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Retomemos a Cieza, nuestro guía principal: “Con gran velocidad corrió por todas
partes la noticia de que Atahualpa había muerto, y muchos indios hicieron
grandes lloros; inflamábanse en ira y
determinaban unirse contra los españoles para les dar guerra, la cual no habían
dado porque Atahualpa les mandaba siempre que los sirviesen y proveyesen.
Matáronse muchos hombres y mujeres creyendo que le irían a servir a los altos cielos.
Nunca los cristianos han podido saber en qué parte se puso el cuerpo de
Atahualpa, aunque lo procuraron para sacar el tesoro que con él meterían. El
capitán Quizquiz se fue con algunos a Quito, y en todas partes se alzaron
hombres poderosos con haciendas y señoríos que no eran suyos; quedó todo el
Perú revuelto porque muchos que estaban a mal con Atahualpa se alegraron con su
muerte. Los españoles que se hallaron con Pizarro, y algunos que vinieron con
Almagro, tuvieron gran lástima con la muerte de este señor y muchos derramaban
lágrimas. Y el sentimiento fue mayor y de todos en general cuando Soto,
habiendo ido adonde decían que estaba la junta de los nativos y no hallando más
que algunos indios que venían a servir a los cristianos, volvió a Cajamarca, y
sabido lo que había pasado, se fatigó mucho él y los que habían ido con él, maldiciéndose
porque no habían llegado más pronto. Culpaban al Gobernador porque no había
aguardado a que ellos volviesen a dar razón de lo que les mandó conocer”. En
cuanto al enterramiento de Atahualpa, ya vimos que se hizo en la iglesia que se
había levantado en Cajamarca. Si Cieza dice que los españoles no sabían dónde
estaba su cuerpo, se debe a que, como nos va a explicar más tarde el Inca
Garcilaso de la Vega, después de marchar Pizarro y sus hombres de Cajamarca,
los indios lo desenterraron y lo trasladaron a Quito para sepultarlo allí con
la solemnidad que merecía y manteniendo el secreto del lugar.
Luego deja claro, y lo censura, el prejuicio racial y la falta de visión
política de los españoles: “Pasado esto, Pizarro y los principales españoles
que con él estaban, en lugar de favorecer a aquellas señoras del linaje real de
los incas, hijas de Huayna Cápac, príncipe que fue tan potente y famoso, y
casarse con ellas, para con tal ayuntamiento ganar la gracia de los naturales,
tomábanlas por mancebas, comenzando este desorden el mismo gobernador. Y así se
fueron teniendo en poco a estas gentes, en tanto grado, que hoy día los tenemos
en tan poco como veis los que estáis acá”. Quizá, como en algunas otras
ocasiones, peque Cieza de idealista, porque una cosa es lo deseable y otra la
deriva clasista de los sentimientos. Menciona como de paso a Pizarro, pero
tirando con bala, porque sus lectores sabían muy bien a qué se refería. Se deduce
de lo que cuenta que fue por entonces cuando el gran capitán se emparejó con
una hija de Huayna Cápac y hermanastra de Atahualpa llamada Inés Huaylas
Yupanqui, de la que tuvo una hija extraordinaria, Francisca Pizarro Yupanqui
(como ya expliqué), pero a tan aristocrática inca no la convirtió en su esposa,
sino en su amante. Tuvo después Pizarro otra compañera indígena, y lo extraño (en eso no se mostró racista) es que
no se casara tampoco con ninguna española.
(Imagen) Cieza, por su tendencia humanitaria, se queja
del desprecio de los españoles hacia los indígenas, pero el racismo y el
clasismo han perdurado durante siglos en América. Una cosa es respetar (siempre exigible) y
otra sentir. Los enlaces entre criollos (descendientes de españoles en las Indias)
siguen siendo habituales. Y hasta la misma independencia de aquellas tierras
fue liderada por criollos. No ha habido ningún colonialismo que no siguiera ese
patrón de comportamiento. Que se lo pregunten a los que construyeron el imperio
británico. Y cuando se rompía esa costumbre
convertida casi en norma, solía ser por intereses económicos o de posición
social (tampoco descartemos el amor), como ocurrió con la princesa inca Inés
Huaylas Yupanqui. Fue entregada por Atahualpa
a Pizarro, quien la aceptó como compañera pero no como esposa. Hubo dos
hechos que estropearon la relación. Inés era hermana del bravo Manco Inca (como
hijos del poderoso Huayna Cápac), y al parecer, colaboró con él cuando se
sublevó en el Cuzco contra los españoles. Por otra parte, Pizarro le llevaba a
Inés más de treinta años, y estando, según se decía, inseguro de su
fidelidad, la obligó a casarse con un
español importante, Francisco de Ampuero, un riojano que vivió los momentos más
terribles de las guerras civiles y salió, milagrosamente, bien parado. Así como
Pizarro dejó toda su fortuna a
Francisca, la hija que tuvo con Inés, ni siquiera la menciona a esta en su
testamento, como quien desea olvidar un triste episodio.
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