron, que le hicieron ir rodando una ladera ayuso, pero llegando a lo más llano, se puso en pie con su espada alta y, con determinación de vengar él mismo su muerte, hirió a los primeros que llegaron, matando a alguno”. El cronista Francisco de Xerez, soldado-escribano de Pizarro, fue testigo de los hechos y da un detalle más preciso: “El capitán Pizarro fue herido de siete heridas, la menor dellas peligrosa de muerte”. Llegó rápida la ayuda de sus compañeros y Pizarro pudo salvarse (valga como muestra de que cada amanecer podía ser el último). Los indios  quedaron desmoralizados y Cieza saca a relucir el fondo providencialista de su alma: “Y aunque los naturales, siendo muchos, tuviesen el designio de matar a los españoles, que eran unos sesenta, les temían extrañamente, y no sé a qué se puede deber sino a Dios todopoderoso, que, cegando el entendimiento de los indios, ha permitido que los españoles se salven en tan grandes peligros”.  Pero lo cierto es que esa confianza ‘insensata’ fue un componente esencial de los grandes éxitos y también de los grandes fracasos de los españoles en Indias, porque eran profundamente creyentes. Continuaron la ruta marítima hacia un lugar llamado Chicama. No alcanzaron a ver que Almagro pasaba de largo con un barco de ayuda y provisiones. En Chicama se repitió la decisión de enviar la nave que tenían a Panamá, para repararla, llevar el ‘argumento’ del oro conseguido, cargar mercancía y animar  a que se enrolara más gente en la expedición, quedando la tropa a la espera.


     (Imagen)  Debido al retraso por la espera de provisiones, tardaron 70 días en llegar a Pueblo Quemado, donde tuvieron una dura batalla. No bastaba ser valiente: hacía falta suerte para alcanzar la gloria. La inmensa América escondía pocas civilizaciones rutilantes. En el norte no hubo ninguna. En el centro, el gran imperio azteca, para suerte de Cortés. ¿Habría más? Pizarro siguió sin desmayo hacia el sur durante nueve años de infierno, confiando en Dios y en los indicios cada vez más abundantes de la existencia de otro gran pueblo,  y conquistó el Perú. Otros continuaron buscando maravillas, pero nadie alcanzó éxito semejante. Quizá habría que poner en tercer lugar, pero a mucha distancia, el triunfo de Gonzalo Jiménez de Quesada en Colombia.


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