(146) Y Rumiñahui preparó una escabechina para eliminar obstáculos. Quiso
usurpar, como hermanastro de Atahualpa, un derecho de sucesión que no le
correspondía. A los actos de enterramiento del emperador inca asistió la
mayoría de sus familiares y de los personajes de su corte. Con la excusa de que
convenía reunirse y tratar la manera de organizar el futuro del pueblo inca,
los invitó a todos a una espléndida comida, dejándolos inconscientes con un
brebaje que había preparado: “Cuando Rumiñahui vio a los capitanes y caciques
caídos sin sentido alguno, los degolló a todos, y entre ellos a Quilliscacha, y
a los muchachos hijos e hijas de Atahualpa”. Llegó al más puro sadismo: “Para
que su rebelión atemorizase más, desolló a Quilliscacha, y con su pellejo
cubrió una caja de tambor de guerra, y en ella dejó colgada la cabeza, porque
este discípulo de Atahualpa pretendió hacerse obedecer por miedos y horrores, y
no por amor”.
Cieza
dice que Pizarro y los suyos siguieron avanzando y fueron bien recibidos en
Huamachuco. Pero Pedro Pizarro aclara que se debió a la autoridad de
Caracuchima, quien, por otra parte, estaba dando muestras de ocultar algunos
planes, y del que cuenta algo que revela su vengativa crueldad: “Llegados allí,
no daban los indios ayuda para pasar adelante a causa de que Caracuchima secretamente se lo mandaba, porque era más
temido en toda aquella tierra que Túpac Hualpa, el nombrado nuevo emperador. Y
esto lo hacía por dos cosas: para que viéramos que, yendo con él, hasta las
piedras se tornarían indios para ayudarnos, y porque quería matar a algunos
caciques con los que estaba enojado. Y hablando con el Marqués, le dijo: ‘Mira,
señor, cuán poco caso hacen estos indios de Túpac Hualpa; déjame tú hacer a mí
y verás cuán proveído estarás de todo’. El Marqués le dijo: ‘Haz lo que
quisieres’. Habida esta licencia, el Caracuchima llamó a todos los caciques de
la comarca, y haciendo traer tantas piedras grandes como caciques había, las
hizo poner en orden. Mandó a todos los caciques que se tendiesen y pusiesen las
cabezas encima de las piedras, y tomando otra piedra en las manos, la alzó
cuanto pudo y dio con ella al primero en la cabeza, y se la hizo una tortilla,
queriendo hacer así a todos los demás. Oída esta crueldad, el Marqués mandó que
no siguiese. Y así se entendió su maldad, y ciertamente hubo luego muy mala
situación en todos los lugares mientras vivió, porque no obedecían a Túpac
Hualpa por miedo a él”.
Pizarro y sus hombres, en su marcha hacia el Cuzco, querían hacer una
primera etapa en Jauja. Nos cuenta Cieza: “Anduvieron los españoles por el
camino real de los incas hasta llegar a Andamarca, sin hallar resistencia en
ningún pueblo; mas teníase noticia de que más adelante, en Tarma y Bombón,
había mucha gente con intención de darles guerra en venganza de la muerte de
Atahualpa. Mandó Pizarro que saliesen para saber lo que había a un hijo de
Huayna Cápac acompañado de algunos indios. Y cuentan algunos que fue muerto en
Bombón por los capitanes y gente de guerra que allí estaba, llamándolo traidor
a su tierra y a sus parientes”.
(Imagen)
El objetivo más importante era el Cuzco, la verdadera capital histórica de
aquel imperio, y hacia allá iba Pizarro con su inquebrantable tenacidad. Sería
el paso definitivo para desplazar una civilización de grandes logros. Era un
enorme reino muy bien organizado, en el que estaban bien resueltas las
necesidades físicas y espirituales de la población, aunque al precio de vivir
sometida a una dictadura implacable. Los incas se regían por normas penales
durísimas para los infractores, con una moral muy estricta, militarización
forzosa y, en la guerra, represalias salvajes que dan escalofríos y son contadas
por un cronista mestizo, el Inca Garcilaso de la Vega, nada sospecho de
parcialidad y extraordinario personaje. Pero entristece el dolor de aquel
pueblo al tener que admitir a un emperador títere, Túpac Hualpa, y verse dominado
por otra cultura, aunque fuera más avanzada que la suya. A pesar de que Cieza
habla como un enamorado que lo ve casi todo bien, no deja de impresionar lo que
cuenta: “Yo me acuerdo haber visto a indios viejos, estando a vista del Cuzco,
mirar hacia la ciudad y alzar un alarido grande, el cual se les convertía en
lágrimas de tristeza contemplando el tiempo presente y acordándose del pasado,
donde en aquella ciudad por tantos años tuvieron señores de sus naturales, que
supieron atraerlos a su servicio y amistad de otra manera que los españoles».
Adaptemos a Perú lo que dice una placa en México sobre la captura de
Cuauhtémoc: NO FUE TRIUNFO NI DERROTA. FUE EL DOLOROSO NACIMIENTO DEL PUEBLO
MESTIZO QUE ES EL PERÚ DE HOY.
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