(149) En cuanto a la muerte de Túpac Hualpa, Cieza no se atreve a decir
que fuera envenenado: “El nuevo emperador inca que se coronó en Cajamarca,
adoleció en este valle de Jauja, de lo que murió. Le pesó mucho a Pizarro
porque había dado muestras de buena amistad”.
Juan Ruiz de Arce precisa que, como solía ocurrir, la mayor parte de los
que se quedaron en la nueva población estaban heridos o enfermos. También él
partió con Soto, y era muy consciente de que no se trataba de un simple ‘viaje’
hacia el Cuzco, sino de un viaje con enfrentamientos: “Fuimos con Soto cuarenta
de a caballo y veinte peones, en seguimiento de los indios”.
Cieza se aparta temporalmente de lo que viene contando para explicar con
detalle que entonces Belalcázar, que era un hombre de enorme valía, consiguió
poner en marcha una expedición que le iba a dar un gran protagonismo posterior
en la campaña de Perú. Como veremos, se sirvió para ello astutamente de la
táctica de los hechos consumados. Recordemos que había ido a San Miguel para
tomar posesión de su puesto como teniente de Pizarro: “Como Hernando Pizarro
dio en Panamá la noticia de lo que habían descubierto y de las muchas riquezas
de la tierra, todos los que podían procuraban navegar adonde tanto oro se había
hallado. Y como San Miguel estaba en la costa, habían aportado a aquella ciudad
muchos de estos con caballos y armas, lo que fue ocasión para que Belalcázar
tomase ánimo de intentar la conquista del Quito, donde afirmaban que había
mucho más oro que en Cajamarca y en el Cuzco”. Tenía sentido el intento porque
ya había noticias de que al poderoso Pedro de Alvarado le rondaba por la cabeza
la misma idea, y también porque Belalcázar aspiraba a mucho más de lo que hasta
entonces había conseguido, pero dio el paso de manera tan irregular que en el ánimo de
Pizarro iba a sembrar ciertas dudas sobre su lealtad, aunque más tarde veremos
que el asunto no llegó a enconarse. La confirmación de lo que tramaba Alvarado
aceleró su deseo de lanzarse a la conquista: “Llegó en ese tiempo también a San
Miguel Gabriel de Rojas, que venía con la prueba que había escrito el
licenciado Castañeda sobre la campaña que quería hacer en Perú el Adelantado
don Pedro de Alvarado, y se fue con Diego Palomino y algunos más que le
acompañaron para poder llegar seguro adonde estaba Pizarro. Belalcázar tenía
mano en el cabildo donde se juntaban los regidores y justicias de la ciudad.
Deseaba que de ellos mismos saliese que fuese a la sierra (de Quito) a defenderla de los indios de guerra, pues se había
derramado la noticia de que, indignados con la muerte de Atahualpa, hacían liga
para atacar a los españoles habitantes
de la nueva ciudad de San Miguel. Y aun decía Belalcázar que convenía mucho, así a Pizarro como a
todos ellos, ir a ocupar Quito, pues, por tener fama de tanta riqueza, venía
encaminado don Pedro de Alvarado a lo descubrir. A muchos les pareció bien, de
tal manera que Benalcázar se puso alegre y escribió sus cartas al gobernador,
con disculpas por dejar la ciudad sin su mandado y diciendo que los del cabildo
de ella se lo habían requerido, mas que procuraría dar la vuelta brevemente”.
(Imagen)
La vida extrema de las Indias los convertía a todos en héroes que llevaban al
límite lo mejor y lo peor de su carácter. Cada hombre, una intensa biografía.
Vemos ahora, en 1533, que se va a incorporar al ejército de Pizarro otro tipo
excepcional, Gabriel de Rojas; a pesar de llegar tan tarde, gracias a su
veteranía en Indias jugará como capitán un papel muy importante en los azares
peruanos. Era de Cuéllar (Segovia), localidad rezumante de historia, en la que
también nacieron otros dos grandes de las Indias: Diego Velázquez y Juan de
Grijalva. De ellos habló mucho Bernal Díaz del Castillo, gran admirador de
Grijalva (el primero que recorrió la costa de México y supo de la existencia
del imperio azteca), a quien trató injustamente su paisano Velázquez, conquistador
y gobernador de Cuba, que a su vez fue desobedecido y eclipsado por Cortés.
Veremos pronto a Rojas resistiendo en el Cuzco contra el tremebundo asedio de
los indios, y más tarde luchando a favor de Almagro contra Pizarro. Pocas
personas tuvieron tanta valía y sensatez como él en aquellos conflictos fratricidas,
inmerso en la locura de unos y de otros pero tratando de pacificar a todos, lo
que le fue reconocido y premiado librándole de la ejecución tras ser derrotado junto
a Almagro. Obligado por Gonzalo Pizarro a unirse a su rebeldía contra el rey,
supo encontrar la manera de abandonar aquel despropósito. Murió en 1549 alcanzado
por una flecha envenenada en una batalla contra los indios. Dejó la mayor parte
de su fortuna a su único hijo, y el importante resto, a los habitantes de
Cuéllar.
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