sábado, 30 de diciembre de 2017

(Día 578) Los cañaris, confiados en el apoyo español, luchan contra los hombres de Rumiñahui. Nota negra en el historial de Belalcázar: da muerte a mujeres y niños de enemigos huidos. Luego vuelve a Quito al saber que había llegado allí Almagro en su persecución de Quizquiz, al que matan sus propios aliados.

     (168) Esa circunstancia nos va a permitir ver lo importante que fue siempre para los españoles la ayuda de los indios cañaris. Odiaban a los atacantes debido al terrible daño que les habían hecho por orden del vengativo Atahualpa cuando luchaba contra su hermano Huáscar: “Los cañaris, confederados de los cristianos, habían sabido de estos movimientos de los indios. Quito tiene  una fortaleza que mandaron hacer los reyes incas, fuera de la cual estaban rondas y centinelas cañaris que pudieron oír el estruendo de los indios que venían de guerra y dieron aviso a Belalcázar, el cual mandó que los de a caballo y los peones saliesen a la plaza para resistir a los enemigos. Los cuales supieron por el tumulto que oían que los habían sentido, y abriendo las bocas daban grandes voces con muchas amenazas, como lo tienen siempre de costumbre. Los cañaris, confiados en la ayuda de los españoles, fueron a darles batalla, viéndose en la noche por la lumbre que daban muchas casas de la ciudad que los guerreros del bando de Ruminhaui habían quemado. Duró la pelea entre unos indios y otros hasta que, queriendo venir el día, se retrajeron los que habían venido contra la ciudad. Salieron los de a caballo tras ellos, alcanzándolos,  y mataron e hirieron a tantos de ellos, que fueron escarmentados y tuvieron por bien no volver más”.
     Entretanto, Rumiñahui huía de Ruy Díaz y sus hombres, por lo que estos aprovecharon la salida para conseguir un botín: “Tomaron ropa fina y otras preseas ricas, algunos vasos y vajillas de oro y plata, y muchas mujeres muy hermosas con que se volvieron a dar cuenta al capitán”. Añade algo muy duro sobre Belalcázar. Partió, antes de que volviera Ruy Díaz, hacia Cayambe porque algunos indios le aseguraron que allí encontraría gran parte del tesoro. Fue poco lo que halló, pero, de camino, hizo una barbaridad: “Llegados a un pueblo que se dice Quioche, dicen que, hallando muchas mujeres y muchachos solos porque los hombres andaban con los capitanes indios, mandó que los matasen a todos, sin tener culpa ninguna. ¡Crueldad grande!”. Belalcázar no siguió adelante porque le pasaron aviso de que Almagro había llegado a Quito; así que dio la vuelta.
     Sin duda la llegada de Almagro a Quito le alarmó a Belalcázar, que no quería moscones alrededor. De manera que el escenario se nos va a complicar extraordinariamente con el trío Belalcázar, Almagro, Alvarado, en un revoltijo de confusiones y sospechas. Primero explica Cieza por qué se había presentado allí Almagro: “El capitán Quizquiz, con muchos indios de las comarcas, se revolvió sobre la ciudad del Cuzco. Mandó Almagro preparar cincuenta de a caballo y peones, y salió con Soto a darles batalla a los indios; les alcanzaron y mataron e hirieron muchos de ellos. Quizquiz había apresado a más de sesenta anaconas (indios de servicio) de los españoles. Almagro peleó contra sus indios, los cuales le hirieron a él y a su caballo, pero el Quizquiz, no pudiendo prevalecer contra los españoles, después de haber muerto los anaconas e las indias que tenía, se fue con los indios guamaraconas que le acompañaban camino de Quito sin haber podido conseguir ninguna cosa en las que pensó. Alababan que fue capitán de mucho ánimo y muy sabio. Matáronlo los mismos guamaraconas que con él iban cerca de Quito, en el pueblo de Tracambe”.


    (Imagen) Cieza nos muestra a Belalcázar matando a mujeres y niños. Y exclama: “¡Crueldad grande!”. Aunque era un hombre duro, no se comportaba así habitualmente. En la historia de las Indias hay de todo, incluso una galería de monstruos que, paradójicamente, tuvieron cualidades admirables. Se lleva la palma Lope de Aguirre. También fueron  implacables Nuño Beltrán de Guzmán en México y Pedrarias Dávila en Panamá. Y hubo otros, menos conocidos pero tanto o más crueles. Pronto veremos en acción a Francisco de Carvajal, que se ganó a pulso el apodo de Demonio de los Andes. Fue sobresaliente en lo bueno y en lo malo: cruel y sarcástico, pero también inteligente, heroico y hasta con sentido del honor. Nació hacia 1468 en Arévalo (Ávila). Estuvo en México y de allí pasó a Perú en 1536, enviado para luchar contra Manco Inca. Pero, muerto Pizarro, estuvo del lado de su hermano Gonzalo contra Almagro. Esa participación en las guerras civiles lo convirtió en una leyenda de bravura y de crueldad, y además, no solo contra los indios, sino especialmente contra los españoles del bando contrario. Siempre leal a Gonzalo Pizarro, fue ejecutado junto a él (exhibiendo un irónico estoicismo) al perder la batalla de Jaquijaguana (es asombroso que tuviera más de 80 años). El cronista Zárate anotó: “Fue muy cruel; mató mucha gente por causas muy livianas, y algunos sin ninguna culpa, y lo hacía sin tener de ellos ninguna piedad, antes diciéndoles donaires y cosas de burla”. Y Francisco de Xerez añade: “Tenía fama de mala y cruel condición, que por cualquier sospecha mataba a quien le parecía que no le estaba muy sujeto”.


viernes, 29 de diciembre de 2017

(Día 577) Belalcázar entra en Quito. Antes, Rumiñahui, con gran crueldad, mata a las princesas incas que no quisieron abandonar la ciudad. Gran decepción de los españoles por no encontrar el oro esperado. Salen en busca de Rumiñahui. Los indios preparan un gran ataque.

     (167) Cieza deja de momento a los dos capitanes incas con sus preparativos de guerra, y enlaza de nuevo con las peripecias de Belalcázar en su lucha contra otro gran rebelde, Rumiñahui, de quien nos muestra su estilo brutal. En un enfrentamiento con un grupo de indios, Belalcázar los hizo retroceder hasta Quito: “Los indios de guerra, aunque habían sido desbaratados antes, hacían rostro a los españoles, y cerca de Quito se hicieron fuertes en una quebrada algo áspera, desde donde tiraron tantos tiros que les hicieron detener a los españoles algún rato, pero juntándose subieron a ganarles el fuerte, y los indios, que lo tuvieron que dejar sufriendo muchas muertes, fueron a la ciudad de Quito dando grandes voces a los que allí estaban para que sin más dilación se fuesen a la sierra. Y así lo hicieron, con gran turbación, pareciéndoles que los caballos estaban encima de ellos. Había muchas señoras principales de los templos y de las que habían sido mujeres de Huayna Cápac y de Atahualpa. Rumiñahui las habló cautelosamente (astutamente), diciéndoles que, como los españoles iban a entrar en la ciudad, que las que quisiesen salir con él se pusiesen en camino, y las demás mirasen por sí, porque eran tan malos y lujuriosos que las tomarían a todas para deshonrarlas. Algunas salieron sin más aguardar; las otras, que eran más de trescientas, dijeron que no querían salir de Quito, sino quedarse y aguardar lo que sus hados de ellas ordenasen. Rumiñahui, llamándolas pampairunas (en quechua, prostitutas), las mandó matar a todas, según me contaron, siendo algunas demasiadamente hermosas y gentiles mujeres”.
     Rumuñahui partió con su ejército, y los españoles entraron en Quito sin ninguna resistencia. Habían llegado por fin a su objetivo: una ciudad a la que se consideraba llena de tesoros. Pero fue  un fiasco: “Los andaban buscando, pero no hallaron ninguno, y fue causa de que su alegría se volviese en tristeza. Preguntaba Belalcázar a los indios dónde estaba el tesoro de Quito, y respondían como espantados que Rumiñahui se lo había llevado y ninguno de los que lo sacaron en cargas estaba vivo, porque se dice que los mató a todos para no pudiesen descubrir dónde se puso tanta grandeza. Los españoles estaban llenos de melancolía, pues, por venir a aquella jornada, habían gastado y trabajado mucho. Tenían grande odio a Rumiñahui, de quien llegó noticia a la ciudad de que estaba hecho fuerte a poco más de tres leguas de allí. Cuando lo supo Belalcázar, mandó a Pacheco que con cuarenta hombres saliese una noche y procurase de lo prender”. Le informaron a Rumiñahui sus espías de esta salida y se refugió en una población llamada Cayambo: “Mandó Belalcázar que entonces fuese Ruy Díaz contra él con setenta españoles de a pie. Había entre los anaconas (criados indios) algunos que avisaban a los indios de todo lo que los españoles determinaban, y les comunicaron que los españoles que quedaban eran pocos y la mayoría enfermos. Se juntaron  más de quince mil hombres de guerra para ir contra la ciudad de Quito y matarlos, y llegaron allí a la segunda vigilia de la noche”.


    (Imagen) Allá donde el dios Sol reina a más altura, en la línea equinoccial, fue fundada Quito (varias veces). A los quiteños les alcanzó la expansión inca, aunque se resistieron tanto que solo pudo someterlos definitivamente Huayna Cápac, nacido en territorio cercano y padre de Atahualpa. Los incas convirtieron la ciudad en la capital de la mitad norte de todo su territorio, pero después de haber tratado a los derrotados pueblos indígenas con una dureza implacable. El historiador quiteño Jorge Salvador Lara dice: “El bárbaro sistema de la dominación incaica, aunque traía consigo notables avances culturales, fue también expresión de una implacable ferocidad, verdaderos genocidios que significaron el exterminio de las poblaciones rebeldes. No alcanzamos a imaginar la magnitud de los destierros de la población ecuatoriana mediante el sistema de los ‘mitimaes’; provincias enteras quedaron despobladas, yendo sus habitantes a vivir y morir en lejanos confines de Bolivia y Perú. En algunas zonas, las masacres fueron terribles. Se dio el caso de etnias enteras en las que sobrevivieron apenas los niños. El exterminio de la batalla de Yahuarcocha marca un jalón del heroísmo quitense en su lucha contra el imperialismo incaico, que solo admite parangón con la tragedia en Massada  de los israelitas contra Roma”.


jueves, 28 de diciembre de 2017

(Día 576) Se reparte el gran tesoro del Cuzco (con igualdad para los hombres llegados con Almagro). Señalan un lugar para la iglesia y dan por refundada la ciudad del Cuzco nombrando los cargos municipales. El capitán Quizquiz prepara gente para hacer la guerra a los españoles.

     (166) Se hizo el reparto de aquella extraordinaria riqueza, en el que Cieza da por hecho que hubo robos, y se organizó la ciudad al estilo español: “Pizarro mandó que se recogiese el oro y plata en una casa principal, y así se hizo. Se recogió todo en un gran montón, y habiéndose robado lo que buenamente se puede creer, se hicieron cuatrocientas ochenta partes que se repartieron entre los españoles. Dicen algunos que fueron de cuatro mil pesos cada una (unos 16 kilos de oro)”. No precisa Cieza que antes se había apartado la quinta parte del total para el rey, ni que Pizarro, Almagro y los capitanes tenían mayor botín que los soldados de a pie. Lo que resulta notable es que se respetó lo acordado en Cajamarca, de manera que el reparto fue igual para los veteranos y para los que llegaron con Almagro después del apresamiento de Atahualpa.
     Tras la concesión a la avaricia, se dedicaron a cosas más respetables: “Pareciole a Pizarro que estaría bien entender en lo principal, que tocaba al servicio de Dios, y así, luego que entró en la ciudad del Cuzco, la limpió de la suciedad de los ídolos, señalando iglesia en un lugar decente para decir misa y que el evangelio fuese predicado, para que el nombre de Jesucristo fuese loado, y además por los caminos se pusieron cruces, que fueron gran terror para todos los demonios, pues les quitaban el dominio que tuvieron en aquella ciudad. Y hecho esto, dijo a un escribano que le diese por testimonio cómo tomaba posesión de aquella ciudad, como cabeza de todo el reino de Perú, en nombre del emperador don Carlos, quinto de este nombre, rey de España, y de ello señaló testigos, nombrando alcalde y regidores, con lo que quedó reedificada la ciudad del Cuzco”. Juan Ruiz de Arce añade un dato que nos hace comprender cómo funcionaba la ocupación de las tierras: “Juntose aquí mucho oro y plata, y fue tan buena esta fundición como la primera (la de Cajamarca). Fundamos allí un pueblo, en la misma ciudad del Cuzco, de sesenta vecinos, y repartiose toda su tierra. Hubo conquistador al que  le dieron de repartimiento cuarenta mil vasallos; a todos los que allí quedaron (como vecinos permanentes), les dieron por lo menos cinco mil vasallos”. Todo un drama para los incas, aunque consecuencia de una ley de la historia humana, al menos en los viejos tiempos. Así nos dominaron, entre otros, los romanos, los visigodos, los árabes…, pero también los que invaden, hasta sin pretenderlo, aportan beneficios.
     Los grandes capitanes incas no podían resignarse y echaban pestes de sus derrotas y de los españoles. Añade Cieza: “Incoravayo y Quizquiz estaban todavía acompañados de mucha gente de guerra, así de los vecinos del Cuzco como de los mitimaes (indios trasladados de otras zonas y al servicio obligatorio de los incas). Tenían crecido dolor de ver que los españoles se habían apoderado de la ciudad, quejábanse de sus dioses y gemían por los incas; maldecían el nacimiento de Huáscar y Atahualpa, pues por sus pendencias y vanas porfías pudieron los españoles haber ganado tan gran tierra”. Los dos capitanes incas buscaron alianzas de otros pueblos indios para atacar a los españoles.


     (Imagen) Lo que vemos en la imagen podía ser algún lugar español de las provincias de León o Cuenca, o Valladolid… pero es el Cuzco, con su hermosa catedral. Fue una ciudad ‘refundada’ por Pizarro sobre la rutilante capital incaica, la joya de la corona, en la que se diseñó un trazado europeo con preeminencia del edificio de la iglesia y con parcelas para que edificaran casas los vecinos que se iban a quedar en el lugar bajo el gobierno de las autoridades nombradas, mientras la tropa seguía adelante dedicada a lo suyo,  ampliar la conquista y asegurar su defensa. Así una y otra vez, sin parar nunca. Los españoles destruyeron en las Indias gran parte de un mundo y de su cultura, pero establecieron un nuevo mundo y una nueva cultura, y además, mestiza. Casi todo lo que crearon, quedó en pie para siempre. Asombra saber que, desde los tiempos  de Colón hasta la llegada de los españoles al Cuzco en 1534, en solo 42 años se habían fundado en las Indias 137 poblaciones, de las que solamente han desaparecido 27. Y el frenético impulso continuó. Cuarenta años más, y toda la tarea quedó terminada: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. Pasión por conquistar y pasión por dejar poblaciones vivas que duraran eternamente. Eran grupos tan minúsculos y vulnerables como las semillas de las plantas, pero demostraron ser igualmente fecundos.


miércoles, 27 de diciembre de 2017

(Día 575) Antes de entrar en el Cuzco, salió Manco Inca a rendirle pleitesía a Pizarro. Algunos indios lo vieron mal y se rebelaron. Pizarro mandó a Soto y a Juan Pizarro que fueran a controlarlos, pero ya habían prendido fuego en el Cuzco y se habían ido con parte del tesoro. Llegó Pizarro con su gente, y vieron que quedaba todavía un tesoro fabuloso.

     (165) Luego aporta Cieza algunos detalles sobre la llegada al Cuzco. Tal como lo contaba Pedro Pizarro, parecía que entraron todos los españoles al mismo tiempo, pero no fue así, ni tampoco explicaba un incidente provocado por los indios. Ya vimos que Pizarro alcanzó a Soto y Almagro en Jaquijaguana, muy cerca de la meta, adonde se le acercó Manco Inca. Oigamos a Cieza: “Había salido del Cuzco Manco Inca Yupanqui, hijo de Huayna Cápac, a quien de derecho, dicen algunos, pertenecía el señorío de su padre. Mas como vio cuán mal les había ido, entendió que los españoles habían de quedar con el mando en todo el reino, pareciéndole sano consejo confederarse con ellos. Se fue adonde Pizarro acompañado de uno de sus caballeros; Pizarro, al conocerlo, se holgó. Tratolo bien y mandó que lo honrasen. Cuando lo supieron los capitanes y parientes suyos, les pesó notablemente, y con gran desesperación determinaron, puesto que no podían prevalecer contra los españoles, ir a la ciudad a poner fuego en los edificios reales y llevar los grandes tesoros, para que tan grandes enemigos suyos no  los tuviesen; y lo pusieron por obra. Uno de ellos mismos se presentó ante Pizarro y le avisó de la hazaña que iban a hacer los indios, por lo que ordenó que Juan Pizarro (sigue todavía con poco protagonismo el gran Gonzalo Pizarro) y Hernando de Soto, con la mayor parte de los caballos, fuesen a paso largo para, entrando en el Cuzco, impedir que los indios arruinasen la ciudad, y aunque se dieron prisa, habían ya entrado los indios y robado (qué raro que Cieza diga ‘robado’; un lapsus) mucho tesoro, saqueando el templo, llevándose las doncellas sagradas y poniendo fuego en alguna parte. Cuando Hernando de Soto y Juan Pizarro entraron en la ciudad, remediaron lo que pudieron, de arte que el incendio cesó; poco después Pizarro llegó con el resto de la gente a la ciudad”.
    Toda  la tropa de Pizarro entró en el Cuzco el mes de octubre de 1534, sin ninguna resistencia porque, “cuando supieron los indios que los españoles les venían a las espaldas, salieron de la ciudad llevando a toda la gente joven que había de hombres y mujeres, que pocos quedaron que no fuesen viejos y cansados, inútiles para la guerra”. El didáctico Cieza nos pone en situación: “La ciudad del Cuzco era la cabeza del gran imperio de los incas, donde estaba la corte de ellos, el solemne templo del sol y sus mayores grandezas. Fue fundada por Manco Cápac (parece ser que hacia el año 1200), del cual tiempo hasta Huáscar, reinaron once príncipes”. Luego explica que, a pesar del botín que se sacó de la ciudad para pagar el rescate de Atahualpa y de lo que se llevaron, Quizquiz primero, y luego los indios cuando huyeron, quedaba mucho: “Cosa de grande admiración, pues ningún tesoro fue tan grande como el que quedó, ni en todas las Indias se halló tal riqueza. Pues cuando entraron los españoles y abrían las puertas de las casas, hallaban rimeros de piedras de oro de gran preso y grandes vasijas de plata. En la casa real del sol se hallaron grandezas no vistas ni oídas”.


     (Imagen) Habrá que mandar al panteón de las vidas truncadas a JUAN PIZARRO ALONSO porque solo tenía unos 26 años cuando murió, como veremos, luchando en el Cuzco contra los indios del rebelado Manco Inca. Los cuatro hermanos Pizarro fueron dignos hijos del legendario militar Gonzalo Pizarro Rodríguez de Aguilar, alias el Largo (por su altura), el Tuerto (desde que luchó en Granada) y el Romano (por la guerras de Italia). En su testamento legitimó a todos sus hijos bastardos (el único que tuvo ‘como Dios manda’ fue Hernando). Algunos detalles de las actuaciones de Juan Pizarro lo muestran como un tipo valioso (todos los hermanos lo fueron) y con fuerte carácter, pero su aparición en las crónicas tiene un relieve muy escaso. De no haber fallecido tan pronto, su papel habría sido decisivo en las guerras civiles.  Pero, tras su muerte y como si se tratara de un capricho de los dioses, todo se iba a orientar hacia el gran protagonismo  y la tragedia de Gonzalo Pizarro (el más joven de los hermanos), porque se convirtió en un líder solitario al ser asesinado Francisco Pizarro y permanecer Hernando Pizarro preso muy largo tiempo en España. Solo falta en la muy hermosa plaza de Trujillo un recuerdo visible de Juan y Gonzalo (que eran hermanos de padre y madre), porque también Hernando tiene el  suyo.


martes, 26 de diciembre de 2017

(Día 574) La sed los desespera. Un negro encontró cañas que contenían agua y fue suficiente. Cieza abandona de momento a Alvarado y enlaza de nuevo con las andanzas de Pizarro, juzgando duramente que ejecutara a Caracuchima.

     (164) No conseguían encontrar la ruta que llevaba a Quito a pesar de haberlo intentado en todas las direcciones y siguieron pasando penalidades. El caso es que debían de estar bastante cerca de Quito porque allí seguía cayendo ceniza del volcán quiteño Cotopaxi, al que hizo referencia antes Cieza: “Llegaron a un gran cañaveral, donde se les dobló la angustia y creció la sed al ver que no había agua, porque siempre hay manantiales en los cañaverales. Andando un negro cortando de estas cañas para hacer alguna ramada, halló que tenían dentro agua abundante, y con mucha alegría dio la buena noticia, de lo que todos se holgaron, y aunque era tarde, cortaron muchas cañas, donde hallaran tanta agua que bebieron todos y los caballos”. De vez en cuando, sufrían ataques de los indios y la marcha era calamitosa: “El Adelantado por su parte y el licenciado Caldera por la suya, iban caminando con gran trabajo y  fatiga, y el hambre que tenían era tan canina que no dejaban de comer caballo que muriese, lagartijas, ratones, culebras y todo lo que podían meter en la bocas, aunque fuesen de estas bascosidades (asquerosidades). Mas, cuando supieron que Diego de Alvarado había hallado tierra fácil, tomaron tanto esfuerzo que parecían tener en poco el trabajo pasado y no veían la hora de verse de pie en tal tierra porque, con sus trabajos y hambres, ya no piaban tanto por el oro de Quito como al principio”.
     Cieza abandona a Pedro de Alvarado en ese punto (más adelante continuará con sus peripecias) y vuelve al momento en que Pizarro y sus hombres avanzaban hacia el Cuzco. Ya nos lo contaron otros cronistas, pero le tomaré algunos comentarios que completan ‘el cuadro’. Menciona la muerte de Caracuchima, y, como es habitual en él, critica la ejecución como si fuera basada en infundios, cuando, en realidad, lo lógico era pensar que el gran capitán de Atahualpa, en cuanto pudiera, liquidaría a los españoles: “Pizarro traía preso a Caracuchima, del cual dicen, si no fue inventado, que, cuando Pizarro dividió sus tropas, se holgó de que los indios podrían matar a los españoles, y que envió un mensajero al capitán Quizquiz para que se mostrase valiente en procurar su muerte, y que tuvo aviso Pizarro de lo que tramaba Caracuchima. Pizarro llegó al valle de Jaquijaguana, donde tornó a ser informado por algún indio, que estaría borracho (la imparcialidad de Cieza se tambalea), de que Caracuchima hacía aquella junta de gente para matar a los españoles y quedar libre. Entendidas estas cosas por Pizarro, mandó quemar a este capitán Caracuchima sin querer oír justificaciones ni defensas, tan desastrosamente y con muerte tan temible”. Sin embargo, está comprobado que fue Manco Inca quien le advirtió a Pizarro del peligro de Caracuchima, y que, tras ser interrogados los mensajeros de este, confirmaron que estaba conspirando para matar a los españoles. A lo que hay que añadir que la decisión de ejecutarlo la tomó Pizarro con la conformidad unánime de sus capitanes. Cieza se despide de Caracuchima resaltando sus méritos: “Fue Caracuchima de gran reputación entre los indios; Atahualpa no hizo ningún gran hecho sin él, y él, sin Atahualpa, muchos. Fue opinión entre los mismos indios que si Caracuchima se hallara en Cajamarca cuando los españoles entraron en ella, no tan fácilmente consiguieran su propósito”. No parece que los otros dos grandes capitanes, Quizquiz y Rumiñhaui, valieran menos, ni tampoco el mismo Atahualpa, que fue quien los dirigió en la durísima guerra civil contra Huáscar.


    (Imagen) Era muy antigua la existencia de ESCLAVOS NEGROS en Europa. Llegaron también pronto a las Indias porque se prohibió esclavizar a los nativos y tenían más resistencia que ellos. Pizarro tuvo permiso para llevar cincuenta esclavos negros, entre los cuales debía haber, al menos, un tercio de mujeres. Pasaban peligros y penalidades, pero no luchaban (hubo casos en que lo hicieron voluntariamente). Solo valían por su utilidad, a pesar de ser cristianos. En las crónicas casi  nunca se habla de ellos, salvo por algo anecdótico. A veces mostraron afecto por sus amos, como uno que le salvó la vida a Almagro en un ataque indio. Y también hubo españoles que los trataron con respeto: Núñez Cabeza de Vaca, durante su tremenda odisea de nueve años caminando desde Florida a California, siempre consideró como compañero al negro Estebanico. Algunos obtuvieron la libertad, los llamados ‘horros’. Y también los hubo en rebeldía, que siempre acababa mal para ellos, como cuando Pedro Ortiz de Matienzo (sobrino de Sancho) derrotó a un nutrido grupo de ‘cimarrones’ en Santo Domingo. Honor y gloria al jesuita catalán san Pedro Claver por haberse entregado en cuerpo y alma a los esclavos que llegaban de África al puerto de Cartagena de Indias, hasta tal punto que algunos compañeros suyos lo consideraban trastornado. Sería cómico ver el ‘cabreo’ de los españoles cuando el santo obligaba a respetar el turno de los esclavos en la fila que se formaba ante su solicitado confesonario.


lunes, 25 de diciembre de 2017

(Día 573) Alvarado y los suyos siguen perdidos; empieza el hambre. Se enferman y un soldado enloquece por la fiebre. Mueren algunos, y Cieza avisa a sus lectores de que es una locura ir a las Indias.

     (163) Uno de los capitanes, don Juan Enríquez de Guzmán consiguió, de momento, algo importante: encontró en un poblado abundantes alimentos. Le avisó a Alvarado, a quien Cieza nos muestra como un líder comprensivo, indicando al mismo tiempo que la tropa se veía en serios apuros: “Con los trabajos que pasaban y malas comidas que comían adolecían muchos españoles, los cuales andaban con demasiada fatiga; como Alvarado viese con tanta pena a uno de estos enfermos, él mismo lo puso con sus manos en su caballo, que fue causa de que algunos de los que iban a caballo le imitasen, y como mejor pudieron llegaron al lugar donde Juan Enríquez de Guzmán estaba aguardándolos. Y estuvo el Adelantado con su gente en él algunos días comiendo el bastimento que tenían los naturales para sustentación de sus vidas”. Cieza lo lamenta por los indios, pero siempre los ejércitos en semejante situación han practicado la requisa.
     La desesperación aumentaba: “Continuamente enfermaban españoles; no tenían camino cierto que los llevase a Quito. Con acuerdo de los principales, el Adelantado determinó que saliese gente por todas partes a ver si se podía hallar camino. El mal que daba a los españoles era una fiebre como modorra. Uno de los enfermos, que se decía Pedro de Alcalá, como se le agravase la fiebre, sacando una espada y a grandes voces, dijo: “¿Quién dice mal de mí?”, y de una estocada mató su caballo, y de otras dos, sin que se lo pudieran impedir, mató otros buenos caballos, en tiempo en que valía en el Perú un caballo unos tres mil castellanos. Cuando iba a herir a un negro, le echaron una cadena”. Si ya era una barbaridad lo que le costó al cronista Ruiz de Arce el caballo que le mataron, unos seis kilos de oro, el valor que les da ahora Cieza es el doble.
     “En este tiempo, los que habían salido a buscar camino, se volvieron sin poderlo topar por los muchos ríos y pantanos que hallaban, por lo que todos tenían gran congoja por verse metidos en tierra tan mala. El capitán don Juan Enríquez de Guzmán, de quien cuentan que era caballero muy noble y honrado (sus dos apellidos eran de la más alta nobleza), le dijo al Adelantado que por le servir quería salir a buscar camino por alguna parte”. Y nuevamente va a ser Juan Enríquez de Guzmán  quien, acompañado del capitán Luis Moscoso, encuentre otro poblado con provisiones. Mandó aviso a Alvarado y llegó pronto la atormentada tropa: “Estando allí varios días, se murieron algunos españoles”. Cieza no puede evitar un sensato comentario dirigido a quienes lo leyeran: “Morían con mucha miseria, sin tener refrigerio ni más que trabajos de caminar, por colchones la tierra y por cobertura el cielo, y solo alguna raíz de yuca y maíz para comer; lo digo para que entiendan en España los trabajos tan grandes que pasamos en estas Indias los que andamos en descubrimientos, y cómo se han de tener por bienaventurados los que, sin venir acá, pueden pasar el curso de esta vida tan breve con alguna honestidad”. Está ‘predicando’, pero no le faltaba razón, y eso que se olvida de añadir los horrores de las batallas y la constante compañía de la muerte. Como devoto cristiano, él le da también importancia al lastre de deshonestidad que, inevitablemente, formaba parte del oficio de conquistador.


     (Imagen) Alvarado no consigue encontrar la ruta de Quito: desesperación, hambre, enfermedades y muertes. Cieza se limita a mencionar los nombres de dos españoles que van en busca de la dirección correcta. Pero el segundo que cita era nada menos que Luis Moscoso de Alvarado, uno de los más grandes y heroicos entre los personajes que han quedado medio olvidados a pesar de su enorme mérito. Ya antes de llegar a Perú, había participado en todas las campañas de Pedro de Alvarado, tío suyo, por cuyo mandato fundó en 1530 la ciudad de San Miguel (El Salvador). Le veremos pronto luchando junto a Pizarro y Almagro. Hizo mucha amistad con el gran Hernando de Soto y juntos volvieron a España en 1536, donde se asociaron para emprender una locura: ir a conquistar la Florida. En aquel interminable calvario, Soto murió de fiebres. Sus hombres lo lloraron y poéticamente sumergieron su cuerpo en las aguas de aquel Misisipi que habían descubierto. Aunque dieron con grandes hallazgos geográficos, la expedición fue un fracaso. Quedaba por resolver un gravísimo problema: las dificultades para regresar. Pero lo superaron gracias a un gran líder, Luis Moscoso, y al valor de bajar en rústicas barcazas por las difíciles aguas del impresionante río, lleno de indios hostiles. Después Moscoso entró al servicio del extraordinario virrey Antonio de Mendoza, al que acompañó a Perú, y allí murió el año 1551.


sábado, 23 de diciembre de 2017

(Día 572) Cieza se apiada de los indios, pero considera que Dios los castiga por sus pecados (el ‘nefando’ y el del canibalismo). Alvarado no encuentra el camino hacia Quito y la situación se vuelve preocupante.

     (162) Cieza, una vez más, se apiada de la situación de los indios, pero poco después, llevado por su lógica providencialista, lo vamos a pillar en flagrante contradicción: “Como mejor pudieron se metieron en camino, llevando la mayoría de la carga los miserables hombres  naturales de Guatemala, a los que tan cara les costó esta jornada, y quiera Dios que no les cueste a las ánimas de los cristianos que lo causaron”. En Jipijapa consiguieron bastante oro, pero querían más: “Todo les parecía poco, aguardando a henchir sus manos en Quito. Afirmáronme algunos caballeros honrados, de los que entraron en este reino con el Adelantado  don Pedro de Alvarado, que los indios que trajeron de Guatemala comieron infinidad de gente de los naturales de este pueblo de la comarca de Puerto Viejo, y después fueron los más de ellos helados de frío y muertos de hambre, y así van disminuyendo en algunas partes con grandes infortunios, castigándoles Dios por sus detestables pecados (a los unos  a los otros), pues nos consta que en esta parte de Puerto Viejo hay muchos que usan el pecado nefando y los que vinieron de Gautemala tienen la costumbre de se comer: pecados tan enormes que merecieron pasar por lo que pasaron, pues lo permitió Dios”.
     ¿Qué pasó luego? Pues algo habitual y que solía resultar peor que las batallas. Su objetivo era Quito, pero llegaron a un punto en el que no sabían  por dónde había que seguir. Alvarado detuvo su marcha y envió hombres en dos direcciones distintas para aclarar a situación. “Mandó a Gómez de Alvarado, su hermano, que con treinta de a caballo y algunos peones fuese descubriendo hacia el septentrión (norte), y al capitán Benavides que fuese hacia la parte de levante”. Gómez de Alvarado tuvo enfrentamientos con indios, a los que redujo. Obtuvo información de que su camino era el bueno para ir a Quito y envió a seis jinetes para que lo supiera Alvarado, pero se volvieron con la noticia de que “los indios habían muerto a un español, que se nombraba Juan Vázquez, y herido a otro que se había apartado para robarles. Gómez de Alvarado cabalgó con sus hombres para castigar a los indios, sin tener, a mi ver, ninguna culpa, pues no pecaban en matar a los que a tantos de ellos mataban y robaban; no toparon a ninguno de los indios, pero hallaron muerto al cristiano, con la cabeza cortada”. Gómez decidió ir directamente adonde Alvarado para decirle que el camino más seguro para ir a Quito era el que él había seguido.
    Pero ocurrió que, al volver Benavides, aseguró que también se podía ir por la dirección que él había inspeccionado: “Don Pedro de Alvarado, contra lo que afirmaban los cautivos que trajo el capitán Gómez de Alvarado, determinó ir por la parte que había descubierto Benavides. Anduvieron hasta llegar al río Daule, donde se acabó el camino porque los indios siguen por el propio río”.  De momento, no se supo si a Gómez le mintieron los indios, pero está claro que con Benavides sí lo hicieron. Así que se encontraron otra vez perdidos y la situación se iba volviendo preocupante: “Alvarado mandó que saliesen cuadrillas de españoles por todas partes para ver por dónde iba el camino de Quito”.


     (Imagen) Cieza hace alusión a la sodomía y al canibalismo de los indios (en este último caso de los guatemaltecos) y considera que Dios los castigaba a todos “por pecados tan enormes”. A pesar de que existe mucha documentación sobre la antropofagia en Centroamérica, hace poco tiempo una política mexicana lo negó en la prensa airadamente. Los conquistadores eran tolerantes (salvo en raras ocasiones) con la sodomía de los nativos, siempre que no fueran cristianos, porque hasta los mismos españoles podían ser condenados a muerte por practicarla. En una armada dirigida por el catalán Jaime Rasquín, se ejecutó y echó al mar a un cocinero por seducir a dos jovenzuelos, a los que (‘solamente’) “se les quemaron los rabos por ser mancebos”. Los cuerpos de los sacrificados en las pirámides aztecas terminaban arrojados escaleras abajo, donde eran recogidos por carniceros para su venta posterior. Con frecuencia esa carne se comía con un ritual religioso, o por ser de un enemigo vencido. A pesar de que prohibieron terminantemente el canibalismo, los españoles hicieron en ocasiones la vista gorda cuando los indios aliados se hartaban de carne de los que habían matado en combate. Bernal Díaz del Castillo dice que, en la terrible masacre de Cholula, llegó un momento en que tuvieron que frenar a sus amigos tlaxcaltecas con el fin de que no siguieran matando enemigos para comérselos después.


viernes, 22 de diciembre de 2017

(Día 571) Alvarado arenga a sus hombres. Se pone en marcha, unos por mar (con el piloto Juan Fernández) y otros por tierra. Cieza critica el sufrimiento causado a los indios en estas expediciones. Alvarado, presionado por sus hombres, se desvía hacia Quito, vulnerando claramente los derechos de Pizarro.

     (161) Llegaron a la bahía de Caraques. Alvarado arengó a sus hombres, y Cieza subraya, de paso, la manipulación de los poderosos: “Con las palabras con que suelen los gobernadores engañar para hacer sus hechos, le dijo a su gente que harto tenía para sí y era ya gobernador de Guatemala, por lo que había querido preparar aquella empresa para que ellos se hiciesen ricos, de manera que, sabiendo lo que en esto le debían, esperaba que le fuesen fieles y buenos amigos”.
     Luego hizo los nombramientos oficiales, civiles y militares, que Cieza detalla. Y continuaron el viaje (empezando el horror, sobre todo para los indios que llevaban): “Determinó Alvarado que los navíos fuesen a Puerto Viejo, y que la gente marchase por tierra con los caballos y gente de servicio (indios) que sacaron de Guatemala y Nicaragua, muchos hombres y mujeres, de los cuales murieron muchos, así por la mar como con los grandes trabajos que tuvieron por tierra”. Lo que le da pie para hacer una descarnada denuncia: “Unos de los notables daños y crueldades que los españoles han hecho en estas Indias, ha sido sacar de sus tierras a los pobres indios con sus mujeres estando pacíficos (no en pie de guerra) para llevarlos a las tierras que tienen intención de descubrir y de robar”. Hay dos cosas que siempre llaman la atención en Cieza: su insistencia en criticar esos abusos (que otros cronistas consideraban más bien como ‘daños colaterales’) y que pudiera hacerlo con plena libertad de expresión, sin que sus textos tuvieran ningún problema ni censura para ser publicados. Sin duda era un hombre que lamentaba los daños que sufrían los nativos, pero es imposible que esa sensibilidad fuera constante porque, aunque no en la campaña de Pizarro, sí estuvo en otras incorporado a la maquinaria militar de aquellas conquistas.
     Pedro de Alvarado, sin más contemplaciones ni asegurarse de que la ‘chica’ que le gustaba no estuviera ya comprometida con Pizarro, se lanzó a conquistarla: “Tenía intención de descubrir tierra más allá de Chincha, donde acababan los términos de la gobernación de Pizarro. Mandó al piloto Juan Fernández con todo lo que no les fuera necesario a los que habían de caminar por tierra, debiendo poner en todos los puertos señales para que se viese haber sido descubiertos, y tomase posesión en nombre del rey de Castilla y suyo (el de Alvarado). A los demás navíos los despachó a Nicaragua y Panamá para que pudiesen traer más gente, y él volvió a su campo con gran noticia que tuvo de la riqueza que había en Quito, según le contó un indio que dijo haberlo visto por sus ojos”. Está claro que Alvarado, después del gran triunfo que vivió en México, seguía soñando a lo grande; y grande va a ser el embrollo que provocará al disputarle territorio a Pizarro con dudosa legitimidad. Su intención inicial era dirigirse a Chincha, lo que parecía respetar los derechos de Pizarro, pero, presionado o convencido por los suyos, cambió de plan de forma temeraria: “Los votos y pareceres de los principales de su real fueron tantos sobre que fuesen a Quito, que lo hubo de poner por obra”.
 

     (Imagen) Al organizar sus tropas Pedro de Alvarado para entrar en Perú, nombró a su hermano GÓMEZ (era su nombre) DE ALVARADO capitán de caballería. La biografía de Gómez no puede ser más intensa. Llegó a las Indias en 1514 con sus seis hermanos, lo que añadido a otro cúmulo de parientes Alvarado, se presta a confusiones; incluso hay otro Gómez de Alvarado. El ‘nuestro’ aparece siempre al lado del gran Pedro de Alvarado en un ‘no va más’ de tormentosas campañas bélicas por Cuba, México, Guatemala y Perú, que es donde se separan. Pedro vuelve a Guatemala y Gómez se queda en Perú justo cuando van a empezar las terribles guerras civiles entre almagristas y pizarristas, en las que había que hacer habilísimos regates para salvar la vida. Fue un hombre muy importante para Almagro, y muerto éste, Pizarro, para suavizar los conflictos, lo incorporó a sus tropas e incluso lo envió a fundar una población. Gómez cumplió la orden y así nació lo que hoy es otra de las innumerables ciudades de origen español que aún perviven, la actual HUÁNUCO. Muerto Pizarro, Gómez participó en la batalla de Chupas al lado de Gonzalo Pizarro, en la que fue derrotado y ejecutado el hijo de Almagro. Poco después, en 1542, murió Gómez, un año más tarde que su hermano Pedro. Por algo Bernal Díaz del Castillo, que, por viejo, lo conoció todo (incluso los desastres de Perú), escribió que Pedro de Alvarado y toda su familia (su mujer, sus hijos y sus hermanos) terminaron de mala manera.


jueves, 21 de diciembre de 2017

(Día 570) En el Cuzco, Pizarro prohíbe que se abuse de los indios. Inca Garcilaso se equivoca al hablar de la muerte de Caracuchima. Su padre, Sebastián Garcilaso de la Vega, llega a Perú con la expedición de Pedro de Alvarado.

     (160) Después cuenta Pedro Pizarro que llegaron sin dificultad a su objetivo: “Entramos en el Cuzco y fue tanta la gente que salió a vernos, que los campos estaban cubiertos. El Marqués se quedó en unos aposentos que eran de Huayna Cápac, Gonzalo Pizarro y Juan Pizarro en los de al lado, Almagro junto a lo que es ahora la iglesia mayor y Soto en otros cercanos; la demás gente se aposentó en un galpón que estaba junto a la plaza. El Marqués mandó dar un pregón de que ningún español fuese osado de entrar en casa de los naturales a tomarles nada”. El hecho de que cite a Gonzalo antes que a Juan Pizarro, a pesar de ser más joven, quizá confirme que su valía le estaba dando más ascendiente.
     Es sorprendente que el Inca Garcilaso de la Vega haga un comentario que no tiene base para sostenerse. Niega que Caracuchima fuera quemado por los españoles, algo que rebate lo ya dicho por Pedro Pizarro y lo que  Cieza contará más adelante. Así lo explica: “Pedro de Cieza dice de Caracuchima que el Marqués don Francisco Pizarro lo quemó en Jaquijaguana; fue a otro capitán pariente suyo, de menos importancia y del mismo nombre, pues Caracuchima se halló presente en la muerte de Atahualpa y llevó su cuerpo a Quito, muriendo a manos de los suyos”. Solo se explica este ‘patizano’ si, a pesar de haber escrito su crónica más tarde que la de Pedro Pizarro, no llegó a conocerla; es imposible que un testigo directo de hechos tan señalados los confunda, ni tendría sentido que se los inventara, porque nada ganaría con ello; al contrario: habría sido ‘más bonito’ que a Caracuchima lo mataran los suyos.
     Todos los cronistas continúan el hilo de los acontecimientos después de la entrada de los españoles en el Cuzco, pero Cieza hace un regate para explicar las andanzas por aquellos tiempos de Pedro de Alvarado, que suponían una amenaza para Pizarro porque estaba entrando en su demarcación. Como ya vimos, Alvarado era mucho Alvarado y conviene que lo sigamos de cerca. Nos cuenta Cieza: “Don Pedro de Alvarado fue uno de los señalados capitanes que hubo en este nuevo mundo de Indias. Su majestad le hizo gobernador de la provincia de Guatemala con licencia para que pudiese descubrir, según yo oí, por mar (del Pacífico); aderezó navíos, procurando conseguir hombres y caballos. Mas sucedió que por una nave que llegó a aquella tierra, tuvo aviso de que el Perú se había descubierto y se habían hallado grandes tesoros, de manera que  determinó abandonar su proyecto y venir descubriendo en Perú lo que no hallase ocupado por Pizarro. Sacó de Guatemala y Nicaragua la más lucida armada que se ha hecho en las Indias (de España salieron otras mucho más importantes, como la de Pedrarias Dávila), en la cual venían unos quinientos hombres y trescientos veintisiete caballos (valían una fortuna)”. Se incorporaron muchos hombres notables que luego hicieron historia, de los que Cieza nombra a 26 y a un fraile. Y lo rubrica con un comentario muy típico de él: “Muchos más caballeros venían y de mucha presunción, pero no supe sus nombres; y estos puse porque casi todos ellos se señalaron por hacer buenos hechos, o en cometer grandes maldades en tiempo de tiranías (las guerras civiles)”.


     (Imagen) Éramos pocos y… Mientras Pizarro sigue su complicada tarea de conquista, llega el poderoso Pedro de Alvarado para hacerle la competencia. Al final resultará el fracaso de un triunfador nato. Se volvió a Guatemala, pero se quedaron muchos de sus hombres; lo malo fue que casi todos engrosaron el bando de Almagro, agravando su conflicto con Pizarro. Alvarado era de Badajoz y trajo consigo a un paisano de familia noble, SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA, padre de Inca Garcilaso de la Vega. Sebastián llegó muy joven a las Indias, y aunque murió con poco más de 50 años, protagonizó una vida trepidante, al principio junto a Alvarado, y después en Perú. En las guerras civiles, su fidelidad a la Corona fue oscilante. Asesinado ya Pizarro (al que siempre respetó), Cristóbal Vaca de Castro, el enviado del emperador, le encargó que hiciera justicia con los rebeldes almagristas, y Sebastián condenó a muerte a muchos de ellos. Sin embargo, después se alió abiertamente con Gonzalo Pizarro contra el virrey La Gasca. Llegó la definitiva batalla de Jaquijaguana y, en el último momento, cambió de bando. Resultado: él salvó la cabeza y Gonzalo perdió la suya. Y uno piensa en Inca Garcilaso de la Vega, aquel hijo suyo y de la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo, hombre piadoso y gran escritor, que vivió en España los últimos 30 años de su vida y escribió con gran estilo sus extraordinarias crónicas.


miércoles, 20 de diciembre de 2017

(Día 569) El cronista Pedro Pizarro censura duramente a Soto por seguir, sin permiso, hacia el Cuzco. Menciona la llegada a Jaquijaguana de Manco Inca en son de paz. Sentencian a muerte a Caracuchima y lo ejecutan.

     (159) El cronista Pedro Pizarro explica también esa marcha hasta el Cuzco, pero no pierde ocasión de acusarle a Soto por querer llegar el primero. Ya nos contó que, cuando Pizarro se enteró de que Soto se adelantaba, envió a Almagro para que le ordenase parar: “Pues partido Almagro, Soto tuvo noticia de que iba, y por seguir su intención (de llegar antes que nadie), fue doblando jornadas, fingiendo con la gente que llevaba que se daba prisa para poder pasar antes de que los indios se juntasen, haciendo hartos meses que estaban juntos allí. Se dio tanta prisa que cansó los caballos y subió la cuesta con ellos cansados, de manera que a la mitad de la subida dieron los indios contra ellos, mataron a cinco españoles e hirieron muchos caballos”. Ya hemos visto la versión de otros cronistas, pero Pizarro (que escribió su relato muchos años después) se olvida de que, según Diego de Trujillo, los hombres de Soto estuvieron de acuerdo en ir sin esperar a Almagro  ni a Pizarro hasta el Cuzco aunque fuera arriesgado.
     Este percance ralentizó la escapada de Soto, de manera que, como vimos, llegó pronto Almagro para sacarlos del apuro, viendo el cielo abierto cuando oyeron la trompeta de Arconchel. Más tarde les alcanzó Pizarro y, tras hacer huir a los indios, siguieron todos los españoles juntos hacia el Cuzco. Faltando cuatro leguas, se detuvieron en Jaquijaguana; el gran Gonzalo Pizarro, que, como dije, iba adquiriendo notable protagonismo, no pudo saber que llegaba al lugar en el que, años después, sufriría la derrota que le costó la vida.
     Y nos cuenta Pedro Pizarro: “Vino entonces de paz al Marqués don Francisco Pizarro un hijo de Huayna Cápac llamado Manco Inca, diciendo que a él le pertenecía aquel señorío, y le contestó que se informaría en el Cuzco y se lo daría si le correspondiese. Y más tarde se lo concedió, que no debiera haberlo hecho, porque los naturales querían que los mandase el Marqués, y ciertamente habría sido así mejor, visto lo que este indio hizo después”.
     Luego da su versión, sin ninguna piedad por él, de lo que le pasó al gran capitán Caracuchima: “En este lugar se descubrieron las traiciones que este Caracuchima hacía a los españoles mandando a la gente de guerra que les aguardasen en los pasos donde hubieron los enfrentamientos que tengo dichos; también se entendió los venenos que había dado a Túpac Hualpa, y por estas causas y porque, si se soltara, pusiera en aprieto a los españoles, acordó el Marqués y sus capitanes matarle, y así, en aquel lugar, fue muerto. Cuando le sacaban para matarlo, daba muy grandes voces llamando a su compañero Quizquiz y diciendo que cómo le dejaban matar, porque creía que le oía, pues por los cerros de este lugar de Jaquijaguana había gente de guerra del Quizquiz. Era Caracuchima indio bien dispuesto, de miembros gruesos, moreno y muy animoso. Acuérdome que estando él en la plaza de Cajamarca, salió don Diego de Almagro y, para espantarle, puso las piernas al caballo, enderezando hacia él; Caracuchima se estuvo quedo, sin menearse aunque llegó el caballo a ponerle la barba encima de la cabeza. Todos culpaban a Diego de Almagro por no haberle atropellado. Era indio muy cruel”.


     (Imagen) Digamos algo más de Caracuchima. El genial mestizo Poma de Ayala lo dibujó junto a los chachapoyas en su asombrosa crónica. Parece ser que hizo una lista de los grandes capitanes, porque le adjudicó el número diez y a Rumiñahui el once. Caracuchima Había nacido en el Cuzco, pero, en la guerra civil entre sus hermanos, abandonó a Huáscar y se pasó al bando del quiteño Atahualpa. Fue quizá hasta más cruel de lo habitual entre aquellos despiadados capitanes. Su venganza resultó terrible cuando ocupó el Cuzco. Un cacique de la ciudad se lo echó en cara: “¿Cuándo será el día que tú y aquella bestia fiera de tu capitán, Quizquiz, os hartaréis de sangre humana?”. Al entrar Hernando Pizarro en Jauja, encontró la huella de su terrible paso; vio una escena pavorosa en la plaza: un bosque de lanzas clavadas verticalmente, en cuyas puntas había cabezas, lenguas o manos, “que era cosa de espanto ver las crueldades que tenía hechas”. Cuando fue ejecutado Atahualpa, los españoles llevaron retenido a Caracuchima, y por temer que estuviera conspirando, le hicieron un proceso en el que añadieron otras acusaciones más dudosas, y lo ejecutaron.  Y entonces, ese personaje tan cruel demostró que era también un hombre muy valiente y de gran dignidad: a diferencia de Atahualpa, él no aceptó un humillante bautismo para salvarse de la hoguera.


martes, 19 de diciembre de 2017

(Día 568) Manco Inca se alía con Pizarro esperando que lo acepte como verdadero emperador de Perú. Gonzalo Pizarro toma como amante a una de las mujeres de Manco Inca. Antes de entrar en el Cuzco le matan su caballo a Juan Ruiz de Arce en una pelea con los indios. Pero la entrada en la ciudad resulta pacífica.

     (158) Puesto que ha salido a escena el nombre de Manco Inca, convendrá aclarar que se alió con los españoles y aceptó gustoso que le nombraran  emperador oficioso del Perú, aunque él pretendía serlo de hecho. Era un hombre muy consciente de su importancia, y demostró después que aquella aparente amistad solo se basaba en el propio interés. El Inca Garcilaso dice que, en un principio, Manco Inca contaba con que los españoles le devolvieran todo el poder que tuvo Atahualpa: “El Príncipe  Manco Inca holgó mucho de ver que Quizquiz (capitán de Atahualpa) y otros personajes que tan enemigos le habían sido se mostrasen ahora de su bando para restituirle el imperio. Creyó que lo mismo harían los españoles (qué ingenuidad). Con estas esperanzas, fue a visitar a los españoles para pedirles por vía de paz el mando y señorío de su reino”.
     Manco Inca no había asumido su cargo como sustituto de Atahualpa, sino como directo heredero del derrotado Huáscar y del gran Huayna Cápac. Gonzalo Pizarro, que sigue actuando en un nivel discreto, aunque más tarde dará pruebas de su extraordinaria valía, ahora va a tener éxito como ‘don Juan’. Parece ser que las indias se sentían atraídas por los españoles. Manco Inca tenía entre sus amantes a una ‘coya’ (mujer principal), llamada Inquill (‘flor olorosa’), que se rindió a los encantos de Gonzalo. El Inca encajó mal el golpe y cuando, tiempo después, huyó del Cuzco acusó a los españoles de violadores. Llegó a decir que las vejaciones que había sufrido fueron tantas “que se le habían meado en la boca”. Gonzalo Pizarro se tomó en serio el amorío y tuvo un hijo con ‘Flor olorosa’. Le puso el nombre de su hermano, Francisco. Fue legitimado por el emperador en 1544 y murió luego en España tras haberlo enviado el virrey Pedro de la Gasca, después de haber ejecutado a Gonzalo, con un hijo de Juan Pizarro, también huérfano, “para que entre sus deudos sea mejor criado”.
     Dicho lo cual, recojo algo de lo que nos cuenta de primera mano el peculiar cronista Juan Ruiz de Arce sobre lo que ocurrió hasta la entrada en el Cuzco, ya que también él era uno de los que iban a caballo con Almagro y Soto: “Venido el Gobernador, seguimos nuestro camino adelante, en demanda del Cuzco. Hallamos que toda la gente de guerra nos estaba esperando a la entrada de la ciudad. Dimos contra ella; alanceáronse muchos indios y peleamos hasta que llegó la noche. Matáronnos tres caballos, uno de los cuales fue el mío, que me había costado mil seiscientos castellanos (confirmación del exagerado precio de un caballo y de la devaluación de la moneda: equivalía a unos seis kilos de oro), e hiriéronnos muchos cristianos. Los indios se fueron  a asentar en otro lugar, y al otro día, en amaneciendo, comenzamos a caminar hacia la ciudad, con harto temor, con  pensamiento de que los indios nos estaban esperando en la cima. Y así subimos el puerto, entramos en la ciudad, y vimos que estaba sin ninguna defensa. La ciudad del Cuzco es de esta manera: tendría cuatro mil casas. Está entre dos ríos, en un repecho de la sierra, y tiene una buena fortaleza, de muchos aposentos. Hay muchas casas buenas porque el Inca del Perú mandaba a todos los señores de la tierra que hicieran casas en la ciudad y que viniesen a residir con él en el Cuzco cuatro meses al año. Había algún señor que tenía su tierra a seiscientas leguas de allí, y se le hacía venir a residir como dicho es”.


     (Imagen) Cuando Pizarro iba a entrar en el Cuzco, se presentó MANCO INCA para aliarse con él. Veamos por qué. Hacia el siglo XII, los incas tuvieron que huir, empujados por los aimaras, de las tierras próximas al lago de Titicaca. Se establecieron en la zona del Cuzco, tras someter a los indígenas. En esa época nació el legendario Manco Cápac, el primer emperador inca. Creó una dinastía, y el Inca número doce fue Huayna Cápac, padre de Huáscar (nº 13) y de Atahualpa (nº 14). Es impensable que el ‘divino’ Atahualpa aceptara ser un emperador títere de los españoles. Tras ser ejecutado, Pizarro le concedió ese ‘honor’ a Túpac Hualpa porque era hijo de Huayna Cápac y enemigo de Atahualpa; lo aceptó, pero murió envenenado. Como Manco Inca reunía exactamente las mismas condiciones que Túpac, le sucedió en el puesto, pero creyendo ingenuamente que los españoles lo reconocerían como emperador del Perú. Cuando se dio cuenta de que siempre iba a ser un útil pelele, se rebeló enérgicamente, creando muchos problemas a los españoles, y hasta aprovechándose de los conflictos entre Almagro y Pizarro (como veremos). La ocupación española ha dejado para siempre una herida en el orgullo de los pueblos americanos (en unos más que en otros), convirtiendo en mitos inmaculados (a veces con muy poca objetividad) a todos los que lucharon contra los conquistadores. Así figura Manco Inca en su expresivo retrato.



lunes, 18 de diciembre de 2017

Día 567) Diego de Trujillo, que iba en la tropa de Pizarro, nos habla de la llegada al Cuzco y menciona a Villaoma, un sumo sacerdote consejero de Manco Inca que se enfada por el poco respeto de los españoles en el templo.

     (157) Conviene señalar que nadie podía usurpar los bienes de los difuntos, porque la administración se ocupaba de controlarlos y asignarlos a sus herederos. La conquista no fue solo batallar, sino también fundar poblaciones y establecer leyes para que todo estuviera en orden. Esa era la razón de que en todas las expediciones viajaran funcionarios del rey. A la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla (donde tanto tiempo estuvo Sancho Ortiz de Matienzo como Tesorero) le llegaban estos bienes para su registro; en los archivos históricos hay multitud de expedientes de Bienes de Difuntos que, además de servir en su día para evitar los abusos, son una magnífica fuente de información histórica para los investigadores. Diré de paso que el salmantino Pedro de Alconchel, además de trompeta, fue un veterano y bien zurrado soldado de a pie. Se estableció en Jauja y dejó al morir dos hijas legítimas y un hijo mestizo, Juan de Alconchel, también legitimado.
     Sigamos oyendo a Trujillo en el último aliento de su crónica: “Y luego  vino Manco Inca con otros tres orejones. Y Chilche dijo al Gobernador: ‘Este es hijo de Huayna Cápac y ha andado huyendo de los capitanes de Atahualpa’. Y luego  caminamos hacia el Cuzco. Media legua antes de llegar nos dieron mucha guerra los indios, y de un varazo de estólica (una especie de lanzadera) le pasaron una pierna a Rodrigo de Chaves y le mataron el caballo (era un linajudo salmantino que tendrá después mucho protagonismo y conflictos con Pizarro). Y al fin, entramos en el Cuzco, adonde se pusieron a favor de los cristianos los indios cañaris y chachapoyas, que serían hasta cincuenta, con el cacique Chilche. En el Cuzco se halló gran cantidad de plata, más que de oro, aunque también hubo mucho oro. Había depósitos de coca y ají, y depósito de indios desollados. Entramos en las casa del sol, y dijo Villaoma, que era como sacerdote en su ley: ‘¿Cómo entráis aquí vosotros, que el que aquí entra ha de ayunar un año primero, y ha de entrar con una carga y descalzo?’.Y sin hacer caso de lo que dijo, entramos dentro”. Curiosamente, Villaoma (que era todo un personaje, no un simple sacerdote como indica Trujillo) aparecerá más tarde acompañando con Manco Inca a Almagro en su expedición a Chile.
     Y así nos deja Diego de Trujillo, sin haber sacado todo el jugo posible a su valía como cronista. Este es su final: “Muchas otras cosas pudiera decir, que yo dejo por no ser prolijo. Vuecencia lo reciba como  criado que soy suyo. Lo acabé a cinco días de abril de 1571. Diego de Trujillo”. Como ya dije al inicio de la campaña de Pizarro, Diego de Trujillo escribió esta crónica por encargo de uno de los mejores virreyes de Perú, Francisco de Toledo; hombre muy cabal y eficaz, se preocupó también de recoger testimonios del Perú y hasta le mandó al gran Pedro Sarmiento de Gamboa (increíble personaje) que redactara una historia de los incas. En cuanto a Trujillo, es notable que contara los hechos con tanta presencia a pesar de que los redactó casi cuarenta años después de que ocurrieran.
     Hay un poco más que decir del mencionado Rodrigo de Chaves. Era de Ciudad Rodrigo (Salamanca). Algo le tuvo que pasar con Pizarro porque, en 1533, lo acusó en una carta enviada al emperador de haber envenenado a la plana mayor de Atahualpa y de asesinarlo sin justa causa; se supone que después mejoró la relación, porque continuaron luchando juntos. Otra cosa ‘rara’ fue que, hacia 1539 y tras una disputa, Chaves mató a un tal Francisco de Montenegro, sin que fuese castigado por Pizarro pese a haber sido testigo presencial.


     (Imagen) Muchos de los que iban con Pizarro eran viejos conocidos suyos desde los tiempos en que peleaban en Panamá bajo el mando del durísimo Pedrarias Dávila, y también lo rodeaban bastantes paisanos. Era  el caso de DIEGO DE TRUJILLO. Su relato termina con la llegada al Cuzco. Pero se sabe que en 1535 regresó a España y que hacia 1547 se presentó de nuevo en Perú y tuvo que participar en las guerra civiles, uniéndose, por suerte para él, con el bando leal a la Corona. Se estableció en el Cuzco, donde fue tutor de los nietos de Atahualpa. El Inca Garcilaso de la Vega, siendo muy joven, lo conoció y lo cita en sus libros. Murió, con 71 años, en 1576. Recorramos con Diego de Trujillo el mapa de la imagen: ¡Mamma mía! Qué concentración de heroica esencia de Indias: en Medellín nacieron Cortés y el maravilloso Gonzalo de Sandoval (a quien Bernal Díaz del Castillo adoraba), Guadalupe regaló a México su gran devoción, Trujillo dio lo mejor que llegó a  Perú, Yuste fue el último refugio del magnífico emperador de España y de las Indias, de Cáceres partieron muchos y heroicos conquistadores, y en Oropesa nació el mejor virrey de Perú, Francisco de Toledo, quien le encargó en 1571 a Diego de Trujillo que escribiera esa crónica  que, aunque breve, resultó jugosa. Pero nunca le perdonaremos que no quisiera contarnos todo lo que ocurrió en aquellas tierras hasta el final de sus días.


sábado, 16 de diciembre de 2017

(Día 566) Soto, además de aventurarse demasiado, comete el error de castigar duramente a unos indios que cree traidores. Sufre un duro ataque y mueren 5 españoles. Llega la ayuda de Pizarro. Los cañaris se unen (para siempre) a los españoles.

     (156) Lo que Pedro Pizarro considera mala intención de Soto, fue algo consultado con sus hombres y, al parecer, decidido por un afán valiente y legítimo de alcanzar el objetivo que perseguían. Si acaso, podría haber sido una imprudencia que tuvo su precio. Veámoslo. El cronista Diego de Trujillo, que iba acompañando a Soto, hace mención a lo mismo, pero igual que Cieza, tampoco lo critica y hasta lo alaba; hay que tener también en cuenta que el cronista Pedro Pizarro no fue testigo de los hechos porque formaba parte del grupo rezagado de Francisco Pizarro. Como va a ser casi lo último que narra Trujillo, escuchémosle hasta el final de su crónica (que se lo merece): “El capitán Soto entró en consejo para ver si esperaríamos al Gobernador y a Diego de Almagro, que venían caminando en pos de nosotros. Hubo pareceres de que allí los esperásemos, pero algunos dijeron, como fue Rodrigo Orgóñez, Hernando de Toro (que pronto va a morir) y Juan Pizarro de Orellana y otros valientes, que pues habíamos gozado de las duras, que gozásemos entrar en el Cuzco sin el socorro que atrás venía. Y así caminamos sin tener guerra hasta llegar a Limatambo, a siete leguas de la ciudad del Cuzco. Estaba la gente de guerra a una legua de Limatambo y vinieron dos indios del escuadrón del cacique de Tarama, diciendo de su parte que quería venir a servir a los cristianos con trescientos indios de guerra, por diferencias que tenía con los capitanes de Atahualpa. Y hubo pareceres de que venían como espías, y no lo eran, según después se vio. Y el capitán les mandó cortar (no dice qué, pero sería la nariz o una mano), y los envió así.
     “Al otro día caminamos la cuesta arriba y dieron los indios en nosotros de golpe, que de cuarenta de a caballo que éramos, mataron cinco, que fueron Hernando de Toro, Miguel Ruiz (sevillano), Francisco Martín, Gaspar de Marquina (vasco) y Juan Alonso, e hirieron a diecisiete. Y los que más daño nos hicieron fueron los trescientos indios que querían venir de paz. Y a medianoche sonó la trompeta de Alconchel (curioso que cite el nombre del ‘corneta’). Y en oyéndola, nos animamos de tal manera que pegamos contra los indios, y ellos, que debieron de oír también, apagaron los fuegos y caminaron hacia el Cuzco. Luego vino Almagro con veinte de a caballo. Y al otro día vino el Gobernador con la demás gente y caminamos con los heridos. Al medio de la cuesta, salió Chilche, el que al presente es cacique de Yula, con tres indios cañaris, y le dijo al Gobernador: ‘Yo vengo a servir y no negaré a los cristianos hasta que muera’. Y así lo ha hecho hasta hoy (confirmación de la excepcional fidelidad de los cañaris)”.
    Un pequeño comentario sobre los nombres de españoles que cita el cronista: Juan Pizarro de Orellana iba como capitán, era de Trujillo y pariente de los Pizarro. En 1535, sensatamente, ya estaba de vuelta en España, y días atrás pudimos contemplar el gran palacio que se preparó en Trujillo. También de Orgóñez hemos visto algo, pero él mismo nos mostrará su gran relieve en el importante papel que va a jugar más adelante. Hernando de Toro, otro trujillano, había llegado a las Indias, siendo muy joven, como escudero de Hernando Pizarro. De los otros dos fallecidos, lo más destacable fue su intervención en la captura de Atahualpa y el gran botín que les tocó en suerte, pero voy a resumir un documento sobre Gaspar de Marquina que acabo de  encontrar en la página PARES de Internet, que es una mina oficial e inagotable de expedientes históricos auténticos.


     (Imagen) Una más de aquellas tristes y gloriosas historias. Entre los cinco hombres de Soto a los que mataron los indios en 1533, estaba el guipuzcoano GASPAR DE MARQUINA (era de Mendaro). Poco antes le había enviado una carta a su padre, Martín de Gárate, presumiendo de la hazaña de haber apresado con Francisco Pizarro a Atahualpa siendo solo 160 españoles, y diciéndole que ya era rico y que le iba a mandar oro. Precisamente, porque era rico tenía caballo. Cinco años después, la reina Isabel, esposa de Carlos V, envía desde Valladolid al valle de Zuya (Guipúzcoa) la cédula que vemos en la imagen, ordenando que se investigue por los medios oficiales (pregones, consultas con la parroquia…) si se sabe de la existencia de herederos de Gaspar de Marquina, que vivía en la “provincia de Perú, que está en nuestras Indias” y allá murió sin testamento,  y que remitan el informe certificado al Consejo de Indias. Todo ello, por petición de MARI ORTIZ DE ZÁRATE, quien aseguraba que, por ser la única heredera de Gaspar, “los bienes que de él quedaron le pertenecen a ella”. Pero también quedó un leve rastro de su memoria y nos sirve para recordarlo quinientos años después.


viernes, 15 de diciembre de 2017

(Día 565) Cieza considera desproporcionado un ataque a los indios. Celebraron con fiestas la fundación de Jauja. Soto, por valentía, se adelanta hacia el Cuzco. Algunos, incluso Pizarro, lo interpretaron como exceso de protagonismo.

     (155) Cieza hace un cometario crítico sobre un ataque excesivo de Almagro y Soto contra un numeroso grupo de indios que huían al darse cuenta de que serían vencidos: “Retrajéronse por el real camino que va al Cuzco, sin pensar que los vendrían siguiendo,  y cuando oyeron el bufido de los caballos, recibieron gran temor, aunque eran muchos, y procuraron escapar con vida. Los españoles los mataban cruelmente, logrando gran botín, prendiendo muchas y muy hermosas señoras, entre las cuales estaban  tres hijas del rey Huayna Cápac. Con este robo dieron la vuelta, teniendo por gran hazaña las muertes que habían hecho en los desarmados y tímidos indios”.
     Explica después Cieza que, cuando fundaron en Jauja la población que más tarde se trasladaría a la Ciudad de los Reyes (Lima), lo hicieron solemnemente y con festejos: “Estuvieron aquí los españoles más de veinte días, alegrándose con juegos de cañas. No salían galanos a ellos (carecían de ropa vistosa), mas salían lujosos cuanto querían con el oro que tenían”. Como ya sabemos, al partir hacia el Cuzco, iba por delante Hernando de Soto con sus hombres de a caballo para evitar sorpresas: “Supo Soto que los caciques se habían preparado para dar guerra a los españoles, y avisó a Pizarro para que viniese pronto. Los indios ocupaban en Vilcas (una localidad muy importante) todos los caminos, y desde un cabezo alto arrojaban tiros contra los cristianos, que ya llegaban junto a ellos, pero cuando veían los caballos y oían sus relinchos, temblaban de miedo y no hacían más que huir. Así les acaeció en este día, quedando muertos y heridos muchos del aprieto y alcance que les dieron los españoles. Descansó aquella noche Soto del trabajo que habían tenido”. El día siguiente, continuaron avanzando hacia Lamatambo porque sabían que los indios esperaban allá para atacarlos: “Pareció a la mayoría que sería más acertado aguardar a que llegase el gobernador con el resto de la gente. Soto dijo que no era tiempo de parar, sino de ir en seguimiento de la victoria, pues Dios era servido de se la dar. Como esto dijo, partieron al encuentro de los indios”.
     Esta decisión de Soto, que Cieza parece considerar como legítima y honrosa, fue interpretada por algunos como una mala jugada suya para ganarse la gloria de ser el primero en entrar en el Cuzco. El cronista Pedro Pizarro, siempre al servicio de la memoria de su pariente, lo afirma rotundamente: “Los españoles desbarataron a muchos indios en Vilcas, de lo que dio Soto aviso al Marqués, quien le contestó ordenándole que le aguardase antes de entrar en el Cuzco tres o cuatro jornadas, lo cual el Soto no hizo, a cuya causa estuvimos a punto de perdernos. Yendo Soto con mala intención para entrar en el Cuzco primero que el Marqués, tuvo noticia de que en Vilcaconga estaba toda la gente de guerra aguardándonos para darnos batalla en un lugar que era fuerte para ellos. Entendiéndolo sus soldados, uno de ellos avisó al Marqués de la intención de Soto. Sabido pues esto, el Marqués mandó a don Diego de Almagro fuese en su seguimiento y lo detuviese donde lo alcanzase”.


     (Imagen) Ya vimos que Hernando de Soto, uno de los más grandes capitanes de Indias (quien luego descubrió el Misisipi y cuyo cadáver fue depositado en 1541 bajo sus aguas),  se había unido con su socio Hernán Ponce de León a las tropas de Pizarro. En los archivos históricos siempre aparecen datos curiosos. El documento de la imagen va encabezado por “Don Carlos y Doña Juana” (confirmación de que ‘oficialmente’ la reina era Juana ‘la Loca’). Está fechado en 1550 y se hace un requerimiento a Isabel de Bobadilla, viuda de Soto e hija del temible Pedrarias Dávila, para que se explique sobre lo que le reclama  Hernán Ponce de León, que asciende a la cantidad de 60.000 castellanos (equivalente a unos180 kilos de oro). El texto constata que Soto fue Gobernador de Cuba y que Ponce era entonces miembro del ayuntamiento de Sevilla. El reclamante se basa en que “los dos habían hecho sociedad en Nicaragua a partes iguales entrambos, y el dicho Hernando de Soto había tomado en Perú 120.000 pesos de oro, y se había venido con ellos a estos reinos mientras estaba él en el Cuzco, sin su consentimiento, so color de que todo lo que traía era suyo propio”. Un pleito difícil de aclarar, y se supone que hicieron otros repartos menos conflictivos, como el del oro de Atahualpa. A Ponce, hombre respetado, le permitieron los asesinos de Pizarro recoger su cadáver.


miércoles, 13 de diciembre de 2017

(Día 564) Un sacerdote inca dice que la tremenda erupción del Cotopaxi anuncia la invasión española. Belalcázar se apiada de tanta muerte de indios. Rumiñahui ejecuta cruelmente a un indio mensajero mandado por Belalcázar para proponerle la paz. Pizarro envía a Almagro y a Soto a luchar contra indios rebeldes.

     (154) Cieza menciona lo del volcán porque influyó en la actitud de los indios con los españoles. Explica que un sacerdote inca había predicho que, cuando se activara el volcán Cotopaxi, situado junto a Quito, llegarían los españoles y someterían a los indios. Lo interpreta como un truco del ‘adivino’ y se pone teológico para que se entienda que, si se lo dijo un demonio, acertó por casualidad: “El demonio no puede afirmar lo que está por venir, pues está claro que los movimientos del tiempo están encerrados en la sabiduría de Dios, y  ninguna criatura, aunque sean los ángeles, puede certificar lo que ha de suceder, mas, como el demonio es tan sutil, a veces dice cosas, por lo que ve que pasa, que después conciertan con los hechos. Este indio, como supo que los españoles iban acercándose y conoció que el volcán quería reventar, para que le honrasen con sacrificios y anduviesen ciegos tras su engaño, pareciole que cuadraba esta razón. Y sucedió que cuando estaban los españoles en Riobamba este volcán reventó. Destruyó muchas casas de indios, mató muchos hombres y mujeres y echó por los aires tanta ceniza que no se podía ver, la cual cayó más de veinte días y la vieron también los que venían con el adelantado don Pedro de Alvarado, como luego diré. Como este volcán reventó, dieron gran crédito los indios a lo que el oráculo había pronosticado, y quisieron tratar de paz con los españoles, pero Rumiñahui, Zopezopagua y otros capitanes lo estorbaban. Belalcázar llegó a la parte de Quito, y fueron muertos y heridos muchos indios, de lo que recibió pena grande, y con acuerdo de los suyos determinó enviarles mensajeros para tratar la paz”.
     Ya vemos que, a pesar de ser Belalcázar un hombre duro, también nos lo muestra Cieza lamentando muertes que se podían evitar. Belalcázar optó finalmente por enviar solamente a un nativo con el mensaje. Y una vez más, el contraste con la crueldad de los incas va a ponerse en evidencia, en este caso con la desgracia del escogido para la misión: “Llegado el mensajero de paz donde estaban los escuadrones de los indios, Rumiñahui, cuando oyó la embajada, indignose grandemente. Les dijo a los que con  él estaban: ‘Mirad cómo nos quieren engañar y convencernos para sacarnos el tesoro que ellos piensan que hay en Quito, y para luego matarnos y tomarnos nuestras mujeres e hijas para tenerlas por mancebas. No nos fiemos de estos que ni han dicho la verdad ni la dirán’. Todos loaron su consejo, y con mucho enojo que tuvieron de tener tal atrevimiento el mensajero, le mataron cruelmente sin tener culpa ninguna”. Por si pensáramos que Cieza cuenta los hechos pero imagina los detalles, nos aclara: “Súpose después por medio de los indios que se pasaron y de los que fueron cautivados lo que había dicho Rumiñahui y la muerte que dieron a este mensajero”.
     En ese punto abandona Cieza las andanzas de Belalcázar (más tarde las retomará) y vuelve al momento en que Pizarro fundó una población en el valle de Jauja y envió  parte de la tropa bajo el mando de Almagro y Soto para enfrentarse a los indios, que estaban ya convencidos de que era un error obedecer el mandato de no luchar que les había dado Atahualpa. Cieza nos va a contar lo que pasó, pero veremos también los comentarios de los cronistas Diego de Trujillo y el entrañable Juan Ruiz de Arce porque tienen además el interés de que ellos iban en la expedición.


     (Imagen) La religión inca, llena de dioses y con base panteísta, tenía entre otras veneraciones la de las montañas y los volcanes, en cuyas alturas moraban los difuntos que habían sido notables en esta vida terrenal. Poco antes de llegar Belalcázar a las proximidades de Quito, su volcán, el Cotopaxi, tuvo una impresionante erupción. Un sacerdote inca había asegurado que, cuando ocurriera, llegaría la invasión de los españoles. Para desgracia de los adivinos, pasados y presentes, el piadoso Cieza afirma que solo Dios conoce el futuro. También se dice que Moctezuma estaba acobardado por una profecía que anunciaba la inevitable ocupación española de sus tierras. En ambos casos,  de ser ciertas tales creencias, habrían facilitado la conquista. Hubo un español que se atrevió a desafiar el miedo y el respeto a los volcanes subiendo al más alto de México, el Popocatépetl. Este superdotado era DIEGO DE ORDAZ, y fue tan sonada su hazaña que el rey le permitió tener escudo familiar dibujando en él la amenazante mole del volcán. Algún tiempo después subieron otros españoles, movidos por la necesidad y utilizando el ingenio (y porque se lo ordenó Cortés): se quedaron sin pólvora y bajaron del volcán todo el azufre que pudieron. (Digamos de paso que es mentira que a Ordaz lo matara un sobrino de Sancho Ortiz de Matienzo).