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Conviene señalar que nadie podía usurpar los bienes de los difuntos, porque la
administración se ocupaba de controlarlos y asignarlos a sus herederos. La
conquista no fue solo batallar, sino también fundar poblaciones y establecer
leyes para que todo estuviera en orden. Esa era la razón de que en todas las
expediciones viajaran funcionarios del rey. A la Casa de la Contratación de
Indias de Sevilla (donde tanto tiempo estuvo Sancho Ortiz de Matienzo como
Tesorero) le llegaban estos bienes para su registro; en los archivos históricos
hay multitud de expedientes de Bienes de Difuntos que, además de servir en su
día para evitar los abusos, son una magnífica fuente de información histórica
para los investigadores. Diré de paso que el salmantino Pedro de Alconchel,
además de trompeta, fue un veterano y bien zurrado soldado de a pie. Se
estableció en Jauja y dejó al morir dos hijas legítimas y un hijo mestizo, Juan
de Alconchel, también legitimado.
Sigamos
oyendo a Trujillo en el último aliento de su crónica: “Y luego vino Manco Inca con otros tres orejones. Y
Chilche dijo al Gobernador: ‘Este es hijo de Huayna Cápac y ha andado huyendo
de los capitanes de Atahualpa’. Y luego
caminamos hacia el Cuzco. Media legua antes de llegar nos dieron mucha
guerra los indios, y de un varazo de estólica (una especie de lanzadera) le pasaron una pierna a Rodrigo de Chaves
y le mataron el caballo (era un linajudo
salmantino que tendrá después mucho protagonismo y conflictos con Pizarro).
Y al fin, entramos en el Cuzco, adonde se pusieron a favor de los cristianos
los indios cañaris y chachapoyas, que serían hasta cincuenta, con el cacique
Chilche. En el Cuzco se halló gran cantidad de plata, más que de oro, aunque
también hubo mucho oro. Había depósitos de coca y ají, y depósito de indios
desollados. Entramos en las casa del sol, y dijo Villaoma, que era como
sacerdote en su ley: ‘¿Cómo entráis aquí vosotros, que el que aquí entra ha de
ayunar un año primero, y ha de entrar con una carga y descalzo?’.Y sin hacer
caso de lo que dijo, entramos dentro”. Curiosamente, Villaoma (que era todo un
personaje, no un simple sacerdote como indica Trujillo) aparecerá más tarde
acompañando con Manco Inca a Almagro en su expedición a Chile.
Y
así nos deja Diego de Trujillo, sin haber sacado todo el jugo posible a su
valía como cronista. Este es su final: “Muchas otras cosas pudiera decir, que
yo dejo por no ser prolijo. Vuecencia lo reciba como criado que soy suyo. Lo acabé a cinco días de
abril de 1571. Diego de Trujillo”. Como ya dije al inicio de la campaña de
Pizarro, Diego de Trujillo escribió esta crónica por encargo de uno de los
mejores virreyes de Perú, Francisco de Toledo; hombre muy cabal y eficaz, se
preocupó también de recoger testimonios del Perú y hasta le mandó al gran Pedro
Sarmiento de Gamboa (increíble personaje) que redactara una historia de los
incas. En cuanto a Trujillo, es notable que contara los hechos con tanta
presencia a pesar de que los redactó casi cuarenta años después de que
ocurrieran.
Hay un poco más que decir del mencionado Rodrigo de Chaves. Era de
Ciudad Rodrigo (Salamanca). Algo le tuvo que pasar con Pizarro porque, en 1533,
lo acusó en una carta enviada al emperador de haber envenenado a la plana mayor
de Atahualpa y de asesinarlo sin justa causa; se supone que después mejoró la
relación, porque continuaron luchando juntos. Otra cosa ‘rara’ fue que, hacia 1539
y tras una disputa, Chaves mató a un tal Francisco de Montenegro, sin que fuese
castigado por Pizarro pese a haber sido testigo presencial.
(Imagen)
Muchos de los que iban con Pizarro eran viejos conocidos suyos desde los
tiempos en que peleaban en Panamá bajo el mando del durísimo Pedrarias Dávila,
y también lo rodeaban bastantes paisanos. Era
el caso de DIEGO DE TRUJILLO. Su relato termina con la llegada al Cuzco.
Pero se sabe que en 1535 regresó a España y que hacia 1547 se presentó de nuevo
en Perú y tuvo que participar en las guerra civiles, uniéndose, por suerte para
él, con el bando leal a la Corona. Se estableció en el Cuzco, donde fue tutor
de los nietos de Atahualpa. El Inca Garcilaso de la Vega, siendo muy joven, lo
conoció y lo cita en sus libros. Murió, con 71 años, en 1576. Recorramos con
Diego de Trujillo el mapa de la imagen: ¡Mamma mía! Qué concentración de
heroica esencia de Indias: en Medellín nacieron Cortés y el maravilloso Gonzalo
de Sandoval (a quien Bernal Díaz del Castillo adoraba), Guadalupe regaló a
México su gran devoción, Trujillo dio lo mejor que llegó a Perú, Yuste fue el último refugio del
magnífico emperador de España y de las Indias, de Cáceres partieron muchos y
heroicos conquistadores, y en Oropesa nació el mejor virrey de Perú, Francisco
de Toledo, quien le encargó en 1571 a Diego de Trujillo que escribiera esa
crónica que, aunque breve, resultó
jugosa. Pero nunca le perdonaremos que no quisiera contarnos todo lo que ocurrió
en aquellas tierras hasta el final de sus días.
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