(162)
Cieza, una vez más, se apiada de la situación de los indios, pero poco después,
llevado por su lógica providencialista, lo vamos a pillar en flagrante
contradicción: “Como mejor pudieron se metieron en camino, llevando la mayoría
de la carga los miserables hombres naturales
de Guatemala, a los que tan cara les costó esta jornada, y quiera Dios que no
les cueste a las ánimas de los cristianos que lo causaron”. En Jipijapa
consiguieron bastante oro, pero querían más: “Todo les parecía poco, aguardando
a henchir sus manos en Quito. Afirmáronme algunos caballeros honrados, de los
que entraron en este reino con el Adelantado
don Pedro de Alvarado, que los indios que trajeron de Guatemala comieron
infinidad de gente de los naturales de este pueblo de la comarca de Puerto
Viejo, y después fueron los más de ellos helados de frío y muertos de hambre, y
así van disminuyendo en algunas partes con grandes infortunios, castigándoles
Dios por sus detestables pecados (a los
unos a los otros), pues nos consta
que en esta parte de Puerto Viejo hay muchos que usan el pecado nefando y los
que vinieron de Gautemala tienen la costumbre de se comer: pecados tan enormes
que merecieron pasar por lo que pasaron, pues lo permitió Dios”.
¿Qué
pasó luego? Pues algo habitual y que solía resultar peor que las batallas. Su
objetivo era Quito, pero llegaron a un punto en el que no sabían por dónde había que seguir. Alvarado detuvo
su marcha y envió hombres en dos direcciones distintas para aclarar a
situación. “Mandó a Gómez de Alvarado, su hermano, que con treinta de a caballo
y algunos peones fuese descubriendo hacia el septentrión (norte), y al capitán Benavides que fuese hacia la parte de
levante”. Gómez de Alvarado tuvo enfrentamientos con indios, a los que redujo.
Obtuvo información de que su camino era el bueno para ir a Quito y envió a seis
jinetes para que lo supiera Alvarado, pero se volvieron con la noticia de que
“los indios habían muerto a un español, que se nombraba Juan Vázquez, y herido
a otro que se había apartado para robarles. Gómez de Alvarado cabalgó con sus
hombres para castigar a los indios, sin tener, a mi ver, ninguna culpa, pues no
pecaban en matar a los que a tantos de ellos mataban y robaban; no toparon a
ninguno de los indios, pero hallaron muerto al cristiano, con la cabeza
cortada”. Gómez decidió ir directamente adonde Alvarado para decirle que el
camino más seguro para ir a Quito era el que él había seguido.
Pero ocurrió que, al volver Benavides, aseguró que también se podía ir por
la dirección que él había inspeccionado: “Don Pedro de Alvarado, contra lo que
afirmaban los cautivos que trajo el capitán Gómez de Alvarado, determinó ir por
la parte que había descubierto Benavides. Anduvieron hasta llegar al río Daule,
donde se acabó el camino porque los indios siguen por el propio río”. De momento, no se supo si a Gómez le
mintieron los indios, pero está claro que con Benavides sí lo hicieron. Así que
se encontraron otra vez perdidos y la situación se iba volviendo preocupante:
“Alvarado mandó que saliesen cuadrillas de españoles por todas partes para ver
por dónde iba el camino de Quito”.
(Imagen) Cieza hace alusión a la sodomía y al canibalismo de los indios
(en este último caso de los guatemaltecos) y considera que Dios los castigaba a
todos “por pecados tan enormes”. A pesar de que existe mucha documentación
sobre la antropofagia en Centroamérica, hace poco tiempo una política mexicana
lo negó en la prensa airadamente. Los conquistadores eran tolerantes (salvo en
raras ocasiones) con la sodomía de los nativos, siempre que no fueran
cristianos, porque hasta los mismos españoles podían ser condenados a muerte
por practicarla. En una armada dirigida por el catalán Jaime Rasquín, se
ejecutó y echó al mar a un cocinero por seducir a dos jovenzuelos, a los que
(‘solamente’) “se les quemaron los rabos por ser mancebos”. Los cuerpos de los
sacrificados en las pirámides aztecas terminaban arrojados escaleras abajo,
donde eran recogidos por carniceros para su venta posterior. Con frecuencia esa
carne se comía con un ritual religioso, o por ser de un enemigo vencido. A pesar
de que prohibieron terminantemente el canibalismo, los españoles hicieron en
ocasiones la vista gorda cuando los indios aliados se hartaban de carne de los
que habían matado en combate. Bernal Díaz del Castillo dice que, en la terrible
masacre de Cholula, llegó un momento en que tuvieron que frenar a sus amigos
tlaxcaltecas con el fin de que no siguieran matando enemigos para comérselos
después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario