sábado, 23 de diciembre de 2017

(Día 572) Cieza se apiada de los indios, pero considera que Dios los castiga por sus pecados (el ‘nefando’ y el del canibalismo). Alvarado no encuentra el camino hacia Quito y la situación se vuelve preocupante.

     (162) Cieza, una vez más, se apiada de la situación de los indios, pero poco después, llevado por su lógica providencialista, lo vamos a pillar en flagrante contradicción: “Como mejor pudieron se metieron en camino, llevando la mayoría de la carga los miserables hombres  naturales de Guatemala, a los que tan cara les costó esta jornada, y quiera Dios que no les cueste a las ánimas de los cristianos que lo causaron”. En Jipijapa consiguieron bastante oro, pero querían más: “Todo les parecía poco, aguardando a henchir sus manos en Quito. Afirmáronme algunos caballeros honrados, de los que entraron en este reino con el Adelantado  don Pedro de Alvarado, que los indios que trajeron de Guatemala comieron infinidad de gente de los naturales de este pueblo de la comarca de Puerto Viejo, y después fueron los más de ellos helados de frío y muertos de hambre, y así van disminuyendo en algunas partes con grandes infortunios, castigándoles Dios por sus detestables pecados (a los unos  a los otros), pues nos consta que en esta parte de Puerto Viejo hay muchos que usan el pecado nefando y los que vinieron de Gautemala tienen la costumbre de se comer: pecados tan enormes que merecieron pasar por lo que pasaron, pues lo permitió Dios”.
     ¿Qué pasó luego? Pues algo habitual y que solía resultar peor que las batallas. Su objetivo era Quito, pero llegaron a un punto en el que no sabían  por dónde había que seguir. Alvarado detuvo su marcha y envió hombres en dos direcciones distintas para aclarar a situación. “Mandó a Gómez de Alvarado, su hermano, que con treinta de a caballo y algunos peones fuese descubriendo hacia el septentrión (norte), y al capitán Benavides que fuese hacia la parte de levante”. Gómez de Alvarado tuvo enfrentamientos con indios, a los que redujo. Obtuvo información de que su camino era el bueno para ir a Quito y envió a seis jinetes para que lo supiera Alvarado, pero se volvieron con la noticia de que “los indios habían muerto a un español, que se nombraba Juan Vázquez, y herido a otro que se había apartado para robarles. Gómez de Alvarado cabalgó con sus hombres para castigar a los indios, sin tener, a mi ver, ninguna culpa, pues no pecaban en matar a los que a tantos de ellos mataban y robaban; no toparon a ninguno de los indios, pero hallaron muerto al cristiano, con la cabeza cortada”. Gómez decidió ir directamente adonde Alvarado para decirle que el camino más seguro para ir a Quito era el que él había seguido.
    Pero ocurrió que, al volver Benavides, aseguró que también se podía ir por la dirección que él había inspeccionado: “Don Pedro de Alvarado, contra lo que afirmaban los cautivos que trajo el capitán Gómez de Alvarado, determinó ir por la parte que había descubierto Benavides. Anduvieron hasta llegar al río Daule, donde se acabó el camino porque los indios siguen por el propio río”.  De momento, no se supo si a Gómez le mintieron los indios, pero está claro que con Benavides sí lo hicieron. Así que se encontraron otra vez perdidos y la situación se iba volviendo preocupante: “Alvarado mandó que saliesen cuadrillas de españoles por todas partes para ver por dónde iba el camino de Quito”.


     (Imagen) Cieza hace alusión a la sodomía y al canibalismo de los indios (en este último caso de los guatemaltecos) y considera que Dios los castigaba a todos “por pecados tan enormes”. A pesar de que existe mucha documentación sobre la antropofagia en Centroamérica, hace poco tiempo una política mexicana lo negó en la prensa airadamente. Los conquistadores eran tolerantes (salvo en raras ocasiones) con la sodomía de los nativos, siempre que no fueran cristianos, porque hasta los mismos españoles podían ser condenados a muerte por practicarla. En una armada dirigida por el catalán Jaime Rasquín, se ejecutó y echó al mar a un cocinero por seducir a dos jovenzuelos, a los que (‘solamente’) “se les quemaron los rabos por ser mancebos”. Los cuerpos de los sacrificados en las pirámides aztecas terminaban arrojados escaleras abajo, donde eran recogidos por carniceros para su venta posterior. Con frecuencia esa carne se comía con un ritual religioso, o por ser de un enemigo vencido. A pesar de que prohibieron terminantemente el canibalismo, los españoles hicieron en ocasiones la vista gorda cuando los indios aliados se hartaban de carne de los que habían matado en combate. Bernal Díaz del Castillo dice que, en la terrible masacre de Cholula, llegó un momento en que tuvieron que frenar a sus amigos tlaxcaltecas con el fin de que no siguieran matando enemigos para comérselos después.


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