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Con la muerte de Atahualpa, el reparto del tesoro y el nombramiento del nuevo
emperador títere, Túpac Hualpa, era ya hora de marchar, dejando asegurada la
retaguardia, para continuar conquistando y apaciguando el resto de Perú, siendo
el principal objetivo el Cuzco y aprovechando también el viaje para someter lo
que encontraran por el camino. Cieza lo va narrando, y hace un inciso para
anunciar y explicar la futura presencia de un personaje que había sido la mano
derecha de Hernán Cortés (lo que complicaría mucho las cosas, como veremos más
adelante): “Determinado Pizarro a salir de Cajamarca, nombró como su teniente
en la ciudad de San Miguel (ya vimos que
era la única que había fundado) al capitán Sebastián de Benalcázar, al cual
mandó que partiese pronto para tener en justicia aquella ciudad. Y porque en este tiempo decidió el adelantado
don Pedro de Alvarado, gobernador de Guatemala, venir al Perú, quiero contar
cuál fue la causa de ello. En Nicaragua habían hecho cierta sociedad Benalcázar
y el piloto Juan Hernández, pero en Cajamarca llegaron a tener algunas palabras
sobre el beneficio habido; como el piloto volvió a Nicaragua, fue adonde el
adelantado Alvarado, a quien le contó las grandezas del Perú, aconsejándole que,
puesto que tenía una licencia del emperador para descubrir (pero no en territorio peruano), fuese
con su armada a aquellas tierras. Tanto fue lo que le dijo a Alvarado, que, por
lo que le contó y por la gran fama que ya volaba de lo que era Perú, determinó
sacar de su gobernación gente y caballos para ocupar lo que pudiese de la
tierra que estuviese fuera de los términos que tenía señalados por gobernación
don Francisco Pizarro. Y pronto se divulgó que querían hacer esta jornada”.
No
había que ser un gran profeta para entender que este asunto iba a complicar
mucho las cosas en Perú, por si fuera poco la delicada situación de Almagro con
los Pizarro. Fue un error total de Alvarado entrar a cazar en el coto de
Pizarro, que pudo resultar fatal, pero veremos que, antes de que corriera la
sangre (poco faltó), se llegó a un arreglo. Aunque con una secuela desastrosa:
Alvarado se fue, pero quedaron sus tropas, que nunca se llevaron bien con los
veteranos de Pizarro, originando más dificultades al aliarse con Almagro para
competir con ellos. Un conflicto que, como en las enfermedades fatales, de
recaída en recaída, terminará en colapso. Quizá consciente de lo que podía
ocurrir, un juez de la Audiencia de Nicaragua, el licenciado Castañeda, le
envió un mensajero a Pizarro para que no le pillara desprevenido la llegada de
Alvarado.
Sigue contándonos Cieza: “Habíanle dado a Pizarro grandes noticias de la
ciudad del Cuzco y deseaba mucho poblarla de cristianos pacificando todas las
provincias que había hasta llegar a ella”. El siguiente párrafo es una nueva crítica
a los españoles: “Hacía más de siete meses que estaba en Cajamarca, y tal quedó
aquella hermosa y fértil provincia, que daba lástima recordar cómo la
hallaron”. Los españoles sabían que la guerra no había terminado porque en el
Cuzco estaba asentado, resistiendo y conservando la autoridad sobre el imperio
inca, Quizquiz, uno de los capitanes más importantes de Atahualpa.
(Imagen) Muy pronto aparecerá por Perú Pedro de Alvarado. No es extraño
que Pizarro y Almagro se preocuparan con la noticia puesto que era una figura
cumbre en Indias y podía arrebatarles gran parte del pastel, y además,
ilegalmente. En México había sido el más grande, tras Cortés. Era ya todo un
gobernador en la zona de Guatemala. Pero aquello le venía pequeño y quería
seguir conquistando. Ya nos dirá Cieza cómo acabó el conflicto. Hablemos ahora
del personaje. Nació en Badajoz el año 1485. Dicen que era de trato cercano pero
muy duro en la guerra con los indios. Un castigo suyo a los aztecas (quizá
porque sabía que le iban a atacar) provocó una sublevación que estuvo a punto
de acabar con todos los españoles. Era alto y tenía aspecto de galán de cine,
además en tecnicolor porque era muy rubio; su presencia impactó a los indios y
lo llamaban Tonatiu (hijo del Sol). En Perú se vio obligado a aceptar un mal
arreglo y volverse a casa. Pero organizó después una gran expedición hacia las
islas del Pacífico. En 1541, justo antes de partir, tuvo la nobleza de ir en
ayuda de unos españoles sitiados por los indios y murió aplastado por un
caballo que caía rodando. Dos meses más tarde, su viuda, Beatriz de la Cueva,
nueva gobernadora pero tan deprimida que añadía a su firma “la sin ventura”,
falleció víctima de una riada de agua y lodo que descendió del gran volcán
situado junto a la vieja capital de Guatemala.
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