sábado, 2 de diciembre de 2017

(Día 554) Parten ya de Cajamarca. Pizarro envía a Belalcázar a San Miguel, cuyo socio, el piloto Juan Hernández, convence a Pedro de Alvarado para que vaya a conquistar en la zona de Perú. Comenta Cieza que fue una ruina para Cajamarca la estancia de los españoles durante siete meses.

     (144) Con la muerte de Atahualpa, el reparto del tesoro y el nombramiento del nuevo emperador títere, Túpac Hualpa, era ya hora de marchar, dejando asegurada la retaguardia, para continuar conquistando y apaciguando el resto de Perú, siendo el principal objetivo el Cuzco y aprovechando también el viaje para someter lo que encontraran por el camino. Cieza lo va narrando, y hace un inciso para anunciar y explicar la futura presencia de un personaje que había sido la mano derecha de Hernán Cortés (lo que complicaría mucho las cosas, como veremos más adelante): “Determinado Pizarro a salir de Cajamarca, nombró como su teniente en la ciudad de San Miguel (ya vimos que era la única que había fundado) al capitán Sebastián de Benalcázar, al cual mandó que partiese pronto para tener en justicia aquella ciudad.  Y porque en este tiempo decidió el adelantado don Pedro de Alvarado, gobernador de Guatemala, venir al Perú, quiero contar cuál fue la causa de ello. En Nicaragua habían hecho cierta sociedad Benalcázar y el piloto Juan Hernández, pero en Cajamarca llegaron a tener algunas palabras sobre el beneficio habido; como el piloto volvió a Nicaragua, fue adonde el adelantado Alvarado, a quien le contó las grandezas del Perú, aconsejándole que, puesto que tenía una licencia del emperador para descubrir (pero no en territorio peruano), fuese con su armada a aquellas tierras. Tanto fue lo que le dijo a Alvarado, que, por lo que le contó y por la gran fama que ya volaba de lo que era Perú, determinó sacar de su gobernación gente y caballos para ocupar lo que pudiese de la tierra que estuviese fuera de los términos que tenía señalados por gobernación don Francisco Pizarro. Y pronto se divulgó que querían hacer esta jornada”.
     No había que ser un gran profeta para entender que este asunto iba a complicar mucho las cosas en Perú, por si fuera poco la delicada situación de Almagro con los Pizarro. Fue un error total de Alvarado entrar a cazar en el coto de Pizarro, que pudo resultar fatal, pero veremos que, antes de que corriera la sangre (poco faltó), se llegó a un arreglo. Aunque con una secuela desastrosa: Alvarado se fue, pero quedaron sus tropas, que nunca se llevaron bien con los veteranos de Pizarro, originando más dificultades al aliarse con Almagro para competir con ellos. Un conflicto que, como en las enfermedades fatales, de recaída en recaída, terminará en colapso. Quizá consciente de lo que podía ocurrir, un juez de la Audiencia de Nicaragua, el licenciado Castañeda, le envió un mensajero a Pizarro para que no le pillara desprevenido la llegada de Alvarado.
     Sigue contándonos Cieza: “Habíanle dado a Pizarro grandes noticias de la ciudad del Cuzco y deseaba mucho poblarla de cristianos pacificando todas las provincias que había hasta llegar a ella”. El siguiente párrafo es una nueva crítica a los españoles: “Hacía más de siete meses que estaba en Cajamarca, y tal quedó aquella hermosa y fértil provincia, que daba lástima recordar cómo la hallaron”. Los españoles sabían que la guerra no había terminado porque en el Cuzco estaba asentado, resistiendo y conservando la autoridad sobre el imperio inca, Quizquiz, uno de los capitanes más importantes de Atahualpa.


     (Imagen) Muy pronto aparecerá por Perú Pedro de Alvarado. No es extraño que Pizarro y Almagro se preocuparan con la noticia puesto que era una figura cumbre en Indias y podía arrebatarles gran parte del pastel, y además, ilegalmente. En México había sido el más grande, tras Cortés. Era ya todo un gobernador en la zona de Guatemala. Pero aquello le venía pequeño y quería seguir conquistando. Ya nos dirá Cieza cómo acabó el conflicto. Hablemos ahora del personaje. Nació en Badajoz el año 1485. Dicen que era de trato cercano pero muy duro en la guerra con los indios. Un castigo suyo a los aztecas (quizá porque sabía que le iban a atacar) provocó una sublevación que estuvo a punto de acabar con todos los españoles. Era alto y tenía aspecto de galán de cine, además en tecnicolor porque era muy rubio; su presencia impactó a los indios y lo llamaban Tonatiu (hijo del Sol). En Perú se vio obligado a aceptar un mal arreglo y volverse a casa. Pero organizó después una gran expedición hacia las islas del Pacífico. En 1541, justo antes de partir, tuvo la nobleza de ir en ayuda de unos españoles sitiados por los indios y murió aplastado por un caballo que caía rodando. Dos meses más tarde, su viuda, Beatriz de la Cueva, nueva gobernadora pero tan deprimida que añadía a su firma “la sin ventura”, falleció víctima de una riada de agua y lodo que descendió del gran volcán situado junto a la vieja capital de Guatemala.


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